sábado, 2 de marzo de 2013

XI Edición de Relatos Fundamentales



Tema: Relato que incluya al menos dos desarrollos narrativos diferentes, alternativos y paralelos en el tiempo, a partir de un punto determinado de la historia



Extensión: Los relatos tendrán un máximo de 500 palabras para escritores que envíen más de un relato. Extensión libre para el resto 

Método de envío: Cada relato será un comentario en este post, y cada persona puede enviar todos los relatos que quiera.

Fecha límite: Se pueden enviar relatos hasta el sábado 6 de Abril (por motivo de puentes y vacaciones previas, pero negociable por interés general) día en que será la cena

Lectura de los relatos: La identidad de los autores será una incógnita en todo momento hasta que deje de serlo. Los relatos serán repartidos entre los participantes de forma aleatoria para su lectura. Cada lector deberá leerse una vez el relato que le ha tocado, antes de proceder a la lectura en alto. En esta edición tampoco habrá votación para el mejor relato, dado que lo más interesante es el debate que se genera a raíz de la lectura de los relatos presentados.

Organización de la siguiente edición: La elección de la persona que organizará la siguiente edición se realizará mediante un sorteo, y aquel al que le toque tendrá libertad total a la hora de plantearla.



15 comentarios:

  1. El vecino de arriba ha tenido una gran idea. Ha soñado que viajaba, sin rumbo, conocía países que ni pensaba, se sentía a veces lleno y a veces sólo, corría riesgos y se aburría, bailaba noches enteras, empezaba excursiones con la única guía de su intuición, comía frutas nuevas, platos repugnantes, le picaba un mosquito extraño, temblaba de frío en una noche húmeda y enfermiza, se recuperaba con la ayuda de un extraño y continuaba viajando quién sabe por cuánto tiempo o esperaba que no con otro fin del del mero viajar.

    Al vecino de abajo, analista afamado, se le ha vuelto a presentar “la fantasía”, sabía que era esperable ya que frecuentemente acude a su mente en los momentos de flojera o soledad. En la fantasía, el analista marcha lejos de todo lo conocido y todos los conocidos. Sabe que éste es un mecanismo frecuente, ¡a cuántos pacientes habrá oído hablar de lo mismo!, es un síntoma común en aquellos con dificultades para poner límites en sus relaciones interpersonales que agobiados por las demandas externas sueñan con marcharse a un espacio dónde nadie les pida nada, ignorando que éste espacio no existe en un lugar lejano sino que se lo obtendrán trabajando en sus relaciones sociales cotidianas.

    El vecino de arriba duerme con una sonrisa en la cara. Mañana hará el macuto.

    El vecino de abajo piensa que conocer el origen de su desdicha es lo más cercano a la felicidad.


    Pseudónimo: autocrítica

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  2. Venga, tengo que forzarme a hacerlo. Cambio de chip. ¡Vamos! ¡Espabila! Me termino de atar las zapatillas y estiro en mi habitación. Dios. Estoy realmente anquilosado. Creo que de no usarlos he dejado de tener ciertos músculos y tendones. Madre mía, estoy hecho un abuelo…
    Salgo al trote del portal.
    - ¿Con el frío que hace? A ver si aguantas ¡mariquita!
    - Sí, sí. Hay que ponerse a tono. ¡Hasta luego!
    Odio tener que hacer comentarios al portero cada vez que salgo a correr. Y no sé por qué, pero me da siempre mucha vergüenza que los vecinos me vean en pantalón corto de atletismo, que es muy corto, o con las mallas. Me siento ridículo.
    Cruzo la calle en un acelerón y llego al parque. No piso una mierda de perro de milagro y ya siento como se quejan mis órganos internos por el trote.
    Por suerte, ya conozco bien a este cuerpo estúpido y quejica y no le hago ningún caso. Sé que al principio todo mi cuerpo me grita que pare, que me abrigue y me siente en un lugar resguardado; pero también sé que si aguanto unos pocos minutos, enseguida consigo engañarle y él solito se readapta a la nueva circunstancia de estar corriendo a ritmo constante a 7 ºC. Mi cuerpo no tarda en generar por sí mismo tanto calor que casi se agradece el viento fresco.
    Llego a la cuesta de tierra. Esta es la prueba de fuego. Si la subo a buen ritmo y sin bajar la velocidad es que voy a poder hacer los 10km completos. ¡Venga! ¡Vamos! Bocanada de aire. Resoplido. Alejo mi mente de este lugar infernal. No estoy allí. Cuanto más tiempo consiga no pensar en lo que estoy haciendo, más tramo habré subido sin darme cuenta… ¿Podré conseguirlo?


    PSEUDÓNIMO: SALIR A CORRER 1/2

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  3. - ¡Señor! Los recuerdos y sensaciones de bienestar asociados al reposo no parecen surtir efecto. ¡El Cortex prefrontal parece decidido a actuar por su cuenta!
    - ¡Maldito loco insensato! ¡Va a meternos a todos en un buen lío! ¿Quien le ha filtrado los estímulos positivos del ejercicio físico?
    - Me temo que el hipotálamo ha estado últimamente introduciendo la idea de que hay que estar sexualmente dispuesto y preparado para la primavera…
    - Ese viejo metomentodo… luego dirá que él no hizo nada, que sólo ordenó segregar hormonas. Está bien. Coordinen la visión del lóbulo occipital con el control muscular fino del cerebelo. Hay que atarse los cordones. ¡Que alguien despierte al lóbulo parietal, hay que saber si es el pie izquierdo o el derecho! Y por Dios, ¡establezcan por el tronco cerebral la respiración y los latidos necesarios!
    - Señor, estamos recibiendo un aluvión de quejas y vociferantes reproches indignados del cortex somatosensorial. Quieren saber desde cuando tenemos Isquio Tibial Semimembranoso y músculo Peptíneo.
    - Háganles callar. Envíen endorfinas de parte del hipotálamo. Si preguntan, ha sido él.
    - Me temo que ya no importa, el lóbulo frontal acaba de tomar el control total del cuerpo… estamos enviando señales de inhibición de este comportamiento pero se ha apoderado de la memoria y está usando los recuerdos que indican que puede hacerlo.

    Atención, en ese momento llega un estímulo auditivo del exterior. El lóbulo temporal y el área del lenguaje de Wernicke están descodificando la información.

    - Estamos recibiendo un chascarrillo del portero y el lóbulo temporal nos da avisos de irritación e ira ¿qué hacemos?
    - Oh, no, justo ahora, cuando necesitamos toda la concentración en hacer que empiece a rodar la maquinaria motora… Digan al hipotálamo que se encargue de hacer un envío urgente de serotonina para contrarrestar la ira. Y utilicen el área de Brocca para responder con algún archivo preestablecido de la memoria. No usen los lóbulos parietal y frontal para ser creativos en la respuesta. Necesitamos toda la energía disponible.

    De pronto, una emoción asociada a las mallas interpretada como vergüenza, llega desde el lóbulo temporal.

    - Excelente, creen un vínculo asociativo conductual de esta emoción con la actividad, puede que nos sea útil en el futuro para impedir todo esto de nuevo.
    - Reforzando asociación.
    - ¡Dios mío! ¿Qué es este gasto abrupto de hidratos de carbono?
    - Parece que el cortex somatosensorial y frontal están acelerando para cruzar la calle.
    - ¡Como sigamos así vamos a agotar nuestras reservas en cuestión de minutos! ¿De cuántas reservas estratégicas grasas disponemos?
    - Vamos a estar algo justos me temo.


    PSEUDÓNIMO: SALIR A CORRER 2/3

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  4. En ese momento algo interfiere el control consciente.

    - ¿Qué ha sido eso?
    - Señor, el Cerebelo ha tomado el control por un instante y ha coordinado el sistema motor para esquivar una caca de perro. Parece que ese reptil idiota que tenemos dentro hace algo de vez en cuando…
    - Vaya, ha estado rápido. No habría apostado nada a que la esquivábamos.

    Entonces, todos los músculos y órganos internos, afectados por el trote, comienzan a enviar señales de malestar insistentemente.

    - Bueno, esto ya ha ido demasiado lejos. Hagan pasar todas las quejas por el cortex prefrontal para que sepa lo que está provocando.
    - Señor, acabamos de recibir una respuesta inmediata a las quejas. Proviene de la parte más consciente, la voluntad, del lóbulo frontal. Dice lo siguiente: “que te jodan”.
    - Ya veo… con que esas tenemos ¿eh? ¡Llamen a la parte más profunda del encéfalo y saquen el instinto de supervivencia!
    - Pero… mi señor…
    - ¡¿Estáis sordos?! ¡Haced lo que os digo o este loco nos arruinará a todos!

    Un rato después, el aire puro y las endorfinas producidas por el ejercicio, parecen haber apaciguado a todos un poco… de momento.

    - El lóbulo occipital nos indica con la interpretación de los estímulos visuales que tenemos delante la temida cuesta de tierra. Corresponde con alta probabilidad a un archivo de la memoria clasificado como alerta tipo D.
    - Perfecto. Ha llegado el momento de parar esta locura. Si no me equivoco, la alerta tipo D nos permite hackear el acceso al centro de control prefrontal. ¡Entren ya y paren esto!
    - Señor, ¡¡Hemos entrado y no había nada!!
    - Ha dejado la mente en blanco… qué astuto… Pero seguid presionando, no aguantará mucho así…
    - Sí, creo que ya le tenemos, no va a poder aguantar todas las demandas de oxígeno, azúcares y alertas de lesión. Le estamos agobiando con la temperatura corporal y hemos cortado el suministro de saliva, que bastante nos estamos deshidratando con el sudor. No podrá resistir diez metros más… un momento. ¿Qué es este mensaje verbal que llega desde las áreas del lenguaje?
    - En qué momento se pone el cortex prefrontal a buscar una frase…Y bien, ¿qué es lo que dice?
    - Un momento, está encriptada… estamos descodificándola… Dice: “NO… HAY…”
    - ¿No hay qué? Creo que está delirando. Sólo estamos a un par de metros de tomar el control y detenernos.
    - Mi señor, creo que no le va a gustar nada esto. Dice: “NO… HAY… HUEVOS”
    - ¡¡Noooo!! ¡¡Es la clave secreta para la adrenalina!!

    Resoplidos, dolor muscular en las piernas. No puedo más… ¿¡Cómo que no puedo!?¿¡Que no hay huevos!?¿¡¡¡QUE NO HAY HUEVOS!!!?

    Consigo subir la cuesta de tierra. Lo peor ya está hecho.

    PSEUDÓNIMO: SALIR A CORRER 3/3

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  5. Se sorprendió sentada en el butacón del desván, sin más intención que la de dejarse llevar. La luz del atardecer estival se asomaba tamizada por las cortinas del redondo ventanal que culminaba la pared de la estancia del antiguo caserío. La saludó el olor reposado de la madera curtida por los años, y, al cerrar los ojos, se sumergió en la fragancia de los árboles frutales, la hierba fresca, y el rocío temprano. Aquella maravillosa paleta de olores fue ayudándola a pintar el frenesí diario de la oficina por un lienzo mucho más calmado. Sus sentidos la saludaron después de tanto tiempo silenciados por las imposiciones cotidianas, y fue entonces cuando sus oídos le regalaron un sonido familiar, el tono firme pero delicado del tic-tac de un reloj. Se invitó a levantarse y a recorrer la bohardilla y fue destapando uno a uno los guardapolvos que recubrían los distintos muebles. Cada uno de ellos le transmitían un ánimo diferente. desde la risueña cómoda, al severo aparador, pasando por un soñador galán de noche. Al descubrir el reloj, pudo atestiguar el recuerdo del color caoba, la forma espigada en una arquitectura clásica, ceñida a los contornos de la época en la que fue construido, un péndulo de bronce con su simétrico e hipnótico balanceo, su tic tac. Sin embargo, pese al marcado compás, no parecía estar el tiempo contenido en la habitación y, como si se hubiese dado un respiro, compartía su asueto. Aquél sonido rítmico, primero distante, fue fundiéndose en su interior, de mecánico a biológico, como el latir de un corazón. Vio en él su reflejo, ya que el cristal que recubría la esfera, y que marcaba casi las ocho a falta de unos segundos, estaba límpido como las aguas del nacimiento de un riachuelo de montaña. Con la mano acaricia el cristal y sus dedos perciben la suavidad del vidrio. Al instante la sensación fría de la yema de sus dedos se transforma cálida y le parece percibir la resonancia de uos dedos al otro lado del cristal. Sorprendida, ahoga un exclamado silencio de incredulidad.
    De repente, una voz suena desde la planta baja - ¡Celia, se enfriará tu sopa de letras! -. Al mirar de nuevo en aquel viejo reloj, la guapa señora se ha marchado. ¡Vaya! - resopla apenada, - parecía tan agradable... - de un salto se baja del taburete y corre hacia las escaleras con su vestido de princesa y sus hermosos zapatos nuevos, no sin antes volver la vista al serio reloj. - Que duerma bien señor reloj y señora cómoda, y don gusillán de noche, mañana subiré para que podamos acabarnos el te todos juntos! -, tic tac, contesta el reloj.

    TicTac

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  6. Aquel cigarro sabía extraño, o eso intuyó al ver la mueca que hacían sus labios al inhalar el humo. Una mueca que se extendía hacia su nariz y sus ojos. Unos ojos que se clavaron en los suyos. ¿Esto que coño es Sebastián? ¿Qué mierda me has vendido? Sebastián, calmadamente, observó a Teresa, como quien tiene la certeza de lo que está apunto de ocurrir y, simplemente, espera. Teresa rompió a llorar, maldiciendo el nombre de todos sus antepasados, los de Sebastián y de toda la humanidad. Sebastián aprovechó, sí, aprovechó porque llevaba tiempo deseando hacerlo, para acercarse a ella, abrazarla. Fue un abrazo cálido, que permitió a Teresa deshacerse en lágrimas. Una vez calmada se dio cuenta, se dio cuenta de donde estaba, de quien era el hombre al que se abrazaba tan fervientemente. Extendió la mirada tratando de encontrar un punto de realidad, pues todavía estaba confusa, y fue entonces cuando reparó en aquella sombra al final de la calle. Sonrió, pues la sombra le recordó a un detective de una película antigua, y se preguntó cuánto tiempo hacía que no veía una de Bogart. Teresa recogió la mirada, se sonó los mocos y retrocedió un paso alejandose de Sebastián. Sebastián miró hacia la sombra, preguntándose qué había hecho a Teresa separarse de él. De repente sintió frío.

    Silvia esperaba confusa, a la luz de un semáforo. Estaba algo irritada, hacía frío, era tarde y llevaba una semana de mierda, así que pensó, ¡qué cojones querrá mi primo a estas horas de la noche! puede que hasta lo hubiera dicho en alto del cabreo que tenía. Pero oye, la familia es la familia, y parecía necesitar su ayuda. Se calmó mientras abría un paquete nuevo de tabaco. Al encenderse el cigarro, no pudo evitar un gesto de asco. El cigarro sabía raro. Lo examinó escrupulosamente, pero no encontró nada distinto. Miró el paquete y apagó el cigarro como si pudiera apagar con él toda su semana.

    Carlos caminaba deprisa, tenía que hablar con ella, preguntarle... ¡tantas cosas! Seguro que ella sabía algo. El corazón de Carlos latía con fuerza, pensando en lo que acababa de descubrir, sintió que toda su vida había sido un engaño. Ella seguro que arrojaba algo de luz... Paró al final de la calle, cogió un poco de aire y se encendió un cigarro. Puag, lo tiró a la primera calada...Pero que mierda..., masculló en voz baja buscando el paquete recién abierto. Casi sin darse cuenta se fijó en aquella extraña pareja que se abrazaba al final de la calle. Se olvidó del cigarro, y se fijo en la sonrisa de aquella mujer que le observaba entre triste y divertida. Aquella sonrisa le contagió, y además del cigarro, por un instante se olvidó de los engaños. De repente, como si de una revelación cósmica se tratara, se sintió un poco como en una película de Woody Allen, recordó el chiste de los huevos... necesitamos los huevos.. y algo dentro de él se aligeró. Coninuó su camino, y una carcajada se fue anudando en su estomágo hasta descubrirse en su boca.

    Cuando Silvia se encontró con Carlos pensó, ¡qué capullo! Que cojones ayuda, ¡si se le ve todo feliz! y le preguntó que de qué se reía. Carlos le contó que acababa de tener una revelación cósmica. Silvia se encendió otro cigarro, y se enfadó con su primo y con todas las empresas de tabacalera. ¿qué cojones les pasaba a estos cigarros? ¿que dice su primo de revelación cósmica? Silvia pensó que estaría mejor en su casa, calentita, que era una pringada por haber acudido a esa llamada de auxilio cuando era evidente que... en fin, la verdad es que sentía curiosidad por aquella revelación cósmica. Carlos observó el desconcierto de su prima y deseó contagiarle la sonrisa, tal y como le había pasado a él minutos antes. ¡Venga vamos, una buena cerveza te va a sentar de lujo! y le ofreció un cigarro. Silvia le devolvió la sonrisa cómplice y se dijo: sí, de lujo. Los dos se encendieron a la vez los pitillos, y a la vez, en una sincronía perfecta, los escupieron en una sonora carcajada nerviosa. Silvia pensó en voz alta: la revelación cosmica... ¿no será que hay que dejar de fumar?

    De cigarros, sombras y revelaciones cósmicas

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  7. SANGRE HORCHATA (parte 1)

    Si alguien me hubiese preguntado ayer qué me gustaría cambiar de mí, hubiese respondido rápidamente que esa tendencia mía a no actuar, a ser un “sangre horchata” al que nada le afecta. No es que a mí me molesten esos rasgos, pero a ella sí. Se ha marchado por mi apatía, porque me falta chispa… para ver si reacciono.

    Después de la noche pasada empiezo a dudar si una actitud más impulsiva es realmente lo mio.

    Todo empezó cuando me llamó Roberto para proponerme abandonar la cueva y salir un rato. Después de 6 días enganchado a internet, comiendo porquerías, pendiente de una llamada anunciando un regreso que nunca llegaba, pero decidido a defender los últimos vestigios de un orgullo herido… me pareció buena idea salir a despejarme. En principio hubiese preferido quedarme en el sofá viendo alguna película de ciencia ficción, que son las mejores cuando uno quiere desconectar de la realidad. Sin embargo, la insistencia de Roberto fue implacable, y su comentario final me convenció “Mira tío, si Mónica te ha pedido un tiempo no es para estar llorándote en casita. Seguro que está por ahí disfrutando de la vida. Ella es libre, tú también… así que ya verás lo que haces” [...]

    Después de unas cañas en el bar de siempre, cogimos el metro hacía una discoteca de la que no había oído hablar en mi vida. Roberto dijo que estos años de noviazgo me han convertido en un muermo (parece que en eso hay consenso) y que esa noche era para recuperar el tiempo perdido. Tiene razón en que estoy desacostumbrado a este tipo de planes, y además, hace tiempo que perdí la tolerancia al garrafón. Después de dos copas sólo conseguí encontrarme algo aturdido y más desanimado. Para no mostrar al exterior lo patético y fuera de lugar que me sentía, me esforcé en reír las gracias superficiales de mi amigo y moverme con escasa gracia al ritmo de esta música electrónica que apenas soporto.

    Al volver del baño estaba decidido a largarme. Sentía dejar tirado tan pronto a Roberto pero cuando me acerqué a decírselo le encontré en los brazos de una rubia voluptuosa con una cobra tatuada en el hombro. ¿Hasta mi mejor amigo iba a dejarme por una chica el día que supuestamente me estaba ayudando a olvidar la mía? Algo mareado, di un paso atrás y me choqué con un tipo que me ofreció unas pastillas. Nunca me han gustado las drogas, más allá de los porros he de confesar que no he probado nada por puro miedo. Pero en ese momento mi confusión interna se fundió con las luces galácticas del local y durante unos largos instantes dudé.

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  8. SANGRE HORCHATA (parte 2)

    OPCIÓN A. De cómo nuestro protagonista dice NO a las drogas.

    Finalmente pasé de las pastillas y de Roberto. Me costó unos minutos encontrar un taxi y los dediqué a maldecir internamente mi suerte y a las mujeres. A medida que la lluvia me iba empapando me sentía más y más enfadado. Sentí que Mónica no tenía derecho a tenerme pendiendo de un hilo, al fin y al cabo yo no le había hecho nada malo.
    Envalentonado por una furia desconocida pedí al taxi que me acercara al bar al que suele ir con sus amigas y me dirigí a la puerta decidido, por una vez, a decirle todas las verdades a la cara. Cuando el guardia de seguridad taponó la entrada dispuesto a impedirme el paso, le arreé un puñetazo en su cara de gorila. No me explico aún de donde salió esa reacción. El resto de los golpes me los llevé yo, y para colmo me llevaron a comisaría y tuve que pasar la noche entre gente de mal aspecto y peor olor.

    Apenas he pegado ojo. Las heridas del cuerpo se ven anestesiadas por un dolor más sordo y profundo: el de haberme dado cuenta de que no tiene sentido estar con alguien que no te acepta tal cual eres.
    Me acaban de pedir el teléfono de alguien que me venga a sacar. No será ella. Les he dado el de Roberto, sólo espero que no siga enfrascado en su reptiliana conquista y pueda venir, una vez más, a mi rescate.


    OPCIÓN B. De cómo nuestro protagonista se embarca en una aventura psicodélica.

    “¡Probemos por una vez, que diablos!” Luces. Tambores al ritmo de mi corazón. Rápidos. Potentes. Pletóricos de energía como yo mismo. Atraigo las miradas por mi destreza en el pódium. Me dejo llevar por la música. Disfruto extasiado. Ellas me desean. Bailo. Sigo bailando. Siento como el sudor desciende por mi frente. Entonces me mareo levemente y salgo al exterior a tomar aire. Una vez allí me llama la atención la consistencia de la lluvia, llueve de un modo raro. En realidad todo a mi alrededor me resulta extraño. La gente parece darse cuenta y me mira. Algo me inquieta, son sus bocas, son unos colmillos ligeramente afilados, como de serpiente. Mi mente trabaja muy rápido y gracias a ello consigo huir corriendo sin darles tiempo a reaccionar. ¿Qué tipo de seres son? ¿Alienígenas? Entonces caigo en la cuenta de que la chica cobra tiene atrapado a Roberto. ¡Tengo que pedir ayuda! Corro aun más rápido, el corazón se desboca. […]

    Me despierto dolorido. La cabeza me martillea y huelo fatal. Me asusto al no reconocer el lugar y entonces un policía aparece y me informa de que anoche aparecí en la comisaría en un estado lamentable y no fui capaz de proporcionar un número de contacto. Cuando me vuelve a preguntar si hay alguien a quien quiero llamar ya no quedan dudas, ya no queda orgullo… a ella.

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  9. Se siente cansado de huir constantemente de lo que queda de él, buscando su identidad sobre el trapecio de otras existencias. Es un profesional en robar la personalidad de los demás. Ese andar tan peculiar que irradia serenidad lo tomó prestado de aquel vigilante del museo Thyssen. Una máscara tras otra van soportando sus pasos. Horas y horas ensayando gestos frente al espejo, en el que se va diluyendo el reflejo propio. Su yo cada vez más pequeño ante el orbe de las sombras reconstruidas.

    ¡No, no! Hoy no encuentra inspiración. Todo es tan previsiblemente cotidiano… No ha sido buena idea salir a cazar. Se exaspera mientras rebusca en una papelera. Si encontrara una pipa, un sombrero bicolor…algo original, vistoso. Con eso se conformaría. Eres un actor, Juan, ya nunca podrás reencontrarte contigo. Estás perdido ¿Cuál era tu tono de voz? Ni siquiera lo recuerdas... se dice mientras se detiene frente al escaparate de una papelería. Contempla, a un señor que saca el monedero y lo abre con premura y determinación. Esa forma de sacar los billetes como si nacieran solos, casi sin mirarlos… Arroja las monedas sobre el mostrador con ritmo y vitalidad. Cuando recibe el cambio echa un vistazo general al dinero con desgana, parece que sus preocupaciones están por encima de estas banalidades. ¡Ah!, qué exquisitez de movimiento de mano al despedirse, descuidado, infrecuente…

    Quizás la otra pluma era más elegante. No sé. Un… dos…tres… El paso segundo y el tercero más separados del resto. Sin duda, ese es el toque especial.

    Pseudónimo: aquel

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  10. LA VISITA


    Estaba cocinando, cortando trozos de zanahorias, de cebolla, de calabacín. Concentraba toda su atención en la tarea; una mano sujeta, la otra rebana, en perfecta coordinación y ritmo. Lo había hecho mil veces y había llegado a reconocer cierto placer en la mecanicidad y precisión de los movimientos, en la frescura y colorido de las verduras recién cortadas.

    Cuando lo echó todo a la sartén, se hizo el esperado chisporroteo del sofrito, y la mezcla empezó a desprender vapor. Abrió la ventana de la cocina y maldijo los gritos que tenía que aguantar de la familia que vivía debajo, amplificados por la acústica del patio interior. Además de las conversaciones vecinales, escuchó esta vez la voz de su hermana, que estaba de visita, hablando por teléfono con alguien desde otra habitación. Hubo algo en el tono de voz serio de su hermana que alertó su escucha, y en un gesto automático tapó el sofrito para oir mejor. Parecía estar recibiendo algún tipo de información porque ella no hablaba mucho, solo distinguió algunas palabras que la extrañaron: descubierto en las cuentas, indemnización, bancarrota, denuncias, cárcel... Podría ser un abogado. Tras unos minutos empezó a despedirse y justo antes de colgar le oyó decir que lo sacaría de dónde fuera.

    Se quedó perpleja, no entendía nada. Fue a cerrar la ventana pero al intentarlo se notó la mano derecha entumecida, incapaz de agarrar la manilla de la ventana. Se sentó y se frotó la mano, y poco a poco volvió a sentirla. Repasó lo que había oído y su mente empezó a darle sentido; la visita inesperada de su hermana, lo ensimismada que la había visto… ¿Por qué no le habría contado que tenía problemas con su empresa?

    Tras unos minutos, su hermana apareció con cara sonriente, comentando lo bien que olía. Sintió un nudo en el estómago al verla fingir, tan divina como siempre. Empezó a hablarle de un viaje que había pensado hacer a Suiza. La miró de frente y con cierto tono de misterio le contó algo sobre una cuenta bancaria en Suiza con mucho dinero que le había estado produciendo muy alto rendimiento. Y que ahora necesitaba líquido en España para pagar el vencimiento de una deuda. Aunque tenía el dinero disponible, la urgencia le iba a suponer una penalización económica altísima e igual ella podía prestarle ese dinero hasta que volviese de Ginebra. Dejó de sentir el nudo en el estómago a medida que la rabia en su rostro se hacía más evidente. Irrumpió en insultos que más tarde no recordaría.

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  11. LA VISITA

    (2) Cuando lo echó todo a la sartén, se hizo el esperado chisporroteo del sofrito, y la mezcla empezó a desprender vapor. Lo apartó por unos segundos del fuego para que el calor bajase y al ir a coger la tapa resbaló y apoyó la palma de la mano derecha en el disco de vitrocerámica encendido. Soltó un grito y metió la mano debajo del chorro de agua fría, único consuelo en ese momento de dolor. Así se quedó unos instantes, pensando que la quemadura la iba a fastidiar el día. Miró por la ventana que tenía delante y vio a su hermana de espaldas en otra habitación hablando por teléfono. Decidió afrontar la quemazón y ponerse una loción calmante, vendarse, y continuar con la comida. Al volver, encontró a su hermana revolviendo el sofrito y pegó un respingo al oirla entrar en la cocina. Se rieron. Empezó a hablarle animadamente de un viaje a Suiza que tenía previsto y de cómo había decidido, hace tiempo, meter dinero en una cuenta allí hasta hacer un capital considerable. Ahora necesitaba sacar parte para pagar una deuda de empresa, pero al ser una retirada repentina iba a tener que pagar una comisión escandalosa. Le pidió el dinero para saldar la deuda mientras ella hacía las gestiones oportunas en Suiza para sacarlo sin la penalización. Se sorprendió de esta faceta defraudadora de la hermana, absolutamente desconocida. Aún así, pensó que era una faena perder miles de euros por un par de semanas y le dijo a su hermana que contara con el dinero. Su hermana sonrió, y le dio las gracias con mucha efusividad. Ella se echó a reír para desdramatizar el momento, pero lo cierto es que sentía un nudo en el estómago que no sabía cómo interpretar.

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  12. Suena el despertador, un baño de sudor empapa mi pijama, ha llegado el día. Como cada mañana me levanto, me ducho, me visto, desayuno, arreglo la casa, salgo a la gris acera, agarro el 132, 100 metros por Corrientes, a la izquierda Augusto Figueroa, 20 minutos y Avd. Las Heras. Me bajo y arrastro los pies entre miles de turistas atolondrados que se quejan del calor e increpan a los transeúntes con estúpidos preguntas en un dudoso castellano. Al traspasar la valla siento un escalofrío en la espalda y leo como si fuera la primera vez el mensaje de los muertos a los vivos “Expectamus Dominum”. Veinte años trabajando para este cementerio, esta gloria del patrimonio nacional, y del gobierno de la ciudad, “el metro cuadrado más cotizado de la cuidad” como dice Juan, el guía. Limpiar las tumbas, arrancar las malas hierbas, repasar las inscripciones, un trabajo tranquilo y placentero. Toda una vida dedicada a los muertos, que no se quejan, que no lloran, que no hablan, toda una vida esperando el señor con ellos, que no llega. Paseo entre los mausoleos y me siento delante de la tumba del general Lavalle por última vez, para descansar un momento. Ya ha llego el mármol de Carrara, y la inscripción está lista, toda una vida trabajando para comprarme un terrenito en el lugar más cotizado de la ciudad, el gran sueño americano. A las 5 con el cierre, el arsénico pondrá fin a esta vida de mausoleos y malas hierbas, descansare entre los grandes señores de la patria: bandoleros, militares y coristas, y este humilde enterrador. Quiero una tumba de rico para borrar esta vida de pobre, de estrecheces y miserias, de frío y sabañones, de hambre y retortijones.
    Suena el despertador, un baño de sudor empapa mi pijama, ha llegado el día. Como todas las mañanas me levanto, salgo a la gris acera, agarro el 132. Al traspasar la valla siento un escalofrío en la espalda y leo como si fuera la primera vez el mensaje de los muertos a los vivos “Requiescant in pace”, ¡UN MOMENTO! ese no es el mensajes de los muertos si no el de los vivos. No entiendo nada comienzo a caminar y encuentro al general Lavalle, caminando con su roída bandera, 100 metros más allá está Eva Perón sacudiéndose las telarañas del vestido, y al fondo puedo ver a Borges intentando organizar un tablero de ajedrez. Debo de estar perdiendo la cabeza, los muertos están vivos y nos desean descansar en paz ¡maldita sea! Jodidos muertos vivientes! Hoy justo hoy, el día de mi suicidio tenía que ocurrir esto, me niego a resucitar, a volver a esta purulenta vida ¡yo quiero descansar en esta hermosa tumba, con mármoles de Italia que he hecho traer y para lo que llevo toda una vida trabajando! Desesperado me siento sobre el césped, Borges tambaleante se acerca a mí y me dice “No extrañes, sé que aquí entre nosotros estarás bien”

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  13. Volkswagen

    Mark conducía su furgoneta Volkswagen blanca del ’75 a través de una sinuosa carretera de montaña. Descendía a toda velocidad cuando tocaba una pendiente segura y subía al ritmo de una tortuga cuando el terreno exprimía la potencia del motor. Concentrado en el dibujo del recorrido, con la ventanilla bajada y con música folk británica de fondo, iba disfrutando de la sensación de encontrarse en un lugar nuevo y de dirigirse a un mundo del que apenas sabía más de un párrafo. Podría decirse que estaba pletórico, haciendo lo que la conciencia le pedía. Aunque no todo estaba en orden. Lidiaba con el agobio del proyecto que llevaba en su cabeza los últimos tres meses. Había llegado a un punto de bloqueo que no sabía sortear. Era incapaz de quitarse ese yugo de encima. Quizás allí donde iba encontraría la inspiración, esa magia que brilla dentro de nosotros en un momento de fortuna y que nos hace sentir sobrehumanos. Estaba obsesionado con cambiar el rumbo de las cosas. Se sentía fuerte, convencido de que el camino que había tomado su teoría social sobre la interconexión e intercambio de bienes y conocimiento entre individuos llegaría algún día a redirigir la sociedad de consumo. No obstante, sentía que algo en su interior se había paralizado. Quizás, el hecho de pensar profundamente en el ser humano como animal materialista sin solución le había desmotivado. Pero él no era así. Estaba en un momento en el que se encontraba en sintonía con la energía de su alrededor. Por ello, el ver a un autoestopista solitario en medio de ninguna parte le hizo detener su furgoneta y esperar dar con un buen tipo.

    Matías andaba por el arcén de la carretera al ritmo que le permitían sus piernas. Un accidente de tráfico unos años atrás supuso que su cadera tuviera varios clavos y su andar una cojera perpetua. Rumiaba un pedazo de pan duro que había robado de una finca en aquella mañana de primavera. Su estómago le exigía más, pero eso no era problema para olvidar el hambre y centrarse en su objetivo más inmediato. Llevaba varios días tramando robar un coche para irse lejos de este lugar donde no se sentía cómodo y conseguir aislarse de una vez por todas de cualquier rastro humano. Por ahora, no había tenido mucha suerte en su empresa. Su aspecto sucio, decadente, su barba de dos semanas, el olvido de sí mismo, contribuían a no ser recogido por nadie. Difícil mostrar confianza cuando ni siquiera era capaz de sonreír cuando alzaba el dedo. Tampoco lo intentaba porque no sabía cómo hacerlo. Se había roto el lazo que le unía a la sociedad y era una especie de fantasma endeble a punto de salir volando. El último resquicio de su espíritu se había conjeturado para hacer daño. Con la misma esperanza de la primera vez desde que hiló su plan, levantó el pulgar al ver pasar una van blanca. Con la otra mano agarró firmemente una piedra como si esta fuera su última oportunidad.
    -¡Hola amigo! ¿A dónde vas?
    - Al siguiente pueblo, a unos 50 kilómetros.
    - Estupendo, que así sea. No pareces de por aquí. ¿Eres extranjero verdad?
    - Sí, de Alemania.
    - Curioso. ¿De qué parte?
    - De Hamburgo.
    - ¡Fantástica ciudad! Yo estudié Física en Berlín. Mis padres se mudaron allí y…en fin. ¿y qué hace un hombre de Hamburgo en una carretera perdida de Huesca?
    - Nada.
    - Es un poco extraño. Últimamente he visto mucho extranjero por estos lares. Esta parte tiene algo de magia.
    - Quiero mear. ¿Puedes parar la furgoneta?
    - ¿Ahora? Pero si acabamos de salir. En fin, supongo que no debo dejar que te lo hagas aquí dentro.
    Tras un par de minutos, Matías se acerca a la furgoneta por detrás y se dirige a la ventanilla del conductor.
    - Pierdes aceite.
    - ¿Por dónde?
    - Por este lado
    - Si me dices que se ha caído el tubo de escape me lo creo. Es de segunda mano y ya ha dado mucho más de lo que se esperaba.
    Mark se agacha a mirar debajo del coche. Matías tiene el plan justo donde quería.

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  14. Era al anochecer cuando ella lo buscaba. Caminaba sin orden, aunque con ciertas reglas: las calles estrechas y poco transitadas mejor que las anchas; los bordes de los parques la primera elección; las piedras de tamaño mediano había que levantarlas; era necesario abrazar los árboles de tronco grueso y ramas frondosas. Caminaba siempre sola, manteniéndolo en secreto por el único motivo de no saberlo contar en las conversaciones diarias. Buscaba con necesidad pero sin ansia. Volvía cansada a casa, dudando si el regreso era una vuelta a lo importante o una pausa larga en la búsqueda.

    Él regresaba a casa en coche al anochecer. Traía la fatiga del día en las ojeras. Dejaba el trabajo nada más subirse al coche, concentrado en la conducción. Se lamentaba de que ya estuviera anocheciendo, de tener poco tiempo libre. Él abría la puerta, ella llegaba al poco. Ella volvía sin encontrar, con el cuerpo cansado de la caminata y los ojos lejanos. Estaba hermosa, él la besaba intentando acelerar un aterrizaje próximo, ávido de ella, ansiando algún día no estar excluido de ese vuelo desconocido. No preguntaba por pudor. Y ambos se encontraban un trozo de búsqueda en el beso.

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  15. La chica que llora en el metro


    Una chica llora en el metro. Llora de verdad. Está sentada con las piernas cruzadas en un suelo que no podría estar más sucio. Sus vaqueros de color claro están impregnados con unas manchas negras un poco difuminadas. Debe llevar un buen rato rebozándose en la mugre pero esto a ella le da igual. Unas lágrimas enormes recorren su rostro en el que ha quedado instalada una mueca de desolación. Sus ojos están achinados y con los dientes se muerde su labio inferior tan fuerte que parece que va a hacerse sangre. Una multitud apresurada pasa al lado de ella. Por momentos queda envuelta entre una maraña de piernas, lo que le da a la escena un toque de desamparo que me desarma. Nadie se para, pero todos la miramos. Mientras me acerco a ella pienso en qué lugar tan terrible es el metro para llorar, porque uno está completamente expuesto, desprovisto de toda intimidad, y sin embargo todos alrededor tuyo fingen que no pasa nada. Te ignorar como si no hubiera nadie, pero todos, absolutamente todos se preguntan qué es lo que te pasa. Y yo no soporto tanto desamparo, y acelero el paso para acercarme a ella, para consolarla y decirle que no pasa nada, que no está sola. Que hay que ser muy valiente para llorar así en el metro, pero cuando llego a su altura paso de largo, y tras un esfuerzo enorme mientras bajo unas escaleras mecánicas no puedo evitarlo y me echo en el suelo a llorar.

    Un chico llora en el metro. Llora de verdad. Una horrible mueca deforma sus facciones. Diría que su rostro no parece humano, tiene algo de animal, como de perro callejero. El suyo es un llanto seco, tan sólo sus ojos están un poco húmedos, pero sin duda transmite muchísima tristeza. Me acerco a él y le pregunto que qué le pasa, que si puedo hacer algo para ayudarle, y el me dice que en realidad no le pasa nada. Y yo le digo que algo le pasará, y el que no, y yo que sí hombre, que cómo no te va a pasar nada. Entonces por primera vez me mira, con sus ojos enrojecidos, y me dice que la vida es una paradoja, y que aunque parezca triste en realidad es muy feliz, y que le he ayudado mucho. Y yo le digo que no he hecho nada, y el me dice que si, y yo que no. Y nos quedamos callados. Entonces una chica con unos pantalones sucísimos pasa corriendo y se echa en los brazos de un chico. Los dos se ríen, e incluso ella llora de alegría. El chico del suelo murmura algo que no entiendo, sólo distingo algo sobre una paradoja, y que la vida es una mierda. Cuando me agacho para preguntarle qué es lo que ha dicho me pide que por favor le deje solo. Su rostro desolado acaba por convencerme, y me voy. En realidad es la primera vez que hablo con alguien que llora en el metro, aunque muchas veces quise hacerlo, y me voy un poco desanimado, con la sensación de que he hecho algo mal y no se muy bien el qué.

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