miércoles, 31 de octubre de 2012

IX Edición de Relatos Fundamentales:


Temática:

"Sonrisas que dan miedo"

Extensión: Un mínimo de tres palabras y un máximo de quinientas.

Método de envío: Cada relato será un comentario en este post, y cada persona puede enviar todos los relatos que quiera.

Identidad: La identidad de cada autor permanecerá oculta hasta que sea desvelada en la cena del 5 de diciembre miércoles.

Fecha límite: Se pueden enviar relatos hasta el martes 4 de diciembre, incluido.

Votación: Al comienzo de la cena cada persona repartirá anónimamente diez puntos entre cuántos relatos se quiera. Los tres relatos más votados pasarán a la final, en la que se repartirán tres puntos a un máximo de dos relatos.

Premios:  El ganador recibirá los elogios de los demás y un premio casero (esta vez va en serio!!). Además tendrá acceso como autor del blog para que elija la temática y características del siguiente concurso.

14 comentarios:

  1. Nos armamos y pertrechamos. Estábamos todos de acuerdo y había gran unidad. Nos pusimos los uniformes, cascos y armaduras y juntos éramos una fuerza imparable, homogénea y de movimiento unísono. Era asombroso vernos a todos así, y nos infundía valor y confianza. Los discursos convencían a todos y la lógica de nuestros líderes era aplastante. Defendíamos el bien común y los intereses generales y con gran rabia y violencia luchábamos contra aquellos que, deshumanizados por nosotros, nos parecían mezquinos y peligrosos enemigos. Nos gritaban y sonreíamos… y después corrían. Que hermoso espectáculo vernos a todos en acción, atacando a un tiempo y aplastando convencidos los cráneos desprevenidos de cuantos podíamos.

    ¿Quien iba a imaginar que estábamos en el bando equivocado?

    Pseudónimo: Antidisturbios

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  2. Ultimamente el tiempo pasa como un tren de mercancías. tenía cientos de tareas pendientes, hambrientas, furiosas, salvajes. cada vez que las circunstancias le daban un minuto de respiro aprovechaban para lanzarse contra su culpa, mordisqueandola, arañandola, desgarrando jirones hasta que no había más remedio que abandonar el descanso para emprender una actividad frenética. otra vez. otra vez. algunos dias era tal el agotamiento que se levantaba en plena noche para poder aliviar la responsabilidad, despertaba en la terraza, desnuda, helada, en lo que parecía una reproducción amorfa de la poda del rosal. si quitas las flores marchitas animas a crecer a las nuevas. con el tiempo se dio cuenta de que sólo la satisfacción de la tarea terminada le proporcionaba paz suficiente como para encontrar unos instantes de verdadero descanso. esos segundos posteriores se parecían al salto de un millón de orgasmos. una mueca abstracta se aplasta en su cara dos minutos despues, he de arreglar la cisterna, gotea. antes dormire un rato. gotea.

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  3. Pseudónimo: Juanjo

    (El relato viene acompañado de la fotografía que aparece en http://germanhistorydocs.ghi-dc.org/sub_image.cfm?image_id=3760 )

    El blanco y negro de la imagen que nos ocupa nos transporta a una época pasada. Un mínimo bagaje histórico permite identificar el uniforme nazi del oficial del ejército y por tanto se deduce de inmediato que el hombre del traje negro es un judío. Así la escena cobra sentido y lo pierde a partes iguales.

    Tras la ristra interminable de horrores del Holocausto parece absurdo destacar una fotografía en la que, a primera vista, no se aprecia rastro alguno de violencia. Es cierto que cortar la barba puede constituir una clase de humillación pero ésta no puede compararse la deshumanización que se inflige al apilar cientos de cadáveres en fosas comunes.

    La mirada perdida y triste del judío ocupa el primer plano de la foto. No se opone, baja los ojos y espera. No consigue esconder su miedo y su boca deja escapar un gesto torcido. Un guante de cuero sujeta las tijeras. La cara de su propietario aparece difuminada. Al fin y al cabo, el soldado sólo obedece órdenes.

    En el centro, vemos el rostro de un hombre que observa la escena desde unos 5 metros. Tiene el gesto serio y sobrio, puede que esté disconforme. Podemos especular con que, detrás suyo, un hombre se divierte con la escena.

    Finalmente, vemos que el oficial nazi sonríe. Su sonrisa no es histriónica ni exagerada. Con más atención podría parecernos que esta sonrisa tiene un punto de crueldad, ya que los pómulos están ligeramente levantados. Esta impresión se ve acentuada si inclinamos la pantalla del ordenador. Veremos entonces cómo se oscurecen los ojos del oficial y su expresión facial deviene claramente en la de un maníaco que disfruta con el sufrimiento ajeno. Desde este ángulo de observación también resalta la calavera de la gorra.

    Si devolvemos la pantalla a su posición original podremos ver con claridad los ojos del oficial. Tras unos instantes nos vamos familiarizando poco a poco con la cara del oficial y su expresión se convierte en anodina. Sin poder evitarlo la crueldad desaparece de su mirada y quedamos desconcertados al perder la referencia del odio. Quizá sea lo más espeluznante de la fotografía: comprobar que ya no se trata de la sonrisa desencajada de un loco.

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  4. Contar ovejas I

    Esta noche tengo que dormir. Llevo días sin hacerlo, y es bien raro. Se siente raro que de pronto sea tan difícil hacer algo que siempre había sido tan fácil. Además, sé exactamente lo que tengo (o más bien lo que no tengo) que hacer para conseguirlo. Es sólo que no puedo. Concentrarme en cualquier cosa bastaría: inspirar y expirar, recorrer mentalmente mi cuerpo, imaginar unos enanitos laboriosos que eliminan minuciosamente todas las tensiones, desde la planta de los pies hasta los músculos de la frente. Contar ovejas también vale. Sin embargo yo sólo puedo pensar en una sonrisa. En una sonrisa que me inmoviliza, que acelera mi ritmo cardiaco y dificulta mi respiración (¿así quién va a concentrarse en inspirar y expirar?). En una sonrisa que me aterra y en una habitación cerrada desde hace días. En una sonrisa que no sé si es o no una sonrisa (dudo mucho que lo sea, ¿como podría?). En una habitación cerrada con llave. En un gesto vil acompañado por unos ojos fríos. En una habitación desde la que, cuando es de noche y todo está en silencio, se escuchan unos siseos y un arrastrarse por el suelo. En una mueca pérfida y una mirada maliciosa. En unos siseos terribles y en unas cuencas rellenas con hielo negro. En la que es sin duda una sonrisa maligna como no he visto otra. Claro, así no hay quien duerma.

    Entonces me levanto con cuidado y camino de puntillas para no hacer ruido. Uso calcetines para evitar el sonido de los dedos al despegarse del paraqué. ¿Paraqué? Pues para no despertarla, si es que esa maldita bestia no tiene también insomnio. Para no tener que oír esos siseos perversos y ese ruin arrastrarse por el suelo. Para no provocar más esa maliciosa sonrisa. Ya sé que da igual, que no importa que no haga ruido si dicen que son capaces de oler el miedo. Y yo de eso tengo a raudales. Llevo tantos días generando adrenalina que si me rasgaran la piel lo que se derramaría por el parqué (que no para de crujir, a pesar de los calcetines) no sería sangre, sino un líquido viscoso y amarillento. La adrenalina es amarillenta y viscosa, igual que el miedo. De camino a la terraza agarro la botella de Jack Daniels y voy desenroscando el tapón. El frío afuera es terrible y las ráfagas de viento ahuecan mi camiseta y me hielan la espalda. “Soy hombre, duro poco, y es enorme la noche” me dice Octavio (Paz) y yo le pego un trago (quizá demasiado largo) al bourbon y el alcohol se me sube por la nariz. Al menos me arde la garganta a canela. Octavio, Jack y yo nos sentimos insignificantes, minúsculos y entonces me acuerdo de CFBDSIR J214947.2-040308.9 (¿quién le pondría ese nombre?). Ya no es tiempo para románticos, y el desalmado que descubrió a CFBDSIR J214947.2-040308.9 vagando errante por el espacio sin duda no era un solitario astrónomo (como Octavio, Jack y yo) protegido por una manta de felpa y una enorme taza de café para calentarse las manos, observando impaciente el cielo a través de un telescopio en la intimidad de la noche, sino un semi-autómata en su cubículo detrás de una pantalla de ordenador, que recibió una alarma mientras consultaba sin mucho interés su twitter. Así le puso CFBD..., con lo bien que suena “el planeta errante”. Por eso decido elevarme. Levitar para superar la frustración. Así poco a poco voy ascendiendo, me alejo de mi terraza y allá abajo se quedan Octavio y Jack con cara de pena (¡hasta pronto muchachos, que yo me voy con el planeta errante!).

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  5. Contar ovejas II

    Hace falta alejarse mucho si se quiere acompañar al planeta errante, aquel que no se ata a ninguna estrella y recorre el espacio sin ligaduras. De este modo, rotando ligeramente sobre mi mismo para aparentar normalidad, acompaño a cierta distancia a mi nuevo amigo en su viaje sin rumbo. Juntos perdemos de vista el sistema solar y nos encaminamos hacia Alfa Centauri. Muy lejos queda mi serpiente encerrada. Aquella serpientita verde y y escurridiza que se hacía un ovillo en mi regazo, pero que luego creció hasta convertirse en depredador de varios metros con capacidad para devorarme. Un día se tornó esquiva, dicen que para medirme (paso previo a devorarme). Pronto dejamos atrás nebulosas, agujeros negros, púlsares y demás objetos espaciales. Pienso en por qué no puedo desprenderme de ella. Nadie lo entiende, pero es verdad: no puedo. Quizá sea porque para mi sigue siendo todavía esa pequeña serpientita, o porque me da pena que se la lleven y no la vuelva a ver más. Dicen que me pongo trampas, que me engaño a mi mismo. Que me deje de tonterías y me libre de una vez de ella. Y mientras tanto ahí sigue encerrada mi serpiente, sin alimento ni agua desde hace días, pero siseando y arrastrándose. Negándose a morir pero sin malgastar sus energías en una huida que sabe imposible. Por eso sigo viajando, y seguiré a mi incansable compañero hasta que sea capaz de conciliar el sueño. Pero este no llega.

    A mi regreso me espera la botella casi vacía de Jack Daniels (Octavio se fue, cansado de esperarme). La agarro por el cuello y la golpeo con fuerza contra la barandilla. Entro en el salón con la botella rota en una mano. Algunos trozos de cristal se desprenden y se esparcen por el suelo, pero yo ya no me preocupo por no hacer ruido. El silencio. Ella debe estar inmóvil, y lleva días a la espera, arropada en el cálido olor a miedo que inunda la casa, pero no queda otra. Hay que abrir la puerta. Así que la abro.

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  6. La Sonrisa del Payaso

    Esta leyenda urbana tiene cuatro versiones.

    La primera alerta de unos pandilleros que, navaja en mano, te rodean y te dan a elegir entre la violación o la Sonrisa del Payaso. Poco hay que decir sobre la primera opción salvo que se normalmente trata de unos cuatro o cinco pandilleros. Si se elijes la segunda, te cortarán ambas mejillas desde la comisura de los labios hasta la mitad del pómulo y quemarán tu carne con alcohol para forzar la cicatrización. Así, quedarás desfigurada para siempre con una mueca grotesca.

    En la segunda los pandilleros os rodean a ti y a otra chica desconocida y te dan a elegir entre violarte o que le practiquen la Sonrisa del Payaso.

    La tercera versión es muy parecida a la segunda pero se invierten las destinatarias de las torturas.

    La cuarta es quizá la más cruel de todas pues te fuerzan a elegir entre que violen a tu compañera o que sufra la Sonrisa del Payaso. En ese caso, los pandilleros no te hacen ningún daño.

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  7. Inspira. Se coloca en su puesto y concentra toda su atención en la calle tercera, abstrayéndose del tumulto del pabellón. Sabe que esta es su gran oportunidad, que dentro de cuatro años su tiempo habrá pasado. Sabe que no puede defraudar a sus padres, que han puesto tanto empeño en que ella sea la mejor. Necesita demostrarles que no se han equivocado. Espira.
    Flexiona las rodillas al tiempo que una imagen perturba el momento. Irina. Hacía años que no pensaba en ella. Quizá esa niña de 9 años ha sido lo más parecido a una amiga que nunca ha tenido. Trata de desembarazarse de esta distracción. Respira.
    Una punzada de culpa atraviesa su estómago al recordar su alivio cuando una lesión obligó a Irina a dejar el centro de entrenamiento. ¿Por qué demonios está pensando en esto ahora?
    Al sonido de la señal, como un resorte, salta al agua y bracea con potencia y rapidez. También su mente trabaja vertiginosamente. ¿qué habrá sido de Irina? ¿Cómo pudo ella alegrarse de su lesión? Recupera la imagen de sus padres presionándole para batir las marcas de la rusa. Tenía solo 9 años. De repente siente rabia y la utiliza como un motor para avanzar más velozmente. Rabia por Irina y rabia por ella, por una amistad perdida, por una infancia perdida, porque nunca fue a un colegio, porque sus regalos de cumpleaños siempre dependieron de sus resultados en las competiciones. Ira porque sus padres sonrieron ante la desgracia de Irina.
    Apenas sin darse cuenta ha llegado a la meta. Su rostro está desconcertado. Una pregunta surge con fuerza ¿la querrían sus padres si dejase de ganar? ¿Qué hubiese pasado si en lugar de Irina hubiese sido ella la lesionada? ¿Qué es ella en realidad?
    El estruendo de una ovación la devuelve al presente y sólo entonces es consciente de que ha llegado la primera. Insintivamente dirige una mirada hacia sus padres que le sonríen desde la grada. Un escalofrío recorre su espalda. No es alegría, no es alivio, es una sensación más primaria y paralizante: miedo.

    Pseudónimo: Moscovita

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  8. Sonrisas documentadas.

    11:27 Lunes. Me sorprendo frente al espejo y me doy cuenta de que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que levanté la vista al lavarme la cara. Me seco con la toalla y me quedo absorto contemplándome. Estas últimas semanas han sido duras pero estoy respondiendo bien ante todo un reto personal. Sonrío a ese extraño del espejo.

    02:34 Martes. Tengo los ojos rojos y el ruido del ventilador del portátil está acabando con mi paciencia. De repente la pantalla ennegrece y me percato de que he apagado el ordenador aparcando el trabajo hasta mañana. Ya sin el blanco chillón del editor de textos, veo mi reflejo en la pantalla. Mi aspecto es débil y triste. No consigo distinguir si la mueca de mi cara es una sonrisa o un gesto de pena.

    10:40 Jueves. Salgo a la calle para realizar una gestión. La mañana es fría pero el sol de invierno impacta deliciosamente en mi mejilla. Veo a una pareja mayor pasear despacio, apoyándose el uno en el otro. El sol, el ajetreo, la vida. No puedo evitar ser feliz y sonrío.

    02:02 Jueves. Apago la luz y me cubro con el edredón. Con los ojos cerrados veo a la pareja mayor paseando. Imagino que son felices y sonrío.

    14:37 Viernes. El cocido que me ha traído mi padre en un tarro de cristal se calienta en el microondas. La sopa hierve y añado los fideos. Devoro la sopa y el cocido, al acabar me hago un café. Lavándome los dientes me doy cuenta de lo que significa tener un padre así. Le llamo por telefono mientras siento profundamente que le quiero y sonrío.

    20:55 Domingo. Me llama un amigo para preguntarme cómo estoy. Habla rápido. Le cuento que he apuntado todas mis sonrisas durante esta semana. Se ríe y hace una broma sobre mi minuciosa personalidad. Nunca he podido resistirme a sus payasadas y me río. Me río mucho. Colgamos. Al cabo de cinco minutos recuerdo su broma y sonrío.

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  9. Sonríe, sonríe sin parar, yo creo que no sé da cuenta de todo lo que sonríe. Porque si un día, en la soledad de su cuarto, al volver a casa, le ponen un vídeo de diez minutos de su jornada al azar, y descubre esa sonrisa, sin duda no la volvería a poner.
    Es una sonrisa de vergüenza, una sonrisa de no valgo, una sonrisa de “lo que quieras”, una sonrisa que la desdibuja y la homogeneiza, la hace pasar inadvertida si no fuese porque, desde hace ya unos meses, su estereotipia y artificialidad ha comenzado a delatarla.
    ¿De qué crimen la delata? Del de no vivir, no ser ella, engañarnos a todos con lo que queremos que nos venda, como si todos firmásemos convencidos este contrato de no encuentro y huida perpetua. Su crimen es hacerse creer y hacernos creer que el juego trata de eso de papeles y cumplidos, de agradar y suprimir, de seguir y no parar.

    Su persona se ha convertido, sin quererlo, en una metáfora íntima de los productos ideados por los grandes defensores del neoliberalismo. Francis Fukuyama previó el fin de la historia y la diversidad intercultural por el triunfo de la más avanzada de todas las culturas. Nuestra protagonista ha logrado, desdibujando su propia idiosincrasia y a través su sonrisa perpetua, su camuflaje y engranaje en la gran rueda de “lo que fuera”.

    Pseudónimo: nocturno.

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  10. Pensó que era pronto para despertarse, pero ya no se podía hacer nada, así que se levantó en seguida. Últimamente no soportaba estar quieto mientras pensaba; se sentía atrapado, desperdiciando un tiempo valioso. Una imagen cruzó fugazmente por su mente y la apartó como quien devuelve una pelota de tenis, casi sin darse cuenta, en un reflejo limpio y automático. Un rayo de sol aparecía tímidamente por la ventana. Muchos más vendrían después.

    La venta de ayer había sido un golpe de suerte inesperado, prácticamente no tuvo que esforzarse en conseguir la atención de que aquella pareja; parecían encantados con la casa tan pronto como se la enseñó. Estaban felices, riéndose de todo. Se apropiaban de cada rincón de la casa en cuanto lo veían, incluyéndolo en bromas históricas que iban renovando a cada segundo. Trató de imaginarse a Sonia y a él en la situación y se sorprendió de la seriedad con la que aparecía Sonia. En ese momento pensó que tenía que llamar a la oficina y dar la referencia de venta para que se pusieran en marcha cuanto antes. Pero antes se le ocurrió bajar a comprar un espléndido desayuno; a Sonia le encantaría, y de todas formas no encontraba el expediente con los datos de la pareja.

    Antes de que pudiera abrir la puerta de la calle, ella salió de la habitación. Le pareció que Sonia se movía a cámara lenta, como si estuviese sonámbula. No parecía reparar en que él estaba en la habitación porque no le miró. Probablemente estaba enfadada porque anoche se había ido a tomar unas cervezas al bar y no se habían visto. Bah, tonterías. Empezó a contarle a Sonia, con todo tipo de detalles, la venta del día anterior. Escenificó los momentos que, según él, habían sido claves para meterse a la pareja en el bolsillo. Le contó cómo se las arregló para que fueran ellos mismos quienes sacaban a relucir los puntos fuertes de la casa, como si los roles se hubiesen cambiado, y fuera él quien descubriese, atónito, las atractivas posibilidades que unos clientes veían a la casa. Exageró una sonrisa bobalicona de admiración y sorpresa para que Sonia se riese.

    Sonia en ese momento tenía una expresión horrorizada en la cara. No era la cara, era la mirada. Le estaba mirando con miedo. Después de unos segundos le preguntó si no había hablado con su jefe. Su jefe había llamado a casa la noche anterior porque no contestaba al móvil. Que unos clientes se habían quejado de su comportamiento. Que habían hablado con el director, y que eso ya no podía taparlo. Que tenía que despedirle. Que lo sentía y que se pasase cualquier mañana a hacer el papeleo.

    Mientras escuchaba lo que decía Sonia, se le ocurrió que su jefe había querido llamarle para comentar la jugada de la venta, como tantas otras veces. Y que al encontrar a Sonia en casa, había querido gastarle una broma. La miró y sonrió con condescendencia.

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  11. La última cena

    Imaginemos por un momento que ésta es nuestra última cena. Todo está dispuesto para la ocasión: comida rica en colorantes y conservantes; bebida ingente para amantes de las melopeas comunitarias y también refrigerios para aquellos que disfrutan viéndolas desde la barrera; música tranquila de fondo; luces bajas para iluminar lo justo y necesario nuestras caras…Antes de seguir, ¿no os habréis imaginado unas caras alegres y joviales por casualidad?¿risueñas, amables, brillantes? No, esto no es así. Por lo menos en nuestro bando.
    La situación es la siguiente: todos estamos sentados alrededor de una mesa e intercalados entre nosotros se encuentran unos señores con traje y corbata que no paran de reír al unísono.

    - Digamos que a partir del 1 de enero -interviene uno- vamos a instaurar, para el gremio de colegas por supuesto, una sanidad excepcional con tecnología de alta gama y los servicios clínicos más avanzados. Para los demás, La Farmacéutica implantará lo que denominamos “el shock inducido”, un sistema de vacunación contra un nuevo virus generado por dióxido de carbono, y que provocará un estado de apatía mental y sosiego. Caldo de cultivo para escribir sobre las mentes como si fueran una tabla rasa.

    - Incluso podremos enseñarles a que nos den la patita, Ja Ja Ja -añade otro-

    Todos ellos estallan en una sonora carcajada.
    Mientras, el resto está cariacontecido y en silencio observando y escuchando las mierdas que salen de esas bocazas que inhalan humo y pervierten el ambiente con su histrionismo. Todos nos preguntamos quien les ha invitado a la cena.

    - En mi Ministerio –continua otro- tenemos muy avanzado un plan para entrar en guerra con África. En menos que canta un gallo recibiremos una bonita suma de dinero de otros Estados para comprar armas con las que amaestrar a los sumisos. Les instaremos a luchar en nombre de la nación, Ja Ja Ja.

    - Exacto. Eso encaja a la perfección con el plan de hambruna confeccionado desde mi Ministerio para llevar a cabo una campaña solidaria con el pueblo africano –apuntilla seriamente el siguiente-.

    - Lo cual, querido compañero, está intrínsecamente ligado a la estrategia económica que llevo tiempo anunciando: “Comparte los recursos con los más necesitados”, Ja Ja Ja.

    Este ministro se muere de la risa. Le da una palmada en la espalda al hombre que está a su lado, el ministro del amor, y le pregunta:

    - Bueno, y tú ¿qué diablos vas a hacer?
    - …yo… -vacila unos instantes-

    Se pone en pie y sin mediar palabra vacía el cargador de un kalashnikov sobre sus cabezas. Exhausto, en el éxtasis más absoluto, suelta una terrible carcajada que hace temblar los cimientos del piso.
    Los demás no sabemos qué hacer, si reír con él o mirar para otro lado. Lo que sí sabemos es que el ministro del amor acaba de abandonar su cargo con una sonrisa en la boca.

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  12. Un gélido aliento me abraza dándome la bienvenida desde el fondo del pasillo. El interior de la casa permanece inerte. Todo está en el mismo lugar, debe ser así. Veo mi reflejo en el sucio espejo del vestíbulo. Esta mirada vidriosa debe ser la razón por la que todas las personas que se preocupaban por mi hace mucho tiempo que me abandonasen.
    Me esfuerzo en repetir todos mis actos meticulosamente: dejo las llaves en el cestillo de la entrada, cuelgo el abrigo en el perchero de ébano. Me esfuerzo en hablar - … he llegado, soy yo…estoy en casa -.
    Mi garganta se aprisiona en un nudo, todo es idéntico.
    La escalera me lleva al segundo piso, tras treinta peldaños me descubro timorato frente a nuestro cuarto. La puerta se despereza cuando la empujo. Dentro, la cama está deshecha, nadie ha regado las flores muertas. Rodeado por la calma, vienen a mi memoria aquellas charlas silenciosas, recuerdo cuando éramos capaces de buscar un problema para cada solución.
    Acostado en la cama la oscuridad me envuelve. Al instante, siento el peso de tu cabeza en la almohada, muy cerca. Sentir el roce de tu cabello me petrifica. Percibo como giras lentamente tu rostro para mirarme, y mi pulso se detiene. Tus ojos me observan ahora, y hace atemporal mi conciencia, los míos, aún fijos en el techo, se colman de lágrimas.
    Y entonces todo cambia, una vez más.
    Un arrullo sempiterno se desliza entre unos dientes afilados, lo que sea que descansa a mi lado no eres tú. ¡No puedes ser tú!, tu pelo no olía a barro mojado, ni tus ojos eran cuencas vacías. ¡No puedes ser tú!, una voz rasgada se arrastra desde algún profundo abismo, articulada por una lengua oxidada. -¡Mírame!- me gritas, pero yo huyo. Resbalo en la escalera y cada escalón es una cuchilla. Durante un segundo tu mortecina figura se revela en el descansillo, pero sólo veo tu sonrisa, ¿por qué me atormentas?. Tú decidiste alejarte de mí, allí adonde no tengo el valor de seguirte
    Mientras lloro desconsoladamente, a mi alrededor todo permanece inalterable, incluso tu recuerdo. Puede que ésto me cueste la razón, pero prefiero la locura a perderte para siempre…lo quieras o no.

    Pseudónimo:
    Una vez más.

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  13. El hombre anodino

    Es una sonrisa cualquiera, no la distinguiría entre un millón. El cuello se quiebra unos grados hacia atrás, se levanta algo la comisura del labio superior. Los ojos se encogen como arrugados, el ceño se frunce. Los hombros se desplazan ligeramente queriendo reagruparse al frente. Y nada más. Tímido, pudoroso, se cubre un poco con una mano.

    No hay en la materialización de su sonrisa nada que permita vislumbrar su relevancia. Es silenciosa, casi imperceptible. No es sino a base de experiencia que he aprendido a temerla.

    Es moderadamente alto, siempre viste de gris, moderadamente elegante. Lleva el pelo cuidado y peinado. El rostro afeitado. Hace años que tiene las canas típicamente características de su edad. Camina erguido, nunca parece que lleve prisa, tampoco que pasee.

    Aparentemente todo en él es gris, mediano, anodino. No es sino la expresión arquetípica de la media. Como si le hubieran dotado de todas las cualidades en cantidad aritméticamente aceptable.

    Camina siempre con los demás. Nunca ocupa el centro y desde luego tampoco ocupa un extremo. Ocupa aquel lugar intermedio donde más gente cabe y donde más gente pasa desapercibida.

    Ni siquiera cuando ejerce su infinito poder hay en él nada destacable. Cuando te rechaza con desdén lo hace con un tono moderado, profundamente educado. Solamente el ojo experto es capaz de percibir la profunda crueldad que encierran sus palabras melosas.

    Su sonrisa estandarizada es quien anuncia la tormenta pero ello apenas te otorga unos segundos de ventaja, un minuto a lo sumo.

    Después descarga sobre ti su daga hiriente. Desgarra tu piel a jirones con su discurso pautado y ordenado. Mueve armoniosamente las manos mientras tú oyes el ruido de los pedacitos de tu ego destrozándose contra el suelo. Desmonta tus frutos con su irónico desdén vestido de exquisita educación.

    Y luego te sugiere suavemente que recojas del suelo los pedacitos sangrantes de tu ser. Que te reconstruyas como un puzle. Deprisa. Porque le toca a otro.

    Y te vas a casa, caminando. Y por la calle no puedes dejar de ver a Dios Todopoderoso, porque él es la media de todas miradas, posee todas las cualidades en cantidad razonablemente estándar y se parece a todos.

    Llegas a casa y te lames las heridas. Pasarás toda la semana reconstruyendo tus pedacitos. Y te consolarás pensando que tal vez el lunes que viene sea otro el que haga sonreír al hombre anodino.

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  14. Dejó el diente debajo de la cama. Su madre parecía estar ilusionada y le decía que era bueno que se le cayesen pronto, así los nuevos le saldrían más rectos, aunque Adriana se asusto bastante el primer día que al morder el bocadillo noto como se balanceaba el colmillo. Había visto a la dentadura de su abuela en un vaso mientras se ponía los rulos con los labios hacía dentro antes de dormir, y creía que Pancho, el niño que se sentaba justo delante la llamaría desdentada y se reiría de ella, si se quedaba igual. No quería tener dientes en un vaso con forma de castañuela, y aunque se lo habían explicado no confiaba en que le salieses otros nuevos.
    Esa noche, antes de acostarse su padre le leyó su cuento favorito y se durmió esperando encontrar una moneda grande y dorada del ratoncito que gastaría en chuches el domingo siguiente.
    Al principio no sabía dónde se encontraba, había niebla y se escuchaban gotas que caían a lo lejos, haciendo un ruido inquietante. Llevaba el pijama de rayas y tenía los pies descalzos, notando bajo sus pies rocas duras y viscosas. Estaba muy asustada y comenzó a correr a oscuras, por lo que parecía un oscuro túnel. Poco a poco, al fondo se vislumbraba una luz apagada que bailaba en las paredes del túnel formando sombras espantosas. Redujo el ritmo y avanzo más lentamente. A medida que se acercaba a la luz empezó a escuchar un suave resoplido que rítmicamente se repetía. Continúo de puntillas esperando encontrar la salida. Al llegar a una esquina pudo ver las tres velas que iluminaban la cueva, y antes de poder gritar vio un gran monstruo de pelo azul, recostado en un sillón. Se quedo paralizada, no podía correr ni gritar, y observo como el animal abría su gran boca, dibujando una sonrisa que daba miedo, llena de miles de hileras de pequeños dientes desordenados. Era el monstruo triturador de sueños de la infancia, que destrozaba princesas y caballos con alas, que acaba con las ganas de ser astronauta y los pasteles de chocolate, que con sólo una dentellada de todos esos dientes infantiles hacía desaparecer los reyes, los superpoderes y hasta los juegos de vaqueros.
    Se despertó empapada en sudor, y se levanto de la cama de un salto para guardar su diente en su cofre de propinas, no sería ella quién contribuiría a la dentadura de ese gran animal. A la mañana siguiente se despertó y en el desayuno su madre le pregunto si no había mirado debajo de la cama. Como no se atrevía a decirle la verdad fue a mirar sólo para complacerla porque ya sabía que no encontraría nada. Para su sorpresa vio la moneda grande y reluciente y entonces comprendió que no existía ningún ratón y el gran monstruo comenzó a triturara, tris, tras, tris, tras,….

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