miércoles, 29 de agosto de 2012

VIII edición de relatos fundamentales: autoficción.


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Tema:

La propuesta en esta ocasión es escribir una autoficción. Esto consiste en escribir un relato en el que el protagonista sea el propio autor. Tiene que estar escrito en primera persona, pero no solo eso, sino que tiene que estar protagonizada por el propio autor (no por un personaje inventado). Además, el relato tiene que incluir datos o experiencias reales vividas por el autor, pero a la vez mezclar esto con situaciones, datos, etc, totalmente ficticios. Saber qué parte es real y qué es ficción se deja para el lector. En cualquier caso, los relatos serán valorados por su calidad como tal. Si bien el hecho de basar el relato en hechos reales da pie a hacer ciertos guiños para gente conocida, la idea es que el relato sea comprensible para cualquier lector, es decir, que para comprender el relato no haga falta conocer información externa al propio relato. Aquí os pongo un link con un ejemplo escrito por Vila-Matas, muy dado a las autoficciones: la lluvia en Brighton. Uno de los retos es por tanto compaginar la autoficción son el anonimato. ¡Suerte!

Extensión: Un mínimo de un caracter y un máximo de quinientas palabras.

Método de envío: Cada relato será un comentario en este post, y cada persona puede enviar todos los relatos que quiera.

Identidad: La identidad de cada autor permanecerá oculta hasta que sea desvelada en la cena del viernes 5 de Octubre sobre las nueve y media de la noche.

Fecha límite: Se pueden enviar relatos hasta el jueves 4 de Octubre, incluido.

Votación: Al comienzo de la cena cada persona repartirá anónimamente diez puntos entre cuántos relatos se quiera. Los tres relatos más votados pasarán a la final, en la que se repartirán tres puntos a un máximo de dos relatos.

Premios:  El ganador recibirá los más altos elogios, vítores y piropos de los demás, así como el derecho a elegir el nuevo tema.

7 comentarios:

  1. La partida

    Había llegado la hora de emigrar y necesitaba una partida de nacimiento. Al recogerla me sorprendió que junto al frío certificado oficial entregaran también una fotocopia de la hoja del libro del registros. Un funcionario había escrito a mano mi nombre, mis apellidos, los nombres de mis padres, el hospital, la fecha, la hora y la ciudad. Todo quedaba refrendado con la firma de dos funcionarios y la de mi padre.

    Hacen falta muchos papeles para emigrar y me dirigía a recolectar el siguiente. Sentado en el metro contemplaba absorto mi partida de nacimiento. Hoy en día no se encuentran documentos escritos a mano y me maravillaban las curiosas letras del funcionario, en particular, las des tenían un tejadito hacia la izquierda. Nacer en los ochenta tiene estos privilegios ya que, por extraño que parezca ahora, cuando era niño no había internet. De repente recordé los vagones de aquellos años, los de la línea 5 con sus asientos continuos y aquellas aperturas manuales de la puerta. Aquellos autobuses rojos con aquellas asideras blancas sujetos a la barra por una correa de cuero. Recordé ir a por figurillas del belén a la Plaza Mayor en esos autobuses y coger la línea 5 para ir al Rastro. Y bajar andando al Retiro y allí recoger del suelo aquellas cáscaras con pinchos de las que salían castañas relucientes.

    Para emigrar hacen falta muchas cosas pero lo más importante es tener raíces. Sin ellas no eres un emigrante, eres un nómada. No me importan un carajo los autobuses del resto del mundo pero los de Madrid me matan, incluso los de ahora. Y también el Rastro y el Retiro de hoy en día.

    Emigro como parte de un plan. Ya no recuerdo si yo elegí este camino o no. Sólo se que fue trazado hace mucho tiempo y que ahora es un surco tan profundo que canaliza mi vida, y que ésta, cayendo por la fuerza de la madurez, se aleja de Madrid. Tengo miedo a perderme y que mis raíces se sequen al sol de otros continentes. Quiero tener hijos y llevarlos en autobús al Rastro y al Retiro. No me importa irme, pero quiero volver.

    Comprendí que para emigrar necesitaba una brújula que apuntara siempre hacia casa. Y en aquel vagón de metro me di cuenta de que tenía esa brújula en mis manos. El funcionario me había marcado a fuego escribiendo Madrid en mi partida de nacimiento, yo sólo tenía que repasar ese surco. Me bajé en Sol y entré en la tienda de tatuajes de la Plaza del Carmen. Fui el primer sorprendido. Me tatué “Madrid” en el costado, un sitio no demasiado visible pero aun así accesible a los que me conocen y los que vendrán en el futuro. De esta forma, aunque me engañe a mi mismo siendo feliz en otro lugar del mundo, me resultará imposible mentir a mis hijos sobre el significado de esta cicatriz.

    Le pedí al tatuador que no se olvidara de los tejaditos de las des.

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  2. Tramontana

    Partimos hace semanas, cuando lo incierto era aún aquello que se ocultaba tras el brumoso horizonte, cuando lo que me producía mareos era el vaivén de las olas y no la tierra firme, cuando mi hogar no era este suelo de madera sobre el que ya me muevo no diré que ágilmente, sí presuroso, a cazar el winche e izar la mayor, cuando mi deseo de no regresar nunca al hogar se debía exclusivamente a mi amor por las aguas verde esmeralda y azul turquesa, cuando aún nuestros nombres no habían sido borrados por la tramontana. Cuando todavía eramos diez, y no uno.

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  3. Pseudónimo: Hacer lo correcto

    Supe que lo convencí para ocupar la Secretaría de Estado cuando comprendió que un científico mediocre podía ser un buen gestor para la ciencia en España. Todavía teníamos que ganar las elecciones, pero como después me confesó, no podía evitar pensar de manera abrumadora y compulsiva en las responsabilidades que lo aguardaban. Yo estaba seguro de que había tanteado a otros candidatos y no me importaba. Él es un nuevo Nelson Mandela, el artífice de una nueva era. Nada de esto hubiera sido posible sin su honradez y su genio, y yo tenía plena confianza en que la decisión que tomara, fuera cual fuera, sería acertada.

    Se que no me eligió por nuestra amistad o por su confianza en mi habilidad gestora. Jugó un papel mucho más decisivo la manera en que expuse las enormes dificultades y desafíos que entrañaba el cargo, en lugar llenarme la boca con las soluciones que pensaba implementar una vez al mando. Me otorgó el cargo no por ser el más adecuado para el puesto, sino precisamente porque yo no quería desempeñarlo. Ahora soy Secretario de Estado porque yo hubiera preferidos ser simplemente asesor, evaluando la situación lejos de los micrófonos y las cámaras. Así es como queremos funcionar. A la mayoría de miembros de su Gobierno nos ha elegido comedidos, incluso pudorosos. Nos eligió porque no queríamos fastos, porque no queríamos ser estrellas, sino únicamente hacer lo correcto.

    ¡Imagina el desafío de formar un gobierno así! Habíamos emprendido reformas importantes dentro del partido, con las que aspirabamos a marcar una nueva época. No podíamos seguir en un mundo donde las decisiones estuviera en manos de políticos como los de antaño, ni legar a nuestros hijos algo como el que habíamos recibido de nuestros padres. No podíamos hacer que la política dejase de ser atractiva para arribistas y megalómanos, pero pudimos aislarlos al desvelar la verdad sobre intereses a los que servían. Al cabo de unos años logramos que las decisiones importantes dejaran de depender de favores debidos y conseguimos restablecer lo suficiente la credibilidad que los escándalos, necesarios para el cambio, habían quitado al partido. Fue un motín basado en la honradez, y ahora tenemos una oportunidad de cambiar la Historia.

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  4. Escher

    Sentado frente al ordenador comienza a escribir el relato. Está cansado de rebuscar sin éxito, tratando de dar con la anécdota adecuada de la que brote un relato sensacional. Tiene la impresión de que todas son demasiado verdaderas y por tanto demasiado aburridas. Decide, echando mano de sus años de teatro, lanzarse a una improvisación intrépida, desatando sus pensamientos y dejando que se desarrollen por si mismos: acepta el reto de crear una anécdota nueva al escribir en lugar de escribir sobre una ya existente. Tiene cierta experiencia en el ámbito de la escritura y sabe muy bien que las restricciones autoimpuestas pueden usarse a favor del proceso creativo, como el viento hace avanzar el barco cuando el capitán domina el arte de la navegación.

    De repente recuerda que una de las condiciones del concurso es que éste estuviera protagonizado por el propio autor pero él ha estado utilizando desde el principio la tercera persona ¿por qué ha cometido este error tan estupido? Para arreglar el desaguisado decide, en un golpe genial, que no escribirá sobre un personaje basado en el autor sino que el protagonista será el autor mismo ¡Qué maravilla! ¡qué hito en la historia de la literatura! El autor es el personaje y el personaje el autor ¡esta sí que es una anécdota remarcable allí donde las haya! Eufórico, se le abren una infinidad de posibilidades creativas, la escritura avanza a toda vela.

    Pero no tarda en sentirse incómodo. Una sensación de vulnerabilidad se ha instalado en su pensamiento y comienza a comprender la diferencia de identificarse con el personaje y ser el personaje mismo. Siente que se ha deshecho de su última barrera y que así, ha quedado atrapado en la jaula de su propia creación. Sabe que ha encontrado el nudo de su relato y tque puede axfisiarse con él. Entra en pánico en el momento en que comprende que, por fuerza, el protagonista de su relato también escribe un relato. El miedo se convierte en vértigo sólo con la posibilidad de perderse en un descenso al infinito, recorriendo relatos encadenados hasta convertirse en un límite etéreo. También comprende que no puede cortar en seco ese descenso seco pues corre el peligro de quedar eternamente atrapado en un bucle cerrado si los relatos se escriben unos a otros. Se maldice, maldice su suerte y maldice el viento que le arrastra a la deriva. No hay duda de que ha alcanzado el clímax.

    Una sensación de alivio recorre su espina dorsal, existe una posible vía de escape. Sabe que entraña riesgos pero comprende que es su única oportunidad siendo éste el único modo de separar el mundo material del de ficción. Entiende fríamente lo que esto supondrá para el personaje y por tanto, lo que puede suponer para él mismo en caso de ser imaginario.

    Con la sensación de estar despidiéndose de un padre, de un hijo y de un hermano, presiona el botón de publicar y se eyecta en una realidad que ya no le parece en absoluto sobrevalorada.

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  5. -DETRÁS DEL ESPEJO-

    ISMAEL

    - Tengo un secreto.
    - ¿Cuál?
    - No le puedes decir nada a Mamá.
    Sigo a mi hermano a su cuarto. Se mete debajo de su cama y sale con una caja en la mano, la de la baraja de cartas, llena de algo.
    - Mira.
    - ¿Son auténticos?
    - Sí, ¡son los micromachines de Starwars!
    - ¿De dónde has sacado eso?
    - ¡No puedes decirle nada a mamá! Si sacas a Rufus conmigo te lo enseño.
    - ¡Qué morro!
    - ¡Ah! pues te quedas sin saberlo…
    - Vaaale.
    Vamos al parque, se mete en unos matorrales y le sigo. Señala una piedra de arena.
    - ¡Aquí es! Un día, volviendo del colegio me encontré una moneda de 100 pesetas debajo de esta roca. Desde entonces miro todos los días, no siempre hay, pero muchas veces hay muñecos de micromachines y últimamente monedas de 100 pesetas.
    Tuvieron que pasar décadas para que mi hermano y yo volviésemos a hablar de esto. Una noche de nochevieja que nos quedamos los dos charlando hasta tarde nos sorprendimos al reconocer que, cada uno por separado, pensó que los muñequitos era un regalo de nuestro padre “desde el cielo”.

    VANESA

    “Queridos muñequitos ya he encontrado cómo devolveros a vuestro país, sois adoptados, se os ha engañado diciéndoos que pertenecéis aquí, vuestra familia os espera, dónde vivís siempre hay sol y comida rica. Os diré cómo vais a salir: cada día uno y también mandaré dinero para que no os falte. Ya he encontrado el camino. Al resto os esconderé mientras tanto. Estaréis a salvo”.
    Vanesa dobla la notita hasta hacerla muy pequeña y la mete en un hueco arriba de la pata de su escritorio. El escritorio está contra la puerta de su cuarto. Después se mete en el armario, ahí ya no oye los gritos.

    Pseudónimo: 87.

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  6. En ese antro irrepetible pero también aleatorio, porque nos habría valido cualquier otro, viví.
    Un empujón cariñoso me hace derramar un poco de cerveza, la misma que engullimos con alegría y despreocupación. Estamos a salvo, seguros en este colchón de risas, que resuenan confundiéndose con los dorados yunques que repiquetean en forma de jarras. Seguros por ahora, aunque sea sólo durante un rato, en el tiempo en que los brazos pasan por encima de los hombros y las miradas cómplices y los gestos conocidos despiertan una sensación que transmitimos con una sonrisa. Un suave látigo de aire frío se cuela cuando alguien abre la puerta y de la calle el viento nos trae el recuerdo de la lluvia de hace un rato. La humedad me hace pensar en todos los buenos y duros momentos en la montaña. Donde las cosas son un poco más de verdad, como si la roca inhóspita de las alturas nos desnudase por dentro y entre los pinos, la nieve y lo salvaje, sólo quedase lo que somos en realidad.
    Igual que en aquel momento de taberna entre mis elegidos y mis hallados: Mis amigos, a los que tanto necesito
    Allí, mecido por el cálido mar de charlas, brindis, bromas, sillas y mesas moviéndose y más risas y abrazos; allí, me encontré muy bien. Me reí mucho. Hasta lloré. Uno de nosotros vomitó un poco de un ataque de carcajadas descontroladas y eso nos hizo reír más.

    Cuando surgían las conversaciones que, naturales, se repartían y dividían sobre la mesa. Cuando nos enriquecíamos escuchándonos y disfrutábamos de la confrontación de opiniones sinceras en rabiosos debates, con la tranquilidad de hacerlo entre amigos. Cuando cobraban la suficiente intensidad como para que merecieran la pena, a la izquierda, sentada a mi lado, una persona amable, un invitado nuestro, un visitante de la madrugada, con toda su buena intención, empezó a preguntarme acerca de aspectos básicos de mi vida actual que he aprendido a recitar con desgana en un aburrido y algo deprimente discurso. Lo escucho según lo cuento y con él repaso mi vida superficial y selectivamente, según el momento y el oyente. Así que mientras, con el rabillo de la oreja, trataba de enterarme de la interesante conversación de al lado sin saber cómo escapar, sin parecer descortés, del tema de conversación más horrible: yo mismo y mis circunstancias. Fui al baño con la esperanza de que no se retomase el castigo al volver y de pronto, comenzó a sonar una canción perfecta en un momento perfecto y alguien me gritó algo desde su silla y todos nos doblamos de risa, abriendo la boca al máximo y golpeando la mesa o la pierna. Ya había escapado.

    La velada continuó. Alguien contaba en una esquina, con el fulgor en los ojos de quien disfruta apasionadamente lo que vive, cómo una noche, navegando con marejada sobre la inconcebible cantidad de agua que es el mar abierto, atravesándolo con la quilla del velero que habíamos alquilado ese verano, algunos de nosotros observamos entusiasmados a nuestro paso, la mágica fluorescencia de las microalgas marinas. Nos miramos con asombro y nos indicamos mutuamente con el dedo hacia la espuma, como niños descubriendo el mundo. Y vimos centenares de verdes y fantasmales chispas resplandecientes, que, como nosotros aquella noche en el bar, bailaban y se agitaban alocadamente con un bello resplandor, para desaparecer en torbellinos efímeros sobre la insondable oscuridad…

    Brillemos mientras podamos! Cuántas cervezas más?? 3,4,5… y una con limón!

    Pseudónimo: UNA NOCHE DE VIERNES

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  7. Certeza

    Quisiera poder contar lo que no digo y casi no puedo pensar. Pero sé que existe. Sólo se ve por el rabillo del ojo, atrapa mi atención y, cuando quiero mirarlo de frente, ha desaparecido. Y, mientras tanto, hay una multitud de palabras pesadas, pastosas, pringosas, que rellenan huecos haciéndolos más hondos. Palabras que aprisionan en plazas pequeñas. PalabrasPuentesFalsos. A veces se cuela entre ellas ese algo, que sé muy vivo, hablando en un SilencioPausa. Y, cuando intento entender, queda sólo un eco.

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