miércoles, 1 de octubre de 2014

XXVI Edición de Relatos Fundamentales

Relatos Prohibidos

Esta edición propone traspasar con nuestros relatos  los límites establecidos por las reglas y restricciones, adentrándonos en forma o contenido en los terrenos vedados de la prohibición.




Método de envío: cada relato será un comentario anónimo en la entrada del blog.

Extensión: La norma es no ir más allá de las 600 palabras. Cada cual haga lo que considere oportuno con ella.

Fecha límite: Hasta un momento antes de iniciarse la lectura
Lectura de los relatos: La identidad de los autores será una incógnita en todo momento hasta que deje de serlo. Los relatos serán repartidos entre los participantes aleatoriamente para su lectura, salvo que algún autor prefiera leer el suyo por alguna causa justificada. Se recomienda al lector leer previamente el relato, para tratar de ser fiel a la intención del creador del escrito.
Organización de la siguiente edición: aquel que sea elegido por la urna de relatos tendrá el honor de alojar y alimentar a los escritores fundamentales de la próxima edición. Se permiten así mismo voluntarios para tan noble causa.



16 comentarios:

  1. Sube, desde el vientre a la garganta, de nuevo esa sensación. Me visita en sueños. Me deshace en culpas. Me atrapa la urgencia. Primero la manzana. Después el bocado. Primero lo quiero todo, después me vuelco en lágrimas. Oleadas infinitas. Tropiezo en bucle. Me paralizo en los límites. Después me pienso libre, pero me descubro víctima del deseo de otro. La conciencia de pisar donde no debiera. La intención de atravesar la burbuja para explotarla, y explorar, por fin, lo prohibido.

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  2. Sus ojos se encontraron con aquellos ojos azules, fríos e impasibles… Se estremeció. Y mira que en la cárcel hay ojos impasibles… ¿Dónde los había visto antes?
    Como una ensoñación, de repente se vio transportado a AQUELLA mañana.
    -Che, boludo, llegaste tarde, ¿por ahí perdiste el colectivo?
    - Vamos a atracar un banco, ¿qué más da la puntualidad?
    -OK, let´s repeat the plan, please…
    Parecía un chiste. Un argentino, un español y un británico atracan un banco. Después de dar bastantes vueltas porque era todo zona azul, tranquilamente y sin saltarse ningún Ceda el Paso (no podían correr riesgos de meterse en líos), finalmente estacionaron…
    -Mueve tu culo gordo- volvió a la cruda realidad del desayuno en la cárcel. Avanzó en la cola. Un mendrugo de pan y unas galletas. Olor a café. Como el del bar, AQUELLA mañana, al lado del banco…
    Aún recuerda la entrada en la sucursal. Habló él, porque si hablaba el argentino se iba a enrollar y si hablaba el británico en España, con lo mal que se habla en inglés, nadie le iba a entender.
    -¡Al suelo!¡Todo el mundo al suelo! ¡Esto es un atraco! ¡Meta todo el dinero en la bolsa!
    La gente se echó al suelo rápidamente. Se mascaba el miedo.
    -Boludo, parecés en la Luna, vos te encontrás bien?
    -No puedo parar de acordarme de esa mañana.
    -Chist, no hables de eso. Que nadie se puede enterar por lo que estamos aquí…
    Pero ya no oía al argentino. Estaba recreándose en el recuerdo de cómo el empleado de la sucursal metía el dinero en el saco… Saco que aún conservaban con ellos en la cárcel, nadie les pidió que lo devolvieran.
    El silencio sepulcral de la sucursal sólo se quebró por la entrada de Martínez, empleado, que llegaba dos minutos tarde… Ahora compartía módulo con ellos, llegar más de un minuto tarde al trabajo era penado también con duras penas, y estigmatizado entre los reos.
    Salieron precipitadamente de la sucursal, el británico dejando pasar a un cliente… Siempre tan polite. Fueron por el coche. Se cruzaron con una venerable viejecita que a duras penas conseguía cargar unas bolsas de la compra… entraron en el coche atropelladamente… Las sirenas de la policía sonaban cada vez más cerca. El corazón latiendo, las piernas temblando, el coche que no arrancaba. Oh, no, se había puesto al volante el británico y se había olvidado de que se conduce por la derecha… Las sirenas cada vez más cerca. Una vuelta a la manzana. Otra vez la viejecita precipitándose sobre el paso de cebra… ¿Pero era la misma viejecita? ¿De dónde había salido esa velocidad sobrehumana? Frenaron en seco evitando atropellarla… A todas luces, iban triplicando el límite de velocidad…
    -A vos te entrará una hernia como sigás dándole vueltas
    -¡Chist!
    Volvió a aquella mañana… los coches policiales les rodearon… Tenían mucho por lo que empapelarles, pero lo más grave, y el motivo de arresto, era que no habían ayudado a la viejecita con las bolsas. Viejecita que había tenido que pararse bruscamente por su culpa… Cuál sería su sorpresa cuando vieron que las fuerzas del orden la esposaban también… por colarse en la cola de la pescadería.
    Mientras le esposaban, sus ojos se cruzaron con los de la viejecita. Duros y amenazantes. Se estremeció. Y entendió lo familiar de aquel estremecimiento aquella mañana en la cárcel. Se la tenía jurada. Le debían una. Tragó saliva con dificultad y notó el sudor que le emanaba de las sienes. Pero ahora tenían un pacto de silencio. Sólo había algo más estigmatizado en la cárcel que los que llegaban tarde al trabajo: los que no ayudaban a las abuelitas con las bolsas y los que se colaban. ¡Ah, quién fuera un atracador o un asesino!

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  3. Dictadores

    Unos niños juegan alegremente en el parque con una pelota que se tiran unos a otros en un corro. Una niña algo más mayor y más alta dice: ¿Vale que solo podemos tirársela a los que no se les ha caído? Todos entienden que dejar caer la pelota es un fallo así que empiezan sin darse cuenta a ignorar al que falla, que se queda quieto mirando el juego de los demás. Como cada vez quedan menos jugadores y se va haciendo cansado, un niño se despista y le tira la pelota a uno de los eliminados, que la coge, sorprendido, por reflejo. “¡¡No se puede pasar la pelota a Martín: la dejó caer!!” protesta la niña alta consternada. “Bueno, eso es lo que tu has dicho” se defiende el acusado. El juego continua en silencio, incluyendo poco a poco a los jugadores relegados, hasta que a la niña alta se le cae la pelota al suelo. La recoge rápidamente y la tira diciendo: “¡Vale! ¡Vamos a pasarla ahora dando un bote!”

    Lo prohibido empieza por ser “prohibido”, luego tantas personas cruzan la raya que se convierte en lo “vulgar” y finalmente lo vulgar se convierte en lo “aceptado”

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  4. FUNCIONARIOS I

    Prudencio Rodríguez, DNI 7 425 863- letra N de Navarra.

    Funcionario desde hace 26 años en el ministerio de justicia, durante los cuales se ha retrasado en un total de 12 ocasiones en llegar a su escritorio atestado de expedientes que tramita con automática precisión: 11 de ellas por problemas de tráfico, averías o huelgas en el metro, la otra vez no escuchó el despertador. En 1993 estuvo 7 días de baja laboral por la operación y convalecencia de una apendicitis.

    Cada mañana toma un café solo con 1 cucharada de azúcar, otro más en los 5 minutos de descanso de las 12 de la mañana. Si se ve obligado a comer fuera de casa se permite un tercer café tras la comida, a riego de que su sensible metabolismo se resienta y puede hacer que le cueste conciliar el sueño.

    Se afeita cada dos días y acude al peluquero mensualmente. Nunca ha reparado en los incipientes pelillos negros que empiezan a asomar por sus orejas.

    Los lunes y los miércoles acude 2 horas al gimnasio. El resto de tardes las dedica a visitar a su madre: juegan al tute, ven en silencio la televisión y regresa caminando a su pequeño piso en el barrio del Pilar. A las 11 ya ha cenado y se encuentra leyendo en la cama, novela y ensayo histórico preferentemente. Jamás escribe o hace marcas en las páginas.
    Tiene miedo a montar en avión. Aprecia el orden y la limpieza. Le gusta el cine mudo, la música clásica y ver el tenis. Considera inmoral la situación política actual. Se masturba una vez a la semana. Trata de no gastar más de lo necesario e invierte sus ahorros en un depósito a plazo fijo.

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  5. FUNCIONARIOS II

    Ana López, de Sevilla la Nueva, acaba de ser empleada para cubrir una baja en la limpieza de un Ministerio en Madrid. Un respiro, pues su paro estaba a punto de agotarse y comenzaba a sentirse auténticamente ansiosa por cómo sacar adelante a sus dos hijos adolescentes, dado que el capullo de su exmarido lleva meses sin pasarle la pensión.

    A Ana no se le caen los anillos por este nuevo empleo, ya ha trabajado como dependienta, cuidadora de ancianos, peluquera y planchando en una lavandería.
    Adora chismorrear con sus amigas y compartir con ellas un buen gin-tonic de vez en cuando. Disfruta de arreglarse, ir al cine, ver series o gran hermano. Su perdición es el chocolate y los dulces. Últimamente a duras penas puede controlarse y ha ganado algo de peso, pero sigue poniéndose escotes y vestidos ajustados porque como ella dice “lo que han de comerse los gusanos…”. Sueña con ahorrar y algún día poder viajar: su primer destino sería, sin lugar a dudas, Venecia. Tiene miedo a los ratones. Le angustian la vejez y la enfermedad.



    Una mañana Ana está fregando el suelo del baño de caballeros de la 5ª planta. Menea con esmero la fregona mientras escucha en sus cascos el último tema de Melendi. Abre con ímpetu uno de los servicios y se topa con un hombre abrochándose el pantalón.

    Sobresaltada da un respingo pues no esperaba encontrar a nadie tan temprano en la oficina. Como le sucede a veces cuando se pone nerviosa Ana rompe a reír, y algo en su cuerpo se despierta. Le reconoce como el tipo del escritorio del fondo, que aunque no es especialmente atractivo le resulta interesante, tan serio, tan formal… No lleva anillo, están solos, en un baño, él desabrochado, ella con solo la ropa interior bajo su bata. ¡Es excitante, qué demonios!

    Le sonríe con un brillo de insinuación y lujuría en la mirada. Como él no dice nada Ana avanza impetuosa poniendo en contacto ambos cuerpos. Aunque le nota paralizo, le besa sinuosamente y coloca las manos de él sobre su trasero. En respuesta empieza a notar una potente erección y se sonríe pensando en su 50 sombras de Gray particular.

    Ana toma la iniciativa, se saca el tanga y se coloca sobre el hombre. Le nota tenso, rígido y congestionado. Momentáneamente pasa por su mente la imagen de un robot, pero ella lleva tiempo sin un orgasmo y lo necesita, y lo busca y gime y se mueve y remueve hasta que estalla en una oleada de placer.

    Al retirarse suavemente busca complicidad en los ojos de su amante, pero no encuentra nada, está ido, obnubilado. “¿Estás bien?” Le pregunta sin respuesta.
    Ana se siente ligeramente avergonzada y tras despedirse con un breve beso se marcha pensativa.

    Esa tarde cuenta su aventura y entre risas las amigas la felicitan, ¡que le quiten lo bailado! Le aconsejan que le deje su número de teléfono antes de que se le acabe el contrato.

    La mañana siguiente Ana busca a Prudencio en su escritorio, no le encuentra. Tampoco en los días consecutivos. Maldice el morro que echan los funcionarios a la vida, ellos que pueden permitirse casi todo.

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  6. Miró desde la calle a través del cristal de la cafetería, como el que observa un acuario. Atónito como un pasmarote, el Dr. López, Rubén, se empezó a cuestionar cómo había podido llegar hasta el punto actual. Todo partía de cuando su matrimonio empezó a hacer aguas. Clara y él habían estado próximos el uno del otro durante casi dos décadas, pero nunca estuvieron realmente juntos. Cada uno tenía la cabeza en su propio experimento, era la única química presente en la pareja. Quizás se vieron como compañeros oportunos de un mismo viaje que terminó por helarse sin remisión. Clara peleó por un puesto en Berkley con uñas y dientes, Rubén se conformó con un puesto en la universidad de A Coruña, todavía de titular discontinuo a estas alturas. Desde entonces, su relación, hundida en las profundidades de algún punto del océano Atlántico, salía a flote en sus breves conversaciones programadas por Skype. Éstas eran demasiado condescendientes, ella siempre con prisa, él siempre cansado. Sus papeles de matrimonio seguían firmados en un cajón del armario, Rubén no recordaba en cuál, Clara no recordaba la existencia de un papel semejante.

    Galicia no era el lugar más propicio para olvidarse de la tristeza, la gente no acababa de acoger a Rubén en su seno, pero le daba igual. Llueve gran parte del tiempo, la humedad se mete en tus huesos poco a poco, y no sabes si la gente sube o baja.

    Pero el Dr. López, Rubén, natural de Albacete y doctorado en ciencias químicas en Madrid, se dedicaba a sus cronogramas, guías docentes, cumplimentaba sus acreditaciones par las agencias educativas,... cumplía todas las reglas del juego sin demora ni entusiasmo. Sus clases eran monótonas y aburridas pero certeras, directas al dato, prácticas de laboratorio firmes, bien diseñadas, correctas. Los alumnos le llamaban "el hombre sin sombra". Que ingenuos, primero porque pensaban que se lo llamaban a sus espaldas sin que se enterara; segundo, porque lo único que tenía eran sombras.

    En el trasiego diario le sorprendió un mensaje de correo electrónico de un tal O. Riveiro. Con el titulo "solicitud de tutor de doctorado". El Dr. López, Rubén, se quedó anonadado. Era el director de una línea de investigación en fundamentos de la termodinámica que había escogido con la intención de no tener nunca tutorandos. Aquella investigación había contado con fondos europeos y estaba en un punto de estancamiento del que parecía no salir. El mensaje llevaba una semana en su bandeja.

    Primera parte...

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  7. Indagó sobre O. Riveiro. durante toda la noche en los ficheros de la facultad. Era una chica de Pontevedra de veinte años con un expediente bastante aceptable, incluso en sus asignaturas, que tenían fama de complicadas, no había fotografías en su perfil. Desde aquel día furtiveó por los pasillos y las aulas en busca de O. Riveiro, Olga. Desgraciadamente la suerte le era esquiva, y escondía a la chica tras cambios de aula inesperados, faltas de asistencia por enfermedad o barullos grupales de compañeros. Era curioso pero hacía tiempo que no se dedicaba a algo con tanta pasión. Tras dos semanas de empeño, quizás con un punto obsesivo, Rubén seguía persiguiendo el reflejo de aquella chica sin acometer directamente la única circunstancia que realmente podría salvar la situación. Aquel mensaje seguía en negrita, aún sin abrir. Le costó unas horas de nerviosismo aquel doble click de ratón: idas y venidas a la cocina, miró por la ventana otras tantas veces, se sentó frotándose las manos... hacía un frío atroz.
    Cuando por fin abrió el mensaje y mandó una respuesta de aceptación telemática se sintió eufórico. Ahora ella debía responder y aquella intriga le pareció lo más excitante de su vida. Hacía un calor axfixiante y le costó conciliar el sueño. La respuesta de Olga no tardó en llegar.
    "Dr. López, estaré encantada de hacer una primera tutoría con usted la semana que viene para explicarle mis intenciones de tesis y que usted me asesore. Si no le importa, ya que la facultad me coge un poco retirada, podríamos quedar en el parque del funicular si a usted no le viene mal, en la cafetería que hay cerca del cañón antiguo de Franco. Un saludo y gracias por aceptarme".

    ¿Aceptarme?. Aquella chica necesitaría un par de años más para terminar la carrera y ya tenía muy claro aquello de la tesis. Le pareció raro, dejó volar su imaginación y se masturbó. Hacía años que no sentia placer sexual de ninguna clase, tampoco sabía por qué lo acababa de hacer, se había dejado llevar demasiado, había perdido el norte, la cordura, se sintió agobiado y tremendamente culpable. Cuando se calmó, respondió con un escueto "Podemos hacer la tutoría donde propone, a las 16:00 p.m, traiga la documentación pertinente, gracias"

    ¿Pertinente? ¿16:00 p.m?, menudo pedante robotizado. Aguardó hasta aquel día como si fuera el día de reyes. Incluso tuvo algún fallo en el aula, que sus alumnos comentaron con preocupación, - parece que al hombre sin sombra le ha dado un aire -, -parece otro- decían.

    13:58, de pie frente a la cafetería, su corbata le estaba ahogando. Hizo el ademán de entrar con seguridad pero se petrificó en medio de la puerta. Un orondo lugareño le espeta con el deje cantarín de la tierra.
    -¿Sale usted o entra?-,
    - No lo se, contestó Rubén automáticamente. el hombre le sonríe.
    -Si no fuese por su acento, yo diría que es usted bien gallego.
    Rubén sale arrastrado por aquel hombre y se siente absurdo, tanto, que casi hecha a correr, se da media vuelta alejándose de aquella cafetería, ha sido un estúpido.
    ¡Dr. López!, dice una voz femenina a su espalda.
    ¡Dr López, Rubén!
    Al girarse ve a Olga saludando desde la puerta, es un ángel aleteando sus alas. El viento golpea la gabardina de Rubén y le hace parecer un esbirro sacado de las películas de Dick Tracey.
    Aquella conexión se rompe con el inconfundible sonido semejante a una gota de agua que rompe su tensión superficial propio del tono de las llamadas de Skype.
    En la pantalla de su teléfono se desvela un nombre, Clara, y una palabra prohibida... Responder.

    Pseudónimo;
    Dr.López.

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  8. Croac croac (parte I)

    A las ocho de la tarde no tienen ningún plato terminado. Sebas y Laura sólo han conseguido rellenar los jarrones con flores de Ipês, importadas de Brasil. Él ha dedicado todo el día a buscar recetas en internet y ninguna le parece lo suficientemente exótica para su invitado especial. Marisa y Rolan llevan años hablándoles de Pierre y, al fin, van a conocerle. Laura coge las llaves del coche. Sin detenerse, le dice a Sebas que va sacando el coche, que le recoge en el portal. Mientra ella baja, él imprime la receta de ancas de rana con jamón. De camino al super, van haciendo la lista con lo que necesitan.

    —¡Falta todo! El vino, el jamón, el champán. ¡Qué desastre, somos los peores anfitriones del mundo!— exclama Laura
    —Y además conseguir ancas de rana a estas alturas de temporada es bien difícil —grita Sebas.
    —¡No nos da tiempo ni de coña! —continúa Laura, avanzando otro paso más en la espiral de nerviosismo en la que no pueden parar.

    Con las prisas, ella no se da cuenta de los golpes que va dando a algunos coches mal aparcados. Ya se lo decía su profesor de autoescuela hace 12 años, que se pegaba demasiado a la derecha.

    El super está abarrotado de gente, como es de esperar un sábado por la tarde. Los empujones no bastan para hacerse paso, ocasionalmente es necesario recurrir a pellizcos, cosa que a Sebas le desagrada profundamente por el contacto físico del que van acompañados irremediablemente. Va a ser imposible tener la cena lista para las diez. A su paso tiran latas, cajas y botellas, que quedan en medio de los pasillos.

    —¿Qué ha sido eso? —dice Sebas.
    —Nada, un señor ha pisado una lata y se caído —responde Laura—. Mira, los berberechos, por fin.

    Un hombre de unos cuarenta años con una densa barba les adelanta y mete en su carrito la última lata de berberechos de la balda. Sebas se le acerca por detrás y le da un golpe fuerte y seco en la nuca. El hombre cae inconsciente y Sebas recoge la lata de berberechos que rueda por el suelo.

    —Solo nos faltan las ancas —dice Sebas—, pero fíjate en la cola que hay.

    Laura le dice que la espere mientras se va abriendo paso entre la gente de la cola, que empieza a protestar.

    —¡Vaya morro! —grita una señora de unos sesenta años con vestido viejo gris.
    —Tranquilos, que solo voy a echar un vistazo —responde Laura con un aspaviento.

    Mientras finge interesarse por los precios de los lomos de lagarto, Laura empuja unas ancas de rana en el interior de su bolso. La gente de la fila la observa y la señora del vestido gris la mira con los ojos muy abiertos e inicia un gesto de protesta que Laura detiene con un puñetazo en la nariz de la señora. Su nariz hace un chasquido y un chorro de sangre se desparrama por la parte superior del vestido gris. La señora se queda gimiendo hecha una bola en el suelo y el señor de detrás aprovecha para adelantar un puesto en la fila.

    Laura y Sebas salen del super cargados de bolsas y sonriendo, van justos, pero calculan que les dará tiempo de agasajar a sus invitados con una buena cena. Cuando llegan al coche se encuentran con dos policías. Uno de ellos es alto y fuerte y el otro bajo y gordo. El alto está comprobando por radio los datos del coche. El policía bajo se acerca despacio y con gesto serio.
    —¿Ocurre algo, agente? —pregunta Sebas.
    El policía ignora a Sebas y se dirige directamente a Laura.
    —¿Es usted Laura Ramírez?
    —Sí soy yo, ¿hay algún problema, agente?—dice Laura con cara de preocupación.
    —Nos han llamado del supermercado para denunciar una infracción. ¿Es este su coche?
    —Sí.
    —No está bien estacionado, señora, está obstruyendo una salida de mercancías, como indica esa señal —dice el policía haciendo una indicación con la mano.

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  9. Croac croac (parte II)

    Mientras Laura conduce de camino a casa Sebas maldice su suerte.

    —Puto policía, por veinte minutos de nada. ¿Y has visto a su compañero? Le he pillado sonriendo mientras nos ponía la multa, seguro que se llevan una comisión...
    —Seguro—dice Laura, que detiene el coche bruscamente—. Lo que nos faltaba, ¡y ahora esto!

    Un grupo de ancianos cruza el paso de cebra que hay enfrente de un centro de día llamado "Las mañanitas". Caminan torpemente, muchos de ellos con la ayuda de un bastón o sentados en una silla de ruedas. Un anciano vestido con una camisa de cuadros, pantalones verdes de chándal y unas zapatillas de andar por casa se tropieza y suelta su bastón. Mientras se agacha a recogerlo sonríe a Laura, que acelera el coche embistiendo al anciano y a una señora que le estaba ayudando a recuperar el bastón.

    El resto del trayecto lo pasan en silencio, cada uno ensimismado en sus propios pensamientos. Sebas observa por la ventana como un sol enorme se oculta detrás de unos árboles que hay encima de una loma, y Laura piensa en qué tipo de música agradará más a Pierre.

    A las diez llegan, puntuales, Rolan, Marisa y Pierre. La mesa está adornada con las flores preciosas de Brasil, los platos están repletos de manjares, y en el centro están colocadas unas humeantes ancas de rana en salsa, envueltas en lonchas de jamón. La cena transcurre entre los acordes del quinteto "La trucha" de Schubert. Mientras, Pierre les habla de sus viajes por los países exóticos que ha visitado, de las personas que ha conocido y de cómo lograba ganarse su confianza para que le permitieran hacer las fotos que Pierre necesitaba para sus reportajes. Sebas y Laura le escuchan con aire soñador, dejándose embriagar por las aventuras que nunca realizarán. Cuando llega el momento de servir las ancas, Laura y Sebas se miran discretamente, con un punto de tensión que desaparece en cuanto sus invitados celebran dando palmas lo delicioso que está el plato.

    En cuanto acaba la cena Pierre, Laura y Marisa se acomodan en el sofá, mientras Sebas y Rolan van a la cocina a preparar los gin tonics. Uno echa los hielos y el otro frota un limón en el interior de las copas. Del salón llegan palabras indistinguibles de la conversación. Sebas agarra del brazo a Rolan.

    —Perdona, me parece haber escuchado algo —dice Sebas.

    Los dos se quedan escuchando. Del salón no llega ningún sonido.

    —Me había parecido... —dice Sebas.

    Se escucha el sonido de un estornudo que proviene del salón. Los dos hombres dejan las copas en una mesa y se dirigen al salón con paso rápido. Pierre está en lado del sofá con cara de sorpresa y las mujeres en el otro, mirándole fijamente, con rostro serio. Cuando llegan Sebas y Rolan, Pierre les sonríe buscando complicidad.

    —Acabas de estornudar, ¿verdad Pierre? —Rolan habla con tono serio.
    —Sí yo...

    Sebas agarra a Pierre de la camisa con las dos manos y tira a Pierre al suelo. Después se sube encima de él y empieza a darle puñetazos en la cara. Cuando se cansa se levanta y Rolan le da una patada en las costillas, enseguida se le une Laura, luego Marisa y finalmente Sebas. Los cuatro patean a Pierre, que está en el suelo recibiendo golpes por todas partes.

    Horas más tarde, Marisa, Rolan, Sebas y Laura se sirven su tercer gin tonic.

    —Sentimos mucho lo que ha pasado —dice Marisa.
    —No os preocupéis —dice Laura mientras le toca la pierna cariñosamente a Marisa—, como podríais saber que...
    —¿Os gustaron las ancas? —dice Sebas.
    —Deliciosas —responde Rolan.

    Laura y Sebas sonríen y se miran el uno al otro con cara de satisfacción.

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  10. Wittgenstein afirmó que la clave para lograr insight estaba en las tres Bs: Bed, Bath, Bus. Aludiendo a que es precisamente cuando no estamos concentrados, cuando nuestra mente está desenfocada o desenchufada, cuando es más probable que emerjan las grandes ideas. Ideas en maceración a las que previamente hemos estado rondando, persiguiendo, con más consciencia y aparentemente más energía, pero por caminos desacertados.

    El pasado domingo me habría gustado poder saltar en el tiempo y trasladarme a la Viena de principios de siglo XX para darle la enhorabuena “En efecto, Ludwig, me pasó así” “pero en mi caso fue con una A, la A de Alcachofas”.

    Me encontraba pos-resacoso en un estado parecido al zen pero no derivado del sosiego y la paz sino más bien de todo lo contrario: empanado, somnoliento, me daba igual todo. Todo fluía en mi forzado intento de neutralidad y pasotismo sentado a la mesa de la comida familiar. Asistiendo al eterno protocolo milimétrico, más propio del guion de El día de la marmota que del momento cálido y esperado que siempre habían pretendido simular.

    Mi padre a la cabecera de la mesa afirmando su reinado en el patriarcado, mi hermana con los niños y su expresión de correcta infelicidad, mi cuñado vestido por entero por mi hermana como recién calcado de la sección de moda del semanal del abc. Y yo, el nota, con mi camiseta de Cradle of The Filth, mi cara de haber dormido lo que dormí y haber tomado lo que tomé y mis siete para ocho años matriculado aún en la facultad de magisterio.

    Pero volvamos a las As, las As de Alcachofas. Ahí estaba mi madre ofreciéndome con su sonrisa desnaturalizada el guiso de alcachofas, que no le gusta ni a ella, cuando surgió la duda que anticipa a la revelación. ¿Y si con todos mis esfuerzos por ir a la contra sólo estaba logrando acoplarme con mimetismo camaleónico a la pieza que el puzle de mi familia precisaba? ¿Y si en mi vida lo prohibido era lo establecido?

    Pseudónimo: Oveja Negra.

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  11. COLLAGE

    En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo.

    A nuestro alrededor giran universos enteros, estrellas, soles, lunas, galaxias, aerolitos, grandes constelaciones, nubes de gas y polvo, sistemas planetarios, materia interestelar. Hasta basura espacial. Pero sobre todo, un silencio insondable que todo lo absorbe.

    La Tierra no es un planeta cualquiera. Se cuentan allí ciento once reyes (sin olvidar, sin duda, los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones y medio de ebrios, trescientos once millones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de personas grandes.

    En las autopistas ves cómo es la gente. En las mesas de los restaurantes ves cómo es la gente. En las televisiones ves cómo es la gente. En el supermercado ves cómo es la gente, y etc., etc. Es siempre lo mismo.

    No hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga. La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra cosa: ésa es la gran causa oculta: es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.

    Los bancos callejeros son como una antología de todos los sinsabores y de casi todas las dichas: el viejo que descansa su asma, el cura que lee su breviario, el mendigo que se despioja, el albañil que almuerza mano a mano con su mujer, el tísico que se fatiga, el loco de enormes ojos soñadores, el músico callejero que apoya su cornetín sobre las rodillas, cada uno con su pequeñito o grande afán, van dejando sobre las tablas del banco ese aroma cansado de las carnes que no llegan a entender del todo el misterio de la circulación de la sangre.

    Vuestra sangre, vuestra vida,
    no la del explotador
    que se enriqueció en la herida
    generosa del sudor.
    No la del terrateniente
    que os sepultó en la pobreza,
    que os pisoteó la frente,
    que os redujo la cabeza.

    Para mí la clave de la libertad es la libertad de pensamiento. Se habla mucho de la libertad de expresión. Hay que reivindicar la libertad de expresión, por ejemplo en la prensa, pero si lo que usted expresa en la prensa es un pensamiento que no es propio, que ha adquirido sin convicción y sin pensarlo, entonces no es usted libre por mucho que le dejen expresarse .

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  12. Era noche cerrada, Mashda, el secretario del rey Ur descansaba en su lecho. La estancia estaba sumida en una profunda oscuridad sólo rota por el brillo de los ojos abiertos del hombre. En ellos se podía leer el enfado. No era capaz de alejar de la mente la expresión de angustia de su hermano menor cuando esa misma mañana le contaba con la respiración acelerada la desaparición de dos carneros.

    La merma de su pequeño rebaño era un mazazo para la economía familiar, pero no había nada que Mashda pudiera hacer. No había rastro del ladrón y en unos días este rapaz podría encontrarse en cualquier lugar entre el Tigris y el Éufrates.

    Mashda era un hombre inteligente, lo que le había valido un puesto en la corte. Había empezado como escriba hacía ya ocho años, pero su talento y, sobre todo, su sentido común le habían llevado a ser la mano derecha del rey.

    Agradecía la confianza que se depositaba en él y dados sus orígenes humildes, no dejaba de admirarse cada día con el respeto que le profesaban en palacio. Tampoco se le escapaba que más de un envidioso rezaba para verlo caído en desgracia. Para bien o para mal, la vida entre esas altas paredes de barro se había convertido en su único mundo. Los asuntos del rey absorbían todo su tiempo y las salidas a la ciudad eran cada vez más infrecuentes.

    Cuando salía de los terrenos de palacio no podía dejar de percibir el abismo entre su forma de vida y la de sus vecinos. Más que de estar caminando en el presente, tenía la sensación de revivir un recuerdo. Sus ojos y oídos estaban más alerta de lo habitual, quería impregnarse de ese ambiente que le devolvía a su infancia. Sin embargo, demasiadas veces no le gustaba lo que encontraba.

    El episodio de su hermano le había indignado especialmente y se sentía responsable. Era consciente de que injusticias como estas ocurrían todos los días. No eran solo los robos de carneros, bueyes y asnos, ocurrían otras cosas terribles a su alrededor. Pensaba en la suerte que corrían los huérfanos y las viudas, solos en el mundo, acababan a merced de seres despreciables que los explotaban. Esto tenía que acabar, pero la idea de impartir justicia casa por casa era inviable. Pensó en las tablillas que había escrito hace pocos meses después del incidente con Lagash, ahora el reino de Ur tenía las fronteras definidas y los otros Estados vecinos se lo pensarían dos veces antes de intentar apropiarse de sus territorios. Sí, si quería que las cosas fueran a mejor, esa era la única solución posible, ponerlo por escrito. Prohibiciones y castigos severos para los que las incumplieran. Él era razonable y benévolo, pero empezaba a entender que no todos eran como él. Por la mañana hablaría al rey de su idea de la justicia escrita…

    El primer Código de leyes del que se tiene constancia fue promulgado por el rey sumerio Ur-Nammu hacia el año 2050 a.C. Dicen que desde entonces la Justicia ha evolucionado mucho. Con lo que uno ha visto, no sé qué pensar. Hay leyes y leyes, en número y contenido. Aquí una pequeña muestra de en lo que han degenerado algunos códigos legislativos, juzguen ustedes mismos:

    1. En Tulsa, Oklahoma, está prohibido abrir una botella de soda sin la supervisión de un ingeniero con título
    2. Está prohibido morir en el Palacio de Westminster
    3. En China es ilegal la reencarnación
    4. En New Jersey está prohibido sorber la sopa
    5. En el estado de Michigan está prohibido lanzar pulpos.

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  13. La princesa entrometida (parte I)

    Las pequeñas gotas de agua, atrapadas por la tensión superficial en el cristal, parecían regocijarse, cual resaca, tras una precipitada noche de desenfreno. Porque unos se mojan...otros, las sienten... Yûnxû era capaz de percibir el delirio final de aquellas diablillas, al resbalar, unidas en un solo placer, por la vertical de la ventana. Una ventana que para ella, daba a una noche eterna.

    Noche...Negro...Oscuridad...Sombras...Borrosidad...Confusión...Velo...Nada...y la oportunidad para Todo...

    El olor a tierra mojada se mezclaba con el del café. "Tengo que pasar por el súper y dejar la compra hecha antes de salir esta noche". Pensó Zhuàn, mientras se ataba la corbata que le había comprado su mujer la semana pasada. Rosa. "Prohibido mancharla".

    A trompicones, esquivando al perro, y con las noticias como ruido de fondo, cogió su termo a la vez que interceptaba un beso de su hija ("Prohibido prohibirle"), y salió por la puerta gritando un potente pero algo vacío: "Buen día, carino!".

    El día de trabajo se presentaba duro: contabilidad atrasada, reuniones, llamadas, gritos del jefe... "Prohibido darle un puñetazo"

    En el descanso de las 12, cuando por un momento se desvanecía la máxima del “Prohibido no producir”, solo podía pensar en que llegara la hora de salir aquella noche. Muchos de los que allí trabajaban, de hecho, muchos de los que participaban del estudiado engranaje de esa metróplis, habían transgredido y experimentado el mismo secreto.

    Sentado en la mesa y recogiendo los últimos papeles, vio el abrecartas y se acordó de su difunto padre... "Prohibido sentirse vulnerable" (resonaba en su cabeza)

    Hora de cenar. Como una mordaza inteligente incorporada, la televisión conseguía de los comensales que sólo abrieran la boca para ingerir alimento. Si fallaba, el móvil era el que recuperaba la clandestinidad de las palabras habladas... "Prohibido conversar".

    Era el momento. Lo necesitaba más que nunca.

    El ruido de algo caer despertó a Yûnxû de su ensoñación, perdida más allá de la ventana. Sabía perfectamente de dónde procedía el sonido. Se dirigió, curiosa y excitada al mismo tiempo, hacia su parte favorita de la casa: el zapatero. Y allí estaban. Un único par de zapatos...Ésta vez eran de hombre. Los tomó delicadamente entre sus manos y los apretó contra su figura. Se dirigió lenta hacia la entrada, dejó los zapatos en el suelo, bien colocados frente a la puerta, y se sentó a esperar a su invitado.

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  14. La princesa entrometida (parte II)

    ¡Llegué! Es aquí... el número 8. En un angosto callejón de un barrio de colmenas de protección oficial estaba el bar que frecuentaba el contacto. Faltaban diez minutos para la cita, pero no iba a permitir que los "Prohibido aparcar aquí" le hicieran llegar tarde. "Me tomaré un trago en lo que hago tiempo y así me relajo...o no..?" Planeó. "Prohibido bajar la guardia" respondió el eco.

    Entró en aquel oscuro agujero y, pese al “Prohibido flaquear”, logró acomodarse en la mesa situada junto a la máquina de tabaco. Había aguantado apenas dos minutos, cuando se dirigió al servicio de caballeros a refrescarse la cara, y encontró arrinconado en la confluencia de azulejos descascarillados y pegajosos a un chico con los brazos cruzados en cuclillas. “Prohibido involucrarse”, se proyectaba en su corteza frontal. Se inclinó sobre el lavabo a la vez que recogía el agua en el cuenco de sus manos, y al incorporarse, se percató de que no había espejo. Estaba frente a una puerta. “Prohibido perder”, reverberaba en su interior. Quince eternos segundos de silencio, sudores fríos y palpitaciones… Y cruzó el umbral.

    Una habitación de madera, amplia, acogedora, cálida…y unos zapatos en el suelo. “Y esto…?!?” De repente, sus ojos se encontraron con los de ella y el susurro en su cabeza se tornó apaciguador. Obtuvo su respuesta. Se puso los zapatos. Un latigazo eléctrico, estremecedor, casi orgásmico, le recorrió de pies a cabeza. Ahora la oía claramente.

    Yûnxû le posó de manera maternal las manos en las sienes y musitó: “Sólo estás confinado por las barreras que te pones a ti mismo. Vuelve. Y vuela.”

    El sonido del agua del grifo, poco a poco, le desveló frente al espejo. “Qué hora era..?” Permaneció inmóvil ante su imagen. “Proh…Phro…ido…ibi…rohi…”. Se giró en el silencio y su mirada recayó en una pila de baldosas destrozadas, quebradas, a los pies de la destartalada pared desnuda. Silencio…sosiego…hermetismo…paz… y, súbitamente, como una melodía en crescendo, aplausos lejanos…la risa de su hija…música…el ulular del viento… el chasquido de los besos de su mujer…sus gemidos entre las sábanas…el silbido de la tetera… el borboteo de los guisos de su madre… sus palmaditas en la espalda… el gorjeo de los pájaros… el tintineo de la medalla de su padre…el chapoteo de su perro en los charcos…

    Como una exhalación, salió del bar.

    Y retomó el vuelo.

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  15. Me creía inmortal. Y tan poderosa… Todas las civilizaciones han escrito sobre mí hasta la saciedad. Y sobre lo que pasaría a sus fieles seguidores si se les ocurría hacer caso de mis cantos de sirena…
    Vagaba desde el inicio de mis tiempos, colándome en las almas, infestando sus sueños y pensamientos con la visión del escote de la vecina, lo bien que le quedan los vaqueros al chico del metro por las mañanas… Atosigándoles con el olor de los pasteles recién horneados, con el recuerdo del sabor del chocolate… Llenando su vacío existencial “¿y si hiciera?”, y contemplando divertida cómo se refutaban y requeterefutaban las razones por las que no debían…
    Había empezado a estar aburrida de ese juego, saltándome de alma en alma, sin rumbo, a través de los siglos… Era demasiado fácil. Hasta que conocí a Liz. Me fascinó desde el primer momento. Estaba harta de aquellas almas insípidas y superyoicas…
    Debí sospechar que algo no saldría bien, la poseí cuando estaba dormida. Dormía plácidamente, eso debería haberme puesto alerta. Se despertó. Empecé a cizañarla con “qué bien se estaba en la cama…”. Ante mi sorpresa, decidió quedarse en la misma. Ahí ya empecé a agonizar mientras ella disfrutaba de “esos cinco minutitos más…”.
    Después se levantó. Decidió –ante mi sorpresa- que no le apetecía ducharse hasta la noche. Intenté un “mira, que si te pasa algo tienes que ir bien aseada…mira, qué van a pensar de tí, mira que si te cruzas con el hombre de tu vida”, pero era inmune… Cada vez me costaba respirar más…
    El golpe fatal sobrevino al acabar el desayuno “Hummm, estaría bien acabar con algo dulce…”, le sugerí. Yo había sacado ya la artillería pesada. Abrió la caja de bombones y se zampó uno. Lo único que recuerdo, antes de morir, es que estaba relleno de naranja, de sus favoritos.

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  16. Podríamos haber sido considerados como los últimos héroes modernos, pero hemos escogido esta vida austera, prácticamente anónima, alejada de los focos del reconocimiento y la admiración. Hemos rechazado satisfacciones y placeres para lanzarnos a la conquista de retos sublimes, retos que únicamente están al alcance de un puñado de valientes que no se someten a la dictadura del rebaño. Algunos insisten en llamarnos locos, que les traguen las pocilgas de su envidia, nuestra empresa les alcanzará algún día, les derribará sin remedio, y tendrán que postrarse ante la superioridad de nuestra férrea rectitud. Pero soy compasivo con estas opiniones endebles. Comprendo que la conducta que adoptamos no la pueden soportar los talantes ordinarios. Yo mismo tuve que esperar hasta los 30 años para reunir el coraje y la determinación de entregarme enteramente a esta causa. Previamente había tenido tentativas, de mayor o menor envergadura, de las que acabé desistiendo por falta de madurez y confianza. Las primeras experiencias preceden incluso a mi consciencia, pues mis padres aseguran que rechazaba toda comida que me fuera servida en un plato. Ya en el colegio, recuerdo el gran revuelo que se organizó a mi alrededor al negarme a escribir la letra “o” en ninguna de sus formas. Esta sencilla prohibición comprometía gravemente mi capacidad de expresión, pero suponía también un estímulo irresistible para redoblar los esfuerzos que dedicaba a las labores escolares. Pasaba horas rebuscando palabras en el diccionario que permitieran el rodeo semántico continuo en el que se habían convertido mis deberes. Una tarea que solía durar menos de una hora, se dilató hasta las cuatro o cinco horas cada día. Con el agravante de suspender sistemáticamente los exámenes, ya que se me negaba injustamente el uso del diccionario. Esto desembocó en un pequeño drama familiar y (aunque ahora me avergüenzo terriblemente de ello) decidí evitarlo escribiendo normalmente en los exámenes pero omitiendo la “o”. Estalló entonces una tormenta de psicólogos, pedagogía e interminables sesiones de terapia en las que comprendí que nadie iba a reconocer el inmenso sacrificio que estaba llevando a cabo. Durante años aprendí a convivir con la etiqueta de raro, con el aislamiento y la soledad de no poder compartir las penalidades derivadas de mis nobles renuncias. Como digo, no contaba con la madurez necesaria empujar hasta sus últimas consecuencias las restricciones que me imponía. Carecía de la voluntad necesaria pues no contaba con los instrumentos teóricos adecuados para mantenerme recto en los momentos de flaqueza, y lo más importante, estaba solo. Se abrió el cielo cuando conocí y entré en la Asociación. Por primera vez soy uno más, otro integrante de esta élite entrenada en el sacrificio. Con ellos soy más fuerte, su mera existencia es ya una ayuda para sobrellevar las privaciones que inundan mi vida. Pero no es la cercanía humana lo más importante, son sus enseñanzas y su conocimiento. De ellos he obtenido el Propósito con el que me sostengo en la abnegación. Ahora soy un soldado de vanguardia, un peón adelantado que prepara el advenimiento del único futuro posible: la Gran Prohibición.

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