viernes, 25 de octubre de 2013

XVII Edición Relatos fundamentales





Extensión: Los relatos tendrán un máximo de 500 palabras (incluso si se presentan en varias partes).

Método de envío: Cada relato será un comentario en este post.

Fecha límite: Se pueden enviar relatos hasta una hora antes del comienzo de la edición (lo que viene a ser costumbre de muchos participantes).

Lectura de los relatos: La identidad de los autores será una incógnita en todo momento hasta que deje de serlo.  Los relatos serán repartidos entre los participantes de forma aleatoria para su lectura, salvo que algún autor y/o Gonzalo prefiera leer el suyo por alguna causa justificada. Cada lector deberá leerse una vez el relato que le ha tocado, antes de proceder a la lectura en alto. En esta edición tampoco habrá votación para el mejor relato, dado que lo más interesante es el debate que se genera a raíz de la lectura de los relatos presentados.

Organización de la siguiente edición: La elección de la persona que organizará la siguiente edición se realizará mediante un sorteo, y aquel al que le toque tendrá libertad total a la hora de plantearla.

Tema
Se escribirá un relato de estilo y temática libre pero que contenga las siguientes palabras: aleluya, vertiginosamente, vaivén, autómata. El orden en el que figuren las palabras lo decidirá cada autor.

19 comentarios:

  1. Elegiste cuatro palabras (con muy buen gusto, por cierto) y nos pediste que escribiéramos un relato para ellas. Las puse a macerar en algún rincón y aparqué el asunto durante un tiempo. Hasta ayer, que me senté frente al ordenador y fui a buscar tus palabras. Quería ver cómo habían crecido y cambiado, qué ramitas les habían salido. Y no pudo ser porque ya no recordaba dónde las había dejado. Las busqué y las busqué y seguían sin aparecer. Mi subconsciente estaba desordenado y mi boca, manchada con los sabores de la cena de aquél día: moqueca, acarajé, vatapá, dendé, farofa. Tenía demasiadas palabras nuevas en la cabeza. Palabras exóticas ¡palabras okupas! Palabras que me habían anudado la lengua y que, con la energía del guaraná, se habían adueñado de las yemas de mis dedos. Eran palabras misteriosas como el Candomblé, religión de los esclavos, y embriagadoras como la cachaça. Eran las mismas que usaba Jorge Amado en sus libros y Chico Buarque en sus canciones. Las que eran arrastradas por las “Aguas de Março” junto a Elis Regina y Tom Jobim. Palabras, palabras, palabras. Palabras con todos los colores de una pluma de arará. Palabras alegres, como la samba de un corinho, como el mercado de Cambuí. Palabras mestizas, nacidas de la sangre de mil razas y que vibran en el pecho moreno de las mulatas. En sus hombros descubiertos, en sus muslos, en sus piernas, en su exquisito caminar. Palabras en flor, como los Ipês y los Jacarandá que adornan mis caminos. Que salen de la tierra, entran y vuelven a salir como las Figueiras del parque de Ibirapuera. Palabras que se exponen, como hacen las enormes Gameleiras con sus raíces. Palabras que cuelgan como mangos maduros, que encajan como la papaya con la lima. Palabras que liberan su zumo en la boca: maracujá, graviola, goiaba, acerola, pitanga. Palabras heladas como el açaí, dulces como la cocada. Verdes como el fechado, infinitas como Sao Paulo.

    No pude encontrar tus palabras. Pero aunque las hubiera encontrado, no serían más que convidadas de piedra en un relato que no les pertenece. Un relato donde no caben palabras autómatas, donde la vida se abre paso entre las grietas del asfalto. Un relato que se debe a la música y al ritmo, donde reinan las palabras que al salir describen un vaivén en el aire. ¡Ah esas palabras! Esas palabras que se agolpan vertiginosamente en mi garganta. Que al ser pronunciadas, gritan ¡aleluya!

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  2. Eso es. Muy bien, parece que lo vas consiguiendo. Noooo, ¡así no! A ver, cómo antes. Sí. Así. Bueno, así no que pareces un autómata. ¡Ponle algo de alegría! Mejor. Ya le vas cogiendo el truco. Ya noto el vaivén, suave, como un swing. Pero ten cuidado, que te pierdes, y te pones a divagar vertiginosamente. Céntrate. Que parece que tienes prisa. Esto no puede hacerse con prisa. A ver, mira la partitura. Hmmm. Mejor mejor. Pero sé que puedes hacerlo todavía mejor. Ahora olvídate de la partitura. Gira un poco la muñeca. Y ahí está, ¡ahí lo tienes! ¡Aleluya!

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  3. SENADOR

    Me dirijo en tren como un autómata a Alcalá de Henares. Aún no ha amanecido y una lluvia plomiza e inoportuna desdibuja los amarillos faroles de los suburbios. Creo que tengo fiebre y el ambiente inhóspito de la fría calle no ayuda. Karel debe tener algo muy importante que contarme cuando me hace ir hasta el quinto infierno a estas horas. Más le vale que sea importante.
    No me gusta como se han desarrollado los acontecimientos últimamente. Las cosas han empeorado vertiginosamente. Si los accionistas hubiesen tenido interés en saber más o en resolver lo que descubrimos Karel y yo, creo que nunca habrían reaccionado así. Esto apesta a peligro inminente, y eso me la pone dura.
    Desaparecer por seguridad no es mi estilo, pero tampoco me gusta recurrir a los chicos de los “Hills”, son rudos como bestias y por eso no es bueno estar en deuda con ellos…

    De haber sabido que Lidia se iba a marchar de todos modos, quizá habría arriesgado más desde el principio, pero quien sabe, igual justo eso es lo que me ha salvado.
    Dos tipos de abrigo largo y sombrero juegan al ajedrez a mi derecha. No me gusta como pintan las cosas para las negras. Están atrapadas y me siento identificado… Tampoco me gusta que en un lugar cerrado más gente, a parte de mí, lleve gabardina. Podrían ocultar un arma fácilmente, igual que yo.
    Un bombón que no debe llegar ni a veintiuna primaveras acaba de entrar en el vagón y se sienta delante de mí. Hace mucho frío para la poca ropa que lleva. Con el vaivén del tren sus firmes pechos se mueven casi imperceptiblemente, de forma hipnótica. A lo largo de la noche ha debido de ir rompiendo corazones, y ahora el final de su diversión nocturna se solapa con mi mañana infernal. Con un calculado equilibrio entre inocencia, escote y perversión, se me queda mirando, pero no tengo tiempo para estas tonterías y la ignoro. Nada bueno podría traerle a esta chiquilla acercarse a mí. Sé que mi indiferencia la excita. Que pruebe de su propia medicina esta vez…

    Llego por fin a la estación, aleluya chico… y cuando me dispongo a bajar empiezo a escuchar gritos y la gente se empieza a agolpar alborotada en el andén. Me ajusto el cuello de la gabardina y bajo sujetando mi Smith&Wesson del 45 desde el bolsillo.
    Aaagghhh…Escupo a un lado y miro a mi alrededor bastante disgustado por lo que acabo de descubrir:
    Karel está ahí mismo, en el anden, y la gente lo rodea horrorizada llevándose las manos a la boca y la cabeza. Lo han ahorcado allí mismo y lleva un cartel que dice “Esto no es un juego Senador”.
    Me gusta que usen mi apodo, eso refuerza el miedo al mito, pero se equivocan en algo: sí que es un juego. Y voy a enseñarles como se juega…

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  4. Parte 1
    Federico: un atormentado coleccionista de arte, obsesionado con los retratos de mujeres. En cada subasta a la que asistía, compraba lo mismo: retratos de mujeres. Sean de perfil, de frente, sentadas o de pie, felices o tristes, algunas de ellas totalmente inexpresivas… pero solamente mujeres.
    Cada vez que Federico veía que ofrecían algún cuadro de mujer, no lo pensaba dos veces, simplemente iba a por ello, costase lo que costase, como un autómata. No podía resistirse al misterioso abrazo invisible de cada mirada femenina, él sentía que iban dirigidas específicamente hacia él, cada mirada le transportaba a un mundo paralelo, como una ensoñación pasajera pero real, un vaivén emocional corto pero precioso y profundo, que dejaba en él sentimientos muy pero muy reales.
    Estaba claro que estaba enamorado de todas ellas. No se le conocía novia, ni esposa, ni amante. Él quería tenerlas a todas, para él y en un solo lugar. Para ello construyó en su palacete una enorme cámara acorazada, de máxima seguridad. Nadie tenía acceso a ella. Los sirvientes se mantenían alejados de esa parte de la casa.
    Cada vez que compraba un cuadro, lo llevaba a su cámara y lo colgaba en un espacio disponible (ya tenía varios por todas partes, no quedaba mucho). Y luego se sentaba frente a él, a admirarlo, a beber con los ojos su profundidad y disfrutar del triunfo de poseerlo al fin. Pero siempre dejaba un espacio en el centro de la pared del fondo. Un espacio destinado al cuadro perfecto, el que aún no había encontrado, el que siempre estaba por llegar. Pero pasaba el tiempo y parecía que no se llenaría ese espacio vacío en la pared.
    Hasta que aleluya! apareció ella: Retrato de la señora Von Ziedlitz peinándose frente al espejo. Sublime. Perfecta. Casi real. Una obra desconocida de Vermeer. Los especialistas corroboraban su autenticidad. Precio base: 1,2 millones de euros. Nada que Federico no pudiera permitirse, estaba decidido a tenerla en su poder.

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  5. Parte 2
    El día de la subasta amaneció soleado, prometía ser el mejor día de su vida. Federico se preparó física y mentalmente para su mejor adquisición. Se puso uno de sus mejores trajes, previamente limpió personalmente el espacio libre de la pared, todo para recibirla como se merecía.
    La subasta empezó bastante bien, varias piezas habían sido adquiridas a precios récord. Y por supuesto la estrella de la tarde era Vermeer y su obra desconocida hasta ese momento. Gracias a su reputación y a un enchufe en la casa de subastas, Federico tuvo el privilegio de ver el cuadro antes de la subasta. Y entonces lo supo: era la mujer que esperaba. El problema: que no era el único postor. Varios museos y otros coleccionistas pugnaban por tener esa maravilla.
    Se enzarzaron en una carrera de pujas, a cada cual más alta. Federico no esperaba tanta competencia. Ya cuando el precio del cuadro rozaba los 5 millones, se vio en la necesidad de ofrecer todo lo que tenía, se acercó vertiginosamente a su propio límite, no disponía de todo el dinero pero le dio igual. Ofreció de golpe 8 millones. Se hizo un silencio de pronto y Federico se supo ganador. Era suyo.
    Y así, Federico completó su colección. Su pared ya estaba completa. Había conseguido la perfección. Se pasaba horas en su cámara acorazada, admirando sus posesiones, salía de ella para ir al baño de vez en cuando. Se olvidó de comer, ya no salía de casa siquiera, se olvidó de vivir. Sus sirvientes se fueron al ver que no les pagaba. Se quedó solo. Y en esa espiral de amor perpetuo y solitario llegó un día que se olvidó la clave para entrar a la cámara acorazada. Craso error, por miedo a que le robaran, no la apuntó en ninguna parte.
    Sus abogados lo encontraron muerto un día frente a la puerta de la cámara, habían ido a ver qué pasaba, por qué no se comunicaba con ellos. Estaba en pijama, con los ojos abiertos, el pelo largo y las uñas enormes, llevaba varios días muerto.
    Murió de inanición, pero repleto de amor por sus mujeres.

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  6. Sentido como autómata y sentado sobre mi auto, te mando vertiginosamente las palabras mente y vértigo con el fin de sentir tu pequeño aleluya al ya terminar tu lío. Mientras bajo la sombra de ese almendro ves pasar el vaivén de los coches sobre un asfalto al que le sobra un verano sigo pensando que me haces falta.

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  7. Periódicos.

    Aquella mañana los periódicos no mencionaron el vaivén interno que sacudía a Graciela desde la víspera. Pocas veces los diarios se hacen eco de los eventos realmente importantes, como el nacimiento de un tenaz brote de hierba a través de una grieta en el asfalto o el abrazo más triste de dos enamorados que dejaron de serlo.
    Seguían hablando las editoriales de los casos de robos de bebés de hacía tres décadas. Los periodistas parecían aferrarse en un aleluya al único escándalo noticiable de ese caluroso verano, y un nombre por aquí, una fecha por allá, hicieron germinar en ella una duda que aun ahora no se permitía poner en palabras… Sí en actos.
    Graciela condujo durante más de seis horas hasta llegar a su casa de la infancia, para llegar de noche cerrada. No se detuvo a comprobar si los padres dormían en la habitación, estaban fuera en una cena benéfica o recorriendo Europa en sus vacaciones estivales. Se apresuró hacia la caja de caudales, dándose cuenta de que jamás había mostrado curiosidad por ese punto escondido de la casa, creyendo que tan solo guardaba el dinero y documentos de los absorbentes negocios del padre, aborrecidos lo uno y lo otro desde hacía tiempo. Sin embargo, a medida que sus dedos adivinaban la clave de seguridad su corazón se aceleró vertiginosamente, deteniendo de súbito su ritmo cuando entre todos los papeles sus ojos encontraron la confirmación de sus más profundos temores.
    Unas diminutas huellas dactilares. Otro nombre. Otros padres. Una cifra. Una arcada avanzando por la garganta. Atravesando su mente aparece la imagen de una niña rodeada de riquezas y vacía de afectos. Graciela, como un autómata, rebusca en su bolso.
    La mañana siguiente las noticias de sociedad recogen la trágica muerte de esta respetada familia de renombre en un inexplicable incendio en su mansión.
    En las páginas anexas algunos columnistas peroratan sobre el bochorno y desvergüenza de los robos de los hijos de disidentes políticos, algunos de los cuales fueron torturados y asesinados.
    Las letras impresas no se juntan, sin embargo, para narrar las últimas lágrimas de una joven que sintió su vida arrebatada al tiempo que le invadió el alivio de explicarse porque nunca fue amada. Tampoco cuenta el periódico que una abuela se durmió, como cada noche, en medio de una oración por su nieta desaparecida, que un anciano miró con intenso amor a su mujer después de más de 60 años compartiendo lecho y luchas, que en aquel jardín un limonero dejó caer su último fruto hasta el siguiente verano.

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  8. PARTE I
    ¡Autómata! –le dije- ¡Que pareces un autómata!

    A lo que él me respondió que sí, que lo era, que cumplía con su trabajo y que no podía hacer otra cosa. C’est la vie.
    Yo estaba fuera de mí. Paciente, pero alterado. Espontáneo, osado, confiado. Tampoco llevaba mucho alcohol en la sangre, lo suficiente como para encararme a este tipo y a los que hiciera falta sin el menor miedo. Era un Clint Eastwood sin pistola. Un James Dean sin causa. Un Terminator sin carcasa de acero. Algo extraño dadas las circunstancias. Sabía como se las gastaba esta banda de camorristas legitimados y que tenía las de perder. Me vi vencido desde el momento en que su voz se cruzó en mi camino llamándome a sus pies como el que llama a un perro faldero, lo que me provocó una excitación inusual. Era un duelo, no sólo con ese jumento adulterado, sino contra el uniforme que representaba. Sentí crecer rabia en mi interior. Y mi decisión fue canalizarla con el desprecio. No iba a hacerle caso. Craso error. Tarde o temprano debería obedecer. Aún así, me di el gusto de alargar mi tiempo, de encoger el suyo. De provocarle y sacarle de sus casillas, de poner una risita arrogante como si no tuviera ninguna importancia lo que me dijera o lo que pasara en la vida. Justo esa sonrisa que más de uno ha visto salir en otras ocasiones despedida con cuatro dientes menos por una mano en forma de látigo. Me arriesgué, era mi órdago.

    Empecé a vacilarle más de lo protocolariamente aceptable, lo que provocó un vaivén en sus pasos y en sus palabras. Comenzaba a sacarle de quicio. Sus nervios se hicieron palpables. Se destapó como un novato que estaba poniendo a prueba lo aprendido, pero que no estaba acostumbrado a improvisar. Esto tampoco era bueno para mí porque seguiría el procedimiento habitual en estas circunstancias, que no es otro que pedir refuerzos en caso de no hacerse con el control de la situación. Esto superaba con creces mis expectativas de la noche. Iba a tener a todo un equipo de traje azul violento disponible para mí. Que subidón. Le di la enhorabuena por la gestión de su trabajo y le hice llegar mi profunda vergüenza que sentía al ver aquel dispositivo haciendo una labor tan social para con los ciudadanos. Mis amigos me exhortaban a obedecer, a dejarlo pasar, a acatar sus normas. No. Esas reglas no me gustaban aquella noche y tenía que expresarlo de forma clara. Lo sentía por ellos, mis amigos, llevaban la razón. Hay que actuar tal y como dice la ley. Tal y como mandan las fuerzas del orden y la seguridad. La guerra estaba perdida. Pero era una oportunidad para enfrentarme con los canes directamente. Era orgullo y también era una buena ocasión para sacar la dialéctica a paseo aún en apuros. Una dialéctica inútil, ilusa, indiferente que estaba condenada al olvido.

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  9. PARTE II

    Tras una larga espera escuchando los sonidos robóticos al otro lado del walki-talkie, aparecieron vertiginosamente tres carros blindados en odio del que salió una tropa de élite. En el momento es que sus botas represoras pisaron el asfalto supe que mi éxito se esfumaba. Mi estrategia había funcionado con el primer esbirro, pero eso no me garantizaba que todos fueran a ser iguales. A pesar de manejar las mismas órdenes, el mismo proceder, la misma ideología, el mismo uniforme, pueden plantear los problemas de forma diferente, incluso utilizar una retórica diferente. Aquí sentí que mi parodia había llegado al final. Era empezar desde cero y ya no tenía la fuerza suficiente como para el enfrentamiento verbal. Por otra parte, dichosa contradicción, algo en mi interior me pedía más. Más de mí. Así que me rebelé contra mi voluntad y saqué de mi bolso el pequeño megáfono que minutos antes había sido el culpable de todo este embrollo. Lo encendí delante de la cara escudada en plástico del hombrecito de azul y grité. “Yo, soy tu padre”.

    Mientras me ponían las esposas les pedía que me dejaran tranquilo. “Esto es un ultraje, soy un ciudadano y tengo derecho a decir lo que me plazca”- les decía.
    Ví como mis amigos se marchaban cabizbajos. Posiblemente también estarían aliviados dada la situación, pensando: “Aleluya, por fin se lo llevan” y reflexionando si era provechoso o no volver a salir conmigo de fiesta.

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  10. No sé por qué, siempre que busco la palabra para describir lo que siento no la encuentro. Esta vez me venía a la memoria Eureka!, pero claro eso es de Arquímedes y habla de otra cosa. No, la que quería decir era Aleluya! que llevaba más de media hora con la sopa calentándose en la cacerola -porque tengo una cocina que ni la de mi tatarabuela- y ya por fin iba a poder tomarla. Me moría de hambre. O de sed, según se mire, porque una sopa es más de beber que de comer, así como un hueso es más de chupar que de mascar. El caso es que había comprado en el chino de al lado de mi casa un pack de sopas maggi versión china que viene con unos sobrecitos diminutos en los que se concentra todo lo mejor de la gastronomía manufacturada con verduras, pollo, especias...Una delicatessen para los sentidos vamos. A veces me da por la comida rápida. Tenía mucho frío, poco tiempo y había que calentar el gaznate. ¿Donde estaba? Ah sí, en la cocina. Pues eso, que cuando el fuego llevó el líquido a ebullición, tal y como indicaban las instrucciones de uso, vertí la sopa en un bol. Estaba tan ansiosa que me dio por actuar como una autómata que no sabe ni lo que hace y me lancé directamente a la cuchara sin ni siquiera soplar una sola vez. Tal fue el bote que di, que me cagué en todos los asfaltos de Madrid, en sentido figurado claro. Me había abrasado literalmente la lengua y parte del paladar. Eso fue como ingerir un volcán en erupción. Abrí el grifo hacia el tope del azul y vertiginosamente metí el morro debajo, esperando aliviar la quemazón. Como un animalillo chupando del chorro estaba. Sin tragar claro, que tampoco había que inflarse el estómago. Aún pensaba en comerme la sopa, pero la próxima vez soplando. Temía por el estado de mi lengua, así que me fui al baño a mirarme al espejo y comprobar que no se me había caído ningún pedazo de piel. Lo primero que ví fue que estaba roja como un demonio y le estaban empezando a crecer unos puntitos blancos que al día siguiente serían ampollitas dolorosas. Por cierto, nunca antes me había fijado en la lengua desde tan cerca. Es curiosísima. Una masa de carne flexible con la que hacer formas. Parecía tener vida propia. Durante un rato me entretuve mirando el vaivén de la lengua dentro de la boca. Este gesto tan estúpido era lo que mejor me venía para dejar de sentir la maldita sensación de incendio bucal debido al aleluya!, a Arquímedes, a mi tatarabuela, al chino de abajo y a las sopas orientales maggi.

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  11. Doctor M:

    Si no hubiese regresado, el autómata todavía sería humano. Sin embargo decidió abrir la puerta de la casa al grito de aleluya, como si hubiera descubierto algo, como si su entrada inesperada y absurda pudiera ser considerada una heroicidad. Todos nos quedamos detenidos observándolo (siento admitir que en cierto modo alentándolo), al fin y al cabo, tras su reparo inicial, era el primer voluntario desde que publicamos el anuncio. El proceso fue más rápido (aunque menos indoloro) de lo previsto, y el primer autómata humano fue creado. Después de él, y de formas igualmente estrambóticas ,vinieron los demás: el primer hombre-col, la primera mujer antena, y el primer caniche eléctrico. Aparecieron al vaivén del azar, siempre con ese ruido de pájaros al otro lado de la ventana, y nosotros por nuestra parte proseguimos en la búsqueda de un sentido para nuestras vidas absurdas, aquellas que como poco tratamos de vivir vertiginosamente.

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  12. - Voy a vomitar. ¿Pero qué hace papá? ¿Por qué impulsa el columpio como un autómata mientras le mira el pecho a la madre de Susie? A mí también me gusta el pecho de la madre de Susie, se tiene que estar muy calentito ahí dentro, pero ahora, ahora voy a vomitar.
    Intentó gritar pero el vaivén le produjo otra náusea. El columpio se mecía vertiginosamente, cada vez más y más alto.
    - Voy a vomitar, a la siguiente vomito.
    Y de repente... ¡CLONCK! El columpio empezó a detenerse. Papá estaba en el suelo y la mamáde Susie estaba a su lado arrodillada, con su gran pecho casi rozando a papá en la cara. Le sangraba la nariz, pero papá sonreía. Y yo también.
    -¡Aleluya! - Y por fin pude vomitar.

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  13. Va surgiendo lentamente. Esparciendo cual aspersor su contagiosa sonrisa. Primero despacio. Primero observa. Poco a poco se mece en su caminar. Y descarga en su vaivén, todo el peso del compás. A su izquierda tulipanes. A su derecha miradas curiosas. Al frente edificios furiosos. Alguien agarra su mano. Alguien le sostiene la mirada.

    Y entonces vuelve hacia atrás. Retrocede vertiginosamente, hasta casi parecer un autómata. Hasta la calma más absoluta y artificial. Se esconde, se fabrica una sonrisa nueva y vuelve a enfrentarse al mundo. Un paso, después otro. Así hasta desgastar la suela de su zapato. Y pasa otra vez. Alguien agarra su mano. Alguien le sostiene la mirada confusa. Y esta vez no retrocede. Esta vez siente el tacto rugoso bajo los pies, la calidez de esa mano en la suya. Esta vez llora y la máscara se deshace bajo las lágrimas. ¡Aleluya!

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  14. ¡¡¡Aleluya, puedo volar!!!, grito mientras me elevo sobre las nubes. No peso. Siento los rayos de sol sobre mi nuca, y me concentro en sortear las corrientes de aire frío. Qué hermosa sensación de libertad. De repente, estoy en el cuarto de baño y se me caen los dientes. Me veo completamente desdentada frente al espejo y me agobio un montón. Se desvanece vertiginosamente el cuarto de baño y ahora corro hacia un examen. Es el último que me queda para acabar la carrera. No me da tiempo. ¿No me acuerdo de que hace unos momentos yo podía volar? Mierda, voy a llegar tarde, y me van a poner un cero. Se me encoge el estómago. Siento una opresión en el pecho. ¡¡¡Oh, no, pero si voy desnuda!!! Todo el mundo me mira por la calle. Un coche me pita. De repente llevo una maleta en la mano. El coche sortea todos los obstáculos que encuentra y se pone a mi nivel. Me monto en él, saltándome las enseñanzas de mi madre acerca de subirme a tontas y a locas en un coche. Parece que conduce un familiar. Sé que es un familiar, pero no sé quién es. Ahora no sé si voy vestida o voy desnuda. Resulta que vamos camino de un aeropuerto. No sé hacia dónde sale el avión, pero estoy tranquila. Toda esa opresión torácica y todo ese malestar gástrico van desapareciendo. Creo que mi familiar me va a decir algo súper importante y trascendental, y puede que me lo llegue a decir… pero… ¡no lo pillo! porque… rápidamente todo se difumina como por arte de magia, y ahora veo una gran masa de agua y me sumerjo en ella nadando. Me dejo llevar por el vaivén de las olas. Ya no siento ninguna presión. Estoy en calma, en paz. Lo más curioso de todo es que no hay nada anormal ni ilógico en estas transiciones. Sigo nadando, sólo se oyen mis chapoteos sobre el agua… y un pitido, ¿será un barco? ¿Será algún exótico animal acuático? ¿Será…? De repente, antes de caer en lo que es, se me ocurre una idea genial para resolver una inquietud que tengo en el trabajo. Y no ha acabado este pensamiento… cuando me encuentro en mi cama, sudando empapada después de tanto trajín.
    El ruido era el despertador. Compruebo que sigo teniendo dientes, veo que sí, me alegro de que eso sea un sueño. Apunto mi idea antes de que se me olvide. Recuerdo si hoy me voy de viaje (de ahí lo del aeropuerto), y descubro que no, me da pena que eso sea un sueño. Me maldigo por no acordarme de la frase trascendental de mi familiar. Y como no vuelo, y voy a trabajar en transporte público, me desperezo rápidamente y me levanto cual autómata a llevar a cabo las mismas acciones de todos los días.

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  15. En el vaivén de tus besos yo me sumerjo
    Me escondo y que siga el resto la fiesta
    Que queden los aleluyas en la pista
    y el dulzor intenso en el jardín

    Que yo fuera soy un autómata sin ritmo
    Mal programado, como sin ganas
    No entiendo lo que veo
    No me salen las palabras exactas
    en su aparente desparpajo

    En el vaivén de tus besos yo me quedo
    Cuando llega la ola la acaricio
    sin prisa, con alegría
    la tomo con las manos,
    luego se escurre y se va.

    Allá sigue lo demás,
    girando vertiginosamente,
    tú te levantas de cuando en cuando
    Puedo entonces sentirte a lo lejos,
    y estar acompañado en el silencio.

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  16. Las campanas redoblaban y hendían el viento con su vaivén. Todos los ancianos, molidos por la vigilia nocturna del velatorio, sudaban tinta para mantenerse en pie como autómatas. Pensaban en aquella vida que se había marchado, se daban cuenta de lo efímera que había sido. Las arrugas y los achaques no eran suficiente para entender el lento devenir del final, debían ver cómo se tambaleaba su alrededor vertiginosamente para sentirse frágiles. Se permitían decir, ¡Aleluya!, sé que estás ahí, pero te miro de lejos, y sonrío.
    Al emparedar el ataúd en su nicho, los golpes de paleta y barreno se entremezclaron con la verborrea de unas cabras que pastaban en los campos junto al cementerio.
    ¡No somos nada!, lloraban los ancianos.

    Lento devenir.

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  17. Lola
    Se ensimisma en el vaivén de sus caderas. No quiere pensar y sólo siente. A veces la cabeza le juega malas pasadas y se fija en el horroroso papel pintado de las paredes y le mugre de la esquina superior que nació cuando aún podía soñar. Lola ha dejado de soñar, ahora sólo siente. Se deja mecer por el vaivén de sus caderas, y siente como se curva su espalda con cada sacudida, cierra los ojos para no pensar, para no ver… Para hacer el amor hay que cerrar los ojos pero no para no follar, le dijo la madame hace más de 20 años ya. Lola sabe que no, tras 3 polvos a ojos abiertos, supo que el amor se mira pero la vergüenza se oculta. Cierra los ojos y no imagina otros amantes, ni viaja a otros lugares, sólo siente su cuerpo. A veces puede llegar a sentir incluso una vertiginosa oleada de placer, su respiración se entrecorta, sus pechos se endurecen y siente espasmo o espasmo, contracción a contracción, respiración a respiración.
    No siempre fue así, antes viajaba con su cabeza e imaginaba que cualquiera día se iría de aquella pensión en Montera, demasiadas madrugadas en la empapelada habitación para seguir engañándose. Su cuerpo era un fiel retrato del paso de los años, seguían siendo atractiva y no fallaban los clientes, sin embargo la sombra de ojos azul se le amontonaba en las arrugas, de los brazos le colgaban ya algunos pliegues, y su legendario escote había dejado de formar un prieta línea para formar un canal que se ensancha, que deja paso a la vergüenza, a la mirada, a la frustración.
    Hace más de 4 años un 25 de Diciembre se despertó y la primera imagen que le llego fue aquel viejo bidé y sus medias zurcidas hechas un rebujo en el suelo, tuvo la certeza en ese momento que no saldría nunca de allí. Las lágrimas negras que corrían por sus mejillas le devolvieron una cruda imagen en aquel espejo cuarteado. Siguió trabajando, era lo único que sabía hacer, pero ya no podía soñar, sólo actuaba, se dejaba llevar por años de experiencia, era una autónoma. Salir a la calle, esperar, negociar, subir las escaleras, desnudarse, follar, jadear, respirar, lavarse, cobrar, salir, esperar,…
    Tras meses de vacío, un noche cualquiera, con un cliente cualquiera, ni más viejo, ni más alto, ni más joven, ni más amable ni más bruto ni más blando, Lola empezó a sentir como se erizaba su vello, como se humedecían sus labios, como se contraían sus dedos. Tuvo el mayor orgasmo de su vida, y de pura liberación grito Aleluya. Desde entonces Lola siente, no es amor, pero tampoco es vergüenza, siente y veces disfruta. Le gusta pensar que vino a este mundo a sentir y a dar placer, ya no quiere compadecerse más ya no quiere engañarse más, y a pesar de las arrugas sus ojos brillan, y siente que al cerrarlos se ilumina.

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  18. Los autómatas del relato se devoraban hambrientos como opción única y triunfal a su terco destino. El vaivén de sus cuerpos se sincronizaba con el latir de un mundo agónico.
    No había mente, individuo, ni realidad, sólo instinto y fusión ¡Aleluya!

    Pero el destino volvió a usar sus alicates y demostró con soberbia su magnanimidad, torciendo nuevamente las precarias lineas de nuestros protagonistas: el momento eterno, vertiginosamente dejó de serlo. Fue claro cuando sus cuerpos sudorosos se enfriaron. La nada no llegaba. ¿Aleluya? ¡Estaban salvados! ¿si?

    Y fue en ese momento, observando perplejos sus pieles, sus uñas, sus idiosincrasias... que entendieron súbitamente la traición de su destino: les había abandonado en el mar de su libertad.

    Fijación oral

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  19. Asqueado, como un autómata. Así voy yo a los ensayos desde hace un tiempo a esta parte.
    ¿Y qué más te da? Si, tú, el que estás leyendo, ¿qué leches te importa? Yo hago mi trabajo y punto, como todos, nadie lo nota. Total, nadie lo nota.
    Si me muevo un poco en el taburete quizás mi compañero de la viola echa una fugaz mirada de reojo, sobre todo por comprobar si él también tiene que moverse por alguna causa ajena a sí mismo. Si no, todo sigue. La orquesta me parece ya una auténtica maquinaria fúnebre, rocambolesca, que mueve sus engranajes, precipitándose vertiginosamente en cada concierto al precipicio de su fin.
    Pues como todos. .. Como el público que nos mira con su culo aposentado y sus miradas fijas, o tontas o perdidas en el mejor de los casos. ¡Y cómo aplauden a lo que les gusta porque lo han oído veinte mil veces! Seguimos siendo bebés que tiran un objeto al suelo una y otra vez para verificar el fenómeno de la gravedad ¡Que sí, niño, que si! El objeto se cae, muere, ¡la palma! Se espachurra. ¡Que sí, señores, que sí, que esto ya lo conocen, por lo menos es algo que no cambia, algo que está ahí y siempre será así, como a ustedes les gusta escucharlo! Les recuerda que saben algo de lo que va a pasar, que se pueden agarrar a algo fijo antes de palmarla. ¡Como cuando llega ese maldito Aleluya de Haendel… y ¡hala! Todos a cantar, a gesticular y a cerrar los puños con fuerza. .. Supuestamente él resucitó, ¡pero a vosotros no os va a pasar, idiotas! ¡Dejad de vivir de esa fantasía!
    Chin Pum. Fin de la obra. Me pongo los tapones del silencio, limpio mi instrumento. Me voy a casa sin olvidar pasar por el chino de al lado para cogerme unos Dim Sum grasientos que calman la ansiedad de haber compartido oxígeno y dióxido de carbono con tanta gente encerrada en el mismo lugar. Un vaivén de aire sucio, que se mueve desde la orquesta hasta el público, del público a la orquesta… Nos pasamos gérmenes mórbidos, mmm síiiii os gustan, mmm!!! …
    Ya solo me queda mi ducha y mis lámparas a media luz para lograr estar en MI espacio. Ya es mío.
    Quizás si ella estuviera aquí no podría decirlo.
    Qué buenos están estos Dim Sum… ¡jodíos!

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