domingo, 28 de abril de 2013

XII Edición de Relatos Fundamentales

Tema: TODOS HEMOS ESTADO ALLÍ



  
ExtensiónLos relatos tendrán un máximo de 1000. Quien se exceda será penalizado con un aislamiento de 10 minutos de balcón.

Método de envío: Cada relato será un comentario en este post, y cada persona puede enviar todos los relatos que quiera. No vale copiar y pegar de otros autores. También se penaliza. El castigo lo planificamos entre todos, que es muy tarde y no se me ocurre ni uno coherente.

Fecha límite: Se pueden enviar relatos hasta el viernes 31 de mayo (día en que será la cena), 
aunque tenemos tiempo hasta entonces para negociarlo según el interés general.

Lectura de los relatos: La identidad de los autores será una incógnita en todo momento hasta que deje de serlo. Los relatos serán repartidos entre los participantes de forma aleatoria para su lectura. Cada lector deberá leerse una vez el relato que le ha tocado, antes de proceder a la lectura en alto. En esta edición tampoco habrá votación para el mejor relato, dado que lo más interesante es el debate que se genera a raíz de la lectura de los relatos presentados.

Organización de la siguiente edición: La elección de la persona que organizará la siguiente edición se realizará mediante un sorteo, y aquel al que le toque tendrá libertad total a la hora de plantearla.

21 comentarios:

  1. No podrás decir
    “yo no estuve allí”.
    No te bastará
    con enseñarnos tus manos irritadas
    por la acción del jabón y la piedra pómez.
    No te valdrán
    aquellas viejas excusas:
    el trabajo, estoy cansado, mañana sí,
    porque estuviste allí
    durante toda la maldita década
    mientras aquel mundo gestante
    se revolvía en el útero colectivo
    procesando una batalla de hormonas
    en la que (ahora sabes)
    jugaste un papel decisivo.
    No podrás decir “lo siento
    pero
    yo no hice nada”
    porque, precisamente,
    en medio de una punzante lucidez
    sabrás
    que permanecer quieto
    es un gesto como otro cualquiera.
    Comprenderás entonces
    el significado de la palabra omisión
    y su efecto devastador
    cuando se transforma en mosaico,
    siempre
    percutiendo las mismas cuerdas:
    el trabajo, estoy cansado, mañana sí.
    Reverberaciones
    que conforman un agujero en la voz,
    un silencio,
    pero un mensaje al fin y al cabo,
    pues quien calla
    otorga.

    Machado

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  2. La sensación era extrañamente familiar, la humedad teñía de gravedad cero todos sus sentidos. Roberto se giró, con un movimiento lento y denso, y observó durante unos segundos lo que ocurría en la parte superior de la piscina. Bañadores deportivos, cubriendo todo tipo de cuerpos (atléticos, regordetes, huesudos...) recorrían las calles en un ir y venir que se le antojó carente de sentido. Una necesidad imperiosa de respirar lo devolvió a la superficie.

    En el banquillo, el tacto de la toalla se le hacía áspero. A Roberto le embargaba una sensación que no sabía describir muy bien, parecía que todavía le acompañaba esa gravedad cero, se sentía flotante. Para Roberto, en ese mismo instante en que se secaba, todo eran interrogantes. Volvió a observar los cuerpos extraños, se preguntó qué habría empujado a aquellos seres a nadar, si como a él, les habría urgido la necesidad de flotar, de sentirse ligeros. Se preguntó qué habría llevado a esa chica de la esquina a comprarse un bañador rosa fosforito, quién habría enseñado a nadar a ese niño de la calle 4. Se preguntó por las ideas escondidas bajo todos esos gorros ridículos, por las miradas empañadas tras esas gafas. Roberto se maldijo por ese ataque de melancolía, y se preguntó con palabrotas mudas cómo se suponía que debía sentirse.

    Una vez en la calle, mochila al hombro, el aire revolvió su flequillo, y deseó volver a estar rodeado de agua. Aceleró el paso, consciente de que Nuria le estaba esperando, la cita con el médico era a las 5, todavía le daba tiempo. le escribió. Con el móvil todavía entre las manos, se descubrió mirando aquella foto. No podía casi distinguir más que sombras y luces, algo que parecía una judía... Era la primera ecografía que se había hecho Nuria. Le resultaba algo extraño pensar que esa judía sería una persona, una persona de cuya existencia era en parte responsable. Vértigo, esa era la palabra que buscaba en el banquillo a orillas de la piscina climatizada.

    El único momento en que no sentía vértigo últimamente, era dentro del agua. Y en su mente apareció la imagen, la portada del Nevermind de Nirvana. Y de sus labios brotó una sonrisa, como si acabara de encajar la útima pieza del puzzle. Aquella sensación, esa humedad ingrávita, allí habíamos estado todos, pensó Roberto. En el principio de todo, y allí estaba ahora su hijo, sumergido en el líquido protector. A salvo de las trivialidades. Sin otro sentido que crecer.


    Nevermind

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  3. Disfrazado de vendedora de manzanas cuento nubes, escucho al viento. Tras años de espera comprendí que ese era el camino. Surjo de los sueños de las ratas almizcleras. No estoy solo. Danzo cuando nieva, me gusta desaparecer en la bruma. No me pidas manzanas, pues este es mi secreto: yo no tengo. Te ofrezco a cambio salir del gran atolladero, abandonar el estrecho cuello del embudo. Levantarse con la luna es sólo el primer paso; la espera parte fundamental de la búsqueda. Silbar hasta hallar la melodía y no poder parar. Bailar mientras suene.

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  4. "MI LUGAR"

    Cada vez me siento más cómodo, creo que al fin he encontrado mi lugar en la vida.

    Antes apenas sentía, no podía. Parecía anestesiado o ni tan siquiera eso… Recuerdo vagamente haberme sentido dividido, como desintegrado en piezas que nada tenían en común. De aquello hace ya una eternidad.
    Es difícil explicar esa sensación de no conformar una unidad. Sentía como si dos partes de mi, ajenas totalmente la una de la otra, se viesen súbitamente obligadas a convivir y colaborar. Debe ser porque yo era muy joven por entonces, pero no me preocupaba en absoluto el vacío, la falta de identidad, el no saber quién demonios era o qué esperar del mundo.
    Podéis pensar que por aquel entonces era alocado e inconsciente. No estoy de acuerdo. Si bien no guardaba idea del larguísimo camino que quedaba por recorrer, me encontraba invadido de un inmenso impulso a vivir y a crecer. Vino entonces una etapa de tumulto y ajetreo, tiempos de cambio por dentro y por fuera. Más que pensar hacía, siguiendo el ritmo acelerado de un corazón protagonista.
    Tun-tún, tun-tún. Crecer. Tun-tún, tun-tún. Descubrir. Tun-tún, tun-tún.

    Los progresos fueron notables. Aprendí muchos sobre mi y también sobre el mundo de fuera, aunque tardé mucho en distinguir lo uno de lo otro y aun hoy confundo, a veces, lo otro con lo uno.
    Me siento orgulloso de la persistencia que he mostrado durante todo este tiempo. ¡He descubierto tantas y tan grandes cosas! Quizá no me crean, pero desarrollé partes en mi cuerpo que puedo mover a voluntad, con ellas toco un mundo suave y blando por el cual he aprendido a trasladarme adoptando muchísimas posturas. También puedo ver, contemplo con curiosidad los momentos de resplandor rojizo y he desarrollado la capacidad de protegerme si la luz se hace demasiado intensa. Por el momento no puedo explicar el mecanismo por el que lo consigo, pero es muy útil cuando quiero dormir sin que nada me moleste. Espero que no duden cuando les cuento que percibo sabores de lo que me rodea, algunos tan agradables que me doy mucha prisa en ponerlos en mi boca.
    Por último, mi descubrimiento más querido: oigo. Primero escuchaba el fluir de mi mundo, luego un ruido rítmico y profundo que venía de arriba. Los ruidos llegaban cada vez de más lejos y cada vez más variados. Tengo un ruido preferido, es suave y redondo, creo también que es luminoso y rojizo. A veces me pone tranquilo y otras me alegra tanto que trato de alcanzarlo con los pies.

    Últimamente he notado señales que me invitan a salir, a explorar más allá. Dudo, no obstante, que haya un mundo más interesante y completo que este. Además,¡yo ya he descubierto tantas cosas! Creo que me merezco un descanso. Decidido: Me quedo aquí el resto de mi vida. Flotando. Seguro y calentito.

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  5. Puedo notar el tacto tibio de la arena bajo los pies, el sabor a sal en el aire. Pese a tener los ojos cerrados, percibo el rastro de su mirada que termina en mi cuello. Lo siento porque me acaba de dar un escalofrío, y sólo me dan cuando me mira de esa forma. Dejo que mis pensamientos se vayan enterrando como mis pies, con cada ida y venida del mar, enraizándome en la profundidad de la playa. Siempre me pregunté si se podría llegar al centro de la tierra así...

    Un zumbido de fondo ¿un mosquito?. La luz se cuela entre mis párpados. Mi dedo gordo del pie... pero... pero... ¡qué frío hace de repente! ¡Ay!, y ahora me pica la rodilla... y uff, parece que me había desarropado. Me retuerzo bajo las sábanas, envolviéndome torpemente. Y mi pensamiento vuelve a balancearse, a preguntarse acerca del centro de la tierra.

    Otro escalofrío recorre ascendente mi espalda, hasta abrirme los ojos. Y por un instante veo cómo el mar engulle al sol, en un crepúsculo que tiñe el cielo de colores cursis. "Cursi, claro", pienso, y quiero buscar los ojos que están detrás de las miradas escalofriantes. Me doy la vuelta expectante...

    Y ¡ya está otra vez el jodío mosquito!. El zumbido inunda mi cerebro. Lanzo un manotazo al aire, mascullo palabras sin sentido, pero el zumbido sólo se aleja, no desaparece. Y tengo la boca pastosa, pensamientos pastosos, movimientos pastosos. Un momento, huele a ¿café?

    Me incoporo, me toco la cabeza, ah, bien, está en su sitio. Me pesa todo, y sólo quiero volver a la playa y terminar de darme la vuelta. Así que con un gesto decidido me aprieto contra la cama buscando el rastro de la arena y la sal, de los escalofríos. Pero sólo encuentro un amasijo de sábanas, las huellas de la almohada en mi cara, el zumbido y voces lejanas.

    Mi conciencia no asume la ausencia del mar, ¿qué día es? ¿qué hora? ¿Dónde diablos estoy?

    Poco a poco ordeno las ideas... Estoy volviendo de ese sitio extraño y familiar, ese lugar entre el dormir y el despertar. Sí, veo que lo reconoces. Para tí tiene otra forma, otras curvas, otros aromas, otros paisajes, pero tú también lo has visitado. Y tú, y ella, y él... Y cada vez puede ser distinto, pero siempre es igual. Esa confusión, ese regusto, ese picor agridulce entre sueño y realidad, que impregna los sentidos. Un puente entre dos mundos, pasos cubiertos de legañas y humo. Puede que alguno de vosotros lo haya pisado hace apenas unos minutos, tal vez hace unas horas. Puede que no lo recuerdes, pero algo está claro, todos hemos estado allí.


    La legaña lejana

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  6. Pseudónimo: Nosotros

    Mi primer beso no lo dí yo.
    Resoplé de risa, conteniéndola, de lo feliz que estaba, pero no lo dí yo.
    Dicen que cada siete años todas las células de tu cuerpo se regeneran. No es que cambien todas de golpe, mueran todas y nazcan todas nuevas, pero en promedio, al cabo de siete años, todas las células que componen tu cuerpo son distintas a las que lo componían hace siete años. Descubrir esto me sobrecogió cuando era pequeño.
    Significaba que una persona distinta a mí, hecha de una materia distinta, había vivido mi vida por mí hasta el relevo…Significaba que podemos recordar sensaciones percibidas por órganos, como la piel, que ya no existen, que fueron de otro. De alguna forma, aunque célula a célula esos cuerpos que éramos ya no son, nos acompañan siempre en la memoria de nuestras sensaciones, tan vívidas como las de hoy, y permanecen con nosotros para recordarnos el tacto de nuestras manos en los demás, de la arena quemando en los pies, el olor a musgo y humedad de nuestra tierra o el intenso dolor de aquel esguince en el tobillo, hecho de todos esos microorganismos que ya murieron, que nos hicimos al tratar de saltar inconsciente y bravuconamente un enorme tramo de escaleras.
    Así que allá donde vayamos, nos acompañan siempre esos otros “yo” que una vez fuimos. Y en el futuro, éste que somos, acompañará con los demás al envejecido desconocido del mañana en quien nos convertiremos.
    Conmigo están el niño, con cara de inocente ultraje, al que han quitado las piedras de colores que atesoraba y el adolescente ingenuo que descubre anhelar, mirando a las chicas, algo que no hará. Va con ellos el entusiasta universitario, que cuando está feliz aguanta con un resoplido la risa y anda con confianza en el apoteosis de su desconocimiento sobre sí mismo.
    Como una muchedumbre de experiencias, yo y nosotros hemos quedado con una chica maravillosa esta tarde. Todos hemos estado allí cuando la besaba. Y mientras, se ha escuchado un resoplido de risa, contenida en sonrisa.
    - ¿Qué ha sido eso?
    - No lo sé, ha debido ser uno de nosotros…

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  7. Las 16:30. El patio del colegio. No distingues a tu madre entre la barrera humana de madres a la que llegamos corriendo. Ella vuelve a llegar tarde. Te entretienes jugando con niños desconocidos que corren tu misma suerte.
    TODOS HEMOS ESTADO ALLÍ

    Las 22h de un sábado de abril. Llegas a casa a la hora acordada. Pasas directa a tu cuarto. A los cinco minutos sales para unirte a la vida familiar sin sospechas. En el cuarto queda la ropa prestada por tu amiga y el improbable olor a calimocho. Acabando de ver la película en el sofá con tu familia, piensas que, esa noche, nadie diría que has trasgredido las barreras del barrio.
    TODOS HEMOS ESTADO ALLÍ

    Verano. Madrid. Ya tienes la altura que hoy tienes, ya tienes todas las formas que tu cuerpo ha sido capaz de llegar a tener. Sales a la calle alucinada. ¡Qué fácil ha sido todo! Y a la vez ¡Qué ingenua por todas las cosas que no imaginaba! Tu mente y tu cuerpo acaban de despertar. Tu desnudo ya no es secreto. Los misterios ya son naturales.
    TODOS HEMOS ESTADO ALLÍ

    Mes incierto de una incierta estación. Atraviesas un estado de animalidad en el que te da igual todo. El cansancio y el dolor se funden en un ruido sordo. Destrozas su mano cuando el primer llanto os dice que ya está. Besas su cabeza llena de sangre. Es un ser vivo al que vais a acompañar durante toda vuestra vida.
    NINGUNO HEMOS ESTADO ALLÍ

    Día conocido de una esperada estación. Tus compañeros (grandes amigos algunos, eternos desafíos otros, queridísimos todos) te sorprenden con tu fiesta de despedida. Es el día de tu jubilación. Todo lo que se podía hacer, ya se ha hecho.
    NINGUNO HEMOS ESTADO ALLÍ

    Hora enigmática de un incierto año. Dejas de existir.
    NADIE HA ESTADO ALLÍ NUNCA

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  8. El cosmos binario se desplegaba ante su retina, profundo, inmenso y ahora abarcable. ¿desde cuándo?- se habría preguntado- pero el tiempo carecía de sentido, y al igual que el espacio, eran conceptos tan antiguos y absurdos que su cerebro le reprochó aquel pensamiento con una ligera descarga eléctrica.

    En estos momentos, el sujeto BLH345 d.d (después de la digitalización) se repartía entre varias tareas del ciberespacio: a) Inauguraba un nuevo puerto virtual para el comercio de productos fungibles de soportes vitales en la región 45/39, b) enseñaba los conceptos clásicos de la turbina de helio a estudiantes del sector 78/39 y c) dejaba un nuevo mensaje con asunto "interés para intercambio de material genético" con un sujeto hembra de la colonia K/98. De momento no existía respuesta, pero albergaba esperanzas. El concepto "esperanza", también codificado, era en sí mismo filosófico, y se sorprendió al aparecer en su rutina convencional. Alertado al darse cuenta de lo que aquello podía significar, un impacto recorrió su médula espinal. Buscó rápidamente en el archivo del decálogo vital y reunió los síntomas. No dejaba lugar a la duda, lo había oído mencionar muchas veces, antes de la apoptosis programada estas respuestas podían preceder al fin.

    Las funciones somatomotoras, tanto tiempo aletargadas, le permitieron mover el cuello y la cabeza, que se separó del barbuquejo de silicona dispuesto frente a su "portal digital". Un esfuerzo colosal y pudo echar un vistazo a su alrededor. Los otros sujetos del sector, también de extremidades delgadas y cráneos desarrollados, producto del papel central que el cerebro había tomado en la evolución humana, reposaban en sus soportes vitales absortos en la multitarea.
    Como especie, reflexionó, los seres humanos habíamos conseguido desarrollar un mundo donde las leyes físicas que antes nos constreñían ya no importaban. Sin embargo, no significaba que el mundo material hubiera desaparecido, tan solo había dejado de interesanos, aunque un día lejano, pensó el sujeto BLH345, todos estuvimos allí.

    Síntomas precedentes a la apoptosis biológica programada. Extracto del decálogo vital Cod: 354/687:

    interés por el concepto espacio/ tiempo.
    Malestar orgánico, (sacudida eléctrica cerebral, dolor visceral difuso, aumento del peristaltismo)
    Actividad somática motora general espontánea.
    Pensamiento abstracto no dirigido directamente a tareas.
    Interrupción o ralentizamiento de la multitarea.
    Planteamiento de autoterminación.
    Identificación proyectiva atemporal.


    Net -runner.

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  9. Monreal

    Monreal del Campo es un pueblucho en mitad de Teruel, el pueblo de mi familia. Allí vivieron mi padre y mis tíos hasta que empezaron la universidad. Para ellos es su infancia. Para mí, sólo una parte de ella. Solíamos pasar algún tiempo allí cada verano, entonces se juntaba toda la familia y recuerdo aquellos desayunos en la mesa del salón, con café, huevos y tocino frito con pan. Quizá era por mi corta edad, pero Monreal estaba lleno de olores: el del polvo rojo que levanta el viento, el olor a abandono del almacén de la fábrica de mi abuelo, el intenso del mármol de la mesa de la cocina o el de las almendras frescas que abría mi abuela con el mazo.

    Cuando tenía 10 años murió mi abuelo y paulatinamente toda la familia fue abandonando Monreal. Mi abuela llevaba tiempo viviendo en Madrid ya que nunca le había gustado la vida de pueblo. Había ocupado el piso de la Prospe que habían usado mis tíos durante la universidad en cuantos estos empezaron a trabajar. Sin mi abuelo, había pocas excusas para ir a Monreal. Al cabo de los años, resultó que sólo había una: ir a verle al cementerio el día de Todos los Santos.

    Como ya he dicho, yo era muy pequeño por tanto nunca conocí bien el pueblo, las veces que he estado allí después pueden contarse con los dedos de la mano. Sin embargo, en las largas sobremesas de las comidas familiares (cuando ya nadie está sentado en la silla en la que empezó a comer) se habla siempre de Monreal: de los motes del pueblo, de las luchas con espadas de madera, de los borrachos de la taberna, del horno de pan, de las callejuelas llenas de barro. Y así, Monreal fué convirtiéndose en un lugar mitológico. De comida en comida fui conociendo ese Monreal etéreo y bucólico que habita en el recuerdo de mis tíos. Un Monreal de adobe y pantalones cortos, de verano y alberca. Un Monreal desligado del tiempo, vivo y alegre, que contrasta con las ruinas de la casa de mis abuelos.

    Ese es el Monreal que yo conozco. Y ese es el Monreal que he visitado cada viernes durante estos últimos años del brazo de mi abuela, que tiene alzheimer. Poco a poco, las calles de la Prospe han ido convirtiéndose en las calles del barrio bajo de Monreal. Al principio sólo durante unos segundos, hasta que yo le explicaba a mi abuela que llevaba 30 años viviendo en Madrid. Pero hubo un día en que preferí acompañarla y viajar con ella en el espacio y en el tiempo (en la memoria). Desde entonces he paseado por Monreal con ella, pasando el huerto donde cultivaba flores y sentándonos en los bancos de la plaza donde ella jugaba de pequeña. No se los demás, pero yo he estado allí.

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  10. Tris-trás. Delante y detrás.
    Al fondo al fondo de este mundo redondo.
    Corriendo en la playa,
    Pintando el asfalto,
    Tomando jarabe,
    Volando en un salto.

    Uno dos. Ataque de tos.
    Pin-pón. Sabor a algodón.
    Cuaderno de notas.
    Dolor de barriga.
    Terrores nocturnos.
    Secreto entre amigas.

    Verde. Azul. Vuelo de tul.
    Pies y manos. Tormenta en verano.
    Cuentos. Cine. Moras.
    Celos. Risa. Lazos.
    Escondite. Arena.
    Tortugas. Abrazos.

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  11. Homenaje

    A quien se comió un monstruo (¿o fue al revés?). A quien encontró una foto en su mesita de noche. A quien demostró que los helados de avellana saben a pistacho. A quien atravesó un túnel peludo a otra dimensión. A quien lanzó un buitre sobre una muchacha triste. A quien aprobó un examen de electrónica. A quien huía de una nada que avanzaba. A quien simplemente no estaba allí, en un paraje donde el tiempo no fluye. A quien rompió una cuerda sobre el río Zambeze y dejó caer un nombre. A quien se introdujo una pistola de 9mm en la boca para volver a disfrutar de la vida. A quien escribió un hueco. A quien “coincidió” en un hotel con la selección cántabra de remo. A quien recordaba la forma en la que Ariadna colocaba las cortinas por la mañana. A quien tenía un secreto que no se lo podías decir a Mamá. A quien repiqueteaba yunques dorados en forma de jarras tras un día de montaña. A quien se tatuó Madrid (con los tejaditos de las des). A quien tenía que abrir una puerta, y la abrió. A quien al triunfar no se alegró ni se alivió, si no que miró con miedo a sus padres. Al que los edificios le olían a menta. A quien rompió un jarrón y después le cayó una última gota en la nariz. A quien tenía una mano que dijo adiós. A quien no se arrodilló ante Paganini, oh dichoso Paganini. A quien dilucidó el ritmo. A quien se revolcaba soñando que los lechoncitos están en la cama. A quien, enamorada y febríl, se despide del arte endemoniado de un violinista. A quien puso un carro de caballos sobre una rueda. A quien mandó un mensaje encriptado a su cerebro: no hay huevos. A quien dudaba de si una actitud más impulsiva es realmente lo suyo y comprobó que ni sí ni no . A quien cortaba trozos de zanahoria, de cebolla, de calabacín. A quien lloraba en el metro, llorando de verdad.

    A todos ellos, a todos vosotros, a todos nosotros. A todos aquellos que han sentido el fluir de las palabras en las yemas de sus dedos. A quienes se han ido con su relato a la cama. A quienes han amado su relato, leyéndolo una y otra vez, degustando los sonidos que encerraba. A quienes han ido llegando a su verdadero estilo, a base de machetazos. A quienes se han expuesto, a quienes se han abierto en canal. A quienes han ido descendiendo en su interior hasta encontrar sentimientos con sabor a realidad.

    A quienes haya disfrutado esas cenas sabiendo que han sido (y son) momentos únicos. A todos los que hemos estado allí.

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  12. Todos hemos estado allí_I

    1. Nada le aterraba más que escuchar su nombre. Sabía que no estaba preparado. Al menos no lo estaba para hacer la prueba tan rápido como sus compañeros. Él era un alumno especial no aventajado. Y era consciente de que estaba limitado en agilidad, pero no había escapatoria. Tenía que hacer el ejercicio o suspendería.
    Había llegado su turno. -¿Preparado?- Píííííí. Empezó con mal pie, el derecho, cuando él siempre ponía antes el izquierdo. No obstante, no pasó a mayores. Enseguida entrelazó cinco, seis, siete pasitos cortos y se dejó llevar. Se vino arriba y aceleró la carrera. Se agachó para alcanzar el primer borrador de pizarra situado en el suelo. Un gesto que suponía una lucha contra su fisonomía, que retaba su mecanismo muscular. Sobretodo a esa velocidad. Tras coger el borrador con su mano buena, la derecha, cruzó excesivamente las piernas al intentar dar el giro de 180º para retomar la dirección contraria. Sus rodillas rechonchas no giraron como debían y todo su pesó se fue abajo con él. No habría recta final. No habría superación personal. Tan sólo una terrible vergüenza y un inconsolable desánimo al ver las caras de sus compañeros desternillándose de risa, señalándole con el dedo. Él no quería estar allí. No lo merecía.

    2. Cuando algo no va bien somos conscientes de ello, aunque no queramos reconocerlo. Tenemos una vocecita interior que nos anima a continuar, a no resignarnos. Una especie de esperanza eterna que acaba convirtiéndose en obcecación.

    Tenía desde hacía cinco años un modesto restaurante que había levantado con la ayuda económica de sus padres. Los últimos meses habían sido desastrosos. El beneficio no sufragaba los gastos ni una deuda impagable en años.

    Era la tercera vez que venía a hablar con él sobre el mismo tema. Conocía su estrategia: al principio presentaría una forma cordial, después se volvería amenazante. Pero sabía como reaccionar. Su respuesta sería firme e inflexible. Sabía que aquí mandaba su polla y los demás obedecían porque dependían de él. Más trabajo, más beneficios, porque quien siembra, recoge. Ésta era la filosofía que trasladaba a sus trabajadores.
    Disfrutaba viendo como los demás se arrodillaban ante él, suplicándole una limosna. ¡Cómo podían ser tan sumisos e impotentes! Literalmente sus vidas dependían de él como el alimento de un perro depende de su dueño. Sí eso era: ellos esperaban el hueso. Incluso estaban dispuestos a recibirlo roído, sin carne. Con chuparlo les bastaba. Despreciaba este comportamiento humano, incapaces ellos de levantar la voz. Pero los prefería así, cobardes, sumisos. Los necesitaba para tener estas sensaciones de poder.

    - Cualquier día de estos nos quedamos en casa y no trabajamos.
    - Déjate de tonterías. Lo que hay que hacer es trabajar un poco más como ya os he dicho. Son tiempos difíciles y hay que arrimar el hombro. Juntos sacamos esto adelante.
    - Ya son dos meses sin cobrar.
    - Lo solucionaremos. Recuerda que eres muy importante para el restaurante y en cuanto esto mejore serás recompensada. Tan sólo hay que meter una marchita más. Siempre ha sido así.

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  13. Todos hemos estado allí_II

    3. ¡Es increíble la vida! Apenas te tropiezas cuando, sin esperarlo, te ves rozando la plenitud como ser humano.
    En un golpe de dicha, Elena se había quedado embarazada, cumpliendo así uno de los sueños más deseados de los últimos tiempos. No era solamente el hecho de decir “¡Voy a ser mamá!”, sino la posibilidad de transmitir su amor más profundo, incondicional, puro y natural a otro ser que dependería en los próximos años de sus cuidados. Era revivir lo que su madre y su abuela le habían contado tantas veces. Su alegría era inmensa, su sensación indescriptible. Tan sólo le quedaba compartirla con su marido y eso debía esperar unas horas hasta que llegase. Mejor así. Podría saborear consigo misma un placer poco comparable.

    - ¡Hola amor! Tengo dos noticias importantes. Una buena y una mala. Empezaré con la buena porque la mala apenas tiene importancia ahora. ¡Estoy embarazada y tú vas a ser papá!

    Su alivio fue tremendo al recibir de aquellos ojos brillantes y de aquella sonrisa que tanto le gustaba una alegría que no pudo comunicar con palabras. Tampoco hacía falta. Se entendían sin saberlo. Estaban juntos en el mismo camino que tan impetuosamente habían buscado.

    - La mala es que nos hemos plantado en el curro y hemos denunciado a Juan ¡por cabrón!

    4. Su día de trabajo pasó sin más. Salvo un alumno que se fue llorando de clase ante la mofa de sus compañeros, el resto de la jornada había sucedido con total normalidad. Con música celestial en sus oídos mientras paladeaba su próxima paternidad.

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  14. Atrapado. En algún lugar escondiste la llave, pero no estás seguro de saber donde ni de querer encontrarla. El aire está viciado, tabaco, guisos y miedo. Boqueas intentando encontrar aire, es dramática tu lucha. Aleteas, alucinas y enredas palabras en un sin sentido elocuente, mantienes y denuncias. Luchas desde dentro, fuera el vacío, la nada demasiado fuerte. Me conmueve tu locura, me entristece tu soledad y me horroriza tu aislamiento. Ojala pudiesen mirar tu transparencia, aunque tú quieres ser espejo.
    Vienes de un lugar del que quiero escapar. Sin embargo a veces los velos se mueve, la realidad se confunde, el sufrimiento me asfixia, siento que dé un salto llegaría a tu orilla. Ser yo y no fragmentarme, a veces resulta complicado. Verte tan lejos para no sentirte cerca, porque me asustas. Sin embargo tu habitas en mi, en los momentos en que me pierdo, en los que no sé quién soy, en los que me siento demasiado triste, en los demasiado contenta, en los que no comprendo, en los que me escondo, en los que lloro, en los que me confundo. Todos hemos estado allí, y sin embargo tan lejos.

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  15. ¿Todos?

    -Todos hemos estado allí- piensa Juan-, y sin embargo...¿todos?- Se abrocha la chaqueta subiendo la cremallera hasta el cuello. Aunque no hace mucho frío las ráfagas de viento están heladas Aprieta el paso. No quiere llegar tarde. -Todos sentimos el deseo de saltar- sigue Juan, con la mirada un poco perdida, enfocada más hacia adentro que hacia afuera-, de salir volando cuando estamos en el borde de un acantilado. Juan se detiene y cierra los ojos. Siente el viento dándole fuerte la cara; su pelo desenmarañándose caóticamente, el olor a salitre. Ve las aguas turbulentas abajo, muy abajo. El azul intenso y oscuro, la violencia de las olas al romper contra las rocas. Un miedo frío le sube por la espalda. -¿Pero acaso alguien que haya sentido esa atracción al vacío ha saltado alguna vez? Todos hemos estado allí, pero quizá muy pocos han dado el pequeño paso, porque se trata de eso simplemente, de ir un poquito más allá, de no quedarse en ese límite que separa el todo de la nada en la que nos movemos tan cómodos. Por supuesto, el acantilado, el salto al vacío, no son más que metáforas, ¿de qué? El caso es que habrá alguna razón para que todos estemos ahí, pero nadie cruce la línea, ¿no? Una sonrisa minúscula aparece en su cara. ¿Qué diría ella? ¿Él? Probablemente le soltaría una de sus frases sin sentido, pero que una vez que te agarran ya no te sueltan. Haría alguna pirueta y desaparecería como si nunca hubiera estado. Juan resopla y continua su camino. En cualquier caso ya estaba decidido. Todo aquello era una locura, ¿pero acaso no sería precisamente lo más sensato introducir un poco de locura? Por extraño que fuera el personaje (un tío con barba y pelo en las piernas travestido de vendedora de manzanas era de lo más raro que había visto nunca), Juan siente que de algún modo sus frases enigmáticas esconden más verdad que todos los lugares comunes juntos. Se los imagina como ladrillos colocados cuidadosamente unos encima de otros, formando el muro que construimos entre aquello que intuimos que está ahí, ese todo, frente a nuestra agradable nada.

    Una vez dentro de la sala se sienta cómodamente en su butaca acolchada. Y espera. Ha llegado con mucho tiempo así que se entretiene observando como la gente va llenando la sala poco a poco. Todo el mundo habla en voz baja y se sienta intentando molestar lo menos posible al de al lado. Entonces cierran las puertas y apagan las luces, menos las que iluminan el escenario. Al poco salen los músicos, impecablemente trajeados, y la gente aplaude. El director saluda al público y se da la vuelta. En el preciso instante en el que el director levanta su batuta la sala se encuentra sumida en un silencio casi perfecto y Juan sabe que su momento ha llegado. Visualiza la nada, el todo, el muro. Todos hemos estado allí, se repite como un mantra, y empieza a gritar con todas su fuerzas. Grita una y otra vez a todo pulmón, hasta que ya no puede más. Encienden las luces y Juan se pone en pie. La señora de al lado agarra rápidamente el bolso. Unos pocos corren hacia la salida de emergencia, pero la mayoría observan a Juan sin hacer nada, un poco con cara de susto. Todos hemos estado aquí, todos hemos querido romper el más perfecto silencio alguna vez, ¿no? En algún lugar- piensa Juan-, la vendedora de manzanas estará bailando desnudo en la lluvia.

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  16. PARTE I

    Año 2040, en algún país de los antiguamente llamados desarrollados.

    Hablamos de una sociedad en la que la expansión de las tecnologías comunicativas ha generado una hipertrofia de las necesidades de contacto entre las personas. Se necesita saber constantemente del otro y expresar puntualmente lo propio, como prueba de existencia, y como escape del vacío personal. Se cuentan pequeñas cosas en micromensajes: anécdotas del día, bromas de actualidad, olvidos triviales o quejas tontorronas. El hacinamiento en las viviendas tampoco ha posibilitado que se aprenda a experimentar el estar sólo, puesto que eso es algo espacialmente improbable y la intimidad extrema con los demás aparece como la única manera posible de adaptarse a estas circunstancias.

    Las terapias de grupo han proliferado enormemente, hasta el punto de que cada persona asiste regularmente a varios grupos a la vez, en los que se comparten los múltiples conflictos, roces y preocupaciones surgidos en la interrelación diaria con familia, compañeros y amigos. Nos se trata tanto de aprender o de resolver, como de acompañarse en el desahogo momentáneo, de saberse escuchado, y de contar con un lugar más en el mundo, en el que saber que te esperan. Hay grupos espontáneos y autogestionados, que terminan agotándose naturalmente tras un periodo variable de buen funcionamiento. Y los hay dirigidos o explotados por un líder u organización, en cuyo caso, suelen existir mecanismos diseñados para perpetuar la vida y rentabilidad del grupo más allá de lo recomendado por las autoridades sanitarias. Ya no se llaman sectas, sino grupos sostenidos o de larga evolución, productos ideados específicamente para aquellos que con más desesperación afrontan la disolución de los grupos naturales.

    La enfermedad y la muerte, experiencias que siempre han suscitado temor entre los seres humanos, son ahora una preocupación fundamental que se arrastra desde la juventud. Se produce un fenómeno social no explicitado culturalmente, en el que cierto tipo de enfermedades, las menos graves o más frecuentes, conducen a un pico máximo de comunicación, y los intercambios de mensajes se disparan en el dispositivo personal del enfermo. El otro tipo de enfermedades, las más graves, registran un descenso notable de la intercomunicación puesto que la red social del enfermo no quiere importunarlo con su cháchara cotidiana, tan alejada del sufrimiento y las inquietudes vitales del momento. Este silencio abrupto en el dispositivo tiene un efecto doblemente doloroso y es que la experiencia de soledad, tan intensamente evitada durante toda la vida, se siente por primera vez precisamente cuando la propia existencia está amenazada y se corre el peligro de perder ese lugar en el mundo, tan esforzadamente mantenido hasta entonces. La desafortunada coincidencia tiñe la experiencia de la soledad de oscuridad y desasosiego de manera irremediable.

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  17. PARTE II

    Uno siente entonces que ya no forma parte del club de los vivos, que le han excluido silenciosamente de una fiesta en la que ya no tiene cabida, no por ser uno, sino porque le ha tocado. Es un problema de difícil solución puesto que los enfermos efectivamente no desean seguir dentro de la corriente desenfadada de comentarios insignificantes, y eso lo intuye cualquiera, pero tampoco saben cómo conservar su lugar en el mundo a partir de ese momento, y en el silencio recién descubierto de su individualidad. Se encuentran con que la aproximación a la muerte, siendo la experiencia más universal e inevitable, tienen que enfrentarla en soledad, y esto constituye una preocupación insoportable para un grupo de personas especialmente miedosas. En un intento de controlar ese miedo y evitar lo inevitable, han planeado una serie de suicidios colectivos que, aunque clandestinos, se ofertan con relativa facilidad en los grupos de larga evolución. Estos grupos optan por adelantar el final de sus días, en un tiempo más o menos indefinido, a cambio de poder encontrarse, en ese momento, rodeados de personas a las que se ocuparan de llegar a conocer bien y que están viviendo exactamente lo mismo que ellos. Mueren a cambio de seguir compartiendo hasta el último de sus pensamientos, a cambio de compañía segura, y sintonía planificada.


    En estos actos, cuidadosamente planeados durante años, muchos abandonan en el camino cuando encuentran el valor para arriesgarse y continuar en la incertidumbre un poco más. Los que no pueden tolerarlo continúan, confirmándose unos a otros en el plan, estrechando lazos y formulando compromisos que les hacen sentir bien. Cuando llega el día elegido, los que se quedan se reúnen decididos. Pueden haber elegido las pastillas, el gas, o el botón de explosivos. A medida que transcurre el tiempo las miradas, antes tan gustosamente sostenidas y sostenedoras, son cada vez más breves y fugaces, hasta el punto de no llegar a cruzarse. Han prometido no dudarlo, pero también han prometido compartir el momento, y no es fácil hacer las dos cosas. Sucede, que cuando uno acude a otro con miedo en los ojos, se encuentra con que le apartan la mirada para no contagiarse de una angustia que desbordaría la propia, difícilmente controlada hasta el momento. Sucede, que cuando uno necesita gritar sus temores o llorar su tristeza, el otro le calla con una barrera corporal infranqueable, y ocurre, que cuando a este último le surge esta necesidad, es, a su vez, ignorado por otros miembros que tampoco pueden perder sus últimos instantes de vida escuchando a nadie. El desencuentro se hace en seguida patente, y terminan por dejar de buscar y por dejar de huir. Y sucede, que cada uno, poco a poco, va eligiendo un rincón apartado en el que esperar en paz. Eligen la acogedora soledad de su propio consuelo interior.

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  18. Todos estaban allí pero ninguno lo vio. Comenzó la mañana, igual que tantas otras. Estrella se vistió, como cualquier día: la camisa blanca (aunque cada día menos), la falda de tablas (a ver si un día arreglo la cremallera), las medias (no hay manera de librarse de ellas, ¡cuándo llegará el verano este año!) y las botas marrones desgastadas por las puntas (algún día podían cambiar el uniforme).

    Se subió en el metro y dos paradas más allá llegó al restaurante. La rueda comenzó a girar: cubiertos que caen, clientes que se levantan, migas de pan recogidas, servilletas estiradas… Todos estaban allí pero ninguno lo vio.
    Sigilosamente ocurrió lo que inexorablemente sucedía cada vez con más frecuencia: el vértigo existencial. Sabe que debe evitar sumergirse en su pensamiento. Si comienza a cantar o a recitar las capitales conseguirá dar esquinazo a la búsqueda de la trascendencia, al sinsentido que lo tiñe todo. Sincroniza sus acciones con susurros, como si de un mantra sanador se tratara: copa, plato, tenedor, cuchillo, servilleta… Ocupa su mente para no buscar respuestas. Pero la náusea crece mientras Estrella se va haciendo más y más pequeña. El vaso que lleva cada vez la pesa más. Intenta dirigirse hacia la cocina pero la distancia se va haciendo más larga. Se siente insignificante, no puede soportar el peso de la rutina.
    Todos estaban allí pero ninguno lo vio. Oyeron el golpe sordo de un vaso sobre el suelo de madera. Misteriosamente no se rompió. Algunos miraron, otros no. Incluso alguien se preguntó por un segundo quién había tirado ese vaso. Los sonidos y formas que la rodean se diluyen. La vida aparece desde una nueva perspectiva, quizás más cómoda, más pasiva…

    Pseudónimo: a última hora

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  19. Tuve un sueño la otra noche. Encontré un pez en la tierra, jadeando. Queriendo respirar. Lo miré, tenía cara de hombre. Lo acerqué a las aguas más cercanas. Eran oscuras, polvorientas. Lo lancé y se perdió en el fondo, dejando un rastro de ondas.

    De pronto me ví en el fondo del océano con la necesidad de respirar. Subir hasta lo más alto de mi espacio vital para llenar mis branquias. Parecía fácil. Coletear. Coger velocidad. Acercarme a la luz superior. Pensar que todo es cuestión de tiempo.
    En los primeros pasos me quedé enredado en las algas marinas. De ahí surgió un baile improvisado, una pequeña lucha de movimientos. Tirones, picores y pinchazos. Sus movimientos rítmicos e imprevisibles. Los míos desesperados. Me sabía superior a ello, pero me faltaba tranquilidad. Avanzaba lento. Lo mejor era fluir sin esfuerzo. Salí airoso, pero aún sin aire. El camino hacia la superficie seguía. Faltaba menos. Sorprendentemente irrumpieron con fuerza, sincronizados, un ejército de pececillos diminutos que me impedían continuar. Un banco al que no quería unirme, aunque su corriente me arrastrase. Iban en otra dirección. Era el momento de esperar. Ser paciente es una virtud. El tiempo apremia no obstante. “Que pasen rápido, que vuelen como pájaros y desaparezcan” - pensé. Todo es pasajero, incluso mi prisa. Aguantar esto es simple. Pronto no los vuelvo a ver. Adiós. Ahora es cuando me lanzo hacia el exterior como un cohete propulsado hacia el infinito. Buscando mi destino.
    Por desgracia para mi devenir, una gigante cabeza de tiburón blanco me sobrecoge cuando se postra frente a mí. Aprieta la sierra ósea y se prepara para tomar su alimento. En un instante de inconsciencia me inflo hasta alcanzar cien veces mi tamaño original. Por suerte para mi devenir, esto hace rectificar al gran depredador, quien reanuda la marcha en otro sentido. Me sentí victorioso como nunca. No me reconozco. ¿De dónde salió ese truco? Magia. Es la única explicación. Soy capaz de eso y más.
    Tan sólo me faltaba coronar la cima. La veía clara a pesar del tono cobrizo del agua. Un halo de luz llegaba desde el otro lado. Mis fuerzas disminuían. El trayecto había sido más exigente de lo imaginado. A pocos centímetros de mi meta contemplé un rostro de mujer. La había visto en otra parte, pero no recordaba quien era. Parecía que me estaba esperando. Sostenía una linterna y apuntaba hacía mí. Yo quería respirar y el camino me lanzó hacia ella. Con un último impulso salté del agua con la boca abierta esperando llenar de aire todo lo que me había faltado este tiempo hasta alcanzar lo que nunca había alcanzado.

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  20. ¡Oh no! Otra vez, los labios sensuales comienzan a deslizarse tras la gota helada de un summer gin. ¡No puede ser!

    Bien, respira. Recuerda lo que Simon te dijo en la última sesión. Todos hemos estado allí , todos hemos estado allí …¡Chas! Anagrama invertido sin barrera de sentido. Puffffffff

    Ahora volveré a afrontarlo, no imposible. Me marcho. Rojos, calientes, álgidos, los perseguiré tras la comisura. Serán míos. Celosas nalgas que me llaman al decaimiento de mí ser. Sin duda Platón tenía razón, amalgama de deseo para ser un verdadero Perseo. Sin parar de rozar, sentir y volar me convierto en un don Juan tras la barra de este lugar. Me hundo, me sumerjo, la inopia me llama a surcar mi ego.

    Saltarines de pensamientos e imaginación acaban con mi traición. Ahora comienzo a fluir , ahora comienzo a sonreír , ahora es ahora en este malvivir…..

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  21. Conciencia corporal
    M. tiene dientes, hígado y pies. Respira constantemente, sin darse cuenta salvo cuando habla en público o corre. M. sabe de programación y no entiende nada de lenguaje oral. Se le lían las palabras, se pisan unas letras a otras cuando quieren salir. M. siempre desayuna antes de ducharse, cuando se tiene que duchar nada más poner un pie fuera de la cama le invade una pereza enorme que sale corriendo en el primer chorro de agua. M. tiene deseos de amar y dice que sí se anima a las cañas de después del trabajo pero la gente tarda en reunirse, ya se sabe, algunos en el baño, otros rezagados quitándose el uniforme y, mientras espera, va rumiando de qué puede hablar y empieza a sentirse cansado. Cuando ya están todos preparados, caminando, dice un tímido adiós, sin dar explicaciones, sin prometer que se quedará la próxima. M. tiene sentido del humor, hace comentarios verdaderamente graciosos, los lanza y espera que otro los recoja y los valore, espera que alguien se ría y luego se ríe él. M. tiene un corazón que bombea, pies bastante planos y algunas canas. M. busca alguna máscara que le siente bien, no quiere salir a escena sin ninguna, pero al final no se decide y se queda sentado sin participar en la actuación. M. piensa que a los demás les pasan cosas, que él es un simple espectador. A M. le gusta conducir por carreteras poco transitadas e ir dejando las ideas en cada curva. Un día sale una flor de un violeta intenso en su patio. La mira extrañado. Salen más flores del mismo tipo. M. busca por internet de qué tipo son pero no las encuentra. Cansado, un día decide no investigar más sobre su nombre ni por qué han salido en su patio. Busca entonces cómo cuidar flores parecidas a éstas y se pone a hacerlo. Lo comenta a sus compañeros del trabajo. Quieren ir a verlo. Pero preparar algo que picar, las bebidas... qué trabajo. Y por qué no. ¿Y si no son buena gente? ¿Y si se burlan del tipo de vida que lleva?. De su casa sin decorar. De la ausencia de fotos y recuerdos. Pero por qué no invitarles. Y fija una fecha, al fin y al cabo, piensa, ellos también tienen dientes, hígado y pies.

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