jueves, 3 de enero de 2013

X Edición de Relatos Fundamentales


Tema: Esta vez habrá que escribir un relato inspirado en la siguiente música:

Cualquier planteamiento para el relato es válido, tanto si se quiere incluir la música en el mismo como si se quiere escribir un relato básado en lo que la música sugiere a cada uno. ¡Ánimo!

Extensión: Libre.

Método de envío: Cada relato será un comentario en este post, y cada persona puede enviar todos los relatos que quiera.

Fecha límite: Se pueden enviar relatos hasta el viernes 8 de Febrero (a cualquier hora), día en que será la cena (sobre las 20:30).

Lectura de los relatos: La identidad de los autores será una incógnita en todo momento. A la hora de ser leídos, los relatos serán repartidos entre los participantes de forma aleatoria. En esta edición no habrá votación para el mejor relato, dado que lo más interesante es precisamente el debate que se genera a raíz de la lectura de los relatos presentados.

Organización de la siguiente edición: La elección de la persona que organizará la siguiente edición se realizará mediante un sorteo, y aquel al que le toque tendrá libertad total a la hora de plantearla.

19 comentarios:

  1. Los edificios huelen a menta.

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  2. EL ROMANCE DEL SIRVIENTE TORPE (Léase siguiendo la música)

    Una muy digna y distinguida señora ordena a su joven sirviente que le ordene y limpie todos los jarrones y piezas de delicada porcelana que hay ahí en la estancia, Esto ponlo ahí y esto por aquí y esto limpio aquí y esto otro por aquí. Aquel jarrón allí.Se va.
    El sirviente se afana en hacerlo rápidamente frotando con el trapo todos los jarrones, limpiando y colocando, rápido. Más rápido. Frota. Limpia, coloca.
    Hasta que uno se le escapa de entre las manos. Intenta cogerlo, no puede, parece hacer malabares con él… lo coge, se le escapa, lo intenta y, finalmente, casi como a cámara lenta, ve cómo se le cae destrozándose.
    El valioso jarrón está roto y ya no hay remedio. El joven se lamenta de su suerte y con melancolía piensa en que probablemente perderá el empleo por ello. Cómo puede ser tan inútil? Se lo merece. Qué desgraciado es…
    De pronto, interrumpiendo sus lamentaciones, un molesto mosquito aparece zumbando agudamente alrededor de sus oídos y volando acrobáticamente sobre su cabeza. Es irritante.
    Él intenta deshacerse del insecto a manotazos pero no lo alcanza y el mosquito enfadado trata de picarle contraatacando sus golpes. La pelea sube de tono y se vuelve más agresiva: golpes, vuelo esquivo del mosquito, más golpes, zumbidos. Hasta que un gran golpe da en uno de los estantes y todas las delicadas piezas empiezan a caerse. El joven trata de sujetarlas, pero cuando tiene unas sujetas se caen otras y tiene que usar también una pierna para sostenerlo todo. Entonces empiezan a deslizarse primero hacia un lado luego hacia otro, hasta que finalmente, caen.

    Aparece entonces la chillona señora sorprendida por el alboroto. Tendrás que pagarme los desperfectos! No tengo dinero! Me da igual, eres un manazas. Ha sido un accidente! Da igual, tendrás que pagar. No puedo. Sí puedes. Que no puedo. Paga! No. Sí. No. Sí. No. Sí. No.
    Con el índice golpeando con rabia el pecho del sirviente, la señora le dice que si no puede, tendrá que buscarse otro trabajo para pagárselo porque está despedido! A golpe de dedo lo echa a la calle. Cierra la puerta.
    Las gotas de lluvia de fuera le caen por todas partes mientra él intenta resguardarse bajo su chaqueta. Parece que la lluvia se riera de él. Qué mal día! Una última gota cae en su nariz antes de que se cubra por completo.
    Entonces, a través de la chaqueta que le cubre, ve a una hermosa y delicada señorita que pasea con un paraguas por la calle y se queda absolutamente embelesado observándola, fulminado por un sublime enamoramiento repentino.
    De pronto, la chica se percata de él! “Jajajaja” y le mira y él se pone muy nervioso “Jijijiji” y trata de quitarse la ridícula chaqueta, jejejeje pero se lía con las mangas y se le atasca. A ella le parece taaan mono... Él lucha desesperado por no parecer tonto. Jajajaja. Y no se da cuenta de que a ella le gusta así jujujuju. Tirón de la manga, tirón tirón, tirón, ya sale, tirón, tirón! Lo consigue y sus miradas se encuentran! Se le acerca cada vez más y se miran ambos enamorados y les da una risa tonta y las mariposas revolotean en sus estómagos, más risa tonta… Se quedan mirándose. Más intensamente! Las mariposas actúan! Y se besan!!

    PSEUDÓNIMO: Leonard Bernstein

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  3. Anomalías diarias

    Se ha quedado muy quieto contemplando el cuerpo desnudo de su vecina. De vez en cuando, muy suavemente, lo acaricia sin despertarla. Lucha contra el cansancio hasta que finalmente le invade el sueño.

    Él cree que no se puede hablar con palabras, por eso sin saberlo las utiliza de una forma que se agarran al corazón.

    La vecina duerme muchas noches con él. Durante el día ella admira su caminar silencioso y atento. Sentirle tanta felicidad a ella le gusta y le desespera; y por eso se aleja de él. Ella vuelve casi todas las noches, con avidez, imaginando un contagio a través de la piel. Sueña a menudo que van de la mano y que está contenta.

    Ya ha amanecido y afuera llueve, truena y relampaguea y él sale corriendo de la casa para estar dentro de la tormenta. Agita los brazos, hace señas a la vecina para que se reúna con él (ella finge no verlo), salta, y se come las gotas.

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  4. -Y yo qué sé. Déjame.
    -Claro, para ti es fácil, pero al que le va a estallar la cabeza es a mi.
    -Ya estamos...
    -Tú te lo tomas a broma, pero es un asunto muy delicado.
    -Muy peliagudo, jaja.
    -Y encima te pones graciosilla, como el que no duerme soy yo...
    -Bueno, pues aféitate.
    -No puedo.
    -Pues no te afeites, pero déjame dormir.
    -Tampoco puedo. ¡Pero si ya lo sabes!
    -Lo que no sé es por qué te empeñaste en poner una barbería en el único pueblo en que el barbero sólo afeita a aquellos que no se afeitan a si mismos...
    -Me pareció bonito. Además, tú me dijiste que era buena idea.
    -Sí, pero también te dije que lo que digo siempre es mentira.
    -...

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  5. Alzó con su dedo el hilo enredado de la díscola aldaba; sobre el paraguas de madera posó el redondo anillo estirando al máximo la cuerda: un, dos... un, dos... ¡tres! Salta todo y aumenta el paliptar de su corazón: un, dos, un dos... La sangre circula por los canales de su cuerpo como líquido que a cuestas arrastra la vida.

    Ha salido ya de su escondite, donde cuentan que calibraba su estrategia decisiva: "la cuestión es captar la esencia dorada del movimiento, bien pendular o anclado más bien, fijo". El ritmo fijo también deriva en melodía divina, decorosa: como el dedo que decide cuando indica el camino. Un, dos, sólo dos. Aislar al tres decadente, desmedrarlo sin piedad.

    Dicen que esta era su estrategia decisiva de supervivencia: dilucidar el ritmo.

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  6. Adansonia digitata7 de febrero de 2013, 21:31

    LA CONCIENCIA VISTE DE TRAJE

    Había preparado el viaje con muy poca antelación y por eso la idea de que olvidaba algo no se me iba de la cabeza. Sólo habían pasado dos semanas desde aquella llamada que hizo cambiar el rumbo de mi vida y ya estaba en la estación, esperando a que saliera el tren. Al principio tuve muchas dudas, y algo de miedo. Miedo a lo desconocido, a que al final saliera mal. Sentía tristeza por dejar atrás tantas cosas. Pero en seguida me convencí de que era una buena oportunidad que no podía dejar escapar, y la alegría y la emoción desplazaron a las dudas.

    Cientos de pasajeros caminaban con prisa de un lado a otro mientras el traqueteo de las ruedas de sus maletas y las voces que salían de los altavoces marcaban el ritmo. Levanté la vista hacia el gran reloj de la estación. Y allí, bajo el reloj, junto a la puerta de entrada, un hombre me llamó la atención. Me pareció diferente a los demás, porque estaba quieto, parecía muy tranquilo. Llevaba un traje gris, un poco pasado de moda, y un sombrero haciendo juego ocultaba su calvicie incipiente. Me dio la impresión de que me estaba mirando. En ese momento levantó su mano derecha y señaló hacia dónde estaba yo. Qué extraño ¿Es a mí? Dije con un gesto. Asintió con la cabeza mientras con la mano me indicaba que me acercase a él. Me levanté, vacilando, y me acerqué despacio. Al llegar junto a él comprobé que era un hombre de mediana edad, con una mirada del mismo color que su traje. Sujetaba una maleta grande y vieja, llena de rasguños que indicaban que había viajado mucho. No dijo ninguna palabra. Simplemente levantó la mano y señaló hacia algún lugar. ¿Dónde? ¿La puerta? Y enseguida comprendí. Señalaba hacia un cartel que indicaba el camino hacia mi casa. Por allí había llegado yo hacía apenas quince minutos. De repente volvieron las dudas. Quizá no tendría que hacer este viaje, aquí estaba bien, voy a dejar atrás tantos recuerdos…¡Me vuelvo!

    Casi cruzaba ya la puerta de salida, cuando alguien me agarró del brazo. Al darme la vuelta ví que era un hombre joven, vestido con un traje beige impecable, y a sus pies, una maleta nueva, sin ningún arañazo. Me sonrió mientras me señalaba hacia el tren. ¡Mi tren! El que me llevaría a mi nueva vida, una nueva aventura. ¡Me voy! Agarré mi maleta e intenté caminar hacia el tren, pero la mano del hombre gris agarraba mi cazadora con tal fuerza que no pude dar ni un paso. ¿Me quedo? El joven, que pareció leerme el pensamiento, tiraba de mí hacia el lado contrario. ¡No podía moverme!

    Haciendo un gran esfuerzo conseguí soltarme y eché a correr tan rápido como pude. Cada vez había más gente en la estación y apenas me dejaban avanzar. Veía por el rabillo del ojo como los dos hombres me seguían y se aproximaban cada vez más. Más y más gente. Más y más cerca…Ya no podía dar ni un paso… me empujaban… y me agarraban por los brazos…tiraban de mi chaqueta…me dejé llevar…tropecé, cerré los ojos de manera instintiva y caí…caí sentado sobre algo, algo no muy duro, suave…Abrí los ojos despacio…estaba en un vagón de tren ¡mi tren! mi maleta nueva encima de las piernas. Un instante después, mientras un silbato anunciaba la salida del tren y las puertas se cerraban, alguien se sentó en el asiento de al lado, se quitó su sombrero gris, y con una voz gris dijo: ¡buen viaje!

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  7. El gordo profesor se ha quedado sólo en clase, afila los lápices uno a uno. Su mirada estremece, sostiene una sonrisa extasiada. Piensa en sus nuevos alumnos como jamoncitos para un festín, sus caritas preescolares botan por el aula rociadas de salsa, ¡está encantado! Y en un arrebato, salta a bailar al compás de una melodía que sólo suena en su cabeza. Todos los alumnos bailan al son en un baile tan espontáneo cómo sincronizado. Exhausto se tira al suelo y comienza a revolcarse. Cae en un cálido sueño. Todos los lechoncitos están en la cama.

    Pseudónimo: arrebatado

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  8. La mujer de Putifar7 de febrero de 2013, 23:17

    MELODÍA INFIEL

    Hasta las dos de la tarde, todo en balde. Afuera llueve y dentro nieva. ¡Como si no supieras, como si no supieras, lo que te espera...! Ale, ale, que viene el coco, chica guapa entre los rastrojos. Se arrastra, serpentea, por la calle se menea. Cae dando vueltas, tropieza con un toldo y desafina al llegar al fondo. Ay, ay, uy, uy, entrecortada comienza la cena. Y mientras, pasito a pasito siente su caricia serena. Otra vez, de nuevo, va y viene con rapidez. Se detiene y ¡amén!

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  9. Adiós (dice mi mano).

    Todo estaba oscuro y tú estabas echada hacia adelante y absorta. Yo tenía la vista puesta en los zapatos del violinista, que era lo único que me dejaban ver las cabezas del público. En algún momento descubrí que tu mano izquierda se movía, copiando las posiciones en el mástil de las notas que sonaban.

    Me pasé el resto del concierto hurtando miradas, desviando mis ojos de los zapatos del violinista para posarlos en tu mano. Y así, de poco en poco, inspeccioné tus dedos, la palma y el dorso de tu mano. Ahora puedo confesarte que estaba hechizado con aquella danza tan sensual. Me enamoré de la carne que bordea tus uñas y por encima de todo, por encima de todas las cosas de este mundo, adoré aquella mezcla de firmeza y suavidad del ángulo que formaban tus falanges.

    Igual que te pasó a ti, se activaron mis neuronas espejo. De pronto mi mano trajo tu mano a mi boca y mis dientes mordisquearon la almohadilla de debajo de tu pulgar. Tras el pánico, me sorprendió lo fácil que resultaba aquello en contraposición a lo difícil que siempre lo había imaginado. Por fin tu piel rozaba mis labios y mis labios perforaban suavemente la barrera de nuestra amistad.

    Sin embargo algo falló. No sé decirte cuál fue la causa. Quizá me desorientaron los pizzicatos, quizá fue el calor o el brillo de los malditos zapatos del violinista en mitad de aquella quieta oscuridad, no sé, quizá solamente fuera el cansancio de tanto subir a los agudos y bajar a los graves. El caso es que confundí los impulsos eléctricos y mi mano nunca se movió de mi rodilla. Se quedó quieta tomando una decisión que yo no pude ni quise tomar.

    Perdóname por decirte que fue la decisión correcta. Puede que tu nunca lo sospechases, pero aquel leve movimiento de tu mano desequilibró algunas estructuras que yo creía muy firmes. Lo curioso es que fue precisamente aquel temblor lo que a la postre les ha dado aún más firmeza y cohesión. Ahora soy feliz, sí. Espero que tú también lo seas. Adiós (dice mi mano).

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  10. Cuando los edificios huelen a menta


    Es un hecho que los edificios
    huelen a edificio
    así
    como todo el mundo sabe
    que los helados de pistacho
    saben a pistacho.

    Sin embargo, a veces
    uno se confunde. Se equivoca
    y entonces ocurre
    que los edificios huelen
    a menta.

    No puede ser y sin embargo
    los hueles y los hueles
    y no se puede negar.
    Dan ganas de decir
    - Señores, yo dimito,
    este edificio
    huele a menta.

    Al principio cuesta
    pero uno se acostumbra
    y luego ya no sabes
    a qué va a oler el siguiente.
    No sabes
    si las partículas de polvo
    (las que están entrando por tu nariz)
    van a tener toques de esparto,
    de pelo de gato o magdalena.
    A veces ni siquiera
    cuando ya están dentro
    (de tu nariz) sabes
    si su siguiente movimiento
    va a ser un trino,
    un pizzicato
    o si van a arrastrarse pesadamente
    apartando hojas secas
    a su paso.

    Quizá no tiene ninguna importancia
    pero a veces
    los edificios
    huelen a menta.

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  11. Génova, 15 de Marzo de 1802

    Estimado señor,
    Cuando despierte habré desaparecido. Escribo estas temblorosas líneas tratando de liberar un nudo que desde hace tiempo me atenaza sin descanso.

    Cuando, ya hace unos meses, le escuché por primera vez, una inquietud incomprensible se despertó en mi interior. Nadie en mi familia pudo explicarse el mutismo y confusión de los días posteriores a aquel concierto en la embajada.
    La locura, no obstante, parecía ser compartida. Durante unos pocos días la ciudad bullía en su influencia. Mientras los melómanos admiraban el virtuosismo y coraje técnico, entre las damas se alababan los exquisitos modales recién traídos de la corte francesa. No pocas voces, sin embargo, se ensañaban en los rumores sobre su licenciosa vida.
    A medida que ese revuelo inicial se fue disipando, mi turbación no dejaba de crecer. Tan fijados habían quedado en mí su mirada y el timbre misterioso de la única cuerda del violín.

    Me asusté mucho cuando escuché por primera vez que su arte era fruto de un influjo demoníaco. Pero ahora sé, porque lo he vivido con goce y terror a la vez, que las habladurías son ciertas.
    Durante los últimos meses de retiro mi mente no ha dejado de escuchar ese inexplicable sonido que algunos llaman la nota número trece. He perdido el sueño, el apetito y, finalmente, la razón. Atraída por esta oscura obsesión me he apartado del camino cuidadosamente marcado por mis amantes padres y maestros.

    He renunciado a Dios y he deshonrado a mi familia para acercarme a usted, y esta noche he traspasado un umbral sin retorno. He roto con todo, pero ha sido mi elección y ya no hay redención posible.
    Incluso en ese último momento, me hallo incapaz del arrepentimiento y mi único deseo es haber dejado, tras este encuentro maldito, una huella que quede imborrable… como el estremecimiento de las notas de su violín.

    Se despide para siembre,
    T.




    Pseudónimo: Tredici

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  12. Querido Maese Niccolo.

    He aunado todas las fuerzas con las que Dios me dotara para escribirle esta misiva. Mientras las letras emborronan torpemente el papel, pues la escritura nunca ha sido una de mis virtudes, mi compañero y colega, Franz liszt, interpreta los estudios para piano que he terminado de componer recientemente. Además lo hace mejor que yo mismo, algo que nunca me atreveré a decir para no engordar el ya inflado ego de mi compañero, y que me produce una envidia inconfesable no menos feroz que la velocidad de sus dedos sobre el teclado.

    En realidad mi colega Maese Liszt y yo compartimos estas frases, pues tras asistir juntos a su concierto en Génova, y una vez compartida su música, ambos quedamos atónitos. Durante su concierto, Franz no paraba de patalear y de revolverse inquieto en la butaca como un niño impertinente. Sonreía, se entristecía, lloraba y sufría extraños espasmos. Esa música impredecible y vivaz nos llegó tan profundamente en el alma que es lo que ha guiado mis ganas de escribir.

    "Il Diabolo in Musica", lo hubimos escuchado tantas veces en nuestra cabeza que tan despiadado mote no pudo por menos que perder el sentido. Pero más allá de paparruchas bíblicas, si alguien merece este sobrenombre, por la parte de pura maestría, ese es usted Maese Niccolo. Aún recuerdo como tras minutos de notas enfurecidas y rotas todas las cuerdas del violín excepto una ¡fue usted capaz de acabar el concierto!. Viéndole me causa un escalofrío pensar que la dedicación de Maese Lizt y la mía propia al pianoforte merece ser tildada de juego de críos, pues usted extrapola el virtuosismo a la categoría de inhumano, de lo insólito e incluso sí, diabólico.

    Cuando llegamos a Génova, Maese Liszt y yo compartimos algunas vicisitudes sobre los tiempos que nos acompañan y las pasiones del hombre, la vida, la muerte y, por supuesto también del amor y el desamor. ¡Qué manzana tan envenenada es el amor! igual que la madrastra de un cuento, llega con paso titubeante y cara risueña, pero un gusano anida en su interior y se abre paso a paso inexorable hasta que nos hace perder la razón, nos hace caer en un sueño profundo, e incluso sepulta nuestra ánima. Por cierto, Maese Liszt me habla de Dios constantemente, temo por él porque creo que antes de abandonar este mundo, lo cual creo que no tardará en suceder debido a las toses que arrastro desde crío, le veré con el hábito enfundado, aunque ahora se empeñe en vestirse con la antorcha de la revolución.

    Al bajar del coche de caballos, antes de llegar a nuestro hospedaje y tras un viaje insufrible por el traqueteo del empedrado por un lado y por la diatriba recalcitrante de Maese Liszt sobre sus futuras versiones del concierto de esta noche por el otro, el conductor no duda en preguntarnos.

    -Han estado viendo a ese Paganini ¿verdad?, no entiendo cómo pueden gastar tanto dinero en ver a alguien rascar un trozo de madera. Yo trabajo diez veces mas duro y mire la miseria que me va a pagar.
    -Claro - contesté - yo personalmente le pagaré a usted diez veces más, pero cuando pueda traernos sobre tan solo una rueda.


    Fragmento extraído de las cartas personales de Frederic Chopín (1835).

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  13. EL DESEO.

    Una vez que la idea se formó en su cabeza, ya no pudo pensar en otra cosa. Quería recuperarla, y en el mismo momento en que se lo reconoció a si mismo, se convirtió en una necesidad, una verdadera urgencia. Asomarse a la posibilidad de que lo rechazara le aplastaba el pecho y el estómago, era algo que por el momento no podía ni pensar.

    ¿Pero cómo iba a hacerlo? ¿Qué hacer? Todavía podía encontrarla, si se daba prisa, a la salida de su trabajo. Iría directo hacia ella y le diría que la quería con locura y que estaba seguro de que ella sentía lo mismo. Que el imbécil ese no era más que un episodio en sus vidas, necesario, pero temporal, y que tenía que reconocerlo. Se irían a cenar, hablarían, le diría que había llegado para él el momento de casarse, que no quería tener que volver a plantearse la vida sin ella. Simplemente no podía. Casi podía sentir cómo bombeaba, atacado, su corazón
    Notó que conducía con violencia, como un loco y al mismo tiempo como un autómata; como un autómata loco. El semáforo estaba en rojo y relajó los músculos. Respiró. Reevaluó su decisión. No sería la primera vez que estropeaba las cosas por precipitarlas, por no pensar con serenidad. Hizo el ejercicio mental de imaginársela a la salida del trabajo y trató de ver, en la imagen, la expresión de su cara al verle. No iba a ser buena. Una de las posibilidades es que huyese en otra dirección, dejándole humillado y hundido; o peor aún, que le estuviese esperando “el imbécil”. No, no era buena idea; no así.

    Pero entonces ¿cómo? Le pitaron varios coches para que despejara el carril y sintió los pitidos como clavos en su cerebro, como terror y como vacío. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo convencerla, cómo hacer que le escuchara ahora? Las lágrimas empezaron a acumularse en sus ojos, de tal manera que en un minuto dejó de ver la carretera y los coches que tenía delante. Solo veía colores, bultos amorfos. Dejó caer las lágrimas y cedió el control. Se abandonó como un niño y sintió que llegaba cierto alivio. Comprendió que solo podía afrontar la situación con humildad, sintiéndose agradecido si es que le dejaba tan solo hablar con ella, cuándo y cómo ella quisiera. Le pediría perdón por haberla traicionado y por haberla herido, y le explicaría que había sido el mayor error de su vida, de entre otros muchos que había cometido antes. Le diría que comprendía y respetaba si ella no quería volver a verle.

    Pero no. La verdad es que no lo iba a comprender, no sin al menos otra oportunidad. Recordó su piel, su olor. No podía renunciar a sentirlo otra vez. Supo entonces lo que tenía que hacer. Estaba resuelto: insistir e insistir. Iba a hacerse presente y a recordarle su amor inquebrantable hasta que ella tuviese un desliz, un momento de debilidad. Incluso si esto no sucedía nunca, la insistencia sería tan constante y machacona que podría ver con sus propios ojos la solidez de sus sentimientos, y la determinación de su actitud. No podía fallar. No, si sabía jugar bien: no podía atosigarla con exigencias o reproches. Debía mostrarse oportuno, dulce, sutil. Convencerla con la firmeza de una roca e intrigarla con su resistencia al rechazo…hasta que el rechazo se convirtiese en ambivalencia, la ambivalencia en duda, la duda en posibilidad, y la posibilidad en deseo.

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  14. Oh, dichoso Paganini

    ¿Quien eres? ¿Qué diantres quieres? ¿Qué puedo esperar de ti?

    Llevas ya muchos días dándome la vara con tus apariciones y desapariciones repentinas, tus cambios ridículos de vestuario o tu escaso humor. No he llegado a entenderte. Sería justo por mi parte reconocer que tampoco lo he intentado con ahínco.
    Últimamente he estado ocupado y no has sido mi prioridad. Además, creo que no somos afines. Es tu actitud la que no me agrada. Nunca llegaste a presentarte, y sin embargo parece que ahora podemos encontrarnos en cualquier momento, en cualquier lugar.

    Pero no quiero malentendidos, somos seres independientes.

    Si tuviera que definirte serías lo más parecido a un moscardón que puede revolotear sobre mi tranquilidad en el momento más inesperado. Aunque no quiero hacerte creer que tus exigencias me impiden dormir, porque siempre fui de sueño fácil. Pero sí es verdad que me has provocado algún ligero dolor de cabeza.
    Entiendo que has llegado a algún tipo de acuerdo con mi homúnculo y ahora estais compinchados para que haga algo por tí. Sinceramente, creo que sería incapaz. Es una cuestión personal. Te has colado en mi casa como un ladrón, sin pedir permiso.

    Oh, dichoso Paganini ¿Quién te has creído que eres? Tengo la sensación de que tengo que tratarte como un rey o un dios al que deba rendir pleitesía.

    Seré franco contigo: no me voy a arrodillar ante tí. No has hecho nada por mi desde que llegaste. Nada que merezca semejante privilegio.
    Es cierto que no me lo has pedido. Ni siquiera te has considerado formalmente como un ser superior...

    ...pero esta deferencia que tengo por tí, ¿a qué viene? ¿acaso el hecho de venir desde un tiempo lejano te confiere un don por el que me vea obligado a estar varios escalones por debajo tuya? No. Me niego.No podrás con mi ego aun teniéndolo debilitado. No eres ni mi amante ni mi referente. Nunca fuiste un confidente y no te quiero como acompañante. No por ahora.

    Sal de aqui para siempre.

    Sin más,
    un desconocido.

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  15. UNA NOCHE DE CONCIERTO (1)

    La luz amarillenta llena la gran estancia desde los cristales tallados de las lámparas de araña. Ilumina los murmullos y tintineos de colgantes, joyas, medallas y ornamentaciones de gala de los nobles y otros personajes distinguidos reunidos en el hall, a la espera del comienzo del acto.

    - Barón Widerlich! Duque Schwerig! Qué agradable sorpresa! - Finge el Conde.

    ¿Qué hacen estos dos necios aquí? No hacen más que aparentar pero no distinguirían un scherzo de un ettude… Tengo que evitar como sea que el gordo maloliente se siente a mi lado, otra vez…

    - Conde Repoussant! Siempre es un placer! Es de observancia que la ocasión nos invita a ser de nuevo vecinos de butaca, ¿no le parece? Así durante el recital podré comentarle ciertos pasajes cuya comprensión profunda queda reservada a los más doctos… - Las palabras del Barón, bañadas en ajo rancio, flotan… y la sonrisa como respuesta de Repussant es indisimuladamente agria.

    Este resabido y fariseo aquí! Pensé que la velada pintaba mal teniendo que discutir con el Duque, pero ahora con el repulsivo y testarudo Conde… pues va a recibir una buena lección de historia de la música, armonía, composición y estilo. Piensa con decisión Widerlich.

    - Caballeros, me congratulo de encontrarlos a ambos en un concierto… de nuevo. Espero que esta vez no acabemos encallados en una discusión erística sin salida.- El dedo largo y acusador del Duque, que sale de su mano cerrada bajo la barbilla, se contorsiona en gráciles movimientos despreciativos. Su pensamiento se refleja en la perpetua mueca de asco adquirida.
    - Duque Schwerig, con usted eso sería casi digno de liturgias milagrosas… - Escupe el Conde con la cabeza cuadrada ligeramente inclinada y el veneno en su sonrisa.

    El Conde Repoussant piensa que el Duque Schwerig es un estúpido y prepotente, y está tratando continuamente de confundir a los demás con su léxico rebuscado, porque no entiende que significa “erística” y porque le pone nervioso su ridículo dedo índice retorciéndose bajo el mentón…

    - Oh, no querrá comenzar usted tan pronto ¿verdad?- Dice el Duque, con el monóculo clavado en el Conde.
    - Señores, no corresponde a tan ilustres caballeros como nosotros entrar en inapropiados y vulgares temas… ¿Saben que el violinista que toca hoy es capaz de ejecutar el más fino y preciso staccato? Verán, si se fijan en los compases sincopados del tercer movimiento podrán… - el aliento nauseabundo del Barón es expulsado, mientras habla, en todas direcciones.

    Dios mío, los vapores que desprende este cerdo Barón son cada vez peores… pero si piensa que me va a dar lecciones de música y que no le voy a replicar por su hedor, está muy equivocado, piensa el Conde.
    Cielo santo, es realmente insoportable la cercanía de este hombre, pero no dejaré que esto me impida demostrarle lo poco que sabe del arte de Euterpe. Piensa el Duque.
    Ninguno de estos profanos e iletrados musicales puede soportar escuchar mis palabras cargadas de sabiduría. Pobres. Si no, ¿cómo explicar que su cuerpo permanezca inmóvil, con aplomo, y sus rostros se giren de ese modo hacia otro lado cuando me dirijo a ellos, casi rechazando la verdad? Les cuesta tanto admitirlo que prefieren aguantar estoicamente mis comentarios sin retirarse, aunque su cabeza no asuma la idea… piensa el Barón

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  16. UNA NOCHE DE CONCIERTO (2)

    - Barón, - interrumpe el Conde- celebro su amplio conocimiento en la obra de este compositor, pero preferiría entrar ya al auditorio y escucharla por mi mismo antes que continuar siendo testigo de sus insistentes esfuerzos en ofrecernos un decálogo de pretendidos aforismos musicales.
    - Dios me valga, Repoussant – Interviene el Duque- probablemente estaba usted aprendiendo mucho de la erudición de Widerlich…
    - Ja – El Barón marea a su audiencia con ese gesto de revancha dialéctica con el que vacía sus pulmones en una sílaba.
    - Me sorprende que su misantropía le permita reunirse con otros seres humanos en conciertos pensados para humanos, señor Schwerig.- Dice, recomponiéndose, el Conde.
    - Oh, vamos, vamos, he debido de acertar de lleno con usted para que lleve su acidez al máximo de sus posibilidades… pero no quiero sino pasar un buen rato con ustedes. ¿Qué les parece si, para zanjar disputas, realizamos una sencilla apuesta? Veremos entonces quien es maestro y quien profano.

    El Conde se envara al oír tal propuesta y el Barón tuerce el gesto en una mueca entre divertida y condescendiente.
    Mientras avanzan entre la gente hacia sus asientos, ya en el auditorio:

    - Estoy deseando escucharos – Suelta el Barón, impaciente por ganar ya y mareando de nuevo al Conde, que desprevenido por la sorpresa ha acercado su rostro demasiado al del Barón.
    - Veréis, queridos amigos, la apuesta es muy sencilla: Como ya es vox pópuli, el violinista solista que nos amenizará durante esta velada, tiene por costumbre ofrecer un único y muy bien pensado bis a su actuación. Siempre está escogido entre obras poco conocidas pero de gran gusto y no son nunca revelados ni el título ni el compositor hasta finalizado totalmente el concierto. La cuestión es sencilla: el primero que averigüe de qué obra se trata, indicando nombres de la pieza y el autor, será el honorable ganador y maestro, con lo que adquirirá el derecho de vetar la entrada a los demás al siguiente concierto.

    - Me encanta la idea, por una vez, aunque salga de usted. Aunque para evitar que hable el Barón durante el concierto, quiero decir, para evitar que ninguno hablemos, propongo escribir nuestra a pluma en las cuartillas del programa. Si más de uno acierta la obra, primará el que lo haya hecho más velozmente. ¿Qué les parece? – Propone el Conde
    - Muy bien, pero luego no traten de excusarse y justificarse cuando queden en evidencia, eso sólo conseguiría avergonzarme más por los dos. – Sentencia el Barón, repanchingándose en la butaca, junto a la del Conde.

    Una aristocrática voz con pretendida afectación y altivez, resuena desde el anfiteatro:
    Damas y Caballeros, fuera de programa, se anuncia a los presentes, que por motivos ajenos a la organización, el violinista Gregor Schimannsky no ha podido llegar a tiempo a la ciudad, así que esperando que la benevolencia del público lo permita, lo hemos sustituido a última hora por el joven y prometedor Niccolò… ¿cómo ha dicho que se llamaba? Baganiani?… Paganini. Sí. Con todos ustedes: Niccolò Paganini.
    Los tres nobles se envaran al escuchar la novedad y rápidamente miran hacia los otros escrutando inquisitivamente sus respectivos rostros en busca del más mínimo gesto de nerviosismo.

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  17. UNA NOCHE DE CONCIERTO (3)

    - Supongo que esto no modifica los términos de la apuesta, señores. – Tantea el Conde
    - ¿Desearía hacerlo, señor Repoussant? – Inquiere el Duque, que en su fuero interno está deseando abortar como sea la apuesta que tan bien preparada tenía, pero con el otro violinista harto conocido por él. Sin embargo ahora, con este desconocido insolente…
    - En lo que a mi respecta la apuesta no ha hecho sino incrementar la emoción, señor Scwerig. – Responde el Conde, mientras en paralelo maquina desenfrenadamente cómo poder excusarse o no salir muy mal parado ¿Quién demonios es este tipo italiano que ha irrumpido de pronto?
    - Oh, vamos, señores. Basta de orgullosas bravuconerías que no van a poder sostener. Reconozco que el juego ha dejado de ser justo, tan sólo los verdaderos melómanos y conocedores del violín podríamos mantenernos en la apuesta. – Dice el Barón a modo de golpe de efecto mientras se estruja el cerebro tratando de recordar algo sobre el tipo que acaba de subirse al escenario ¿Quién demonios es? ¿Y por qué hacen como si cogiesen aire en otro lado para mirarme?

    Paganini, en medio del escenario, mira entorno suyo, carraspea…

    - Jamás había escuchado de vos un discurso a un tiempo tan mendaz como insolente. Si siente miedo a quedar en evidencia no debería aventurarse al agravio, sino procurar una digna salida, señor Widerlich – Espeta el Duque susurrando.
    - Sigamos pues… - susurra a su vez el Conde, quien con la mirada seria al frente tiembla en la última palabra y agradece no poder ser ya contestado ni observado. Han bajado las luces. Paganini va a tocar.

    El concierto comienza y resulta ser uno de los más deslumbrantes e increíbles que nadie haya escuchado jamás. Todo piezas originales suyas. Tras tocar 23 piezas de imposible virtuosismo y belleza, termina y le aplauden. El bis está a punto de tener lugar y los tres nobles, a un tiempo impresionados por lo que están escuchando y a otro avergonzados por no conocerlo en absoluto, se preparan con aspectos serios y remilgados, la pluma sobre la cuartilla, como si estuviesen desando que sonara ya para apuntar… Pero ¿¿¡¡Qué apuntar!!?? Es la primera vez que escuchan a este prodigio del violín y no parece tocar ninguna obra ajena… pero si no lo sé yo, piensan todos, es imposible que lo conozcan estos ignorantes, sin embargo parecen todos tan seguros de sí mismos…
    La tensión es obvia y por momentos el Barón queda empapado en una grasienta y rancia capa de sudor, cosecha especial propia. En cuanto que vea poner a alguno la pluma sobre el papel, piensa el Barón, escribiré Paganini, que en eso seguro no fallo, y la obra que toque… ha tocado 23 y siendo tan joven no puede tener muchas…sin duda el número ha de ser el 24.
    El Duque, absorto en la más intensa de las concentraciones, mira continuamente a sus adversarios pensando también: En cuanto pongan su pluma sobre la cuartilla pondré el nombre del condenado violinista… y la obra… ha tocado 23 piezas, aunque no conozca el nombre no puedo herrar si anoto nº24… no me queda otra salida…
    El Conde, mareado por los olores del Barón y sin para de mirar las manos de sus enemigos, se prepara para empezar a escribir en cuanto suene la primera nota. No quiere continuar sufriendo con esta farsa y ya le da igual no poder ir al próximo concierto, casi mejor así…
    Niccolò Paganini arranca con la pieza nº24 del recital y los tres nobles, espoleados por el Conde Repoussant escriben velozmente: Paganini 24. Dando la vuelta al papel inmediatamente.

    Damas y Caballeros, resuena de nuevo la voz del anfiteatro, han escuchado ustedes los Caprichos de Paganini, del uno al veinticuatro. Gracias por su atención.

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  18. UNA NOCHE DE CONCIERTO (4)

    Los tres nobles, con rostros desencajados y rápidas sonrisas tan inesperadas como triunfadoras, miran a los compañeros levantando a un tiempo las cuartillas para dejar ver sus respuestas.
    Decepcionados, todos observan lo escrito por los otros dos y al instante, comprenden que ninguno sabía realmente qué poner y todos han llegado a la misma conclusión, pero, como una trampa mortal, no pueden ni pestañear contra las respuestas de los demás, ya que estarían atacando la suya propia…

    - Señores, ha sido una magnífica velada, supongo que, sin remedio, nos veremos los tres en el siguiente… - Lamenta el Duque
    - En efecto. Caballeros, de nuevo, un placer. – Zanja el Conde retirándose, a la vez aliviado y sorprendido aún por cómo se ha resuelto la situación.
    - Sí… sí, desde luego, señores, si me disculpan, se ha hecho ya tarde… - Termina el Barón, que se aleja pensativo dejando tras de sí su inconfundible hediondo y pestilente aroma.

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  19. Locura, prisa, nervios, una palpitación (que no un pálpito), respiración rápida y decisión de última hora, algo pop ... todo esto sintió o le vino a la cabeza, la decisión estaba tomada. Ahí estaría, se tiraría a la piscina con todas sus consecuancias. "En la vida hay que ser valiente", se dijo, no muy convencido.

    Ahí estaba, mirando al suelo, con los ojos cerrados. Olor a polvo y madera, a naftalina, y al almidón de la camisa. En ese momento, no había vuelta atrás, cogió aire y salió al escenario, su obra maestra sería juzgada.

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