sábado, 17 de agosto de 2013

XV Edición de Relatos Fundamentales

Temática:  TERROR. Se os emplaza a esta macabra y siniestra cena en la que se esperará de vosotros que desempolvéis los más oscuros y tenebrosos rincones de vuestra creatividad y mostréis a los demás las sofocantes telarañas de vuestra imaginación. Tenéis que hacernos pasar miedo!!

Extensión: En principio hasta 800 palabras, pero si es necesario se podrá llegar hasta 1.000, en aras de la literatura.

Envío: Los relatos se publicaran automáticamente como comentarios anónimos de la entrada correspondiente en el blog. No se permitirán relatos después del mediodía del 31 de agosto, para que todos podamos leerlos antes con tiempo y tranquilamente. Además este tema requiere de una atmosfera de lectura adecuada.
Quien ose enviar un relato después del mediodía, una horrible maldición caerá sobre esta persona, consistente en un ataque de caspa y perder la capacidad para volver a escribir (a menos que se tome la pócima o brebaje que la contrarreste: LICOR LETÓN).

Lectura de los relatos: La identidad de los autores será una incógnita en todo momento hasta que deje de serlo. Los relatos serán repartidos entre los participantes de forma aleatoria para su lectura, salvo que el autor pida leer su propio relato para teatralizarlo. Cada lector deberá leerse una vez el relato que le ha tocado, antes de proceder a la lectura en alto. 
En esta edición tampoco habrá votación para el mejor relato, pero aunque lo más interesante sea el debate que se genera a raíz de la lectura de los relatos presentados, en esta edición se votará al relato más terrorífico o que más miedo haya conseguido crear... Método: 10 puntos a repartir entre cuantos relatos se quiera y una segunda votación con los tres más puntuados en la que habrá que elegir uno. Esta votación se realizará al final de la velada.


Organización de la siguiente edición: La elección de la persona que organizará la siguiente edición se realizará mediante un sorteo, y aquel al que le toque tendrá libertad total a la hora de plantearla.

10 comentarios:

  1. (Huecos de ti I)



    Querida M:

    Espero que está carta llene con palabras el hueco que dejo. Ésa es la única pretensión que me queda y mi última esperanza. Cuando me eches de menos, susúrrate que te quise hasta la muerte, desde aquel primer día en que nos conocimos en aquel tugurio donde te exponías junto a tus fotos. Que te he querido durante estos cuatro años que hemos compartido en este piso. Imagíname haciendo las paces contigo. No me recuerdes gritándote, como te grité la semana pasada mientras descolgabas (una a una) tus fotos de las paredes. Cuando cerraste la puerta del ascensor me acerqué a la ventana para verte torcer la esquina. Antes vi como te detenías y te girabas buscándome a través del cristal. Nada de esto estaría pasando si hubiera bajado las escaleras para abrazarte. En vez de eso evité tu mirada y me alejé del alfeizar con un golpe de brazos. De repente me vi en medio del salón, rodeado de paredes manchadas con la ausencia de tus fotos. Me rompí. Durante toda la tarde recorrí una y otra vez la casa tratando de asimilar aquellos huecos de ti, hechos a base de meses y meses de felicidad. Esos vacíos me parecían tan absurdos, que a la mañana siguiente asumí con cierta naturalidad que la ventana de nuestro cuarto amaneciera tapiada. Con su contorno marcado en negativo en la pared, un rectángulo blanco sobre fondo de un color antes era blanco. Aquella mañana, la ausencia de la ventana encajaba perfectamente en el sinsentido de tu partida. Esa tarde no les dije nada a H y a G. En primer lugar porque desde aquella mesa de La Bodega no podía estar seguro de que aquella desaparición fuera cierta, y segundo porque ya conoces la poca tolerancia de G para aceptar los fenómenos paranormales. Nos pasamos la tarde hablando de nosotros, de ti y de mí. Desganado, fui incapaz de cambiar de tema. Con esa maravillosa capacidad de errar en los diagnósticos sobre relaciones, H dijo que “la casa se me iba a hacer demasiado grande, enorme”. Ha dado en el clavo, por supuesto, pero con el clavo del revés.

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  2. (Huecos de ti II)


    A la mañana siguiente me desperté a oscuras y al encender la luz del pasillo constaté una nueva ausencia, la ventana del salón, la última ventana. Estaba demasiado débil para reaccionar y me tiré el resto del día pensando en la cama sobre nosotros y sobre esta historia más propia de un cuento de Córtazar o de Bioy Casares. No terminaba de aceptarla y trataba de convertirla en una pesadilla. Sólo salí un momento a dar un pequeño paseo nocturno. Al volver a casa tuve un mal presentimiento pero mi orgullo científico se negó a aceptar esta situación ilógica. Pasé la noche en vela, durmiendo quizá algunos ratos sueltos. Cuando la inquietud se apoderó completamente de mí, me levante y corrí hacia la puerta de la entrada. Vi que otro hueco rellenaba ahora el marco, y por tanto estaba atrapado en esta cárcel de nostalgia. Me destrocé los puños contra la pared pero fue inútil. La pared era más real de lo que había sido nunca la puerta. Cuando me calmé, traté de llamarte (a ti o a cualquier persona del exterior) pero el móvil estaba descargado y los enchufes se habían diluido en el gotelé. Estaba aislado e incomunicado y adivinaba además que estaba definitivamente condenado. Sin dejar de intentar derribar los tabiques, vi como iban desapareciendo las habitaciones. Primero el baño, luego la despensa y después nuestro cuarto. Yo vivía pegado a donde una vez estuvo la puerta de la entrada y así, el día en que se cerró el pasillo, te oí gritar desde el otro lado. Al principio golpeabas nerviosamente con los nudillos y luego llorabas suplicando que te abriera. Llorabas junto a mí, aunque tú no lo supieras. Fue entonces cuando supe que iba a morir emparedado por la nada que avanzaba. Ayer se cerró la cocina y hoy el salón. Y ya no queda nada más que cerrar. Estoy encarcelado en la entrada deseando que mañana acabe todo. Si no fuera así, me enfrento a la posibilidad de permanecer eternamente en este infierno decorado con rectángulos de vacío. Te juro que no me estoy suicidando. Como prueba te dejo estas marcas de uñas en la cal de los tabiques. He luchado con todas mis fuerzas por salir y arreglar lo nuestro.

    Tienes que creerme.

    Recuérdame riendo.

    Te quiero.

    E.

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  3. Todo empezó con aquel olor. Sí, se dijo convencida, fue ese olor, como a cebolla, el que acabó de desatar la frágil cadena que sostenía su cordura. De lo demás apenas recuerda destellos. Si alguien se acercara lo suficiente a su cabeza, podría escuchar el eco de la pregunta, rebotando en las paredes de su cráneo: ¿Cómo he llegado hasta aquí?
    Hasta que se sorprendía a sí misma con otro interrogante, tal vez más urgente: ¿dónde es aquí?

    Si alguien se asomara a aquella habitación, apenas escucharía más que el débil golpeteo de la gota de agua del grifo, mal cerrado. ¿Ver? Al principio sólo sombras desdibujadas. Quizá con el tiempo el ojo se acostumbrase, si el olfato se lo permitiera, y entonces, quizá, distinguiría al fondo algo semejante a una cama grande y deshecha. Más allá sólo indescifrables bultos de apariencia inerte. Dado el sonido, lo primero que buscaría el ojo avispado sería el grifo. Le inquietaría no encontrarlo, siendo cada vez más y más intenso el golpetear de la gota, cuyo sino es traspasar, no sólo la superficie que humedece, sino la matería gris del observador.

    Pero no va a venir nadie, pensó Ágata mientras se humedecía los labios llenos de grietas y de sed. Y ella no iba a abrir los ojos por nada del mundo. Buscaba con el oído alguna pista de su ubicación, pero sólo abarcaba el tap tap de la gota. Agua. En algún sitio había agua. Se debatía entre el creciente deseo de beber y el de apagar el dichoso grifo para siempre. La sed se le anudaba en la garganta con violencia. Pero algo la retenía en aquella habitación. Durante un instante la lucidez visitó su apagada frente. Invitándola a aferrarse aún más a ese miedo. Como si una suave brisa meciera su conciencia. Es el miedo el que te mantiene viva, le susurraba. No iba a recordar nada, no quería recordar nada.

    Si alguien acudiera a salvarla, lo primero que le llamaría la atención, sería ese temblor. Un temblor quieto, callado, que se materializaba un fino sudor. Que agitaba el aire en vibraciones apenas perceptibles. Para encontrarla en medio de ese amasijo de sombras, habría de guiarse por ese temblor. Si lograba llegar hasta ella, tal vez se fijara en las cicatrices que ilustraban sus manos, o en la extraña longitud de las uñas. Puede que se percatase del lento respirar, que se aceleraría ante esa nueva presencia, que la distinguía del resto de bultos de la habitación. Si esculpía el aire con palabras tranquilizadoras, ella volvería, en un gesto de esperanza, su rostro hacia el salvador. Quien en algún momento, demasiado tarde, vería la sangre seca que cubría las comisuras de los labios de Ágata. Tal vez llegase a ver su sonrisa sin dientes antes de sentir sus afiladas uñas en la carne. Si resistía lo suficiente, tal vez llegase a ver los rostros sin vida de aquellos que le precedieron.

    Pero no va a venir nadie, se repitió Ágata, hace días que no viene nadie. Recordó el olor a cebollas. Se abrazó a sus quebradizas piernas y lloró. Lloró de hambre, pues había sido su último plato, ¿o fue el primero? Aquel chico que olía a cebollas. ¡Hacía tanto ya de eso!

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  4. Inmovil
    Corre asustada, puede notar como su respiración se acelera con cada zancada. Trata de recorrer el pasillo, pero cada vez se hace más largo, la alfombra de terciopelo se enrosca bajo sus pies y siente que no avanza. Reconoce las paredes y las fotos, es la antigua casa de sus abuelos, y de repente cae en un abismo que le lleva al sótano del hospital. Reune todas sus fuerzas para continuar corriendo. Aún no sabe de que huye pero le ha parecido ver que “algo” grande la persigue y tiene la certeza de que no podrá enfrentarlo. Se esfuerza en avanzar, pero siente que sus piernas pesan demasiado. Intenta correr pero sus músculos se paralizan, siente que no llega, de repente son muchos los que la persiguen, quiere gritar y no puede, todo su cuerpo se paraliza. El terror invade su cuerpo, en el que se siente atrapada y no puede mover. Intenta gritar de nuevo pero su boca se abre en vano sin que apenas salga un hilo de voz. No puede mover las piernas, sus pies se han sumergido en el cemento, está en medio de una avenida deshabitada y ya vienen a por ella, ¡YA LLEGAN! Se despierta empapada en sudor, hiperventila y cada latido invade su garganta, intenta tranquilizarse: sólo ha sido de nuevo la pesadilla que le tortura desde la infancia. Decide levantarse para beber un poco de agua, cuando intenta mover la pierna, está no responde, está paralizada, tampoco puede hablar, oye entornarse la puerta de entrada y el crujido con cada pisada de la madera vieja. Entra en pánico ni siquiera puede pensar siente que va a perder el conocimiento. Cuando la puerta de su habitación se abre, un alarido sale de su boca inundando el solitario terreno que rodea la vieja casa.

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  5. En el corazón de los Pirineos y a 2.300m de altura, el aire es frío y cuando se oculta el sol, la noche envuelve todo con una profunda e insondable oscuridad. Sobre el negro transparente del cielo arde inmutable el polvo estático de plata, dibujando las mismas constelaciones cada día desde hace miles de años. Mirando hacia arriba envuelto en su forro polar, Javier saborea una vez más la conocida sensación de indiferencia cósmica que genera esa visión, que le hace sentirse minúsculo, vulnerable y despreciable frente a la inmensidad del Universo. Pensar en las escalas de tiempo y en las distancias resulta aterrador.
    Mientras Javier observa la Corona Boreal ensimismado, Héctor vuelve a retorcer la cabeza y mira intranquilo a sus espaldas.

    - ¿Quieres dejar de hacer eso, Héctor?.- Dice Gonzalo – Me estas poniendo nervioso…
    - Joder, es que no puedo dejar de pensar que por aquí hay osos… - Responde Héctor.

    Los tres montañeros, sentados en un apretado círculo entorno al camping-gas, hablan de lo pequeña que es la probabilidad de que se encuentren de verdad con un oso.
    Mientras saborean quemándose la lengua la frugal cena, no dejan de mirar a las espaldas del que tienen enfrente. Es un gesto rápido, la mayor parte de las veces imperceptible para los demás, atareados en llevarse con ansia otra cucharada abrasadora de comida a la boca.

    - Estos tallarines al pesto están de puta madre. – Dice Héctor mientras vuelve a mirar para atrás.

    Lo que pone nerviosos a los demás no es el hecho en sí de que mire para atrás, es el hecho de que haga explícito un temor que ninguno quiere reconocer. Al girar la cabeza está declarando “ey hola, estamos aquí solos, somos vulnerables y tenemos miedo a algo que es real pero que no querríamos ni imaginar…”
    Siguen rebañando la cacerola mientras hablan y para sentirse mejor, hablan de cosas de miedo… cosas que suenan a miedo, pero que en realidad no lo dan.

    Con las espaldas apoyadas en la oscuridad, cuentan la historia de una catástrofe nuclear y de cómo aterraría no poder ocultarse en ningún sitio. Mientras escuchan los extraños ruidos sin origen conocido y los inquietantes silencios de la noche tras sus nucas, hablan del miedo que les daría, “hasta la parálisis”, entablar contacto directo con un extraterrestre…

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  6. - De todas formas lo que más miedo da son las personas. – Interviene Héctor - Ni los extraterrestres ni los apocalipsis nucleares. Si apareciese ahora un loco psicópata trepando por aquellas rocas, viniendo hacia aquí, entonces sí que nos íbamos a cagar todos… Imaginad que se nos acerca un hombre en la oscuridad, caminando hacia nosotros directamente. Y nos pide algo o nos habla y notamos que es raro, que no es un montañero normal como nosotros. Al acercarse jadea y gruñe algo y cuando nuestros frontales le iluminan la cara, tiene los ojos desorbitados y una mueca torcida y desesperada de ansia en la boca… ¡y nos persigue!
    - La verdad es que eso es mucho más real y posible comparado con que venga ET. Y sí que nos cagaríamos… pero no estoy de acuerdo con que sea lo que más miedo da… - dice Gonzalo.
    - ¿Por qué?
    - Pues porque quieras o no contra un loco te puedes defender. Es una situación de pánico y sí, sería horrible, pero en el fondo hay muchísimas salidas a la situación. Digamos que no escapa a tu control totalmente.

    Algo que escapase totalmente a su control y que fuera dirigido contra ellos, sin remedio, en efecto helaría su sangre.
    Un ruido grave, muy breve, se oye por encima de sus voces y los tres enmudecen de repente. Algo se mueve muy rápido sobre sus cabezas y con una súbita reacción exagerada miran hacia arriba… para avergonzarse de haberse preparado para el combate con un búho, que se aleja aleteando enorme.

    - ¡¡¡Joder qué susto!!! – grita alguno.
    - Pero ¿habéis oído ese ruido? – pregunta muy serio Javi. – Eso no era el búho que hemos visto.

    Hay un silencio prolongado… Inconscientemente, Javi, Gonzalo y Héctor sienten que no es prudente ser un foco de atención en plena naturaleza salvaje, en la oscuridad, y siguen hablando en susurros. Pero de nuevo un ruido detiene su conversación: un chasquido… otro.
    Silencio.
    Todos se miran entre sí con los ojos muy abiertos, pero aún fingen que no están alerta.
    Otro chasquido.
    Enfocan con los frontales alrededor suyo, en todas direcciones.

    - ¿Qué coño es eso?
    - No será nada

    Pero todos siguen enfocando con las luces a sus espaldas. Están un buen rato quietos, mirando muy atentos, pasando el haz de luz despacio por todas las rocas alrededor. Cualquier sombra, cambiante con las luces, parece algo, pero no ven nada. Ya están todos nerviosos.
    De nuevo el ruido grave se escucha. Esta vez nítidamente. Está muy cerca. Y suena como una respiración gorgoteante…

    Héctor sólo puede ver los ojos muy abiertos de Javi y Gonzalo, que se callan de repente. Los dientes apretados. Las posturas de tensión que adoptan en seguida, le disparan en un instante la adrenalina. Nota en el estómago la vibración grave y sorda de dos golpes en el suelo, como pasos de un gigante, y una respiración muy fuerte suena justo detrás suyo. Hay algo enorme ahí.
    Con un hilo de voz, en tono de súplica, sólo dicen “No, no...”.
    Un oso poco probable da miedo de verdad…

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  7. /Foro paranostálgicos.org

    Subject: Programa infantil.

    Judith43: Hola a todos, el otro día recordé algo sobre un programa infantil que veía de pequeña. Se debió emitir cuando tenía yo unos 6 o 7 años, creo que en el canal 53. Se llamaba La "Isla del candil" pero no he encontrado ninguna referencia por ahí. ¿Alguien me puede echar una mano?.

    Loren45: Me suena mucho, ¿era de piratas no?, o de una niña que soñaba que era amiga de un pirata, yo debía tener como 8 o 9 años y recuerdo que lo veía a solas con mi hermano mientras mamá fregaba los cacharros. Me suena como una niña y un pirata, y una entrada a una cueva.

    Alex37: Vaya, yo también lo veía, era un programa de marionetas de bajo presupuesto del canal 36. Era como que todos los muñecos estaban hechos de partes cosidas de otros muñecos. Creo que me daba miedo uno de los personajes, no recuerdo el nombre.

    Judith43. chicos, que escalofrío!. Me viene a la cabeza la frase que el pirata (creo que se llamaba Percy) le decía a la niña...debes entrar AUNQUE ESTÁ OSCURO!) jeje.

    Alex37. Si, era Percy, era un pirata muy cobardica. Me acuerdo también que viajaban en un barco, con la cara de un payaso sonriente en la proa, que se sumergía a medias en el agua.

    Loren45. Si, en realidad ahora lo pienso y tienes razón, el villano era como una marioneta huesuda con un sombrero de copa, que siempre se acercaba sonriente a la niña mientras sonaba algo parecido a una caja de música. No sé cómo nos dejaban ver esas cosas antes.

    Judith43. Si, y tenía un abrigo largo y sucio, unos ojos negros muy profundos...creo que le llamaban el señor sacapieles.

    Alex37: Uff, ¡era ese!, recuerdo que su mandíbula no se movía cuando hablaba, como si estuviera medio abierta. Él descendía en la pantalla colgado de unos hilos.
    En un capitulo sonaban como muchos gritos y el señor sacapieles se movía frenéticamente, parecía que se iba a romper

    Judith43: Tiene que ser una broma Alex37, en ocasiones tengo una pesadilla igual, pero yo soy esa niña. No sé quién eres pero no tiene gracia.

    Alex37: Pues no lo sé, pero te juro por mis hijas que tengo el recuerdo de ver ese capítulo, y además tuve que apagar la tele muerto de miedo y tardé muchos días en volver a ponerla.

    Loren 45: Hoy he visitado a mi madre y le he preguntado por la "Isla del Candil".
    Me ha dicho que cómo era posible que lo recordara, que era la única forma de que la dejáramos tranquila mi hermano y yo. Dios santo...me ha dicho que nunca entendió cómo podíamos sentarnos frente a la tele durante 30 minutos...viendo un canal con la pantalla en blanco...

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  8. Ahora que acabas de llegar al barrio es importante que te aclare algo. Siéntate y escúchame con atención. Con todo lo que has viajado probablemente te hayan contado muchas leyendas locales, pequeñas historias fantásticas que quizá una vez ocurrieron y que ahora usan los padres para que sus hijos sean buenos. Es importante que sepas que esto no es una leyenda: es una advertencia.
    En el barrio de Santa Cruz el cojo protege a las jóvenes que vuelven solas a su casa una vez ha anochecido. Es por esto, que aquí no hay apenas forasteras: para vivir en Santa Cruz antes alguien, de quién te fíes, te ha tenido que explicar las reglas. Volverás a casa sola y nada te pasará, es el barrio más seguro de la villa. Pero en cuanto estés sola, oirás que te sigue alguien, sabrás en seguida que no es un ladrón o alguien con peores intenciones porque distinguirás sus pasos irregulares (primero una pisada de zapato, después un sonido de bastón arrastrado que es el de su pata de palo). Cuando lo distingas, y sepas que es el cojo el que te sigue, puedes saber que estás a salvo, eso sí, y ésta es la parte crucial, siempre y cuando no vuelvas la vista a atrás. ¡Nadie puede ver al cojo! y esa es su mayor desdicha… si le ves tu hálito de susto será hielo que congele tus vísceras y te hará desaparecer, nadie jamás encontrará tu cadáver porque nunca jamás exististe, es así como el cojo te hace compartir su fortuna.
    Simplemente has de saber que te sigue y que es fiable. Porque así lo ha hecho con mi generación, la de mi madre y la de mi abuela.

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  9. [“Hoy discutiremos la crisis económica en los países del norte de Europa.”]

    “Joder, tenemos crisis hasta en el coche”, pensó mientras subía el volumen de la radio. La noche caía sobre la avenida, apretándola claustrofóbicamente. De lejos, oía la sirena de una ambulancia acercarse. La frecuencia era cada vez más aguda, insoportable. Martilleaba sus oídos. Aumentaba su angustia, su ritmo cardíaco. Sentía pena por quien la esperaba.

    [“..con nosotros se encuentra el economista..”]

    Por fin la ambulancia le adelantó. El martilleo cesó. Se relajó e intentó disfrutar de la débil vibración del motor en sus pies. El debate continuaba.

    [“…es cierto que estos países disfrutan de tasas de paro mucho menores que los países del sur..”.]

    La ambulancia parecía haberse parado un kilómetro más adelante. Ya no era el estridente sonido, sino las agresivas luces, quien la delataba. Cada destello le cegaba. A medida que se acercaba, se esclarecía el siniestro. Dos enfermeros corrían de un lado a otro. Se acercaba más.

    [“.. parece que en algunos países ni siquiera nombren la palabra crisis”]

    A veinte metros del siniestro, los gritos de desesperación sobrepasaban la radio. Los enfermeros llevaban a un hombre en camilla. Gente morbosa se acercaba para descubrir un cuerpo desfigurado. A diez metros, vislumbró un coche totalmente destrozado. A ocho metros, la angustia era insoportable.

    [“ Sin embargo, cuando el cielo cae, nos pilla a todos.”]

    A cinco metros, distinguió la matrícula. Era la suya propia.

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  10. Había sido un día largo y caluroso, pero el sol ya se empezaba a ocultar detrás de las montañas de la serranía de Cuenca, Fernando debía de darse prisa en encontrar un lugar tranquilo para acampar o la noche se le echaría encima.

    No era la primera vez que realizaba un viaje en bici pero si la primera vez que lo realizaba solo. Le encantaba la sensación de libertad y autonomía que provoca moverse con su propia energía. La improvisación y lo inesperado de estos viajes le fascinaba, nunca sabias que te ibas a encontrar en el camino o donde ibas a pasar la noche.

    Finalmente encontró un lugar tranquilo a la orilla de una carretera secundaria. Protegido por los pinos ningún coche que pasase por la carretera aquella noche seria capaz de ver su tienda de campaña.

    Fernando nunca conciliaba el sueño con facilidad, sin embargo cuando viajaba en bici, el cansancio acumulado durante el día y el sonido constante de los grillos conseguía que durmiese rápida y profundamente.

    En mitad de la noche un ruido le despertó, sonaba mas bien como algo que se movía en unos arbustos cercanos, enseguida la visión de un zorro o un conejo vino a su mente, ya le había sucedido alguna vez, al fin y al cabo estaba durmiendo en la naturaleza.
    La fuente de sonido sin embargo se fue acercando y esta vez sonaba mas como unos pasos.
    Fernando se incorporo silenciosamente y contuvo el aliento para escuchar mejor.

    De repente se dio cuenta de que ya no se escuchaba el sonido de los grillos.

    El latido de su corazón comenzó a acelerarse mientras se imaginaba a alguien al otro lado de la tienda de Campania. Comenzó a buscar la linterna con sigilo, cuando la cremallera de la tienda comenzó a subir.
    Ese fue el momento en el que se despertó sobresaltado y empapado en sudor. Mientras su respiración se tranquilizaba el sonido constante de los grillas dominaba la noche, todo había sido un sueño.

    Los primeros rayos del sol le despertaron prometiendo un nuevo día de viaje. Al abrir sus ojos descubrió que tenia las manos ensangrentadas al igual que las paredes y el suelo de la tienda. Cuando salió al exterior un hombre estaba tendido en el suelo con una navaja suiza clavada entre los riñones.



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