sábado, 24 de enero de 2015

XXVIII EDICIÓN DE RELATOS FUNDAMENTALES.

Relato Ilustrado:



¡No no!, en esta edición no intentamos rendir pleitesía al siglo de las luces, la idea es que le pongáis un relato a una imagen, o una imagen a un relato. Ambas ideas son igualmente válidas, pero tanto la imagen como el relato deben ser originales, y totalmente libres. Puede ser un dibujo, un pictograma, una pintura rupestre, una foto, en fin, lo que se os ocurra.

Para poder compartir las imágenes y mantener el anonimato de los relatos se ha de seguir el siguiente procedimiento:

¿cómo subo la imagen con mi relato?
Lamentablemente, parece que no se puede subir una imagen con el comentario. Para poder compartirla debéis entrar en la siguiente dirección de correo (genuina de Relatos Fundamentales)

usuario: relatosfundamentales@gmail.com
contraseña: pseudonimo

Desde esta cuenta mandáis un correo electrónico a la misma dirección (relatosfundamentales@gmail.com) con la imagen adjunta y en el asunto escribís el mismo pseudónimo que habéis elegido para el relato.

De esta manera vuestro relato permanecerá anónimo. La precaución principal es que no enviéis la foto desde vuestras cuentas personales porque el anonimato se iría al traste.


Método de envío: cada relato será un comentario anónimo en la entrada del blog. (esto no cambia, solo recordad poner el mismo pseudónimo que habéis elegido para el correo de la imagen).

Extensión: libre, pero sin libertinaje.

Fecha límite: 7 de febrero (hasta segundos antes de empezar a leerlos)
Lectura de los relatos: La identidad de los autores será una incógnita en todo momento hasta que deje de serlo. Los relatos serán repartidos entre los participantes aleatoriamente para su lectura, salvo que algún autor prefiera leer el suyo por alguna causa justificada. Se recomienda al lector leer previamente el relato, para tratar de ser fiel a la intención del creador del escrito.
Elección del mejor relato: a modo de aliciente, se elegirá el mejor relato (o no) votando a través de la urna de relatos. Aquellos que estáis lejos (física pero no espiritualmente) podéis hacer llegar vuestra elección a través de la misma cuenta de relatos o de alguno de los presentes en la velada. Cabe destacar que el ganador recibirá un detalle obtenido a través del sudor de la frente del organizador de esta edición.
Organización de la siguiente edición: aquel que sea elegido por la urna de relatos como mejor relato, tendrá el honor de alojar y alimentar a los escritores fundamentales de la próxima edición. El ganador puede ceder su privilegio si vive allende los mares, o alguien se lo suplica de rodillas.


10 comentarios:

  1. Escena del crimen.

    (Basado en hechos reales)
    A las 19 horas se toma una fotografía que podría ser la clave.

    -Yo no veo nada...

    -Algo se nos escapa.

    Mientras la policía se rompe la cabeza tratando de resolver el caso, el salón que vemos en la fotografía está siendo recorrido por el único testigo de lo ocurrido. Un testigo que no hablará, pues carece de dicha capacidad. De hecho, campa a sus anchas en busca de comida o de saber qué. Traten ustedes de discernir los deseos de una cucaracha, pues tal es la condición de quien presenció los hechos. La cucaracha no lo sabe, pero en realidad fue algo más que mera espectadora.

    Observen el salón, las vistas. Así de pasada parece un sitio tranquilo. Alguien podría tener ganas de retumbarse en el sofá a disfrutar del paisaje urbano de ese piso trece. Sí, ya ven la coincidencia. Un piso trece. No podía traer buena suerte. Raro que lleguen hasta tan alto las malditas cucarachas, pero así fue. Dos, de las cuales sólo queda una... Pero este es un dato que la policía pasó por alto.

    Tras trepar por las tuberías, la cucaracha numero uno, se paseó libremente por la bañera, pensandose, si es que pensaba, la unica habitante del lugar. La asustó un grito agudo, cuyo origen no lograba localizar. Pero ante la alarma se agitó nerviosa, correteando de acá para allá, subiendo por la toalla, el lavabo... Mientras veía que algo oscuro se acercaba y alejaba vertiginosamente del suelo. Si fuera posible, varias gotas de sudor hubieran chorreado por la frente del insecto.

    Entre tanto varias piernas humanas alarmadas iban de acá para allá. Manos sujetando zapatillas y botes de spray indefinido. El salón que ahora ven vacío, era una orgía de movimientos y deseos insecticidas.

    Una antena primero, una patita después, la segunda cucaracha se asomaba tímidamente por el desagüe de la bañera. Los ojos humanos que la vislumbraron se abrieron como platos, y gritaron "otraaaa!" (pero no como pidiendo un bis en un concierto precisamente). La cucaracha tembló, entendiendo que aquel grito significaba "huye o muere". Ágil recorrió el baño y esquivó sprays y zapatillas.

    La vida y la muerte se debatían en aquel salón, ante las maravillosas vistas. Pero el miedo es traicionero, y si bien sobrevivió un insecto, un humano cayó por la ventana, al resbalar en una charca de spray del suelo. Quiso el azar que el otro ser humano habitante de la casa sobreviviera a pesar de las contusiones múltiples.

    La policía baraja la hipótesis de un crimen pasional, y esperan pacientes a que la superviviente salga del coma. No conciben, al observar la foto, que el único testigo está oculto en esa imagen, protegido por la oscuridad, tranquilo y ajeno a los bulliciosos pensamientos y miedos humanos. Pensando en algún lugar cálido y húmedo donde pasar la noche.

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    Respuestas
    1. Inspiración

      -"Me fui. No te diste cuenta de mi marcha, estabas demasiado ocupada llenándote de actividades, buscando lejos cosas que están cerca, pensando y haciendo..."

      -Pero… ¿cómo es posible que no se me ocurra nada en esta edición de Relatos??? Siempre se me ocurren mil ideas… y ni eso.

      -"No te diste cuenta. Para enfocar, hay que pararse y para escuchar, ralentizar el corazón".

      -Pues se me tiene que ocurrir como sea, vamos.

      -"Y te pusiste a perseguirme. A correr… Me llevé las manos a la cabeza, no, es precisamente lo contrario. Y ahí decidí irme por una buena temporada".

      -Nada, ni eso. Voy a ver si se me ocurre algo mientras me ducho… Mientras corro al metro… Mientras…

      -"Peor imposible. Pobres fundadores del mindfulness"
      "Ahí viajé por las pantallas en blanco de pacientes escritores, serpenteando entre líneas y más líneas. Me colé en los lienzos de pintores jugueteando con sus pinceles. En una orquesta, volé entre los instrumentos, la vibrante percusión, el zigzagueante viento… Con calma, y sintiendo cada nota. En el campo, aspiré el aroma de las flores y susurré una idea a un jardinero. Estuve también en la cocina de un chef quién, pensativo, se le ocurrió mezclar mermelada de albaricoque con foie y presentarlo en racimo. Incluso estuve en casa de tu abuela (las cosas están más cerca de lo que crees), quién, mientras acariciaba la lana que le habían regalado, decidió mezclarla con otra del mismo color, pero tejiéndola en 8"

      -Pues nada, primera edición de Relatos a la que voy sin escribir. Ya es viernes y no he publicado nada. Y esta tarde tengo yoga y voy a quedar con María. Y seguro que abro el ordenador y en vez de escribir el relato para cuando me dé cuenta estoy buscando un vuelo en Skyscanner.

      Iba tan corriendo por el pasillo del hospital que casi me golpeo contra el carrito del desayuno. Uf, menos mal. Suspiré aliviada.

      -"¡SE HA PARADO! Lo presentí a millones de kilómetros de distancia. Estaba en la India concentrada en la reverberación de unos cuencos tibetanos… Hay que darle una oportunidad. Y emprendí el viaje de vuelta"

      Al pararme, fui a mirar la lista de cosas que tenía que hacer. Oí un ruido a mi izquierda, en la sala de juegos. Me giré. Había un niño jugando con unos playmobil.

      -Jejeje, casi te pegas con el carrito. ¿Juegas conmigo?
      Sonreí. Me puse a jugar con él a los Playmobil

      -"Ya estoy".

      -¿Tú juegas por las tardes en tu casa?- me preguntó el niño.
      Cierto, ¿cuánto hacía que no jugaba yo?, pensé.

      "Al oír esa pregunta, me aproximé"

      -Estás despistada. ¿Ayer te acostaste a la hora que te dijeron tus papás?
      Contuve una sonrisa. Intenté concentrarme en el juego.

      "Cada vez estaba más cerca… Ella estaba entrando en el juego…"

      Y, de repente, me fundí con la actividad. Por fin. Cómo echaba de menos esa sensación. En el cambio de turno habían dicho que el niño tuvo una rabieta la tarde anterior. De repente, se me ocurrió cómo trabajarlo a través del juego.

      "Ella estaba en el juego. Revoloteé entre los playmobil, satisfecha".

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  2. Benoit se levantó temprano. Llevaba tres días sin trabajar pero estaba tan cansado como en los peores días de carga, esos días en que los buques no dejaban de arribar y zarpar. Ya habían pasado cinco años desde el final de la guerra y todos decían que Francia había empezado a despegar.

    Él no entendía mucho de política, a decir verdad, no entendía de muchas cosas. Sólo era un estibador de diecinueve años que nunca había salido de Marsella. Pero había algo que sí sabía: trabajaba demasiado para lo que le pagaban. Admiraba el valor de los mineros, pero temía acabar como ellos. Ya había tenido ocasión de comprobar cómo se las gastaba el ministro Moch y no pretendía tentar a la suerte.

    Así pensaba, al menos, hasta un par de semanas atrás. La actitud de sus compañeros viraba diametralmente hacia la rebelión desde que los buques procedentes de Indochina, plagados de cadáveres de soldados, se habían multiplicado. El joven no olvidaría ese peso sobre sus hombros. A fuerza de práctica ya soportaba el hedor y la rigidez, pero nunca llegaría a acostumbrarse a un dolor tan crudo. No acababa de entender ese sacrificio por la patria. Para él, patria era una palabra vacía. Benoit sólo amaba las calles donde había jugado siendo niño, donde había crecido… pero eso era un punto remoto en el mapa de la nación. París le era tan indiferente como Vietnam.

    Esa gente pensaba de otra manera y él lo respetaba. Además, se estaban jugando la vida por Francia y a nadie parecía importarle. Después de los primeros días en los que se había enterrado con honores a los muertos en combate, se había dejado de hablar de los cuerpos que seguían llegando a puerto. La desatención de aquel drama fue lo que detonó la huelga.
    Benoit se montó en la bicicleta, sus piernas titubeantes le recordaban el peligro al que se enfrentaba. Se había unido a las protestas desde el primer día. Era la cuarta jornada, y no veía la solución más cercana que antes, pero continuaría sin trabajar porque la lucha merecía la pena. Aparcó la bicicleta en Rue de la Martinique, a dos manzanas de donde se encontraba el piquete, era su bien más preciado y no quería que le pasara nada en los disturbios.

    - - - - - -

    Etienne y Florian volvían del colegio. Llevaban varios días viendo la misma bicicleta apoyada en la puerta de la floristería. Estaba muy vieja, y daba la impresión de que nadie iría a recogerla.

    -¡Vamos a rodarla! ¿A que no te atreves a desmontar la rueda?
    - Pues claro que sí.

    Florian se puso las manos perdidas, afortunadamente ese día su madre le había puesto ropa oscura y los manchurrones de grasa no se notaban demasiado.

    -¡Yo la ruedo primero!

    Sin que nadie lo viera, cogió el palo que servía de cuña a la puerta de la floristería y los dos niños salieron corriendo calle abajo concentrados en que la llanta no cayera. Divertidos con su juego, ninguno reparó en el coche fúnebre que marchaba en dirección opuesta.

    No muy lejos de allí, Benoit intentaba acomodarse en su celda, no dejaba de darle vueltas a la cabeza, pensaba en lo preocupada que estaría su madre. Cuándo le sacarían, si es que alguna vez conseguía salir de esa maldita prisión. Las imágenes de la huelga le martirizaban. Se lamentaba profundamente por el destino que habían sufrido algunos camaradas de mano de la gendarmería. Se preguntaba si algún día las cosas volverían a ser como antes. Tenía tantas preocupaciones y tanto tiempo para recrearse en ellas, que temía enloquecer en cualquier momento. Aun con todo, no había olvidado su bicicleta aparcada a la puerta de la floristería de Rue de la Martinique. Confiaba encontrarla allí cuando le liberaran.

    Pseudónimo: Rueda verdejo

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  3. Fíjense en la foto y pregúntense que motivos llevaría a este hombre de clase media alta y mediana edad al suicidio. O mejor aún qué creen que les tendría que suceder a ustedes en la vida para cometer semejante acto
    Seguro que algunos de ustedes se están preguntando qué clase de broma de mal gusto es está, ustedes solo venían a una velada más de relatos, con agradable charla y víveres. Mantienen la compostura y evitan cualquier mueca de desagrado, pero muestran su hostilidad con una vehemente resistencia a la participación.
    Otros de ustedes, más dóciles y aplicados por otro lado, se estarán devanando las sesos con las hipótesis de que le llevo a este hombre al suicidio. A su cabeza acuden ideas como el fracaso profesional, el desamor, las dificultades económicas,… sin embargo conocen a este personaje y saben que ninguna de estas encaja… Se están poniendo nerviosos pero sin embargo persisten en la tarea, solo pensar en responder a la segunda pregunta les da escalofríos.
    Por último hay un tercer grupo, se sienten a gusto en esta conversación y perciben el malestar de sus compañeros. Intentan establecer miradas cómplices conmigo. Este último grupo piensa que cualquier puede cometer un suicidio, incluidos ellos mismos, solo es necesario un detonante, la vida carece de sentido e igual que empieza termina. Es más, consideran que cualquiera puede cometer un asesinato, incluidos ellos mismos, pero por cuestiones práctico-higiénicas no se lleva a cabo con el fin de mantener el estatus quo.
    El primer grupo no va a los cajeros por la noche, vive en su acomodado y prospero barrio, y evita ver el telediario desde que la crisis empezó y la miseria golpea en la puerta de al lado. No se equivoquen, no les juzguen como ingenuos o necios, son conscientes del lado miserable de la vida, incluso más que los otros 2 grupos, ya que quizá lo hayan vivido en primera persona, por eso eligen no mirar, eligen no verlo.
    El segundo grupo tiene un arraigado sentimiento de culpa, se saben afortunados en la vida, y son tan conscientes de las desdichas ajenas… Este grupo compra pero dona, turistea pero respeta, en su pecado esta su penitencia. No quieren pensar en su muerte, porque si ni siquiera ellos son capaces de disfrutar,… Ah no! No tienen derecho
    El tercer grupo siente que se ha hecho a sí mismo. No importa la clase social, desde la más tierna infancia han sido testigos y víctimas de las inmundicias del ser humano. No tiene una visión romántica de la pobreza, ni se siente culpables de su éxito. No evitan mirar de frente, y se saben iguales en sus instintos al más despiadado de los asesinos y el más angelical de los santos.
    Ninguno de ellos acierta ni erra, sin embargo todos se sorprenden al pensar en mi.

    Fdo.: Azrael, ángel de la muerte

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  4. Inspiradora.

    Canta.
    Sonríe.
    Emociónate.
    Sé fuerte.
    Vuélvete muy loca y disfrútalo.
    Sé un espíritu libre, libertario, libertador.
    Sorpréndete.
    Dí la verdad y algunas mentiras.
    Ten una gran idea.
    Imagina, sueña, vuela con tu cabeza a otros mundos posibles.
    Improvisa.
    Ten esperanza, desespérate.
    Consigue lo que quieres.
    Ríete a carcajadas.
    Mira siempre más alto, más allá.
    Sé dueña de ti misma.
    Sáltate todas las barreras.
    Desquíciate.
    Hazte un burruño con la manta.
    Duerme sin parar, como si no hubiera razón para nada mejor en este mundo.
    Come chocolate.
    Mucho, mucho, mucho chocolate.
    Sé feliz como solo tú sabes.
    No te lo pienses.
    Baila como si nadie te mirara.
    Provoca.
    Seduce.
    No te pares, solo para coger aliento.
    Haz feliz.
    Comparte tu alegría.
    Da a raudales.
    Da un montón de vueltas sobre ti misma.
    Sal corriendo a perseguir lo que deseas.
    Vive con intensidad.
    Píntate los labios de rojo.
    Deja que todo fluya.
    Recorre tu camino.
    Levántate, dolió pero pudiste.
    Ama.
    Confía.
    Crece.

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  5. Sapos y culebras, mantequilla y otros desastres cotidianos.

    - Venga, atrévete, ¡vengaaaa! Atrévete a sonarte los mocos en la cortina, vengaaaa.

    Ahí está, frente a mí, Doña Candelas Segunda, mi madre. Una mujer de tan maña envergadura, mirándome fijamente, escrutinando hasta el último de mis pelos enmarañados, después todo el trabajo que me ha supuesto encerar los muebles del salón con margarina Tupilán.

    Han quedado preciosos, suavísimos. Resulta que la madera de teca absorbe fenomenal. A ver, se han quedado algunos chorretones, pero es que ha irrumpido en la habitación en mitad de la faena. ¡Así no hay quien dé una sorpresa como es debido! Con toda la preparación que ha requerido.

    Al fin y al cabo cuando mides aproximadamente un metro las mayores cotidianidades pueden suponer el mayor de los retos. Coger el taburete de la sala de estar, arrastrarlo hasta la cocina (de las marcas del suelo me encargaré luego). Abrir la nevera y tener que esquivar los cuatro huevos que salen volando y estampan en el armarito bajo. Y qué decir de saltar el charco de rioja que traicioneramente se ha caído de la encimera al tirar del trapo para darme impulso al subir al taburete. No pisar ningún cristalito ha sido toda una hazaña. He tenido incluso que hacer una parada técnica para descansar y comer un par de onzas de chocolate que me había guardado cuando cogí la mantequilla. Aunque he de decir que ya no hacen chocolate como el de antes, con este calor el resto de la tableta repartida por los bolsillos de mi pantalón y la camisa se han derretido, y estoy francamente indignado, porque tengo más chocolate repartido por el pelo, la cara y mi vestimenta del que ha llegado a mi tripita.

    No entiendo por qué grita tanto, parece enfurecida. Ahí está con los brazos en jarras y apuntándome con el dedo, con los rulos perfectamente envueltos en la redecilla. Solo le falta coger el chaquetón de bisón para que podamos ir a misa. Lleva su vestido negro por debajo de las rodillas, dejando ver sus robustas piernas y sus aún más gruesos tobillos. ¡Va a tener que confesarle a Don Agustín un montón de cosas hoy! Porque aunque no entiendo ni la mitad, sé que está soltando “sapos y culebras”. Esa expresión tampoco la entiendo, pero no me sorprendería que en cualquier momento saliera de su boca un anfibio despavorido y se me aposentara en la cabeza para disfrutar de los restos de chocolate.

    El caso es que yo, con tanto sofoco, empiezo a sospechar que algo no va bien y me he arrancado a llorar, que siempre atempera un poco a Dª Segundita. Se me caen “las velas” hasta la barbilla. Y aquí me hallo, agarrado con una mano al visillo, y mi madre espoleándome para que me suene los mocos con la tela de la cartuja que tanto le gusta. Definitivamente no entiendo a los mayores, y menos a mi madre, pero está tan convencida que no me queda otra alternativa. ¡Allá voy!

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  6. Mis dedos se vuelven garras
    Mi corazón se aligera
    De las plumas de mi cuerpo
    brota un olor a canela y
    a limones exprimidos.
    Mi garganta inicia el canto
    de sueños nunca cumplidos,
    rumor de cien calaveras,
    No lloro, porque ahora vuelo.
    Un tenue sol amarillo
    se oculta en la carretera.


    Pseudónimo: mujer

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  7. Se miraba las manos y veía la cuerda entre sus dedos. Estaba sentado en su barco, aquel barco en el que después de tantos años se había acostumbrado a matar las horas. Era el único sitio donde se encontraba en paz con el mundo, donde recordaba su pasado y aún se reconciliaba consigo mismo.

    Se respiraba la brisa marina, la sal le calaba los huesos y el puerto se veía profundo y lleno de barcos. Era la típica mañana de otoño aunque un poco menos tibia que de costumbre.
    Él se encontraba al final del muelle, el primero de la hilera, sentado en su vieja silla meciéndose con las pocas olas que llegaban hasta aquel cascarón que a duras penas seguía flotando. Era lo único que le quedaba en su vida, aquel barco. Mi viejo galeón le gustaba llamarlo. Era su compañero, o al menos el último que seguía vivo. Habían vivido tanto juntos que ya parecía que le escuchaba sus lamentos y le comprendía.

    La vida ya pasó, pensaba calentándose los huesos con los pocos rayos de Sol que empezaban a descubrir las nubes en el cielo. La esperanza rota por tantos años luchando contra la mar, sacando de ella las redes una y otra vez… esperaba obtener sueños, tesoros, emocionantes artefactos de pecios hundidos y solo salían peces, siempre peces.
    Ahí estaba el horizonte y ante aquella delgada línea ponía sus dedos y soñaba con sujetarla. Volaba con su imaginación cruzando toda aquella extensión de agua y la miraba desde arriba, viendo toda aquella oscuridad que le transmitía. Sabía bien de lo que hablaba en sus pensamientos, la profundidad del océano es algo que no se conoce hasta que la miras fijamente. Llegas al final de la bahía pones rumbo a cualquier parte y después de mucho navegar, quizás días, te la encuentras meciéndote sobre las olas.

    Se le apareció en sus pensamientos una tormenta. Era como un dios enfurecido el cual protege sus tierras y contra el que estas indefenso, nada te puede salvar de sus golpes y olas, solo su misericordia. Te mira fijamente y tú le miras sin pestañear con los músculos paralizados y entonces sabes que lo único que puedes hacer es pedirle al cielo que te saque de aquella oscuridad, que te lleve a tierra firme.

    Sus manos seguían haciendo nudos y jugando con un cabo entre sus dedos. Las arrugas de su cara se mezclaban con alguna cicatriz haciendo que pareciese aun más mayor. El rostro rudo y su gesto fruncido reflejaban la dureza de su vida. Se notaba su piel apagada, sus ojos grises y hasta su corazón cansado. La vestimenta era la de un marino de otra época, cosa del pasado. Pantalones roídos y un jersey grueso y abrigado lleno de remiendos que poco a poco ya se cansó de disimular al repararlos.

    Recordaba el café que le hacia su mujer y los días frente al fuego de la chimenea muchas tardes lluviosas. Las fechas que volvía de la temporada de pesca eran un paraíso. Llegaba a casa y ella siempre le esperaba emocionada. Junto a ella su hijo pequeño.

    De aquellos días ya no quedan nada, fueron un faro que se apagó hace tiempo. Todos le dejaron, por una razón u otra ya no estaban en este mundo y, sin aquel mástil al que agarrarse, perdió el rumbo de sus días.

    Solo vive de su pasado y sueña con navegar hacia la bruma en soledad. Hace tiempo que se rindió, su cuerpo aunque sigue sentado en aquella silla ya liberó su alma. Esta ha viajado lejos de aquel embarcadero y de aquel muelle. Anda suelta y libre en el océano, se marchó a recorrer mundo, ver islas desiertas, jugar con alguna sirena o bucear hasta lo más profundo del abismo. Ahora ella está feliz, él lo sabe y espera pacientemente.

    Pasa sus días sentado con la caña en el agua y esperando que de vez en cuando algún pez pique.


    Pseudónimo: Añejo

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  8. DINAMARCA (I)


    Se abre el telón. El escenario está cubierto de arena de playa. Hay una mujer en el centro con un ligero camisón blanco. El pelo revuelto. La expresión desencajada. Arrodillado, al fondo del escenario y de espaldas , intuimos como un hombre se afana en colocar clavos a lo largo del suelo.

    Resuena el sonido del martillo.

    La mujer comienza a tomar aire pero se lleva las manos al pecho. Su respiración es agitada.

    Resuena el sonido del martillo.

    Comienza a escucharse el ruido de olas, cada vez más intenso, el ruido de una tormenta con oleaje y truenos. El escenario se oscurece y un foco ilumina a la mujer. Angustiada, abre sus brazos, mira al público y luego eleva la cabeza y emite un grito desgarrado, furioso. Vuelve a bajar la cabeza y se marcha corriendo por un lateral.

    Se hace el silencio, vuelve a iluminarse todo el escenario. El hombre del fondo se acerca al frente portando su caja de herramientas. Va vestido con un traje de chaqueta, el pantalón remangado sobre los pies descalzos. Sonríe.

    Manuel: “Bonita mañana. Nada mejor que sentirse útil, nada mejor que la sensación de plenitud que a uno de invade de vez en cuando. Sucede pocas veces en la vida, pero es algo palpable, sólido, uno puede sentirlo con sus dedos y su lengua. Es la sensación de que todo rueda, de que el engranaje funciona. Un engranaje perfectamente engrasado.

    ¿Han leído alguna vez un ranking de los países más felices del mundo? Según qué organismo realiza el estudio y en función de las variables que contemple, el país a la cabeza puede ser Costa Rica (primer puesto en el Índice del Planeta Feliz), Indonesia (encuesta de Ipsos) o Dinamarca (Informe Mundial de la Felicidad de la ONU).

    Yo amo a Rosa. Amo su cabello ondulado cayendo brillante y perfecto sobre sus estrechos hombros. La suavidad de su risa. Su timidez delicada.
    Y también la admiro, admiro como es capaz de sobreponerse a las contrariedades, buscando siempre el lado positivo, el punto equilibrado en cada discusión.
    Somos felices. ¿El secreto de nuestra felicidad? No lo sé. Sólo sé que adoro despertar con el aroma del café hirviendo en la cocina. Ducharnos juntos, esperar a que llegue de la oficina. Ir al cine, al teatro, viajar… Formamos un engranaje perfectamente engrasado.

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  9. DINAMARCA (II)

    [Se cierra el telón. Al abrirse aparecen Manuel y Rosa, ambos pulcramente vestidos, desayunando un café con tostadas a la mesa.]

    Rosa: No he dormido bien.
    Manuel: ¿qué?
    Rosa: Soñé que la oscuridad venía a por mí y me dejaba paralizada, como un robot. Pero conseguía escapar y aparecía en un barco y me reía. Cuando creía que estaba a salvo estallaba una tormenta terrible, y un rayo rompía el mástil. Yo me quedaba atrapada en las telas de la vela.
    Manuel: ¿Y luego?
    Rosa: Nada. Me desperté. Enredada en las sábanas.
    Manuel: Vaya cosas raras que se sueñan… Cariño, recuerda que a las 9 hemos quedado con Luis y Gemma.
    Rosa: Creo que algo me pasa.
    Manuel: ¿Voy directo desde el gimnasio o quieres que te pase a buscar?
    Rosa: Escucha…
    Manuel: Mejor te busco. Pero no vayas a retrasarte, ¿vale?
    Rosa: He estado pensando en la felicidad…
    Manuel: ¡Dinamarca!
    Rosa: ¿Qué?
    Manuel: Dinamarca es el país más feliz del mundo según la ONU. ¿Lo puedes creer? ¡Pero si allí ni hace sol! Se me hace tardísimo.

    [Manuel se levanta, da un breve beso en la boca a su mujer y se marcha.

    Se cierra el telón. Vuelve a aparecer Manuel solo y descalzo sobre la arena.]

    Manuel: Dinamarca. ¿Por qué? Bien, se trata del país con mejores niveles en los 6 parámetros investigados: renta per cápita, ayudas y apoyo social, esperanza de vida, percepción de la corrupción, prevalencia de generosidad y libertad para tomar decisiones. ¡Ahí lo tienen!

    [Silencio. Su gesto se tuerce dejando entrever un halo de amargura.]

    No sé si se fue allí. Solo sé que un día cualquiera fui a buscarla para cenar con unos amigos y no estaba en casa. No quedaba ni rastro de Rosa.… Es mentira. No estaba Rosa, pero sí quedaban todos sus rastros, su presencia en cada rincón, su olor en las sábanas blancas… y sólo una nota violentamente simple. “Adios”
    Ella no era así. Era dulce, dialogante, gustosa de cuidar a todo el mundo, detallista, risueña. ¿O no era así? ¿O lo era al principio y fue cambiando de forma imperceptible, sin que me diese cuenta?
    Se ha roto el engranaje de mi existencia.

    [Manuel se agacha y saca de la caja de herramientas unos clavos que trata de clavar absurdamente con el martillo en la arena.
    Levanta la vista]

    Senegal

    ¿Adivinan? El país más infeliz… Senegal

    [Se cierra el telón]

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