viernes, 16 de octubre de 2015

XXXIV EDICIÓN DE RELATOS FUNDAMENTALES

TENÍA HAMBRE…



Tema: El apetito, la apetencia, la gana o la avidez, la insaciable gula, que lleva a la glotonería, la bulimia, la insidiosa gusa, el anhelo y hasta el más puro deseo, el hambre o sed de venganza o de justicia. Todos forman parte las pulsiones y pasiones orales. Den rienda suelta al pensamiento más divergente a la hora de desarrollar algo tan sencillo y a la vez tan complejo como la honda necesidad.

Los relatos deberán comenzar con la frase que da nombre al tema de la presente edición.

Extensión: libre

Método de envío: cada relato será un comentario anónimo en la entrada del blog.

Fecha límite para subir los relatos: Hasta un minuto antes de la comida y lectura. No seré yo quién termine con el goce infinito que produce la postergación desmedida.

Fecha de la merienda-cena: Sábado 24 de octubre desde por la mañana.   



Lectura de los relatos: La identidad de los autores será una incógnita en todo momento hasta que deje de serlo. Los relatos serán repartidos entre los participantes aleatoriamente para su lectura, salvo que algún autor prefiera leer el suyo por alguna causa justificada. Se recomienda al lector leer previamente el relato, para tratar de ser  fiel a la intención del creador del escrito.

12 comentarios:

  1. Tenía hambre.
    Me acerqué a la nevera.
    Ávida, busqué algo
    que calmara mi pena.
    Porque…
    ¿era hambre o era pena?
    Me comí un melocotón,
    una manzana, una pera

    Nada me llenaba

    Quizás era recordarte
    y contar las horas
    que faltaban para besarte.

    Quizás era aburrimiento
    cerré el frigo,
    me puse en movimiento
    fregué el salón,
    la cocina, el cuarto
    mejor un hobby, ¿no?
    Cogí un libro.
    Escuché música.
    Ojeé la programación

    Nada me llenaba

    Quizás era soledad.
    Llamé a una amiga
    ¿Las compras tan socorridas?
    Una blusa, un pantalón.
    Hamburguesa del Burger.
    Helado de McDonald´s.
    Mi amiga marchó.
    Me quedé sola

    Nada me llenaba

    Sentí el vacío en mi interior
    Dónde iba mi vida, mi existencia.
    Dónde iba yo
    ¿Eran ganas de cambiar?
    ¿Debía hacer otra carrera?
    En ese caminar,
    toda la tarde buscando sin encontrar
    regresé a casa.
    Y en ese caminar,
    aún con escaso rumbo
    conseguí a la Parca burlar.
    Una vez más.

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  2. Llanto amargo.
    Lágrimas del alma
    empapando su cara pintada en desesperación.

    Llanto inconsolable.
    Lamentos mudos del corazón.
    Sonido agudo y ensordecedor.

    Llanto ahogado.
    Impotencia embragada a sus gemidos.
    Cuerpo retorcido por el dolor.

    Llanto incontrolable.
    Tronco tenso y puños cerrados.
    Tensión que frena la respiración.

    Llanto desesperado.
    Lenguaje que él es incapaz de descifrar.
    Dolor que él no ha sabido calmar.

    Llanto y más llanto…

    Treinta y seis con cinco grados,
    Tacto suave, respiración calmada, latidos de hogar.

    Pecho, pezón, leche, silencio y paz.

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  3. La calle estaba abarrotada. Bullicio por todas partes. Pero… como un imán, ella captó mi atención.
    Se alzaba altiva, segura de sí misma. Imponente. Me detuve, y me recreé en su figura. Mis ojos recorrieron su silueta, sus curvas de escándalo, y se posaron sobre esas firmes protuberancias que lucía, tan apetecibles y perfectamente delineadas. Desafiando la gravedad. Suspiré pensando lo mucho que me gustaría probarlas. Cerré los ojos. Fantaseé con repasarlas con mi lengua, hacer que se derritieran lentamente. Casi gimo de placer al pensar en su sabor.
    Me enloquecía su piel tostada y suave, soñé con tocarla, aspiré su irresistible olor, y casi tiemblo al imaginarme su textura. Me estaba pidiendo a gritos que la comiera. Que la tomara, la hiciera mía y que la acariciara y pasara mis dientes sobre ella… y la mordiera… estallando en... crema de chocolate.
    Deberían prohibir las magdalenas del Starbucks de pepitas de chocolate rellenas de crema de chocolate. Qué ricas están.

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  4. Agazapado en la oscuridad del portal, espero a mi próxima víctima.
    La veo acercarse rápidamente, se ve que tiene prisa por llegar a casa. Mmmmm,
    huelo a lo lejos el miedo que siente, ese apremio por subir a la seguridad de su
    piso….eso me pone a mil…qué placer tan animal, tan íntimo, dulce e infinitamente
    perfecto…
    Salto hacia ella, la agarro del cuello, ni siquiera grita… mis movimientos felinos la
    cogieron por sorpresa… bah, no me gusta el sabor de su sangre, de seguro era
    vegetariana, tiene sabor a lechuga y brócoli. Detesto esas personas que se
    alimentan de hierbajos, no me va, les cambia el sabor del cuerpo.

    Definitivamente tengo que cambiar de barrio. Últimamente me encuentro
    personajes aburridos. Pensé que la conocía después de seguirla durante un mes,
    veo que me falla la intuición, me estaré poniendo viejo??? Jajajaja…pero qué
    pensamiento tan absurdo, los vampiros no envejecemos, somos así siempre, nos
    mantenemos así siempre, jóvenes y vitales…
    Dejo su cuerpo en el descampado, menos mal que es un día desapacible y no hay
    nadie por la calle, mañana cuando la encuentren estaré en la oficina o camino a
    ella. Su sangre me ha dejado un regusto raro. Creo que necesitaré calmar mis
    ansias sangrientas con un poco más…
    Epaaa, una rata asoma…..mmmm, es una buena solución.
    Ya está, dos cadáveres en el descampado, incluso la rata tenía mejor sabor.
    No puedo entenderlo, la gente está cada vez peor de la cabeza. Recuerdo aún
    cuando era humano y podía comer…tanto placer como el que siento ahora con la
    sangre, pero comiendo! Un buen chuletón, acompañado con vino, legumbres, unas
    buenas judías pintas, mmmm….a veces no recuerdo que no puedo comer y estoy a
    punto de zamparme un bollo….sería terrible, podría significar mi muerte.
    Si me preguntaran qué echo más de menos de mi vida anterior, sería
    definitivamente la comida y todo lo relacionado a ella.
    Como sé que no puedo morir y estoy condenado a vivir eternamente, he decidido
    que me alimentaré de ahora en delante de gordos, de obesos que sepan comer, que
    mantengan con ellos el sabor de los fritos de la comida, del beicon del desayuno.
    Si, eso haré, no hay nada mejor que el regusto de una buena comida en la sangre.

    ¡Benditos sean los gordos! ¡Que de ellos viviré!

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  5. Tenía hambre... Podía notarla... cómo serpenteaba entre mis entrañas de nuevo. Cómo trepaba por mi espalda esa sensación ya digerida tantas otras veces. Tenía hambre y te buscaba. Con una ansiedad frenética que me nublaba la vista. Y busqué a tientas en el cajón, en las fotos, al otro lado del ordenador o del móvil. No existías entonces y todavía te busco. Y lo que me encontré es la nevera. Y tropecé también con la medicación. Y lo devoré todo para encontrarte, para encontrarme.

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  6. -Tenía hambre.
    -¿Eso es todo lo que tiene que alegar?
    El silencio fue toda respuesta. Tras una larga pausa, un eructo emergió de su garganta.
    -Venga, y encima ahora con recochineo...- Farfulleó entre dientes. Se observaban unos ojos furiosos y cansados tras las gafas del inspector Gonzalez. -Tenía hambre... y por eso le hemos pillado tragándose unos papeles... ¡que por supuesto no serían nada comprometidos, no!!

    Cualquiera hubiera tenido la inconsciente tentación de orinarse encima, o por lo menos la sensatez de temblar de miedo, ante la mirada fija de esos ojos furiosos, ese rostro congestionado, y ese no con doble signo de exclamación, enmarcado con un elocuente manotazo sobre la mesa. Sin embargo, al que se había declarado hambriento no le tembló un pelo, parecía más bien ensimismado en sus propios procesos digestivos. Y si su tez cobraba un tono blanquecino no era de miedo, sino más bien de indigestión.

    Parpadeó varias veces, y se retiró un resto de celulosa de la comisura de los labios, para después devolverle al inspector Gonzalez una mirada fija, tranquila e inquietante.


    Unas horas antes, el señor hambriento había discutido con su mujer acaloradamente. Justamente, qué curioso, a la hora de la comida. Ella, embutida en un elegante vestido caro, verde como la lechuga que enganchaba su tenedor, y los celos que la corroían, le acusaba de tener una aventura con la nueva y joven asistenta Marcela. Esto no era en sí nada nuevo, las acusaciones de infidelidad eran un ritual de la pareja. Cada cierto tiempo coincidían en casa a mediodía, cuando sus asuntos y negocios diversos lo permitían. En el ritual, las acusaciones comenzaban sutilmente en el primer plato, se encendían en el segundo, y se resolvían sin postre en el dormitorio. Pero esta vez llegaron al postre y el señor hambriento habló de divorcio. ¡Todo ocurrió tan rápido!. Cuando se quiso dar cuenta, ella salía del baño con una risa histérica, y le comunicaba que había hablado con la policía. Le había delatado.


    Unos años antes, el señor Lopez era un hombre mediocre, en un trabajo mediocre, en una casa mediocre, que se sentía inevitablemente mediocre. El señor Lopez tenía hambre, hambre de ser alguien, de sacudirse el vacío de la mediocridad. Así que el señor Lopez no se lo pensó dos veces cuando le ofrecieron dinero fácil pero arriesgado. No le tembló el pulso ni un ápice al rellenar y firmar aquellos papeles. No le tembló la voz, cuando aseguró años depués al inspector Gonzalez que lo que había pasado era que, sencillamente, tenía hambre.

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  7. La reprimenda

    -¿“Tenía hambre”? ¿Te comes la tarta de cumpleaños de tu hermano pequeño, le estropeas la sorpresa que tanto esperaba y eso es lo único que se te ocurre decir, “tenía hambre”?

    El niño mantenía la cabeza agachada y los ojos húmedos.

    -Lo cierto es que no. Me gustaría decirte que en realidad lo que me ha movido a comerme la tarta de mi hermano no ha sido el hambre, ni siquiera la gula, sino el hecho de que desde que nació no me tratáis como antes, ahora me siento desplazado e incluso hasta solo. Me dices que tengo que quererlo y protegerlo porque “es mi hermano” pero ¿por qué?, ¡si desde que ha llegado mi vida ha ido a peor! ¿No te das cuenta? Si quieres que lo quiera no me hagas odiarlo porque no has sabido gestionar tu cariño. Siempre pensé que era alguien especial por mí mismo, pero ahora me doy cuenta de que lo que te gustaba era la novedad.

    Me gustaría decirte que todo eso ha desembocado en que vaya acumulando rencor contra mi hermano, alguien que en el fondo sé que no tiene la culpa, pero al que no puedo dejar de odiar, y contra el que planeo putadas constantemente para al menos equilibrar un poco la balanza de la felicidad. Hoy tenía la oportunidad perfecta para igualarla y he sacado todo mi rencor. Sabía que estaba mal, sabía que él iba a llorar, sabía que me ibas a reñir y probablemente a castigar, pero de alguna forma sentía que era lo justo.

    Por último, me gustaría comentarte lo paradójico que es que me regañes cuando en última instancia tú eres el principal responsable de esta situación y cómo el verte volcando tu ira contra mí pone de manifiesto en cierta forma todo lo anterior y además con el agravante de que ni siquiera te has parado a pensarlo, quizá porque en el fondo sabes que si descubres la verdad de esta situación deberías volcar esa ira sobre ti mismo, y claro, eso no es algo que te apetezca hacer y en cambio hacerlo conmigo te sale gratis.

    Me gustaría decirte todo esto, pero el problema es que solo tengo 4 años y no soy consciente de nada, así que me limitaré a mirar para abajo y a dejar que mis sentimientos se escapen con mis lágrimas.

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  8. Tenía hambre. Me abalancé sobre aquel sujeto repugnante dominado por una fuerza animal. Tenía un hambre salvaje. La vista nublada. Los músculos crispados. De repente estaba en el suelo, sobre el tipo. No fui consciente de cómo mis dientes desgarraron la oreja del resto de su cara hasta que note el calor espeso de la sangre chorreando por las comisuras de mi boca. Masticaba frenéticamente esa absurda masa de cartílago pelo y piel.
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    Ruidos sinsentido en mi cabeza, sordas convulsiones en los intestinos, aguijonazos en cada tejido desnutrido y rabioso de mi cuerpo. Algo se transforma en mi interior demolido. No podía soportar más esa mirada.
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    Me iba sintiendo más débil, más embotado. No lo podía reconocer pero a veces deseaba terminar con todo aquello. Las fuerzas flojeaban en los momentos de soledad de la noche, dónde no estaban los compañeros, la familia, la televisión… sólo la mirada boba del guarda encorvado y barrigudo. Mi cerebro a penas era capaz de registra una cada vez más acuciante sensación de rabia y dolor, extendiéndose como una babosa negra y enorme por el organismo. ¡Qué cosas raras empezaba a pensar!
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    Al principio la noticia generó cierta expectación. El estómago me daba calambrazos pero me apoyaba en la convicción de estar haciendo lo correcto, en los gritos de ánimo de los transeúntes. Incluso vinieron algunos medios a entrevistarme y hablé con elocuencia, pero lo entendieron solo a medias. Me hacían tontas preguntas sobre por qué era vegano y pacifista. Otros me criticaban y se burlaban, como aquel guarda del turno de madrugada que me miraba sin decir palabra, condescendiente. Aun a su pesar todo aquello me daba fuerzas.
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    Mi madre me miraba incrédula y contrariada. Creí reconocer un atisbo de envidia entre los gestos de apoyo de mis compañeros de asamblea, ninguno había querido unirse a la causa. Mi hermana me espetó que no era más que un niñato ridículo. Quizá tuviera razón, pero por primera vez en mucho tiempo me sentía coherente con mis convicciones. Haciendo cuanto estaba en mi mano por detener una violencia demoledora, defendiendo la paz con congruencia, respetando mis ideales. Aquella primera mañana, frente al imponente edificio del Ministerio de Asuntos Exteriores, me sentí orgulloso, secretamente envanecido, de mi mismo.
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    Tras una noche en vela tomé la decisión. Al amanecer me sentía liberado, despojado del peso de saberme un cómplice hipócrita de las barbaridades que permitimos en este mundo. ¿de qué servía tanta manifestación? ¿de qué un blog absurdo que sólo los amigos leían? ¿de qué una militancia política llena de palabras y hueca de compromiso real? ¿Cómo permanecer impasibles ante esta guerra terrible que mi país apoyaba? No quería ser ya más un borrego en la manada, un animal carente de humanidad. La decisión estaba tomada, iba a iniciar una huelga de hambre.

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  9. Tenía hambre.

    La cabeza de Mirta se había convertido en un suculento y humeante muslito de pollo. Sí si, como en los dibujos animados. Tenía una piel crujiente y dorada, anticipándose una carne jugosa y rosada en el interior. Blandita, sabrosa, de gusto exquisito.

    Podía incluso percibir el aroma del capón. Como un hilillo, avanzaba sinuoso por el ambiente hasta el otro extremo de la cueva y se introducía por sus fosas nasales para deleitarlas con sus efluvios.

    Comenzó a notar bajo su lengua como las glándulas salivales empezaban a segregar jubilosamente y sus papilas gustativas sea excitaban ante la premonición de la degustación del pollastre.

    Su estómago se contraía en fuertes sacudidas y hasta pudo notar un escalofrío recorrer su médula ante el deleite de sus sentidos mientras contemplaba la extremidad del ave en que se había convertido, en su ávida alucinación, la testa de su amada Mirta.

    37 días de encierro en aquella cueva. La absoluta inexistencia de víveres en los últimos nueve días. El racionamiento de contienda de las escasas provisiones que tuvieron a bien llevar consigo. La desorientación temporal ante la falta de luz solar tras el desprendimiento. Y, sobre todo, la demoledora certeza que se abría camino a cada minuto de la improbabilidad de ser encontrados a tiempo.

    Todo ello había dado lugar a una psicosis de carestía en la mente de Fred. Típica de los estados de privación y movida por la penuria estomacal, se hacía más vívida a cada instante.

    - Pero… Se puede saber qué demonios te pasa? Soltó en un gritito agudo Mirta. Su voz trataba de ser firme pero no podía ocultar un fondo de pavor al vislumbrar aquella intención perturbada en la mirada de su marido.

    - ¿Por qué me miras de ese modo? Echándose hacia a tras y dándose cuenta de que su espalda topaba con el impenetrable muro de piedra.

    - Fred, joder, me estás asustando (Mentira, había entrado en pánico hacía rato)…Freeeed, Freeeed, Freeeeeeeeeeed. Fue lo ultimo que pudo decir antes de que, el que había sido su compañero y amante, convertido ahora en despiadado caníbal, se abalanzara sobre su yugular dispuesto a hincar sus colmillos a aquella ardiente y deliciosa pata de pollo.

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  10. Tenía hambre y mucho tiempo. Le pareció la combinación perfecta junto con una suma importante de dinero de una herencia cobrada recientemente. Tenía hambre, llevaba cinco años, por motivos que no vienen al caso, viviendo de forma muy restringida, funcionando solo con las luces de emergencia. Su situación había cambiado, se abría un horizonte inmenso ante él, tan enorme como quisiera. Ni que decir tiene que se conoció todas las discotecas de Madrid, se folló todo lo follable, se atracó de mariscos y exquisitas tartas de chocolate con frambuesas que luego quemaba corriendo a un ritmo frenético. Viajó treinta días por EEUU, sin pararse más de un día en cada ciudad. Contó las historias que le iban ocurriendo a muchos amigos y desconocidos, gozando del deseo que se encendía en los ojos de estos, de la envidia que se veía en otros, o del deseo y de la envidia que se notaba en la mayoría. Se relamió al oir sus elogios, sus críticas, su tono reprobatorio. Se metió en peleas para notar su poder y su ira. Se leyó diez libros, probó a hacer 30 recetas exóticas. Lo hizo todo como si al día siguiente se fuera a terminar la vida y tuviera que apurar el último sorbo. Lo hizo sintiendo su corazón palpitar rápidamente, notando el sudor, la fuerza de sus músculos todavía jóvenes. Devoraba todo lo que tenía el mundo de desconocido, cada rostro, cada cuadro, cada nueva ciudad. Y llegó un día que de golpe descubrió que cuanto más devoraba más hambre tenía. Y no le pareció mala cosa, pero se sentía cansado. Miro a su alrededor, le disgustó Madrid con su gente en todas partes. Entonces cogió un tren hacia la sierra, el nombre del lugar concreto al que fue lo desconocemos. Se adentró por el camino marcado, hasta poder perder éste y colarse entre los árboles. Se fue quitando lentamente cada prenda de ropa hasta quedarse desnudo y se tumbó en la hierba y en las piedras. Acabó el día, le siguió la noche, y sólo cuando estaba amaneciendo salió de su inmovilidad y se echó a andar muy despacio hacia lo alto de la montaña.

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  11. Y...zas

    Tenía hambre, un hambre sin calificativos. Nunca había sentido esa sensación tan intensa y destructora. ¿Cómo puede ser? Sus ojos claros iluminados por el azúcar, repasaron el suelo de la cocina donde yacían los restos del naufragio: un envoltorio de donettes, plásticos rojos de kitkat, una caja de cartón de mikados….
    Pero la ansiedad seguía conquistando cada rincón de su cuerpo. <>, la voz de su madre entró por la ventana al mismo tiempo que un pequeño gorrión extraviado, cuya presencia Elena ignoró. Cuánta razón tienes, pensó. Su mirada se tiñó de un azul plomo, tan oscuro como su día a día. Mecánicamente se dirigió a la cocina y eligió un cuchillo, ni grande ni pequeño como la mayoría de los destinos. Lentamente se puso el abrigo verde, acomodó las trenzas en la capucha, miró el reloj y cogió las llaves. La luz de la cocina quedó encendida, iluminaba al pajarillo picoteando los restos de comida.

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  12. Y zas Versión correcta

    Tenía hambre, un hambre sin calificativos. Nunca había sentido esa sensación tan intensa y destructora. ¿Cómo puede ser? Sus ojos claros iluminados por el azúcar, repasaron el suelo de la cocina donde yacían los restos del naufragio: un envoltorio de donettes, plásticos rojos de kitkat, una caja de cartón de mikados….
    Pero la ansiedad seguía conquistando cada rincón de su cuerpo. "Los problemas hay que cortarlos de raíz", la voz de su madre entró por la ventana al mismo tiempo que un pequeño gorrión extraviado, cuya presencia Elena ignoró. Cuánta razón tienes, pensó. Su mirada se tiñó de un azul plomo, tan oscuro como su día a día. Mecánicamente se dirigió a la cocina y eligió un cuchillo, ni grande ni pequeño como la mayoría de los destinos. Lentamente se puso el abrigo verde, acomodó las trenzas en la capucha, miró el reloj y cogió las llaves. La luz de la cocina quedó encendida, iluminaba al pajarillo picoteando los restos de comida.

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