sábado, 12 de mayo de 2012

VI Edición de Relatos Fundamentales

Ejerciendo de regente ante la ausencia de gobierno y dando un golpe de estado necesario, os convoco a la VI Edición de Relatos Fundamentales!!

Temática:  Esta vez, los relatos tienen que estar EN EL LÍMITE, deben llegar al límite, o estar próximos a él. Entiéndase límite con total libertad y en el contexto que se prefiera, pero debe quedar claro que de algún modo se llega al límite.

Extensión: Los relatos tendrán un extensión de entre un mínimo de 100 y un máximo de 500 palabras.

Método de envío: Los relatos se publicaran automáticamente como comentarios de la entrada correspondiente en el blog.

Identidad: Los autores permanecerán completamente anónimos hasta después de la votación. Es imprescindible el uso de un pseudónimo. Para ello se puede publicar el comentario como Anónimo. Eso sí, no os olvidéis de escribir al principio o al final del relato vuestro pseudónimo correspondiente. Si queréis, enviadnos un correo a relatos.fundamentales@gmail.com indicando qué pseudónimo habéis escogido, no abriremos ningún correo antes de la votación. Se recomienda cambiar de pseudónimo con cada concurso para preservar el anonimato.


Fecha límite: Los relatos tendrán que ser enviados antes del jueves 31 de Mayo de 2012.

Votación:
Una vez entregados los relatos, los participantes serán invitados (el viernes 1 de Junio) a cenar en la casa del mejor postor, ya que aún está por determinar la casa. Allí se elegirá al ganador de esta edición. A la hora de votar, cada participante repartirá 10 puntos entre todos los relatos de los demás participantes.Entre los tres más votados se efectuará después una segunda vuelta en la que sólo se podrá votar a dos (no menos) repartiendo entre ellos 3 puntos. Antes de la cena se depositarán los votos de la primera vuelta en una urna que se abrirá tras la lectura en voz alta de los relatos. La segunda vuelta se realizará al final de la velada. 


Premios: El ganador mensual recibirá ánimos y/o halagos proporcionales a la calidad de su obra. Se le concederá un trofeo (fabricado a mano especialmente para el concurso) y acceso como autor del blog para que proporcione la nueva temática del siguiente concurso, así como sus características.

22 comentarios:

  1. Visita al museo


    Dicen que para llegar a comprenderse a uno mismo puede hacer falta una vida entera. Yo por el momento me conformaría con hallar respuesta a una pregunta mucho más modesta: ¿Por qué no me lo han dicho antes?

    Esa tarde llegué a casa conmocionado, después de que me echaran del baño del museo. Me metí en él porque no acababa de creer lo que había descubierto. Escudriñé mis facciones una y otra vez. No era capaz de parar, pero es que ahora las veía con unos nuevos ojos. No sé cuanto tiempo estuve en el baño, pero solo fui capaz de irme cuando los bedeles, ajenos a mi apocalipsis interior, me dijeron que cerraban en dos minutos.

    De camino a casa, recordé los juegos en el patio, las lecciones soporíferas de la sra Carmen, las trastadas con Marcos en el barrio... Incluso mi primera novia. Todos estos buenos recuerdos tenían que ser revisados.

    En el trabajo pedí la semana libre por asuntos personales. Durante esos días de reflexión empecé a darme cuenta de detalles hasta ahora desapercibidos. Hacía frío y yo caí en la cuenta de que, aunque me compraba abrigos, nunca los usaba. El hijo del vecino, como siempre, encestó la pelota en una rama del árbol, para que yo se la devolviera. Cuando fui a la piscina cubierta, recordé que el monitor, con una sonrisa irónica, siempre me decía que para qué llevaba el gorro de baño, si total...

    Después de una semana sin pensar en otra cosa, llamé a la única persona que siempre me ayudaba cuando estaba confundido.

    - Mamá, creo que soy un Homo Habilis.
    Silencio al otro lado.
    -¿Mamá?
    -Puede incluso que seas un Homo Ergaster, los expertos nunca se pusieron de acuerdo...
    -¿Cómo?
    - Bueno, es que no era fácil, hijo. Ellos no habían visto jamás uno vivo, y claro, no es lo mismo. ¿Cómo te has enterado?
    - El otro día, en el museo...pero mamá, me parece increíble que no lo supiera. Yo no me acuerdo de nada.
    - Al principio eras pequeño...y después decidimos no contártelo. ¿Para qué?, la verdad es que siempre te adaptaste tan bien...Lo de las revisiones anuales fue más difícil. ¿Te acuerdas del doctor Tejo?
    - Sí claro, justo tengo mi revisión la próxima semana.
    - Creo que es hora de que sepas que en realidad no es médico, sino un conocido antropólogo.
    - Imposible, pero si lleva años encargándose de medir la curvatura de mis dedos, el volumen de mi cabeza...como cualquier médico.
    - Hijo, eso no es lo habitual. Ya sé que te dijimos que se lo hacen a todos, pero no.

    Mi madre se despidió ignorando mi recién descubierto estado evolutivo: ¨Abrígate el cuello, hijo, que hace mucho frío estos días”.

    Traté de seguir con mi vida, pero volvía al museo todas las semanas. Era una manera de reconocerme. Ahora que sabía que era un Homo Habilis sentía una soledad de siglos. En una ocasión vi una mujer paralizada ante mi panel explicativo. La observé un buen rato, parecía estar totalmente hacia dentro. Los visitantes pasaban a su lado, intentando leer, sin ningún éxito, pues ella permanecía inmóvil. No veía su cara, estaba de espaldas. Tenía una hermosa cabellera. Me acerqué muy despacio, como si fuera un hechizo y mis pasos pudieran quebrarlo. Tuve que interponerme entre el panel y ella para que se percatara de mi presencia. No hubo ninguna duda cuando nos vimos de frente. Me sonrió enseguida. Ahora vivimos en una cueva.

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  2. Limítrofe

    Dios murió. Quizá yo lo maté o quizá no hizo falta, es algo que no sé ni me importa. Lo que sí sé es que murió cuando yo tenía unos 13 años y que entonces heredé de él la condición de limítrofe. Hasta los 30 viví de espaldas al vacío así que ese título era prácticamente nominal. Pero entonces pasó algo, no sé que fue, supongo que algún proceso biológico se desató en mi interior y me giré. Puede que te ayude saber que al contarte esto me viene a la cabeza el ruido que hacía mi padre al andar en zapatillas por el pasillo. Qué se yo, igual puedes relacionarlo con la muerte avanzando inevitablemente con pasos pesados. Esas metáforas te encantan. Bueno, al caso. Comprendí que para evitar el absurdo la vida me exigía algo más que ser feliz.

    Pasé una fase de pánico calmado, delirando a veces con la idea de perdurar alojado en los edificios que diseñaba. Eso me duró poco. Primero supe que mi nombre era una aguja en un pajar y luego, que la inmortalidad de mi nombre me era indiferente. Nunca sería suficiente para alejar el vértigo porque lo que me aterraba de verdad era convertirme en una de esas momias acartonadas con pelo largo y mandíbula desencajada.

    También me engañé durante un tiempo con el amor. Creí que bastaría con anclarme a ella bajo el edredón, noche tras noche. Viví esos meses del espejismo de que que agarrado a su cuerpo desnudo y caliente no sería engullido por la nada. Pero claro, tampoco duró. Pronto resultó evidente que morir juntos es también morir.

    Sé que habías adivinado hace dos párrafos que estaba tratando de regresar al útero materno, lo que he tratado de decirte con ellos es que hasta entonces mis movimientos habían sido torpes y desesperados. Únicamente me había dejado arrastrar por mi mente pero fue mi cuerpo el que dio el siguiente paso. Y fue una genialidad. Fue durante alguna de esas deliciosas mañanas de sábado, habíamos vuelto a la cama después de desayunar, ya sabes para qué. Yo estaba divirtiéndome dentro de ella y repentinamente sentí la tentación de no apartarme y liberarme en su interior. No lo hice pero este impulso me sobrevino una y otra vez y cuando se había convertido en un sentimiento habitual me percaté, por fin, de su existencia. Lo que había nacido siendo una fantasía sexual, devino en una firme determinación trascendental.

    Entendí que no era necesario regresar al útero de mi madre, que bastaba con curvarme y retorcerme hasta encerrar un universo mullido y tibio que proteja a mi hijo de la inmensidad. Y sabes el resto, jugué a ser Dios, más limítrofe que nunca. Ahora sólo me queda esperar a que él me mate y herede. Y que la rueda gire, por los siglos de los siglos. Así, la vida será igual de absurda, pero al menos será eterna.

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  3. Me llamo Ana.

    El río Zambeze nace en Zambia, discurre por Congo, Angola, Zambia, Namibia, Zimbabue y Mozambique, y va a desembocar en el océano índico.
    Me llamo Ana y y el río Zambeze tiene una longitud total de dosmil quinientos setenta y cuatro kilómetros.

    Me llamo Ana y esta es la historia de un salto.

    Existe un puente en el río Zambeze donde uno no está en ningún sitio. Unos metros más atrás, al borde del acantilado, uno se encontraba en Zambia. Zambia, capital: Lusaka; Zambia, un país sin mar. Esto es lo que yo sabía de Zambia cuando mis compañeros de viaje me lo señalaron en el mapa. Unos metros después, apenas veinte, uno se encuentra en Zimbabue. Zimbabue, capital: Harare, tampoco tiene mar.

    Podría decirse que el puente es tierra de nadie si no fuera porque, aunque no es de nadie, tampoco es tierra. Apenas cuatro maderas mal puestas sostienen una estructura ligera. Es aquí, encima de las maderas, doscientos metros por encima de la nada misma, donde todo ocurrió.

    Cuando salté y oí el crujido de la cuerda al romperse no pensé que estuviera condenada a la muerte, sino al olvido. ¿A dónde se podía caer desde la tierra de nadie si no es a la nada misma?

    En los doscientos metros que me separaban de las frías aguas del río Zambeze me desnudé de todo. En el instante en que oí el crujido perdí la esperanza. Luego sentí cómo perdía la amistad, pues las cuerdas de mis amigos habían mantenido su integridad en toda su longitud y la mía no. Desde el vacío de la nada sobre la que me abalanzaba sus gritos de pavor parecían apenas susurros.

    Para cuando llegué abajo me había desposeído también de la carne y no pude sentir el golpe. Los cocodrilos me respetaron porque cuando llegué a su gélido territorio era ya solamente un nombre.

    El nombre. Esa cosa tan banal, elegida por puro azar, que apenas significa nada, es lo único que me queda. La cuerda no fue suficiente para sostener mi peso. Me sigo llamando Ana. Uno, por lo general, siempre se llama igual. Y yo me llamo Ana.

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  4. pseudónimo: Iniesta

    Mayo de 1990: mi padre baja a comprar el pan y el periódico y en el quiosco ve algo que cree que me puede hacer ilusión. Me regala el álbum de cromos del Mundial de Fútbol Italia 90. Tengo 7 años y me gustan mucho los aviones, los planetas y las estrellas y los G.I.Joe armados hasta los dientes, pero el fútbol no me llama mucho la atención. Como es un regalo de mi padre, superman, se vuelve automáticamente importante para mÍ y paso horas pegando caras de jugadores y mirando una copa de oro legendaria. Me gustan mucho los cromos de los escudos de cada país, porque tienen fondo plateado y son guays. Y también los pelos de Valderrama y la camiseta de la URSS. Y Butragueño, Sanchís y Zubi. No recuerdo ningún partido de España pero sí a mi padre comiendo pipas, patatas y aceitunas con un cubata, en el sofá y la emoción de un partido en concreto en el que yo iba con los de rayas azules y blancas, pero perdieron contra Alemania.
    Junio de 1994: La luz verde refractada a través de las hojas de los árboles llega hasta el salón, donde mi padre está comiendo pipas, patatas y aceitunas con un cubata mientras responde mis preguntas. Ahora entiendo el fuera de juego. En el colegio no se ha parado de hablar del tema y aunque yo no soy muy bueno en el patio, para cuando Salinas falla delante del portero, mis ilusiones futbolísticas son ya gigantescas. Poco después Tassoti le rompe la nariz a Luis Enrique en el área y Roberto Baggio mete gol. Es la primera vez en mi vida que la decepción y la frustración por algo que ha ocurrido en la tele me da ganas de llorar. Ese verano Klinsmann es mi chapa preferida.
    Junio de 1998: Mi madre nos deja que recojamos la mesa y la cocina un poco más tarde, cuando termine el partido. Va muy bien, esta vez sí que ganaremos! Llevo cuatro años esperando otra oportunidad y muchas ganas de que nos crucemos con Italia… pero Zubi está ya mayor y regala un gol a Nigeria. Aunque ganamos 6-1 a Bulgaria, no pasamos la primera ronda… cuatro años esperando para nada. A mi padre no le ha dado tiempo a sacar las pipas, patatas y aceitunas.
    Junio de 2002: Tras un calvario de renovación, la selección ha madurado, igual que yo. Y este año tenemos un equipazo y a Camacho de entrenador. Jugamos muy bien y llegamos a cuartos. Metemos dos goles pero nos los anulan injustamente y llegamos a los penaltis. Es una lotería y no nos toca. Esta vez siento enfado y mi padre, que está comiendo pipas, patatas y aceitunas con un cubata, lo expresa menos, pero también se cabrea. La sensación de resignación e inevitabilidad se apodera de todos.
    Junio de 2006: Tras hacer un esfuerzo tomo aliento y cojo ánimos, pero ya me voy preparando para que no me duela mucho la eliminación. No quiero sentir la frustración de nuevo. A pesar del buen juego y la calidad, Zidane, uno de los mejores de todos los tiempos, se cruza con nosotros y hace valer mi precaución. Creo que esta vez hemos hecho lo que hemos podido y aunque en ese momento no lo sé, algo más importante se ha cuajado en el vestuario de estos futbolistas de mi edad, que también coleccionaron cromos y vieron perder a la Selección con sus padres. Su frustración y sus ganas, son como las mías, pero su talento va más allá. Cuando vuelvo a casa mi padre ya ha recogido las cáscaras de las pipas y el vaso, pero nos desahogamos comentando el partido.
    Junio de 2010: Algunos amigos no entienden mi euforia y alegría sinceras, pero cuando veo a Iker levantar esa copa legendaria que había visto en un cromo en 1990, cuando veo a Iniesta meter gol en el límite del tiempo reglamentario de la prórroga, en el límite de mi desgastada ilusión, con un patadazo que mete el balón en la red holandesa vengando a todos sus predecesores, en ese momento, soy feliz. Y grito y me abrazo con mis amigos y llamo a mi padre porque sé que estará en casa tomando pipas, patatas y aceitunas con un cubata y lo único que lamento ese día es no estar también con él.

    http://www.youtube.com/watch?v=nmVstWkIpY0

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  5. Pseudónimo: Razvan

    Enfrente de mi portal hay un banco y en él está sentada siempre una señora gitana. De 8 de la mañana a 10 de la noche, de lunes a sábado y aunque haga un frío que pela. A veces, para entretenerse, cose, se corta las uñas o lee la biblia pero normalmente se deja abordar por algún que otro personaje carismático del barrio y se pasan horas charlando. A las 9 y media de la noche se va a la puerta del Aldi de debajo de mi casa y rebusca algo de cena en el cubo de basura. Cuando me mudé pensaba que ella no hacía nada más que eso pero al tiempo me di cuenta de que está acompañando a su marido, el señor gitano. Sin dientes, casi sin pelo, él se pasea con un cartel y un bote pidiendo dinero a los coches que se paran en el semáforo de Avenida de América. Cuando está en verde, se hace a un lado y los coches le pasan por delante a toda velocidad. Ella le acompaña desde no muy lejos y a las dos comen juntos encima del banco.

    A veces hablo con ella y me casi siempre me cuenta algo sobre su familia. Me contó una vez que su yerno estaba enfermo de cancer, y otra que les habían desalojado del piso donde estaban viviendo y que habían pasado una temporada en la calle. Con él no he hablado nunca, pero cuando paso por su semáforo me sonríe enseñandome su boca sin dientes.

    Cuando espero ese semáforo me doy cuenta de lo rápidos que pasan los coches por delante. Fácilmente alcanzan los 80 por hora, más que suficiente para mandarle a uno al otro mundo. Realmente asusta, pero él tiene el aspecto de estar tranquilo, se apoya en la vaya y espera a que se ponga en rojo a menos de un metro de la muerte.

    No comprendo cómo no lo ha intentado aún. Sólo tiene que dar un paso y se acabaría todo ese dolor y todas esas penurias. Ya no tendría que levantarse cada mañana y pararse durante 12 horas en ese paso de cebra, de pie y comiendo humo. Se acabarían los problemas, las privaciones, el frío y el sol de justicia.

    Igual ella está allí vigilando que no lo haga. Pero lo más probable es que esa idea sólo tenga sentido para mí, que lo tengo todo.

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  6. 2.0

    Llamada al teléfono fijo. Mensaje al móvil. Comentario en Facebook. Notificación en Twitter. Nuevo post en el blog. Llamada por teléfono (móvil). Mensajes no leídos en WhatsApp 5. Nuevo grupo en BlackBerry Messanger. Video interesante en YouTube. Lista de reproducción en Spotify actualizada. Sueños, gustos y 'quiero' en Pinterest. Contactos y más contactos por LinkedIn. Invitaciones mil (a las que no vas) a través de SmallWorld. Portfolio en Projeqt. Estadísticas de tu mundo 2.0 por Google Analytics. Cenas, comidas y citas a través de City Eaters. El mundo en colchones gracias a Couch Surfing. 1 RT, 2 me gusta, 3 tags, 4 comentarios... ¿Y después de esto? ¿Después de esto qué? Querido lector, yo después de esto, volvería a la pluma y al tintero.

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  7. Aquel sobrio teléfono no paraba de sonar. Su timbre atroz haría que le estallara la cabeza. Descolgó: ¿Ernesto?...situación crítica... inversores...desplome de los gráficos...reajusta las cuentas...haz lo que sea necesario. Colgó, observó la pantalla de su ordenador, los ojos le escocían, la sien le palpitaba. Presionó sus párpados hasta ver manchas de colores, como en un caleidoscopio. Él ya sabía lo que necesitaba para continuar. Abrió el segundo cajón del gran escritorio de su amplio despacho. En aquel opulento rascacielos, fuera era de noche desde hacía semanas, Cármen revisaba la agenda al otro lado de la sala. Aquella mujer había sido voluptuosa, las mejores tetas y el mejor culo de entre todas las candidatas. Ahora era fea, apenas podía ocultar las bolsas de debajo de sus ojos, ni con aquel carísimo maquillaje.
    Ernesto se levantó y fue al cuarto de baño, Cármen le sonrió, una vez fue atractiva. Cerró el pestillo, se sentó en la taza del wáter, e Introdujo el cañón de la 9 mm en su boca hasta notarlo en el paladar blando, lo que le produjo arcadas y erizó el bello de todo su cuerpo. Agarró el gatillo con ambos pulgares y lo presionó lentamente, escuchó el percutor moverse, y el martillo retroceder perezoso. Sus nervios se tensaron, su cerebro se constreñía dentro del cráneo, sentía el corazón palpitar, empujando la sangre hacia las arterias del cuello, hinchadas como lombrices de tierra. ¿Estaba llorando?. Había probado con todo: café, cocaína, LSD, cristal... materiales de gran pureza para poder mantener el ritmo, pero nada le había ayudado. Menos aquella sensación. Era un cobarde, sabía que nunca presionaría aquel gatillo lo suficiente, pero, ¿y si algún día, explorando esa frontera, errara en su intento?. Durante esos instantes Ernesto tenía el control, era libre, libre de acabar con todo. Sacó abruptamente el cañón de la boca y vomitó el almuerzo, se secó el sudor de la frente, se lavó la cara, respiró hondo. La cabeza ya no dolía, no sentía pánico, lo había conseguido de nuevo. Fuera esperaba Cármen, en su mesa de secretaria, estaba más guapa que nunca.

    Con G de Gato.

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  8. Pseudónimo: Max

    Clic.
    ¿Quién coño me mandaría a mi?
    Qué locura de plan…pero es lo que hay, no me queda otra. Y si no, ¿de dónde saco toda esa pasta en dos días?
    Clic.
    Ese tiene cara de asustado, pobrecillo…estará aquí un poco de rebote, como yo. No sé por qué me parece gracioso, será el equivalente en pensamientos a la risita nerviosa.
    Los demás parecen tipos duros, de película. Mira qué seriote, el maromo ese. Seguro que se llama Dimitri o algo así.
    ¿Y el local? Parece el sótano de Aníbal Lecter. No les costaba nada hacerlo un poco alegre: cambiar esa bombilla roñosa por una lamparita, sacar este olor a tabacazo y pasar un poco la mopa. Y quizá poner a Dimitri una camisa hawaiana, caso de que vendan de su talla.
    Bueno, a lo hecho pecho…ya lo decía Luis, que quién me mandaría. Y la verdad es que tenía razón, el perro. (Clic. Mira el asustado, que cabrón. Hoy es su día de suerte...). Pues eso, que quién me mandaría a mi.
    Al menos soy el último. Estadísticamente hay más probabilidades de que me salga bien. O eso creo, nunca he tenido ni idea de estadística (sospecho que esa es la razón por la que en vez de forrarme en el casino estoy aquí, con la mierda hasta el cuello).
    Clic.
    Coño, esto se pone interesante. Creo que debería acojonarme un poco más, pero no puedo evitar reírme en mi cabeza viendo a todos tan serios.
    Ojalá se relajaran. Quizá Dimitri me traiga un cubata si se lo pido…bueno, mejor no. No sé qué significan los tatuajes de sus nudillos pero no creo que sea algo muy amable. Lástima de camisa hawaiana…
    Bueno, ¿Y bien..? No tengo todo el día!
    Clic.
    Mierda.
    Supermierda. No hay mierda en el mundo para igualar esta situación. Soy el último y ha llegado hasta mí. Joder. Bueno, respira.
    Así, mantén la calma (y trágate el nudo en la garganta). Ya no hay marcha atrás, o lo hago yo o lo hará Dimitri (¿cómo se llamará en realidad?). La risita nerviosa interior se ha ido (cabrona, justo cuando venía bien). Debería terminar este asunto con unas palabras solemnes o algo así, pero bueno, tampoco hay gran cosa que decir.
    La gente se inquieta. No impacientemos a Dimitri.
    Cojo la pistola, respiro. Vamos allá.
    ¿Quién coño me mandaría meterme en esto?
    BANG!

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  9. Un amigo fiel

    Su última decisión importante fue llevar su cinismo al extremo. Fue tan consecuente en este propósito que en todo momento pensó en él como una “radicalización del humor”. Apenas tardó unos días en dilapidar sus relaciones personales, cultivadas con esmero durante años. El primer incidente fue su respuesta cuando unos vecinos con niños le pidieron que tuviera más cuidado al aparcar el coche: “No debeis ser tan protectores con vuestros hijos, pues hay mecanismos naturales para eso: si todos dejaramos actuar a la selección natural en lugar de volvernos histéricos -enfatizó- dentro de unas generaciones los niños mirarían ellos solitos antes de echar a correr por la calle”. Poco después su novia lo dejó. Tras una copiosa cena en casa de unos amigos, ella comentó “Cuanta comida, voy a explotar”. Y después añadió “voy un momento al baño” recibiendo como respuesta “Buena idea: mejor que explotes allí, y no delante de nuestros anfitriones”.

    Su trabajo también le duró poco. Lo perdió tras un comentario marcadamente ofensivo, teniendo en cuenta que su jefe era un judío de origen argentino cuya familia huyó de Alemania antes de la segunda guerra mundial. Éste estaba lamentando el uso que algunos comentaristas políticos hacían del conflicto palestino para fomentar el antisemitismo, cuando recibió la siguiente respuesta: “Imaginate que tienes un amigo que pierde su trabajo porque el jefe le tiene manía. Al cabo de un tiempo encuentra otro trabajo, pero vuelve a perderlo porque, de nuevo, su jefe no lo aguanta. Este patrón se repite una y otra vez, y tu amigo apenas consigue mantenerse en su puesto el tiempo justo para que el jefe se disguste con él. Al principio consolarías a tu amigo (francamente, todos sabemos lo que es tener un jefe miserable), pero al cabo de un tiempo... ¿No te sentarías con él, le mirarías a la cara y le dirías qué tal vez la solución de sus problemas necesite un cambio de actitud por su parte?”

    Murió al cabo de unas semanas, solo, harapiento, maloliente y notoriamente fiel a su decisión. Durante una manifestación de extrema derecha un grupo de cabezas rapadas pasó a su lado, gritándole “escoria”. A pesar de encontrarse a escasos metros de un grupo de policías, la respuesta que recibieron los enfureció tanto que no pudieron contenerse, terminando todos condenados a varias décadas a la sombra.

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  10. Salir de aquí

    Estaba yo disfrutando de uno de mis momentos favoritos de la mañana cuando Marcos empezó a ponerse verdaderamente pesado con la doctrina. Hacía un sol precioso, y era una gloria ver el cuadro que formábamos los trabajadores de los huertos ecológicos, todos vestidos de blanco y con sombrero de paja, ligeramente encorvados, quitando las malas hierbas que crecían alrededor de los tomates.
    -Es que se trata de un dilema fundamental, y, sin embargo, el Libro del Testimonio no se pronuncia claramente al respecto. La cuestión es: ¿provenimos todos los animales y plantas de la Tierra de la nave nodriza primordial, o una parte somos de origen extraterrestre y otra se ha desarrollado independientemente aquí?
    Fastidiada, dejé de acompañar la voz baja del “Gloria a nuestro Líder”, que estábamos cantando en ese momento con tanta gracia que se le ponía a uno la piel de gallina, y le respondí lo primero que se me ocurrió:
    -¿Qué más da? Igual por eso el Libro no lo trata explícitamente, porque no es una pregunta relevante. Lo importante, y que sí se dice allí muy claramente, es que nosotros, los humanos, somos de origen extraterrestre.
    En el fondo me alegraba de que Marcos no se planteara otro tipo de cuestiones más peliagudas, por ejemplo, por qué su hermano insistía en aparecer por la ceremonia pública de los domingos y se pasaba la media hora que duraba el evento llamándole a gritos y prometiendo que le iba a sacar de aquí. Ya teníamos muy lograda la táctica de rodear a Marcos entre unos cuantos y permanecer toda la ceremonia pegados a él para que su hermano no pudiera tocarle. Temíamos que se pusiera violento, le agarrara del brazo, le arrastrara al coche, y nunca más le volviéramos a ver.
    -Creo que le voy a comentar la cuestión a nuestro Líder.
    -No estoy segura de que eso sea buena idea.
    Cuando terminamos de limpiar el surco en el que estábamos trabajando, echamos a andar hacia la casa común. Ya era mediodía, y el sol empezaba a calentar demasiado.
    Mientras el agua de la ducha caía sobre mi cuerpo, no pude evitar plantearme toda una serie de eventos catastróficos que podían suceder tras la conversación de Marcos con nuestro Líder. Podía suceder que le echara del grupo porque se estaba cuestionando la doctrina. También podía suceder lo contrario, que le nombrara sucesor del sumo sacerdote por dedicarse a la teología con tanto empeño. Podía suceder también que se pusiera al habla con el hermano de Marcos, y le diera la pista de que yo soy el eslabón más débil de la cadena de gente que le rodea, que con un empujoncillo y un insulto basta para que salga corriendo, dejando a Marcos desprotegido, totalmente a su merced. Menos mal que mi familia nunca se ha dignado aparecer por aquí. Me pregunto si seguirán diciéndole a los amigos que estoy estudiando en Estados Unidos.

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  11. No me mientas,
    ni me digas
    que no sabes escribir.
    Empieza.
    Escribe y léete.
    Verás
    que escondido entre tus frases
    vive un hueco.
    Un vacío que has formado
    al evitarte.

    No me mientas
    ni me pongas
    como excusa,
    que no sabes qué decir.
    Ahora sabes
    que hay un hueco que es tuyo
    y que tienes
    un hueco que escribir.

    No me mientas
    ni me digas
    que no sabes cómo
    se escriben lo huecos.
    Porque sabes
    que tienes que llegar a ese lugar
    donde habitan los huecos.
    Tienes que calzarte,
    y abrocharte los cordones
    y ponerte a caminar.

    No me mientas
    ni me digas que no sabes
    donde habitan los huecos.
    Porque sabes
    que te habitan
    en el límite de ti.

    .....................................Iván Sevillano Pérez

    (Y no me mientas
    ni me digas
    que no quieres escribir.
    Porque has escrito
    un hueco.)

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  12. Más, más, un poco más. Ahí. Y mientras vivo ese equilibrio mínimo, todo gravita sin eje, todo es perfecto, todo no es. Se podría ir a la mierda por un milímetro, probablemente se vaya, ojala.

    Las tardes que me subo aquí todo cobra sentido, yo cobro sentido. Quien diría que soy capaz de esto, si la gente ni se fija en mí, si todo el mundo piensa que soy un desgraciao, mi mujer no me hace caso, en el trabajo no me llaman, nadie espera nada de mi, ni creen que pueda hacer algo grande.

    Pues aquí está, esos cabrones nunca lo sabrán, o quizá sí. Porque mientras cada uno de ellos se agarra miedoso al clavo ardiendo que les ha tocado, mientras se hacen analíticas periódicas, evitan comer grasas por el colesterol, se ponen sus cinturones de seguridad… Yo soy más que todos porque no me importaría nada perderlo todo. Porque sin que nadie me vea me subo al peñón con los buitres, esperando que un día de estos de un traspiés me transforme en su comida.

    SSSS

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  13. Lesbianismo celos y alcohoL
    Inminente muerte vÍ
    Matarla, pistola, ¡PUM!
    Intentó pedirme perdon y mentI
    Todo lo que quería quedó en aquel chaleT
    Ensuciando de sangre el ParquÉ

    Luces de colores, rojo, amarillo y azuL.
    Interviene la policia, uno grita y se dirige a mI
    Mantengo la pistola en la mano, una magnuM
    Insisten en que la suelte, solo miré y asentI
    Temblores, rabia, sudor, sangre y los sesos de JudiT
    Entre disparo y disparo ella vino a mi mentE

    Limpia, fría, indolora y ágiL
    Incide una bala en mI
    Muerta de miedo llega el dolor a mis entrañas mientras suena otro ¡BOOM!
    Inconsciente al suelo caI
    Tumbada, muerta, cerca del charco de sangre de JudiT
    Energica, mi sangre, corre para mezclarse con la de Judit, por fin juntas ahora si, para siemprE

    Laura Cienpies

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  14. REFLEXIONES

    Asomarse al balcón. Esperar al metro en el borde del andén. Adelantar en carreteras de doble sentido. Situaciones que forman parte de la rutina de cada individuo. Situaciones sin trascendencia. Cualquier factor no contemplado en la ecuación de la actividad diaria puede trasladarte a situaciones en el límite entre la vida y la muerte.

    Una mezcla de deseo, espectación y medio se apodera de mi.
    ¿Qué ocurriría si me dejo caer? ¿y si alguien, sin querer, o intencionadamente empuja al paso del tren al espectante viajero? ¿y si no me incorporo a mi carril cuando se acerca de frente otro vehículo? ¿Por qué tenemos siempre la muerte tan cerca, aunque no todos seamos capaz de verla?...

    La sección de sucesos del periódico del martes abría con la noticia: "Muerte desafortunada"
    Un joven de mediana edad muere al ser aplastado debido al desprendimiento de una cornisa en mal estado. Testigos del accidente que conocían al joven relatan que todas las tardes se sentaba en el mismo lugar a escribir sus reflexiones acerca de la vida...

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  15. Tras toda la mañana viendo diluviar desde casa veo que para de llover, así que me lío la manta a la cabeza y me digo: ¡qué cojones, voy a salir a correr! Ya está bien de estar toda la mañana tirado. Dicho y hecho, me pongo el chandal, las zapatillas, el pulsómetro, el mp3 y cojo las llaves. Tal y como suelo hacer para aligerar carga, quito el llavero y me meto la llave de la puerta de casa en el bolsillo derecho del pantalón y la del portal en el izquierdo. Comienzo a correr mientras suena “Hurricane” de Bob Dylan en el mp3. La música me motiva y, zancada tras zancada, noto cómo se esfuma el atolondramiento de una mañana de domingo en casa. En sólo diez minutos de trote ligero ya estoy en Madrid Río. Pongo en marcha el cronómetro y me lanzo a correr a buen ritmo. Al cabo de unos minutos, me doy cuenta de que voy demasiado deprisa: es porque llevo la música demasiado alta, ahora suena una de los White Stripes. Sin embargo, no me detengo, sino que subo aún más la música. Llego sin problemas hasta el Puente de Extremadura, ya han pasado 45 minutos, estoy cansado, así que sigo corriendo rumbo a casa. Cuando llego al portal me doy cuenta de que sólo tengo una de las dos llaves en el bolsillo: ¡no puede ser! Sólo tengo la del portal, me falta la de casa, mierda. Con las mismas, me doy media vuelta para buscar la llave. Comienzo a caminar con la intención de recorrer el mismo camino que había hecho corriendo, sólo que esta vez voy mirando el suelo continuamente mientras me pelo de frío por el sudor y el viento. Justo al llegar a Madrid Río se pone a diluviar de nuevo. El cronómetro marca una hora y media y las canciones del mp3 comienzan a repetirse. Sigo mirando el suelo, que hace apenas una hora era de arena perfecta para correr y ahora es de barro en el que se me hunde la zapatilla a cada paso. No puedo evitar fijarme en una corredora de grandes pechos. Me deja embobado y me olvido de mirar al suelo en busca de la llave. Si el suelo estuviese forrado de tetas saltarinas mi tarea hubiera sido mucho más facil, pero hoy no es mi dia de suerte, así que retrocedo hasta el lugar en el que me crucé con la corredora. Sigue sin haber suerte. El frío me obliga a correr de nuevo.

    El cronómetro ha llegado ya a las dos horas y media. Estoy sin aliento. No he encontrado la llave. Vuelvo a casa decepcionado y hambriento. Siento que mi aguante físico y mi ánimo están al límite. No tengo llave ni teléfono, pero entro en el portal y cojo el ascensor para por lo menos no empaparme. Al salir del ascensor se me cae el alma a los pies: la llave ha estado metida en la cerradura todo este tiempo.


    Grumete

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  16. El espolón de los Abruzos

    Mientras caía por la grieta no tuvo tiempo de pensar en nada. Cuando paró de caer y quedó colgada de la cuerda tampoco pensó en nada. No fue hasta unos segundos después, al sentir su cuerpo colgando como un pelele en medio de la inmensidad de la cueva de hielo, cuando comenzó a ser consciente de la situación en que se encontraba. La nieve que había cedido bajo sus pies escondía este gran agujero.

    Era su tercer intento al K2 y estaba dispuesta a dar el máximo por hacer cumbre. Habían escogido la ruta que creían más fácil, por el espolón de los Abruzos, pero aún así la tensión se palpaba en el equipo. Los días anteriores, en el campo base, todos estaban intranquilos. Se había corrido la voz de que1986 estaba siendo un año fatal en el K2. Al parecer ya habían muerto 13 de los 40 alpinistas que habían intentado la cumbre esta temporada. Eso quería decir que un tercio de los que lo intentaron se quedaron allí para siempre.

    Antes de que el miedo la invadiera, admiró el corazón del glaciar, le pareció bello. También le pareció una trampa perfecta. Ya está, pensó, estoy atrapada, no van a poder sacarme de aquí. Pensó en los otros 13 alpinistas, conocía a la mayoría. Luego notó un cierto sabor dulzón en la boca, un hilo de sangre le recorría la cara desde la cabeza. A partir de ese momento su mente se nubla.

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  17. Pseudónimo: Juan Sinmiedo

    Arrodillado frente a la ventana y mirando a través de ella hacia el jardín, las palabras de mi madre resonaban en mi interior: No te acerques a la valla. Ni pienses en cruzarla. Y por Dios nunca, nunca te metas en el bosque que está al otro lado.
    El bosque. Una maraña de árboles entrelazados, insondables hierbas altas, arbustos que ocultan otros arbustos que ocultan grietas entre las rocas. Verde sobre verde y sombra sobre musgo. La quietud y la constancia de la madera creciendo en silencio. Sólo la tenue brisa del atardecer osa introducirse entre las hojas y mover ligeramente las ramas.

    “Pero no es tan oscuro”, pensaba yo. “Los pájaros cantan en su interior y he visto conejos, ardillas y algún zorro salir y volver a entrar para jugar entre las raíces y los líquenes. Yo no tengo miedo. Y si mi madre me advierte de él, es que ella lo conoce y ha estado dentro. No es justo que ella pueda y yo no. Además ahora está aquí, en la butaca y no parece que le haya pasado nunca nada”.

    La idea prohibida se fue introduciendo en mí como un virus y poco a poco fui acercándome cada vez más a la cerca mientras jugaba. Un día llegué hasta la puerta misma y con los brazos apoyados sobre el tablón superior me quedé observando el bosque desde allí. Estuve un buen rato mirándolo, con toda mi atención. Sentía el olor de las cortezas, de la madera mojada y la tierra de limo húmeda, el aroma mezclado de las jaras y el tomillo. Me deleitaba al respirar captando esos matices. Aún no lo conocía y sabía que sólo por eso todavía lo temía. Por eso y por mi madre. Tras unos minutos, volví la cabeza hacia atrás, hacia mi casa, que era la más septentrional del pueblo, pero sólo veía el camino, un par de tejados más al sur y a lo lejos un enorme campo de cultivo.
    Silencio.
    Un insecto zumbaba.
    Silencio.

    De pronto me di cuenta de que sólo conocía mi jardín, mi casa, mi pueblo y el huerto de los abuelos, al oeste.
    Volví a mirar al bosque. Un pequeño ratón se asomó entre la hojarasca y empezó a mordisquear una semilla o algo parecido… maldita sea!! Si un ratón puede entrar y salir libremente, no puede ser tan horrible! Sentí de pronto, como tomando más conciencia de algo que ya sabía, que el bosque, mirándome ahí impasible, se abría ante mí y no oponía ninguna resistencia. Sólo su presencia se convirtió en un desafío.
    Las advertencias de mi madre bajaron en el escalafón y mi curiosidad me condujo a traspasar el límite.
    Ese día entré, con más emoción de aventura que miedo y apartando las ramas y tropezando, la sombra me engulló y me llevó por la frondosa ladera cuesta arriba. Tras una larga subida, apoyándome con las manos y arañándome la piel, empapado en sudor y los pies llenos de barro, con gran decepción, descubrí que la maleza desaparecía tras de mí dejándome en un claro alto desde donde se veía todo el horizonte. Y entonces comprendí lo que realmente mi madre había estado temiendo que conociese. El bosque tan sólo se había estado interponiendo entre la realidad del mundo y yo.

    Bajé la ladera atravesando el bosque de nuevo y regresé a casa. Mi madre me esperaba en la puerta del jardín, abierta. Sólo nos miramos y nos abrazamos. Creo que fue ese día cuando me hice mayor.

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  18. Pueyo se despertó de golpe. No fue el sonido de una bomba ni los gritos del sargento ordenando cubrir una posición lo que le arrancó de la litera, sino un sueño vivo y cálido que, al mezclarse con una sensación de pérdida y vacío, se convertía en algo profundamente triste. Era el cuarto día de su nueva vida, pero eso él aún no lo sabía.

    En los cinco meses que llevaba en aquella trinchera el frente no se había movido ni un centímetro. Mientras, el invierno había llegado, congelando la tierra y cubriendo con un manto blanco las ruinas de la ciudad destrozada. En cada cambio de guardia, Pueyo se levantaba, se ponía el chaquetón con el que había estado tapado y se sentaba en su posición, intentando que su piel rozase lo menos posible el metal helado del fusil.

    Desde que estaba allí, cada bomba que caía, cada explosión de fusil, habían ido arrancándole a Pueyo trozos de su ser. El miedo, el odio, el amor y la tristeza, todos ellos acabaron por desaparecer para ser reemplazados por la preocupación de poder dormir, de conseguir un poco de pan o de hacerse con algo más de ropa, seguramente arrancada del cuerpo del algún caído. Después de un mes en la trinchera todo era rutina y nada le quitaba el sueño salvo el frío y los piojos. La muerte de un compañero o la ejecución de un prisionero no eran ni más ni menos relevantes que la propia vida; la gente despojada de su historia, ya sea por el olvido o por las bombas, ya no tiene valor, y en ese agujero cavado en la tierra helada, rodeado de hielo y fuego, se recibían pocas cartas y caían muchas bombas.

    Pero todo cambió el día en que encontró a ese perro viejo abandonado dentro de una casa. Los dueños lo habían dejado allí, atado a una argolla en la pared, seguramente incapaces de llevárselo consigo cuando decidieron abandonar su hogar. Estaba sucio y desnutrido, pero sus ojos brillaron al ver entrar al grupo de reconocimiento. Normalmente habría servido de cena para los hambrientos soldados, pero estaba tan delgado que no merecía la pena llevarlo de vuelta al regimiento. Sin saber muy bien por qué, Pueyo puso un poco de pan cerca del animal y este lo devoró al instante. Al día siguiente volvió a verlo y repartió con él su ración de patatas. Así, durante tres días Pueyo estuvo yendo a la casa en ruinas. El cuarto día llegó y la casa se había derrumbado por completo, así que Pueyo, sin pensar demasiado, volvió de nuevo al barracón. Esa noche volvió a soñar.

    Piotr

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  19. Salieron desde el polo norte, porque en los polos la troposfera es más delgada. Mascarillas de mezcla de aire al 76% Nitrógeno y 21% Oxígeno. Gafas especiales para evitar la congelación y todo un equipo corporal relleno de aire caliente, desde las duras y grises botas hasta los ásperos guantes protegiendo las manos. Buford manejaba el propagador de Argón y Anderson el polarímetro, no sin dificultades, debido a las torpes manos que resultan del abrigo. Wakeman y Howe, acurrucados en una esquina de la cesta de mimbre reforzado trataban de medir la densidad del plasma mientras se miraban con emoción contenida. El globo acababa de atravesar la tropopausa.

    Acababan de convertirse en los humanos que más alto habían volado. Pero no se detendrían allí, su intención era llegar al límite, lo más cercano posible a la frontera exterior de la atmósfera.

    Mientras alcanzaban los 40km de altura, horas más tarde, los cuatro asomaron sus cabezas enlatadas en escafandras y observaron la inmensidad absoluta del mundo, su curvatura y la delgada línea azul que lo cubría y que se desvanecía a través del gris transparente hacia la negrura del espacio. Vieron el sol ponerse tras la Tierra en un atardecer que les llegaba con retraso. Y vieron el día y la noche al mismo tiempo.

    Al abandonar la estratosfera, a unos 50km de altura el frío era tan intenso que los trajes empezaron a fallar. Mientras se levantaban para no quedarse congelados, Howe advirtió que algo estaba pasando. Todos miraron expectantes. A un tiempo asombrados y aterrados, fueron testigos de la formación de una imagen terrible, una especie de medusa de proporciones gigantescas con tentáculos de luz se retorcía por estribor generando una onda de choque extrañamente débil, debido a la baja densidad de gas a esa altura, para desaparecer en un instante.

    Según se introducían en la mesosfera, a las 17:47 fueron avistados por su amigo, Bowmann, quien relataría después que usando un telescopio situado en la cima del Duahl-Hashmir había observado perfectamente como dos puntitos negros asomaban de la cesta para desaparecer tras un cirroestrato segundos después. Cuando la visibilidad mejoró, no fue capaz de encontrarles de nuevo. Jamás se han hallado los restos. Pero analizando las últimas fotografías realizadas por Bowmann y tratándolas con la tecnología actual, se ha revelado que encima del globo experimental aparece la aterradora imagen de lo que hoy se conoce como sprite mesosférico. La tormenta eléctrica más poderosa que existe. Su imagen recuerda a una medusa o un hongo nuclear. Dura unos breves instantes y desaparece.

    Anderson, Wakeman, Buford y Howe llegaron donde jamás ningún hombre había llegado y retransmitieron los datos atmosféricos que fueron obteniendo. Su valor fue incalculable para la comprensión de la atmósfera en aquella época, pero su gran legado para todas las épocas venideras, para la humanidad, es que fueron intrépidos. Más que nadie. Y consiguieron su sueño. Y dejaron un enigma abierto al desaparecer.

    Última transmisión desde el globo experimental:
    "Dios mío. Todo esto es hermoso… Nadie va a creernos…"



    Anderson, Wakeman, Buford y Howe

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  20. Parte I:



    Ya estoy acostumbrada a que siempre haya alguna mojigata que se siente incómoda con las historias que me suceden. Y lo entiendo, pues no hay muchas mujeres de mi edad con mi carácter y mis aficiones. Pero dejadme hablaros en confianza y sin rodeos. A mis cincuenta y tantos miro atrás y no puedo recordar la cantidad de pollas y coños que he disfrutado y que han disfrutado tanto conmigo. Mi gran perdición siempre ha sido el sexo, y ahora que me veo en vísperas de la menopausia, y con la incertidumbre de no saber si podré seguir disfrutando durante mucho más, me siento sinceramente tan desatada como cuando tenía 19 años. Y aunque ya no tengo aquel cuerpo aún conservo un buen par de tetas bien firmes, un culo duro y respingón, una cintura bien trabajada y una piel que la envidian todas mis amigas. Varias visitas al quirófano y el no haber tenido hijos me han ayudado a mantener este físico tan acorde con mis aficiones.

    Las que me conocéis sabéis que este gusto mío por el buen vivir no me ha impedido en absoluto conseguir una buena posición en lo profesional, si acaso más bien todo lo contrario (muchas cotorras me recordaréis siempre aquella historia con el Secretario de Estado y su mujer). Hasta el último cambio en el Gobierno Regional ocupé un cargo de Directora General, adjunta al mismísimo Consejero. Y es en este contexto donde transcurre esta historia que me llevó al límite de la legalidad y el decoro.

    Todos sabemos el poco control que hay sobre la adjudicación de concursos públicos, y yo era muy consciente en aquel momento. Optaban entre otros una pequeña empresa dirigida por tres jóvenes que me daban mucho morbo. La presentación de su power point la recuerdo de casi orgásmica. Ese chico recién salido de la universidad, trajeado, engominado y con ese discurso tan burocrático y respetuoso era superior a mi temple. Y algo me debió notar, porque no me costó mucho invitarle a comer ese mismo día ni a tomar el café a mi casa un rato después. Ni a desnudarme más tarde en mi cama de agua. Y no fue solo por mi posición de poder. A él se le notaba que disfrutaba mucho con maduritas exuberantes como yo…

    La oferta de su empresa era realmente mejorable, pero es lógico que la adjucación, que decidía yo, se la llevaran ellos. Mi coño no tenía ninguna duda al respecto. El problema vino cuando se corrió la voz, que se corre muy fácil, como aquel novio que tuve en los noventa. Los listillos de otra de las candidaturas presentaron una querella, y los de la audiencia provincial la admitieron.

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  21. Parte II:


    Así que después de un tiempo aburrido de instrucción se abre la vista oral. Yo tenía una confianza ciega en mi abogado, un señor muy listo y elegante con el que he trabajado durante muchos años. Antiguamente acudía a él para cualquier problema legal, y él a su vez acudía a mí recurrentemente para otro tipo de necesidades, muy conocedor de lo difícil que me suele resultar decir que no en determinadas circunstancias. El caso es que la defensa la tenía muy preparada. Los cargos en mi contra eran solo unas tontunas burocráticas de abuso de poder y malversación.

    El problema vino cuando hicieron su aparición las abogadas de la otra parte. Parecían salidas de una serie americana. Es otro de mis problemas, las abogadas brillantes de treinta años, con sus curvas, sus escotes, sus tacones, sus barras de labios y sus lenguas bífidas, estupendas para tergiversar leyes y vaginas… Y es que después de su turno de interrogarme me puse bastante tensa, y aprovechando el receso que hubo a continuación fui al servicio. Me encerré en una cabina sin saber a priori si iba a llorar o solamente masturbarme, pero eso es lo de menos. Cuando salí me encontré con la abogada pintándose sus labios carnosos frente al espejo. No pude evitar acercarme por detrás y agarrarle con fuerza la mitad derecha de su culo con toda mi mano, y cuando se dio la vuelta sorprendida la metí un lametón desde la barbilla hasta la punta de la nariz.

    Esta jugada tan arriesgada me había salido muy bien varias veces antes (recuerdo en particular una senadora muy cachonda hace años), pero esta vez solo conseguí complicar las cosas. La abogada me malinterpretó y se enfadó mucho, y ya sabemos que una abogada enfadada puede ser muy víbora. Además salió a la luz la relación con el joven de la empresa del concurso. Y por si fuera poco todo esto saltó a las noticias locales, y los periodistas aprovecharon para indagar en otros detalles colaterales como mi aparición en películas porno amateur en la época del Destape (¡ay, esa sí que fue mi age d'or!).

    Con todo esto el proceso judicial se interrumpió y se amplió con nuevos cargos de acoso, abuso de poder e intento de soborno. Mi carrera estaba acabada y me enfrentaba a sanciones devastadoras. Mi abogado no sabía cómo salir de esta. Me sugirió incluso emplearme en intimar con el juez de alguna manera, aunque era un señor mayor con pinta del Opus y por tanto totalmente inaccesible.

    Al límite de la desesperación recurrí a mi exmarido, con el que siempre he mantenido una gran relación a pesar de todos los pesares. A estas alturas, y después de cómo terminó lo nuestro (algún día os contaré qué pasó exactamente aquel fin de semana que coincidimos en un hotel con la selección cántabra de remo) él no se sorprende de nada. El caso es que en su nueva posición en el Ministerio tiene muchos contactos muy pudientes. Y ya sabemos cómo funcionan las cosas en segunda instancia. Así que después de perder el juicio y recurrirlo incluimos unos documentos cocinados por mi exmarido, que siempre tuvo mucha mano para la cocina y para lo demás. La exposición de mi abogado hizo el resto, y al final juicio nulo y archivo de la causa. Cómo me gustan los mangos de las sartenes.

    La conclusión que debería sacar de todo esto es que no debo seguir mezclando el trabajo con el sexo. Aunque chicas, ya me conocéis desde hace tiempo y sabéis lo difícil que me resulta. Además si en tanto tiempo solo me ha ocurrido esto no debo de estar haciéndolo tan mal ¿verdad? Así que, como queda poco hasta que lo de aquí abajo se me quede bien reseco, voy a seguir disfrutándolo, y ya os contaré.

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  22. Enfant Terrible
    Era otra escapa más para huir de la rutina, pero el tedio de los años se agarraba a mis tobillos. Mario absorto en su egocéntrico entusiasmo hablaba de lo fabulosa que era Cambridge en esta época del año. Aún recuerdo como me arrastro hacia aquel puente para ver “la apasionante regata”.
    He de reconocer que esa alegría bobalicona y ese desenfado me cautivaron aquella primera noche que pase con Mario. Era feliz siempre, no importaba cuanto me quejará, cuanto intentara fastidiarle, él era capaz de trasformar cualquier frustración en una nueva oportunidad y aquello que me hipnotizo en un principio se convirtió en un auténtico fastidio. No es que no le importaran las cosas, o no se diera cuenta del sufrimiento ajeno. Al contrario era muy consciente, pero no se dejaba embargar por la seductora melancolía y conseguía siempre ver alguna oportunidad para cambiarlo y si eso no era posible lo aceptaba sin la más mínima resignación. Conmigo no sé daba por vencido, no es que lo tomase como una tarea onerosa, más bien parecía que el pudiese ver en mí una alegría y unas ganas de vivir que ni yo misma conocía.
    Había intentado por todos los medios que se enfadase, que me odiase, que me abofetease incluso, pero él siempre con su infinita comprensión se amoldaba. Y no es que yo no lo hubiese intentado: comentarios dañinos sobre sus hijas, infidelidades múltiples de las que dejaba patente huella, sarcasmos a todas sus ocurrencias,… y nada! parecía que no se terminaba de creer mis ganas de dañarlo, casi se lo tomaba como un chiquillada. Enfant terrible, me llamaba en esas ocasiones. A veces creo que su mayor agresión era su no respuesta.
    Aquella tarde en el puente, decidí que aquello tenía que acabar, odiaba su sonrisa, su manera de guiñarme un ojo buscando mi complicidad, e incluso como sus ojos de deseo recorrían mi escote con el máximo descaro. Pero lo peor de todo es que me odiaba a mi misma estando con él.
    Ver aquellos fornidos brazos de los regatistas acompasados y salpicándose de agua con cada movimiento me dio una estupenda idea.
    Cuando llegamos al hotel, Mario quiso hacer el amor y a modo de despedida tuvimos una tórrida sesión. Cuando terminamos Mario quiso quedarse abrazado a mí y hablar de nuestros planes para mañana. Solo el hecho de pensarlo me erizo el vello, y salte de la cama como si quemasen las sabanas. Me metí en la ducha y me vestí para bajar al bar del hotel.Aún seguía siendo atractiva y me puse un vestido negro de coctel y unos labios rojos.
    Al llegar al bar fue una gran decepción, sólo un decrepito camarero y el pianista amenizaban la noche que no prometía lo que había imaginado. Cuando estaba a punto de terminarme el Martini y desistir en mi último intento de destrucción conyugal, llego uno de esos fornidos jóvenes que había visto palear en la regata. Pregunto por la máquina de hielo, que el barman le indico estaba al lado del ascensor. Me levante, pague mi copa y me dirigí el ascensor.
    Cuando el veinteañero monto no hizo falta mediar palabra, me miro de arriba abajo y me acerque lentamente pasándole mi lengua por su prominente nuez. La habitación estaba repleta de otros jóvenes fornidos. Uno tras otro me acosté con cada uno de aquellos miembros del equipo y aunque desde fuera se podría pensar que se aprovechaban de mi…yo me aproveche de ellos. Me aproveche de ellos para destruir mi matrimonio, me aproveche de ellos para dañar a Mario y borrar su sonrisa, me aproveche de ellos para confirmarme a mi misma que era mala y que podía dañar… Con cada cuerpo me fui sintiendo un poco más vacía, un poco más frágil, un poco más triste,… un poco más yo.
    Salí de la habitación tambaleándome y apestando a alcohol y a sexo. Mario estaba despierto cuando llegue. Me fui a la ducha y me vestí. Cuando termine de arreglarme le dije a Mario que lo nuestro había terminado, era incapaz de convertirme en la mujer que él veía en mi y cada vez me sentía más sola y vacía en esta podredumbre que a veces me invadía y que él prefería infantilizar.

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