sábado, 25 de enero de 2014

XX Edición de Relatos Fundamentales




TemaDestapando la Caja de Pandora. ¿Serán capaces vuestras manos de liberar en palabras los oscuros secretos que ésta contiene? En esta XX edición, quizá, tendrás la oportunidad de dejar salir aquello que en otras callaste por pertenecer al infinito mundo de todos los males. Pero eso queda a tu elección.

Extensión: Los relatos tendrán un máximo de 700 palabras (incluso si se presentan en varias partes).

Método de envío: Cada relato será un comentario anónimo en este post.

Fecha límite: Se pueden enviar relatos hasta una hora antes del evento. ¡Sigan procrastinando! No seré yo quien termine con tan gozosa costumbre.

Lectura de los relatos: La identidad de los autores será una incógnita en todo momento hasta que deje de serlo. Los relatos serán repartidos entre los participantes aleatoriamente para su lectura, salvo que algún autor prefiera leer el suyo por alguna causa justificada. Se recomienda al lector leer previamente el relato, para tratar de ser fiel a la intención del creador del escrito. No habrá votación para el mejor relato, dado que lo más interesante es el debate que se genera a raíz de la lectura de los relatos presentados.

Organización de la siguiente edición: La elección de la persona que organizará la siguiente edición se realizará mediante un sorteo, y aquel al que le toque tendrá libertad total a la hora de plantearla.

http://www.youtube.com/watch?v=2385XPrtwg4

15 comentarios:

  1. No las toquéis! Nos decía la abuela. Ni se os ocurra abrirlas! Insistía. Qué pesada era… “No me pongáis los dedazos en las ventanas, cuidado con la alfombra… como se te caigan migas… No me abráis los cajones, no toquéis las figuritas del pasillo, lavaos bien las manos!” Siempre estaba igual… pero la verdad es que con lo que más insistía, lo que conseguía torcerle el gesto, era su colección de cajitas. No se tocan y punto.
    Yo misma le había regalado dos o tres, compradas en alguno de mis viajes. Recuerdo una especialmente, que había conseguido regateando en un mercado de Budapest, a última hora de la tarde. Me acuerdo que hacía frío y que el puesto del mercadillo estaba en un apartado rincón, entre otros puestos que destacaban mucho más. Pero en éste había un aroma a leña y a libro viejo que me atrapó. Siempre me ha gustado disfrutar del aroma de las páginas de un libro. Meter la nariz y aspirar con mucho cuidado, como en una cata. Cada uno tiene su firma etérea, un olor particular. Este es bueno. Impreso en Barcelona. Años 70´s por lo menos. Debe ser un Bruguera de Bolsillo. Aquel stand tenía una atractiva mezcla de madera quemada y de perfume a talleres gráficos de los años 40´s, como olían los libros de la estantería del pasillo en casa de mi abuela.

    Mi abuela! Había prometido llevarle un regalo! Un detallito.

    Allí había toda clase de extraños artefactos, libros antiguos, candelabros y… un montón de cajas. Cajitas como las de su colección. Por eso me decidí a comprar una extraña caja en un extraño puesto de un mercado en una ciudad muy alejada y extraña para mí. Qué improbabilidad tan grande! Y sin embargo, ahí estaba ahora, delante de mí, entre todas las demás cajitas que siempre nos había prohibido tocar. Pobrecita. Si viviese creo que le daría algo de verlas fuera de su sitio, tiradas sobre mi cama. Y yo ahí, sentada delante sobre el edredón, en pijama y con el pelo todavía mojado de la ducha, indecisa. Tocando una de ellas con los dedos de un pie.
    El caso es que se me había ocurrido pensar que quizá sería muy bonito mantener su mandato para siempre: no abrirlas. Qué intrigante jugar a imaginar lo que contienen estas cajitas. Qué emoción guardarlas sin saber los tesoros que esconden… Y qué gran desilusión seguramente si las abro de verdad. Comprobaré que no hay nada y se habrá acabado toda la magia y la ilusión. Ya no volveré a sentir ese extraño escalofrío en las tripas, esa punzada de curiosidad insatisfecha que me hace ver estos objetos con un halo casi místico… pero ¿a quién quiero engañar? No podría aguantar ni una semana sin abrirlas!!
    Sin embargo, justo antes de decidirme por abrir la

    Pseudónimo: Colección de cajitas (I)

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  2. primera, me viene a la memoria la leyenda griega de la Caja de Pandora y me detengo. En el fondo, esta antigua y manida historia que no era sino una parábola del machismo preponderante de la antigüedad, un cuento sobre los males traídos a los hombres por la mujer, me irritaba, porque me recordaba lo cierto que hay en la acusación de irrefrenable necesidad de saber y de probar de ese fruto del árbol prohibido. Qué tontería… pero es cierto… no me puedo resistir!
    Pero ¿y si, por algún extraño motivo o por la voluntad del destino, hubiese existido realmente esa caja y hubiese llegado a manos de mi abuela?, que en realidad habría sido la guardiana de la caja… yo entonces ¡sería su heredera! Pero no me dijo nada antes de morir…

    Cómo me gusta alucinar y sentir ese cosquilleo de emoción. Me río sola.

    Pero habría estado muy bien que mi abuela me hubiese dicho algo así. Aunque no fuese verdad. Sólo como un juego. Este momento habría sido aún mejor. De todos modos, se dice que en realidad, la moraleja de la historia es que todos los males que se supone trajo la Caja de Pandora, eran en realidad los males de la propia naturaleza humana y que la caja es sólo una metáfora o que estaba vacía…
    Juego con una de las cajitas. La manoseo sin abrirla, le doy vueltas. Qué tontería. Voy a abrirlas todas ya…
    Respiro profundamente y, con mucho cuidado, abro la primera caja.
    Un terciopelo rojo la recubre por dentro, pero está vacía. Miro a mi alrededor y parece que el mundo no se ha venido abajo. Huelo dentro, como con los libros. Madera, polvo y algún tipo de olor fuerte ya muy apagado, que podría ser el pegamento.
    Cojo la siguiente y también la abro. Vacía. El interior es como el exterior. Metálico.
    Una a una voy abriéndolas todas y cada vez me siento más decepcionada. Creo que si yo hubiese sido mi abuela, habría metido alguna sorpresa en alguna de las cajas…
    Por fin, ya sólo queda una. La he dejado para el final a propósito. Es la cajita búlgara que yo le regalé. Es mágica. Es una de esas que tienen un truco para abrirse. Empujas en un lado y la madera se desliza dejando al descubierto una pestañita. Tiras de ella y se descubre una rendija. Si la vuelcas, sale del interior una llave que finalmente abre la caja. Cuando la compré me pareció fascinante. Ahora era todo muy obvio. En el mercadillo abrí una igual para probarla, pero la que compré no había sido abierta. En fin, si alguna es la Caja de Pandora, tiene que ser ésta.
    Meto la llave muy despacio, hasta que oigo el chasquido metálico. Por un instante vuelvo a pensar “y si…” La giro intentando inducirme algo de drama. No me sale. Abro la tapa sin hacerme esperar más a mi misma.
    Un reflejo pasa fugaz por mis ojos y una cara aparece de pronto en el interior.
    Sonrío. Yo ya no me acordaba, pero en el fondo de la cajita, había algo que apuntaba a la solución de la leyenda de Pandora, que los males no estaban dentro, sino fuera, que habían estado con los humanos desde siempre. En el fondo de la cajita, burlón, hay tan sólo un espejo. Y en él mi cara satisfecha reflejada. Dentro huele al mercadillo de Budapest, pero también a casa de mi abuela.

    Pseudónimo: Colección de cajitas (II)

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  3. Estaba tendida en la cama, desnuda de cintura para abajo, tras una sesión de sexo en solitario.

    Aún jadeaba y, como otras veces, habían acudido lágrimas a sus ojos y a su garganta. Se justificaba diciendo que era la debilidad que le provocaba el orgasmo, pero las lágrimas sabían a sal y soledad y ya ni siquiera era capaz de engañarse a sí misma.

    Había disfrutado sola, con la mente en blanco y los dedos mojados de ansiedad, aunque hace no tanto tiempo no era capaz de hacerlo sin asociar a su imaginación y su orgasmo el nombre y la imagen de un cuerpo masculino. Pero finalmente, había aprendido, quizá demasiado tarde, que aquello solo le traía problemas y ahora lloraba sola sus placeres.

    Todavía luchaba contra su respiración cuando a su mente y sus lágrimas acudió de nuevo él. Él, que había sido protagonista y escenario de grandes lances en el pasado. Él, que había sido escritor de muchas noches de desvelo. Él, que al final había cambiado los dulces duendes de su estómago por el amargo desamparo de las sábanas frías.

    Estaba tendida en la cama, desnuda de cintura para abajo, tras una sesión de sexo en solitario y no pudo evitar abrir la caja de Pandora del recuerdo.

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  4. Desciende del autobús y recoge las maletas mientras inspira, casi extasiado, el contaminado aire de la capital. Emprende entonces el camino a casa de su hermano con aire de satisfacción. Después de haber generado tantos quebraderos de cabeza en su entorno es la primera ocasión desde hace meses en la que siente que puede ofrecer algo positivo.
    Observa su reflejo en un escaparate y piensa que su aspecto externo es un reflejo de ese cambio más profundo que ha logrado. Las inmensas ojeras casi han desaparecido, y una incipiente barriga evidencia que ya no es el tipo consumido y enfermo en que se había convertido.
    Le costó darse cuenta a pesar de que las personas de su alrededor lo advirtieron mucho antes. Tuvo que caer en el pozo más profundo para admitir su problema, tuvo que perder su trabajo, perder a su mujer, escuchar los más amargos reproches de sus hijos… y entonces supo que el juego había destruido su vida. Le vienen a la mente los recuerdos de ese calvario, de la adrenalina ascendiendo por sus vísceras justo antes de que la partida se fuese a pique, del castillo de mentiras que se desmoronó ante sus narices. Trata de apartar todo aquello de su cabeza. Este último año lejos del mundanal ruido le ha devuelto la confianza en sí mismo y regresa lleno de energía.
    Lo primero es abrazar a Jaime , el único que se mantuvo a su lado, a quien no sabe como agradecer que pagase las deudas contraídas y encontrase la comunidad terapéutica que le ha ayudado a rehabilitarse. Allí, entre montañas y aire puro ha aprendido mucho sobre sí mismo y soñado con proyectos para esta segunda oportunidad que a sus cincuenta y muchos años la vida le ofrece. Quiere montar un negocio, demostrar a sus hijos que pueden confiar de nuevo en él, quizá incluso recuperar a su esposa, quiere comerse el mundo.
    Como es temprano entra en un bar cualquiera y pide un café. Paladea con fruición su sabor amargo y siente que es un buen presagio sentirse tan bien estos primeros momentos.
    Cuando está a punto de guardar las monedas de la vuelta en su cartera y emprender el camino a su nueva vida un sonido profundamente familiar agita su respiración. Se da la vuelta y observa las hipnóticas luces de la máquina tragaperras. Hacia ella se dirige como un autómata.

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    Respuestas
    1. “Una vez tratados los datos...blauuu blauuuu blauuuu…”. El perro de los Simpson pone los ojos como platos. No me estoy enterando de nada de lo que me están contando, vaya tedio de investigación. Confieso que disfruto mucho con algunas imágenes intrusivas. Me veo comiendo palomitas de maíz en el cine si dos personas discuten sobre bobadas en mis narices. Jeje, a veces pienso “Bua, si digo esto ahora se lía pardísima”, jajaja qué divertido es. Hasta cojo aire para decirlo. Luego nunca lo digo. Suelen ser divertidas burradas que se podrían decir a jefes en reuniones delante de mucha, mucha gente, jajaja. Con gente espacialmente pesada cuando habla a veces me da la sensación de que se les va hinchando la cabeza hasta que… huy, eso ya me inquieta mucho, a veces me deleito hasta que se pone agresivo el percal.
      Ta, ta, ta; ta, ta, ta… Las onomatopeyas también me inspiran mucho. Este traqueteo no era sino el producido por las dos piernas de un abuelito y su bastón en el silencio de una misa. Qué cara de chiste tenía, jeje. ¡¡¡Por favor, que decida ya de una vez dónde se sienta!!! Después, unas mujeres chiquititas blandían un ramo y parecía que le iban a pegar al cura con él, jejeje.
      Y qué decir de lo erótico-festivo. Cuando veo un chico guapo y se pone a hablar conmigo, no lo puedo evitar, pienso “mi lengua me va a traicionar y le voy a decir alguna cosa indecente”. Bah, pero nunca pasa. O “a que le miro indiscretamente”, bah, y ¡como mucho se me traba la lengua! “A que me pongo a imaginarle desnudo y me despisto de la conversación…”. Eso a veces pasa.
      No lo puedo evitar, es mi mini-reverso tenebroso. Pequeñas maldades del día a día que me libran de acabar en la cárcel por episodios de violencia desmesurada. Abofetear a los estudiantes que parlotean en la Renfe y que no me dejan dormir por las mañanas, jaja. Qué encorsetamiento de sociedad. Me libran de caer en el ostracismo social. Decir una cosa cuando piensas otra. Mentir. “Mira, tu vestido es horroroso”. Jejeje. “Mira, vamos a escaquearnos de Fulanita que me cae mal”. ¡¡¡Mira, voy a acabar este relato que me voy a quedar sin amigos a este paso!!!

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    2. VORÁGINE
      Para cuando quería darse cuenta, había 5 envoltorios vacíos de chocolate Nestlé, dos bricks de leche, un paquete de galletas desgarrado, y otro de Bimbo en el que sólo quedaban migajas. Marcas de la vorágine en la que se había visto envuelta. Desparramado en la encimera. Como si hubiese pasado un vendaval. Con rabia, enfurecida, los tiró al suelo y los empezó a patear una y otra vez, sollozando, hasta que sudor y lágrimas se confundieron.
      A veces sentía algo por dentro, no sabía el qué, ni dónde, necesitaba localizarlo y no podía. Ahora lo que sentía era un terrible dolor de estómago, por lo menos había una molestia ahí. Sí, la molestia estaba ahí pero ¿dónde estaba su dolor? Otra vez más. Y ahora qué. Seguía siendo la misma, seguía estando sola. Sola con su soledad, sola con sus cosas. Sola ante el vacío. Vacío que no pueden llenar ni varios paquetes de Marbú dorada. Sola ante el enfado porque ese chico no le hacía caso. Ese enfado que le hacía querer cortarse. Cortarse o comer. El caso era sentir. Sola ante la angustia vital, qué hacer con su vida. 16 años, desde los 12 vomitando. Repitiendo 3º de ESO. Una alumna modelo hasta 1º de ESO, fastidiando la vida a sus padres. “Que les jodan”, pensó. Siempre hicieron más caso a la pluscuamperfecta de su hermana.
      Se miró al espejo. Se odió. Sentía náuseas. Las molestias estaban ahí, pero ¿dónde estaba el dolor? Maldijo a todos esos estúpidos psicólogos que le decían que tenía que manejar sus conflictos y bla, bla bla… Sabía lo que iba a venir después de un atracón, que era vomitar hasta que apareciera el zumo de grosella (que es lo primero que se toma, para que cuando vayas a vomitar sepas que ya lo has vomitado todo); pero no lo que venía antes… o al menos, no lo sabía antes, no podía pararse cuando se odiaba por no ser lo suficientemente guapa, inteligente o perfecta. No podía pararse cuando les decía a sus padres que estaba bien y que podían dejarla sola en casa. No podía pararse cuando ya había saltado sobre el zumo de grosella. Cuando estaba empezando a devorar, o cortándose con un cuchillo.
      Algo estaba mal y se odiaba. Necesitaba sentirlo, saber lo que era y apartarlo de sí. La Leti buena, la Leti odiosa, inmunda. Presa de la desesperación, alargó la mano para coger un bote de pastillas… Los estúpidos psicólogos aparecieron en su mente de nuevo. Ahí me gustaría verlos, pensó… Y ahora qué, otra vez más. Esto nunca se acabará… Y no sabré dónde está el dolor… A lo mejor sólo me puedo tomar una pastilla, y quedarme dormida. Por lo menos hacer otra cosa diferente, no vomitar. La última vez que hizo eso acabó en lavado de estómago en urgencias. Se pesó. La aguja marcaba 64. Estúpida cifra. Saltó sobre la báscula, queriéndola romper en añicos. Se sintió gorda, inmensa, avergonzada, indigna. Llegarían sus padres dentro de nada. Tenía que decidir rápido si acababa esto como siempre… O intentaba hacer otra cosa. La cabeza confusa, la vista nublada. Náuseas. Culpa y arrepentimiento. Vergüenza. Alargó la mano para coger el número del estúpido psicólogo de turno. La cabeza nublada.
      -¡Hola Leti! Vengo que me he olvidado de…
      La pluscuamperfecta de su hermana a lo mejor no era tan pluscuamperfecta. Volvía porque se había dejado el móvil… No había contado con ello. Vio la preocupación en los ojos de su hermana. Pero no el reproche. Le dio un abrazo. Seguía estando sola, y perdida, pero acompañada.

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  5. Llega a casa tras un día agotador. Suelta las llaves sobre el aparador junto a un hondo suspiro. Anda hasta el salón en penumbras, allí está Ernesto, sentado en el sofá junto a la ventana. Cabizbajo, observaba la calle a través de la cortina.
    - Ernesto, cariño, ¿estás bien?
    Sin despegar la vista de la calle, él habla despacio.
    - La has abierto, ¿verdad?
    -¿Abrir?, ¿abrir qué?-
    -Te dije que no debías hacerlo, pero lo has hecho.

    Incrédula, se queda de pie sin atreverse a avanzar.

    -La calle- dice él - mira la calle cariño, ahora está llena de ellos, repleta de terrores.
    Ella busca el interruptor de la luz sin encontrarlo, mientras tantea la pared, él prosigue.
    -Me confiaron su custodia, me dijeron que la alejará de ti. Que eras débil, que no lo entenderías, que sucumbirías a su atracción.
    La luz no se encendía, pese a presionar el interruptor.
    -No sé de que me hablas, Ernesto...-
    -¡Mientes!,- Grita al suelo. -Mientes, y lo sabes, siempre mientes, ¡siempre mientes!. Míralos, ahora se arrastran en las sombras, ¡se retuercen en las esquinas!.
    -¿Quiénes Ernesto?.
    -El hambre, la enfermedad, la desdicha. Ahora tienen rostro, puedo ver cómo se ríen-
    Él se retuerce febril, ella no sabe qué decir.
    -Debiste creerme, pero no lo hiciste, y ahora mira lo que has provocado-. Ernesto se levanta con los puños apretados. La mira, en sus ojos se percibe vacío, quizás furia.
    -Debería dejarte en sus manos-
    -¿Las de quién?-
    -Las de quien me confió su cuidado...-
    -¿Para qué?-
    -Para que te castiguen, para que entiendas lo que has hecho, que entiendas su dolor, y mi frustración.-
    Ernesto se acerca, la mira fijamente a los ojos.
    Ella retrocede un paso.
    -Son crueles, saben cómo hacer para atormentarnos. Y tú eres tan inocente, como una niña-
    -Ernesto, si...si dormimos, quizás se olviden, se olviden de nosotros.. De... desaparezcan...-
    Ernesto ríe amargamente. -¿Tenemos opción?.
    -Ya no hay vuelta atrás. Dice él, su cara refleja cansancio.
    Ella coge su mano, cerrada en un puño, y lo lleva hasta su habitación. El se sienta y se quita los zapatos despacio. Ella le ayuda, mañana llamaría a la Dra. Muñoz.
    -Duerme Ernesto, mañana se habrán ido, esto te ayudará a descansar. Le acerca el frasco de la medicación y un vaso d agua.
    -Claro, mañana amanecerá de nuevo, pero el mundo nunca será el mismo- él llora cabizbajo durante un minuto eterno para ella.
    Ernesto se duerme, su cara emana paz, indiferencia.
    Ella se mira en el espejo del baño, se cambia de ropa, toma una cena frugal y se sienta frente a la ventana.
    Allí, en el callejón, se retuerce entre las sombras. Es horrible, como una oruga con rostro humano, le da ganas de vomitar.
    Mañana llamaría a la Dra. Muñoz, Ernesto tiene razón, piensa, nunca debió abrirla.

    Pseudónimo: Solución.

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  6. El alcohol, me dijeron, ejerce efectos desinhibitorios. Es la llave, me dijeron, de la caja de Pandora. Uno hace cosas que normalmente no haría. Que no haría si se diera cuenta. Hace un sutil "click" en la cabeza. Y si lo mezclas con una canción de Georgie Dan, entonces ya ni te cuento. Las caderas se menean al ritmo de la Barbacoa aunque no sea verano y en tu casa escuches Judas Priest. Y no hay nada más cercano a perder la inocencia que bailar Rafaella Carrá borracha.

    El caso es que así es como bautizó Marnie las noches de los viernes: "Descubriendo a Pandora". Iba a empezar la tradición un viernes de enero. Dijo que se proponía que todas y cada una de nosotras abrieramos nuestras cajas de Pandora. Aquellas navidades habían sido una racha de mala suerte. Nuestras vidas habían quedado suspendidas en una especie de stand by por una razón o por otra. Telma dijo en un café de domingo, "vamos a ver, arrancamos o no, ¡que la vida no se vive sola!" En alusión a la languidez que no quería abandonar el rostro de sus amigas. "Sí..." "Bueno..." "Venga..." "Vale...". La languidez se resistía a abandonarnos. Había que apostar más fuerte. Y fue Marnie quien dijo que a base de meriendas los domingos no íbamos a solucionar nada. "Tenemos que conquistar los viernes."

    Y se hizo viernes. Todavía no había oscurecido, no del todo. Tenía que darme prisa. La urgencia latía impaciente en mis sienes. Y recuerdo perfectamente cómo se me iba dibujando la sonrisa al andar. Tímida al principio, pero según me iba acercando, se asomaba a los extraños como si quisiera presentarles mi dentadura entera. Era viernes, y la curiosidad apretaba mi paso. Podía pasar de todo. Cualquier cosa. Y mi cabeza dibujaba máquinas del tiempo, y dimensiones paralelas. Quería transportarme a la mañana siguiente, sólo para saber qué había pasado.

    No es que quisiera hacernos de repente carne de cañón para alcohólicos anónimos. Es que dijo, sencillamente, que era parte del ritual, que era la llave. Dijo, contraria a toda tradición, que si dejábamos cerrada nuestra caja de Pandora interior, lo lamentaríamos. Que no podíamos estar huyendo siempre. Y aquel viernes de enero, con un brillo malicioso en la mirada, Marnie parecía una sacerdotisa de una religión extraña. Yo no estaba muy segura, sinceramente, de querer adherirme a tal secta, por muy amiga mía que fuera. Lo malo del lado oscuro, bien lo sabe Anakin Skywalker, es que atrae, y no hice mucho por resistirme.

    No os lo vais a creer, pero no recuerdo exactamente qué pasó ese maldito viernes. Me vienen como ráfagas. Recuerdo los chupitos de tequila. Recuerdo las carcajadas. Recuerdo unos labios. Recuerdo la punzada de culpa. ¿Raffaela Carrá? Recuerdo, sencillamente saltarme mis propios límites. Una sensación extraña, como de expansión y seguridad, libertad. Acompañada de un ligero mareo. Creo que vomité en varios sitios. Fue mi primera y última (espero) borrachera de verdad.

    Pero fue a partir de entonces, me di cuenta una vez pasada la monumental resaca, cuando me empeñé en cambiar la ilusión por curiosidad. Quiero decir, Marnie nos dio permiso, permiso para quitarnos los corsets, para desmelenarnos. Para saltarnos las normas. Para elegir saltarnos las normas. ¿Recordais aquella frase? Sí, es muy típica: "las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes". Algo así. La ilusión, es para los niños. La curiosidad, para aquellos que quieren conocer el mundo con sus luces y sus sombras.

    Pseudónimo: Al son de Raffaela.

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  7. He ido en busca de la caja de fotografías familiares. Es una caja de zapatos forrada con papel de regalo, aunque está medio rota y el papel gastado. Las fotos apenas han cabido bien nunca en esa caja, pero a nadie se le ha ocurrido cambiarlas a otra más grande. Simplemente nos las apañamos para que todas queden dentro, cada vez que la abrimos. Las fotos están amontonadas ahí, mezcladas sin ningún orden y sin embargo, cuando buscas una en particular, sabes de forma intuitiva en qué montón puedes encontrarla.

    Esta vez no voy a ver ninguna foto concreta. He sentido la necesidad de revisar esas fotos, de recordar mi niñez y explorar sus detalles, aún sin saber bien lo que busco.
    Tal vez tiene que ver con que mi hermana ha acusado recientemente a nuestro tío de haberla “tocado” cuando era pequeña. Hace años que no tengo relación con mi hermana, salvo para gestiones imprescindibles, porque vive aferrada a la disciplina de una iglesia minoritaria que a todos los efectos es una secta.

    Tal vez tiene que ver con que yo misma he sabido qué le hacía mi tío a mi hermana sin necesidad de habérselo preguntado a ella. Desde ese día siento un temor dentro de mi, velado pero insidioso, y no se si me lo ha puesto mi hermana, o lo tenía ya dentro. Odio a mi hermana y me pregunto porqué nos quiere causar este dolor, mientras busco con la mirada la figura de mi tío en fotos de cumpleaños y comuniones.

    Veo a mi madre en muchas de ellas, en todas sonríe y no porque esté posando. De hecho, siempre sale mirando a otro lugar, como ajena a la cámara. Me imagino en mi cabeza que a quién mira, fuera de la foto, es a mi padre, que aprovechaba el alboroto para servirse otra copa
    Voy pasándolas, las tengo muy vistas, y sin embargo, ahora noto a mi hermana un poco sería, algo triste, aún cuando está dando palmas. Mis ojos se topan finalmente con nuestro tío sonriente en una foto de navidad de hace mil años. Mi corazón da un vuelco y el temor vuelve. Esto no puede estar pasando. Cierro la caja de las fotos con una ira tremenda hacia mi tío, y hacia mi hermana, y hacia la secta que le chupa el alma y el dinero. Nos han arrebatado a Virginia y ni siquiera se desde cuándo. Me vienen a la cabeza recuerdos de cuando éramos pequeñas y los ojos se me llenan de lágrimas al pensar en la posibilidad de haberla expulsado nosotros mismos. La duda titubeante y huidiza se ha convertido por fin en una parte de la historia que va cogiendo solidez, a pesar del dolor que me causa.

    Me doy cuenta, vencida, de que por lo menos el temor ha desaparecido.

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  8. Parte 1
    Abro los ojos. La luz de los fluorescentes es tenue e intermitente, aún así me ciega. Ojalá hubiera una ventana por la que entrara algo de luz. Cierro los ojos de nuevo, pero vuelve la terrible imagen que me ha despertado, sobresaltada, y tengo que volver a abrirlos con esfuerzo. Mis pupilas de contraen rápido, es incómodo. He debido de forcejear durante mi sueño, y se me han abierto las heridas de las muñecas en contacto con las correas. Noto la cálida sensación de un hilo de sangre que se escapa por el vendaje y recorre la palma de mi mano derecha hasta alcanzar el dedo índice, e imagino las pequeñas gotas chocando contra el suelo de la húmeda habitación. Esto me distrae durante unos segundos de ese sueño descarnado que se repite cada noche desde hace tres años. Igual que cuando decidí cortarme, consigo trasladar el dolor de mi interior hacia afuera, y lo observo alejarse mientras la sangre brota sin cesar. Ya más despierta, me doy cuenta de que el sudor empapa mi frente, mi nuca, cada rincón de mi cuerpo exhausto después de tanta lucha. Me aprietan las correas en los pies. Me retuerzo en un intento de librarme de ellas y comienza a surgir en mí una furia incontrolable, proveniente de muy dentro, hasta emerger definitivamente con un grito incontenible, interminable. No aparece nadie para calmar toda esa angustia, pero ya es tarde porque me ha invadido completamente el recuerdo que acude a mi cama cada noche, como lo hacía él, grandísimo hijo de puta. “Ya sabes que al final te gusta, y a mí me hace muy feliz”. “Si dices algo no saldrás con vida de esta casa, no hace falta que te muestre lo que soy capaz de hacer, ¿o sí?”. Ya estoy dentro de la escena, reviviéndola una vez más, y miro mi muslo amoratado mientras él recorre con la yema de sus dedos su cara interna. Vuelvo a retorcerme con más fuerza aún. Con una fuerza desconocida que me lleva a la extenuación, y me siento tan fuera de mí que ya casi no sé distinguir qué parte de lo que está sucediendo es real. Me mareo y una nausea sube a mi garganta, y durante unos segundos eso vuelve a disipar el horror. Dos celadores entran en la habitación, inmersos en una conversación que me llega lejana y opaca. “¿Qué te pareció el partido de ayer del Madrid? Christiano estuvo espectacular”, “Pero tío si sois unos mantas, eso no es equipo ni es ná, y el Christiano ese es un prepotente que no vale ni una décima parte de lo que pagaron por él”. Ajeno al pequeño charco de sangre que se ha formado, uno de ellos lo pisa mientras hace descender la barandilla metálica del lateral de la cama y comienza a aflojar las contenciones. Mis tobillos se relajan, aliviados. Todavía absorto en la charla, desata mi mano derecha y me ofrece el vaso de plástico transparente con tres pastillas. De pronto, sale de su ensimismamiento, y me dirige una mirada fría y cortante. “Tómatelas todas, quiero ver cómo te las tragas, no me la vas a volver a liar como la última vez”. Obedezco. Me incorporo con dificultad, aún mareada. Aunque me flojean las piernas, me esfuerzo por comenzar a caminar. Un paso, otro, otro. Me tambaleo, pero uno de los celadores, que no me quita ojo de encima, me sujeta con fuerza por la axila y me escolta hasta la puerta del despacho.

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  9. Parte 2
    Llama con impaciencia y desde el interior se escucha una voz grave: “Adelante”. Avanzo hasta colocarme enfrente de la fornida mesa de madera. ¿Será de nogal? Me pregunto. Sin levantar la mirada del montoncito de papeles que decoran su escritorio, el doctor Klein me comienza a interrogarme en un tono monocorde y distraído: “¿Querrás compartir algo hoy conmigo? Llevas…”. Rebusca algo entre la pila de papeles de forma algo más nerviosa ahora. “Llevas, exactamente, sesenta y un días aquí, ¿crees que hoy podrás hablarme de qué es lo que te trajo a estar dónde estas ahora mismo?” Sigue sin levantar los ojos de las hojas amarillentas. “He venido a contarle lo que soñé hoy”. Atónito, se queda inmóvil durante unos segundos, antes de clavar sus incrédulos ojos en los míos. Intentando recobrar la compostura y tratando de disimular su asombro, se recoloca en su asiento mientras carraspea para aclarar su garganta. “¿Un sueño acerca de qué, Alicia?” “Un sueño acerca de mi padre”.

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  10. Cómo acabar de una vez por todas con la Caja de Pandora

    Señora Nefastos, hágame el favor de limpiar el polvo en la salita, sólo por encima, no se meta usted a limpiar por dentro de los cajones, cajas y lo demás.
    Me parece que se lo dejé muy clarito… pues nada, iba de camino a la oficina y de pronto, una angustia existencial… un mar de dudas me cogió desprevenido y un hormigueo horrible me hizo descubrir algo nuevo: era miedo… bueno, y algo de estreñimiento también. Un cartel apareció de pronto en la fachada de la avenida, a la altura del 42. En él se leía: PSICÓLOGO. Había cola en la calle. Un rato después un olor difuso a quemado y un aire desagradable viciado con humos se extendió por todas partes... A los coches y autobuses les habían salido unos tubos metálicos en los bajos. La gente, claro, se paró a toser y… el mal ya estaba hecho. Contaminación atmosférica por un tubo, nunca mejor dicho.

    Pero es que no es la primera vez que me lo hace! El otro día, llama discretamente al cuartito de estudio, donde estaba yo trabajando en un proyecto con un buenísimo amigo mío y bellísima persona. Toc toc, se asoma y me pregunta muy amablemente que si quiero la cajita en el salón, en lugar de en la salita, que hace juego con los sofás. Mis ojos casi se desorbitan al comprobar que me lo estaba diciendo agarrándola por la tapa y sacudiéndola de un lado a otro! La cogí rápidamente y la cerré, pero de pronto me percaté de que el tipo que tenía a mi lado en el despacho era un maldito negro de mierda y de que tenía un reloj mucho mejor que el mío. Cuando le eché a patadas de mi despacho en el forcejeo, al menos, pude robarle la cartera sin que se diese cuenta.

    Pero la Sra. Dolores Nefastos no es la única descuidada. Sin ir más lejos, mi hijo, que traía las notas del cole muy alegremente, me dice: papá, sal ya del baño! Que me tengo que ir y quería enseñarte los sobresalientes que he sacado otra vez!” No puedo hijo, le grito a través de la puerta, ya sabes que llevo unos días que no hago bien de vientre! “Bueno, te las dejo aquí! En la caja de la salita!” Creo que cure mi estreñimiento en ese instante… quise gritar Noooo!!… pero él ya se había convertido en un maleante repetidor con fracaso escolar, hiperactividad y falta de atención que ya no pisaba un aula ni para insultar al profesor.
    He de decir que yo mismo la abrí al principio por curiosidad un par de veces. Si no, ya me dirán que hago yendo a una oficina todos los días de 8 a 21:00!! Pero mi mujer no se quedó satisfecha, ¿no te digo? La había abierto sin que estuviese ella delante y también quería mirar… Total, si no se ve nada! La intenté convencer pero al final fue peor. La abrió de golpe de las ganas que tenía. Ahora es mi exmujer y le debo dinero. La custodia es compartida y tengo que ir a hablar con un tipo que dice que es abogado, una profesión nueva, parece ser.
    Total, que de tantas veces que se

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  11. me ha abierto el trasto este del demonio, han tenido que crear una cosa llamada policía, para intentar contrarrestar algo. Pero paradójicamente esto ha desencadenado una serie de acontecimientos que han terminado de estropearlo todo. Con lo bien que se vivía!
    Harto, había cogido la caja de la salita, la había metido en el maletero de mi flamante coche contaminante y, lleno de miedo y de odio racial y antisemita, no me pregunten por qué, había salido dispuesto a tirarla bien cerrada a algún lugar profundo e inaccesible. Cuando de pronto veo las luces azules y rojas por el retrovisor y me hacen parar. Que les enseñe los papeles, que abra el maletero… y que abra la caja que llevo ahí. Les dije que no, que era mucho mejor que no; pero como el gato la semana pasada, jugando, la había abierto una rendija, había mucha desconfianza en el ambiente, y como me negué a abrirla la abrieron ellos de golpe. Total, que empieza a sonar por la radio que han empezado a tener un hambre en África que no pueden con ella, y que lo que se estaban gritando los animadores de un partido de fútbol no eran ánimos, sino amenazas de muerte. Y que la gente tiene que pasar por una cosa absurda que se llaman fronteras, para transitar por ahí, y que todo el rato hay peleas entre los de uno y otro lado de tal y cual frontera y que se matan porque unos quieren la liberación del pueblo y otros el pueblo de la libertad y unos terceros la liberación popular.
    Yo ya no entiendo nada en este mundo. Y mira que me lo avisó la señora de la tienda: Pandora, muebles y decoración divinas. Me dijo: queda muy bien en el aparador o sobre una mesita baja, pero no la abra usted nunca que contiene todos los males del universo y se pueden escapar. ¡¡¿¿Pero cómo demonios iba a saber yo lo que era un “mal”??!! Me supuse que serían bombones...

    Multado por transporte de mercancías peligrosas sin permiso y acusado de cómplice en la putrefacción del sistema y la guerra de Afganistán, soborné a los agentes para que me dejasen ir y me fui directo al barrio de Zeus, a decirle cuatro cositas a la dependienta del Pandora. Mujer tenía que ser! Voy a meterle la cajita por donde yo me sé!
    Pero cuando llegué, sólo quedaba un edificio vacío y un cartel que decía, cerrado por cese de negocio, liquidación total de bienes. En el establecimiento contiguo se leía: Viajes y Cruceros Ulises y Homero.
    Supongo que no hay que perder la esperanza… pensé, mientras entraba impulsivamente. Quizá no todo está tan mal, cuando uno puede irse de crucero una semanita… o dos.

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  12. Toño hizo muecas en el espejo mientras se peinaba. Sentía cómo la excitación le empezaba a bailar por el cuerpo, una energía que le recorría entero y tenía que frenar el impulso de saltar y reír a carcajadas. Había quedado a cenar con Ángela, primera cita. Llegaron los dos puntuales, él tomó nota mental de cómo caminaba ella, de lo que traía puesto, de cómo saludaba (media sonrisa, dos besos rápidos y suaves). A mitad de la cena quiso sorprenderla con características de ella que había inferido de su observación, todas positivas. De paso analizaba la reacción de ella: le gustaba lo que oía, se asombraba de sus aciertos. Era fácil, estaba siendo demasiado sencillo verla, maldita sea. Fue en el bar de copas cuando él disparó. Nunca se lanzaba sin estar seguro de acertar. Jamás restaba importancia a este momento. Todo el cuerpo tenso, los ojos mirando fijamente a la que iba a ser su víctima, las palabras lentas y tranquilas. Elegía siempre el punto que le parecía más doloroso. Una verdad desconocida para la víctima pero clara para ella una vez que se decía. Un punto de debilidad capaz de hacerla tambalear. Era bueno en esto, realmente un experto. Ángela abrió los ojos, enormes, se quedó inmóvil, rígida. Él esperó, era frecuente que la víctima se quedara paralizada, pero después a veces había combate. Con Ángela no fue así, ella se levantó sin dejar de mirarlo y se fue casi corriendo. Por eso le gustaba más elegir a personas con las que tuvieran más trato, que pudieran, tras una noche de insomnio, pelearse con él. Cómo gozaba él ante los intentos infructuosos de los demás. Ante la espera del ataque. Ante la serenidad exterior y la excitación interior con las que lo afrontaba. Cuando se le acaban las personas conocidas, quedaba con desconocidas. Le gustaba cuando le costaba descubrir esa verdad dolorosa, cuando entre los encuentros se dedicaba a analizar minuciosamente la información recogida.

    Hoy se quedó algo insatisfecho, demasiado breve y fácil. Pero nunca perdía la esperanza de encontrar una víctima que resultara un contrincante a la altura. De batirse en un duelo realmente arriesgado. De que las palabras pudieran matarlos a alguno de ellos, a los dos. Sobre todo eso, morir los dos heridos gravemente y al mismo tiempo.

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  13. Las cuerdas rotas

    Yo una vez viví en París. Por aquel entonces, las mañanas eran trinos violentos, arpegios rápidos, y olor a café. Las tardes sabían a té con limón, eran acordes que resonaban dentro, que te obligaban a permanecer muy quieto, muy concentrado, buscando en algún lugar que nunca encontrabas. En la casa, yo vivía con dos jóvenes que venían de una pequeña aldea, y eran amigos desde la infancia. Habían venido a la ciudad, con la intención de prepararse para la audición que garantizaba una plaza en el conservatorio, y ganarse la vida como violinistas.

    Una noche, me encontraron hecho un ovillo en el portal de su casa. Los tres comprendimos que no éramos más que unos huérfanos asustados, tratando de sobrevivir a una ciudad que se nos presentaba enorme. Me acogieron en su casa y allí viviría durante los siguientes meses.

    Como no tenían mucho dinero, decidieron comprar un buen violín, y turnarse para practicar, en vez de comprar cada uno un instrumento mediocre. En función de sus caracteres opuestos, uno eligió preparar los Caprichos de Paganini, cuya complejidad técnica no le asustaba. El otro, de naturaleza más sensible, eligió una de las Partitas de Bach, con la que era capaz de expresar una gran cantidad de matices. La música inundó la casa. Las mañanas pertenecían al violinista del diablo y las tardes al violinista introspectivo. Tocaban siempre con las ventanas abiertas, los vecinos del barrio les acogieron cariñosamente y disfrutaban mucho con su música.

    Un día, uno de ellos cerró la ventana para practicar. A partir de entonces, su música perdió espontaneidad, y la belleza que residía en la variedad de sus matices desapareció. Empezó a sentir vergüenza de lo que pudieran pensar los vecinos, y efectivamente, estos a pesar de que el sonido les llegaba ahora mucho más atenuado que antes, golpeaban la pared hasta que la música cesaba. Yo por aquel entonces ya me conocía el barrio perfectamente y algunas noches no volví a casa para dormir. Sinceramente, ellos tampoco parecieron echarme mucho de menos. Las mañanas cada vez se volvieron más silenciosas, y pronto Paganini fue el único señor de la casa. Las cada vez más escasas noches que pasaba con ellos se caracterizaban por un tenso silencio entre ambos. Dicen que un violín acaba adaptándose a la forma en la que toca su violinista. La madera es moldeada poco a poco por las vibraciones, y con el tiempo la diferencia, se puede llegar a notar. Nunca me lo he acabado de creer, sin embargo, tengo claro que un violín no es capaz de adaptarse a dos violinistas a la vez. Una mañana me levanté temprano. Por supuesto no había olor a café. Bach ya no retumbaba por los pasillos. El violín reposaba en una silla, con las cuerdas reventadas, y yo comprendí que la hora de partir había llegado. Trepé a la barandilla de la terraza, y salté al balcón de la vecina, como tantas veces. Plegué mis alas, hasta dejarlas totalmente pegadas al cuerpo y me acerqué trotando despacio hacia la anciana. Como esperaba, ella me confundió con su gato, y tras acariciarme el lomo se fue a la cocina a prepararme un cuenco de leche.

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