sábado, 6 de enero de 2018

XXXVII EDICION DE RELATOS FUNDAMENTALES

PIES PARA QUE OS QUIERO



Tema: Inspirado en la noticia: "El misterio de los pies hallados en costas canadienses" Retomamos los relatos en una edición post-navideña, sin saber a donde nos llevaran nuestros pasos. Cada cual escriba según sus extremidades le guíen. 

Extensión: libre.

Método de envío: cada relato será un comentario anónimo en la entrada del blog.

Fecha límite para subir los relatos: Hasta un minuto de la cena y lectura. Procrastinar como despropósito de año nuevo.

Fecha de la merienda-cena: Sábado 13 de enero sobre las 21:00 h.  

Lectura de los relatos: La identidad de los autores será una incógnita en todo momento hasta que deje de serlo. Los relatos serán repartidos entre los participantes aleatoriamente para su lectura, salvo que algún autor prefiera leer el suyo por alguna causa justificada. Se recomienda al lector leer previamente el relato, para tratar de ser  fiel a la intención del creador del escrito.

13 comentarios:

  1. Primero el talón, mientras el otro pie está en el aire, apoyo el talón, para después sentir el suelo recorriendo el resto del pie. Para cuando los dedos aprietan el terreno, el talón ya se ha vuelto a despegar. Primero un pie, después otro, en un bucle infinito, con cambios de ritmo y sentimientos encontrados.
    Primero el talón, mientras los brazos se balancean y la cabeza quiere huir más rápido, apoyo el talón, para después seguir sintiendo como el camino apenas avanza bajo mis pies. Taquicardias esperables, sudor en la frente, ideas revueltas en un flequillo golpeado por el viento.
    Primero el talón, mientras los cuádriceps se resienten de llevar una vida sedentaria, apoyo el talón para después sentir el roce de sus dedos por mi espalda. Escalofrío. Solo un roce, que me hace saltar y empujar mi cansado cuerpo hacia delante, mientras noto un cosquilleo en el pecho.
    Primero el talón, mientras finalmente el cosquilleo sube y me alcanza la boca haciendola estallar en una estrepitosa carjacajada, apoyo el talón, para finalmente pararme de golpe y dejarme atrapar.
    Primero cojo aire, me tomo unos momentos para asimilar que ahora me toca a mi. Cojo aire para retomar el bucle y devolver mi cuerpo al juego. Me pregunto quién estará más cerca, y también quien corre menos. Creo que "yo" es la respuesta a ambas preguntas, pero no desisto. Y menos mal que mi cuerpo es más rápido que mi cabeza y sin darme cuenta tengo un pie en el aire, y empiezo a apoyar el talón.

    Fdo: para volver al juego.

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  2. “Me gustaba tanto el mar que no lo pude evitar”. Eso es lo que tendrían en común aquellos pasos que guiaron a aquél que se fue, persiguiendo un futuro mejor, pero lejos del mar. Y cuando volvió, escuchó el bramor del mar, y su voz interior, al unísono, diciéndole que se quedara allá.

    Aquellos que se lanzaron a sacar fotos desde el espigón, hipnotizados por las olas, sin darse cuenta de lo bravas que eran…

    Aquel marinero que, desoyendo las recomendaciones climatológicas, se hizo a la mar. La única que le entendía. En su barco, el mar y él eran uno.

    Aquella chica, nadadora de élite, harta de que le dijeran que cuándo iba a dejarse del deporte, y tener una “vida plena” (casarse, tener hijos, ser “una mujer de bien”)… como si no fuera una vida plena zambullirse en el agua y sentir cómo avanzaba entre las olas…

    Antes de que sus pies se fueran andando, hacia el mar, para no dar pasos atrás jamás, mucho antes, sus corazones ya habían quedado cautivos de ese mar. Mucho antes. Cautivos para siempre.

    Cautivos en una cárcel que les daba libertad. La libertad de no saber dónde acaba el azul del océano y empieza el azul del cielo. Libertad de los límites que se confunden en el horizonte.

    Quizás, algún día, acabemos encontrando no sólo los pies que guiaron los pasos a ese desenlace, sino, también, los corazones que albergaban ese amor por el mar.

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  3. “Ese pie que lleva el río,
    ¡Qué frio!
    (choque-palma-choque)

    Lleva puesto su zapato
    sin recato
    (choque-palma-choque)

    Ha perdido el calcetín
    ¡qué trajín!
    (choque-palma-choque)

    Con los dedos a remojo
    ¡pobre cojo!
    (choque-palma-choque)

    Pie-mano-cuello-oreja
    ojos-nariz-pelo-pierna.
    (toque en cada parte del cuerpo -
    vuelta sobre sí mismas-
    choque-palma-choque)"

    Tras cumplir sincronizada y minuciosamente el ritual de palmadas y gestos las dos niñas echan a correr hacia la arena húmeda cercana a la orilla.
    ¡No os mojéis! ¡Abrochaos bien la cazadora! La madre emite de forma automática sus advertencias con un grito agudo que rompe la tranquilidad de la playa. Así, no logra entender las palabras de su marido, que no son más que una reflexión en voz alta.
    “No hay nada tan serio como el juego de un niño”

    -¿Qué?
    -Nada… ¿te has fijado como cantaban? Me llama la atención. Dando palmadas se las veía con tanta… dignidad.
    -Nunca lo había pensado. Sonríe ella. Pero es así. Así lo hacía yo de pequeña.
    No se puede hacer de otro modo. Añade tras un breve silencio.
    -El padre responde a su sonrisa. ¿Pero y las letras? Que contraste entre su seriedad y esas letras tontas.
    -La de hoy nunca la había escuchado, pero no es nada. En el colegio me encantaba repetir una y otra vez la de la calle 24.
    Como su marido le dirige una mirada de incomprensión comienza a canturrear “En la calle-lle/vienticuatro-tro/ han sufrido-do/ un asesinato-to…” Se interrumpe de repente. ¡Y la de Don Federico! “Don Federico mató a su mujer/ la hizo picadillo y la puso a moler”
    Siguen su paseo. Mientras la madre, digamos que poseída por su yo infantil, desentierra canciones olvidadas en el fondo de sus recueros, a lo lejos las hijas se ocupan afanosamente de su construcción de arena.
    -¿Sabes qué? Asesinatos, violencia machista… No estoy muy seguro de que esos mensajes sean demasiado instructivos.
    -Ella echa a reir. Me encanta cuando te pones dramático y protector.
    -No, en serio, ¿Y si lo del tal Federico fuese una historia real? Algún origen tendrán esas cantinelas.
    La mujer considera por un instante esa idea. Decide que es absurda. Son solo cosas de niños. Replica. Mira al cielo para detectar el avance de unas nubes plomizas. ¡Niñaaaaas! ¡A casa!

    La familia emprende, despreocupada, su regreso. Atrás, expuesta a la insistente amenaza de las olas queda la fortaleza construida por las pequeñas. Si nos acercamos lo suficiente podremos distinguir como los muros rodean un zapato escupido por el mar. Para ser exactos deberíamos añadir que ese zapato contiene un pie dentro.

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  4. "La ausencia de un corte limpio a nivel de la epífisis proximal de la tibia evidencia la luxación articular por descomposición natural, y no por heridas pre o postmortem. Lo anteriormente expuesto, junto con el factor temporal, sugieren que se trata del mismo patrón, sin descartar....

    Dejó de teclear en el ordenador y cerró los ojos con fuerza. Vio una enorme constelación multicolor que pintaba un pie gigantesco en el firmamento. Miró a la mesa de autopsias y reparó en aquella macabra colección de restos, fechados y clasificados convenientemente. El tono seco del timbre de la sala la sacó de su ensimismamiento.
    Se levantó con ayuda de su muleta, la enfermedad degenerativa que minaba su sistema nervioso le impedía moverse con facilidad. Estaba rodeada de todos aquellos pies, y aún le costaría unos minutos llegar a la puerta. Esbozó una sonrisa,

    Abrió la puerta al detective encargado del caso, parecía cansado, acostumbrado a aquellos encuentros, pese a que había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguna de esas "piezas" fuese hallada semienterrada en la playa.

    El sonido de la puerta al cerrarse fue la señal. Lo besó sin dudar, se besaron profundamente. Llegaron a la mesa trastabillándose con torpeza adolescente. Varios de los restos cayeron en el embite, otros fueron empujados con violencia por la pasión desatada, que esperaba ansiosa, agazapada en alguna esquina de aquella habitación. La ropa se convirtió en jirones, se fundieron en hielo. Su sensibilidad estaba mermada, pero no importaba, el orgasmo ya se desperezaba para asomarse desde el cajón en el que llevaba guardado demasiado tiempo. Aquella escapada atemporal no era física, ni mental, era filosófica, oculta a los ojos del mundo, de sus familias, de sus carreras profesionales, de su estatus social. Allí eran reptiles, abandonados a sus bajos deseos. Primarios, colgados de una soga de nailon que se transformaba en una caricia sedosa.
    Su mente voló hacia algún punto de la historia, in media res, circular y caótica, ordenada por la cronología de la aparición misteriosa de extremidades.

    La percusión rítmica del sexo se transformó en un tecleo en su cerebro,

    " ....sin descartar algún posible hilo conductor, aún por determinar.

    Fin del informe"

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  5. Los médicos le advirtieron de que tenía que tomarse en serio el cambio de estilo de vida. Si no rebajaba el ritmo de trabajo pasaría a engrosar las estadísticas de karoshi, una causa de muerte que empezaba a suponer un verdadero problema para Japón. Era la segunda vez que Hiroko ingresaba en el hospital después de pasar días enteros en la oficina sin apenas descanso. Pensó que esto no podía volver a pasar, que no estaba dispuesta a arriesgar su vida por aumentar el capital de una empresa que ni siquiera hacía nada bueno por el mundo.

    Tenía que empezar de cero e iba a buscarse la vida por su cuenta. A sus 34 años tenía que replantearse todo, ¿y qué mejor que ayudar a la gente? Pero la cuestión era cómo. Después de devanarse los sesos durante casi diez minutos sin encontrar respuesta, lo vio claro.
    Ella había nacido con un defecto congénito, el dedo meñique de su pie derecho estaba montado sobre el cuarto dedo. Esto le había atormentado desde su niñez. En su país, una mujer no podía permitirse tener los pies feos. Sus primeras relaciones con chicos estuvieron marcadas por la inseguridad, y hasta hace no muchos veranos el zapato cerrado había sido su mejor aliado. Pero Hiroko ya había madurado y ahora se aceptaba a sí misma tal como era.

    No podía empezar a ayudar sin más. Necesitaba formación, así que se apuntó a un curso online sobre coaching para superar complejos. Después de mes y medio de estudio intensivo, sólo quedaba montar la web. AnataNoAshiOAishiru.jp estuvo lista en unos días. “Ama tus pies”, con ese nombre, poco más había que explicar. A través de chat y videollamada ayudaría a quien lo necesitara a cambio de un módico precio.

    Tuvo que ignorar las perversiones de algún que otro fetichista desubicado, pero pronto llegó la clientela esperada. Un total de ocho mujeres acomplejadas por el tamaño, forma u olor de sus pies. Hiroko les aconsejaba y animaba de la mejor forma posible. Pero sus armas dialécticas no resultaron del todo efectivas. No paraba de meter la pata. De hecho, el ánimo de todas las mujeres empeoró drásticamente en poco tiempo. Las intenciones de la joven podían ser buenas, pero se dio cuenta de que su discurso estaba causando más mal que bien. No era capaz de detectar qué estaba fallando. Fuera lo que fuese, sus días como coach habían acabado. Tendría que ir pensando en una nueva profesión.

    ---
    A lo largo de los últimos años se han encontrado 13 pies en costas canadienses, cuya procedencia no se ha logrado identificar.

    ASHI.

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  6. Hace muchos años tuve un jefe, ingeniero agrónomo, que era una pesadilla; se lo tomaba todo al pie de la letra. Era muy difícil trabajar con él, no daba pie con bola el hombre. Una vez se descubrió que durante mucho tiempo había estado cargando con un pie disecado, vete tu a saber de quien, para medir la profundidad de los pozos. Imaginaos; !!Utilizando un pie real como herramienta de medida!! Así parece que fue hasta que se percató de que nadie más lo hacía, y de que aquello no tenía ni pies ni cabeza. No os creáis que puso pies en polvorosa por vergüenza y escándalo no, muy al contrario, trataba de defenderse buscando tres pies al gato, ante la atónita mirada de los compañeros. Tal era la literalidad de sus interpretaciones y lecturas (porque eso si, se tenía por un erudito investigador de los pies a la cabeza), que no daba pie a hacerle entrar en razón y ponerle los pies en la tierra. Había que andar con pies de plomo si querías entenderte con él. Durante un tiempo nadie se atrevió a pararle los pies, y anduvo el hombre pululando por las obras. Cada vez le encargaban menos trabajos y ya llegó un momento en el que tuvo un pie dentro y otro fuera de la empresa. Finalmente le consiguieron echar a la calle, por sacar los pies del tiesto le dijeron. Todavía hoy siguen circulando leyendas sobre aquel individuo. Yo no he vuelto a saber nada, me imagino que seguirá cojeando del mismo pie.

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  7. No hay un pie bastante fuerte
    que de un impulso despega,
    si no hay ave que no vuela
    quiero correr igual suerte.
    No importa lo que me cueste

    No hay un pie bastante fiero
    para patear los miedos.
    Ni pasos que no tropiecen,
    ni tacones que no pesen
    ¡Ay mis pies, para que os quiero!

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  8. EL MISTERIO DE LOS PIES HALLADOS EN LA BAHÍA (I)

    Apoyó la planta de su pie sobre la arena, notando la calidez del verano sobre la piel del arco y de los dedos según se hundían. Una brisa húmeda y fresca le movió el pelo largo mientras andaba, despacio, por momentos tapándole la cara, sin dejarle ver; pero estaba de vacaciones, así que cerró los ojos y se dejó llevar. Llegó a la orilla de la playa, sintiendo el agua fría en sus pies y la luz ardiente del medio día en su rostro. Se concentró en sentir con el tacto, percibiendo las pequeñas conchas entre la arena, a veces punzantes, de suave dureza y algunos restos de algas, resbaladizas, que se le enredaban… Así, con los ojos cerrados, permaneció un momento largo, sintiendo con los pies el vaivén del agua de las olas minúsculas, inofensivas, que le acariciaban… Y de pronto, notó como si alguien le tocase con un pequeño golpe inadvertido, casi sin querer. No se sobresaltó, pero la curiosidad por averiguar qué era le hizo abrir los ojos y ver un pie humano mecido por la marea, flotando justo delante de ella… Tardó en reaccionar, pero lo hizo, y sus vacaciones acabaron de repente.

    El agente Podolski le ofrecía una taza de café caliente mientras escuchaba su relato. Nadie sabía qué demonios estaba pasando pero el asunto estaba empezando a desconcertar a todo el país… Ya van trece extremidades halladas en esa zona en muy parecidas circunstancias. Los detectives Harold y McConaughey tenían sus propias teorías. En una de ellas un asesino en serie descuartizador de novela tomaba bastante peso… En otra se hablaba de mafias que castigaban cortando extremidades. Todo demasiado cinematográfico y fuera de contexto como para ser real… Pero ¿¿qué demonios estaba pasando entonces??

    El pie, había llegado flotando, arrastrado por la marea… flotando… No lo habría hecho de no ser por el material de plástico ligero de la que estaba hecha la zapatilla deportiva Nike que lo cubría. Al igual que los otros doce pies, todos en zapatillas deportivas.

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  9. EL MISTERIO DE LOS PIES HALLADOS EN LA BAHÍA (II)

    El agente Podolski, junto con otra veintena de policías del condado y de la guardia montada, se paseaba inquisidor por una de las inabarcables zonas costeras cercanas al hallazgo. A ratos fastidiado por lo absurdo del tema y a ratos fascinado por una visión de sí mismo hallando la prueba definitiva y resolviendo el caso como un héroe. Por momentos, cuando se alejaba lo suficiente de los demás, repasaba mentalmente lo que haría de encontrarse de bruces con el asesino desmembrador. Se preguntaba si llegado el momento, tendría suficiente valor como para disparar o luchar cuerpo a cuerpo… Esto le produjo ganas de cagar. Apartándose aún más del grupo, se metió entre unos arbustos y se bajó los pantalones rociándose bien las piernas al descubierto de antimosquitos.

    El pie, en su zapatilla Nike, se movió bruscamente, golpeado por un pez de unos 60kg que se debatía con un pedazo de ropa y carne podrida de la pierna. La corriente fría del exterior de la bahía se encontraba allí con la cálida del interior y los remolinos eran frecuentes. No pasó mucho tiempo hasta que la frenética actividad subacuática acabó por separar algunas extremidades del resto del cuerpo, que se iba difuminando en incontables fragmentos por el fondo marino de lodo. Todos los pequeños trozos se desparramaban en una gran zona alargada según el sentido de la corriente y todos se fusionaban con las algas, la arena y el barro. Todos salvo los pies, que al librarse del peso del resto del cuerpo, emergieron a la superficie y comenzaron a vagar.

    El detective Harold, mientras andaba, lanzaba suposiciones a su compañero: Puede que haya por ahí un psicópata que no soporta los pies. Los odia tanto que los va cortando. McConaughey nunca sabía hasta qué punto su compañero bromeaba o hablaba en serio… Le desconcertaba. Lo pensó un momento y le contestó: Eso no resuelve el asunto: ¿Por qué sólo se encuentran los pies? Supongamos que sea así. O bien hay un montón de gente lisiada en el hospital con motivos para denunciar o bien un montón de gente muerta. Pero ¿cuál es el motivo de que no se encuentren sus cuerpos y sí partes suyas más pequeñas? Harold miró con algo de extrañeza a McConaughey. Nunca sabía cuándo su compañero bromeaba o hablaba en serio.

    John se acercó tambaleante a la orilla. Necesitaba beber algo de agua, aunque fuese salada. Nunca se había sentido tan mal. Su visión era muy borrosa y tenía la sensación de alucinar. En lo que había tardado en recorrer la arena y rocas hasta el agua, creía que había perdido la audición y el cerebro le ardía. Tenía calambres por todas partes y un hormigueo le recorría todo el cuerpo produciéndole dolor y náuseas. Se dejó caer de rodillas y con las palmas de las manos de golpe. Intentó vomitar y luego beber, pero en poco tiempo el pecho le empezó a doler muy intensamente y ya no pudo respirar más. Desesperado de miedo y dolor, miró a su alrededor en la agonía, buscando ayuda y cayó de bruces al agua. Pocos segundos después, las zapatillas Nike marcaban la arena al ser arrastradas por la corriente.

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  10. EL MISTERIO DE LOS PIES HALLADOS EN LA BAHÍA (III)

    El agente Podolski miró aburrido a su alrededor, mientras agitaba la mano infructuosamente delante de él tratando de alejar mosquitos. Le alegró encontrar de pronto un matorral de Labrusca. ¡Una parra brava! Qué suerte. Alargó la mano y arrancó unas pocas uvas silvestres. Su dulce sabor le recordó su infancia, cuando había ido con su padre tantas veces a buscar frutos del bosque. Mientras seguía degustando su hallazgo recordó lo temprano que se levantaban cuando salían de aventura exploradora y lo que le costaba al principio, pero lo que le gustaba después. Se preparaban con brújula y mapa, ropa deportiva, un par de cestas, por lo que pudiesen encontrar y unas linternas. Terminó de defecar y tras arrancar unas ramitas cargadas de frutos de la parra silvestre para el camino, enterró parcialmente el resultado y deshizo parte del camino hasta ver en la distancia a Harold y a McConaughey.

    John avanzó alegre por la maleza, con su brújula en el bolsillo y el mapa en la mano. Ya no necesitaba el frontal para ver, porque un precioso amanecer se desplegaba ante él. Ahí abajo, el agua de mar de la bahía, reflejando los primeros rayos de Sol, y los árboles salvajes detrás, soplando sus perfumes naturales hacia él. Continuó avanzando con sus magníficas zapatillas Nike y tras respirar profundamente el aire puro volvió la vista hacia las plantas que tenía delante… Oh! ¡Por fin algo de suerte en la recolección! Labrusca, la parra silvestre…

    - Ey Podolski! ¿Dónde te habías metido? ¿Has visto algo?
    - Vuestras historias sobre descuartizadores me han dado ganas de cagar… pero no, no he visto nada de nada…
    - Estamos perdiendo el tiempo aquí… creo que deberíamos centrar la búsqueda más cerca de la orilla, ¿no crees Harold?
    - Es posible… Oye Podolski, ¿qué llevas ahí? ¿Un ramo de flores para tu abuela?
    - No, son para la tuya… ¿No habéis tenido infancia o qué? Probad el sabor dulce de la costa Canadiense: Labrusca
    - Dame eso
    - ¡Espera!
    El agente Podolski arrancó como un rayo las parras de la mano de Harold. Éste se quedó paralizado mirando cómo su compañero examinaba visiblemente asustado las ramitas con las pequeñas uvas moradas. Entonces, con los ojos fijos en los detectives, dijo muy serio:
    - Estas ramas son de Labrusca, pero esta de aquí no lo es…
    - ¿Y qué es?
    - La uva Cheroqui… es tremendamente parecida pero es venenosa… Sus hojas son más lobuladas que las de la Labrusca…Creo que no falta ninguna en la rama… uufff
    Las tiró todas al suelo con rabia y dijo “Volvamos a la playa de una maldita vez! Quizá encontremos alguna pista del asesino en la arena…”

    John decidió que iba a ser un gran día. Saboreó las uvas dulces en su boca con el aire de la mañana y dejó caer una ramita totalmente pelada de frutos. Sus hojas eran verdes. Preciosas. Y algo lobuladas.

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  11. Primera parte.

    - Por fin me siento libre. Se dijo a sí misma.

    Respiró tranquila. Le invadía una sensación de profundo alivio, satisfacción y regocijo. Su cuerpo se estremeció.

    En ese momento, experimentó un profundo placer desde el bajo vientre, que se condensaba y se expandía alternativamente, como en oleadas, simulando una contracción orgásmica.

    Trató de aferrarse por unos instantes a esa sensación, dejándola fluir, brotar por cada uno de los poros de su cuerpo, imaginándose una estela que trascendía su cuerpo y se elevaba hacia el cielo para conectarse con el universo.

    Se había engalanado para la ocasión. Llevaba un finísimo vestido largo ajustado de seda chantung de Karl Lagerfeld, que remarcaba su deslumbrante silueta, mientras su pelo ondulado con exquisito estilo serpenteaba enredado en el viento que subía desde la parte baja de acantilado, acompañado por las olas que chocaban con tremenda fuerza. Pequeñas gotas salpicaban su rostro a pesar de la gran altura que la separaba de aquel mar embravecido. Su “glamourosísimo” y delicado aspecto contrastaba con la naturaleza ruda y salvaje que la rodeaba. Todo aquel esplendor le daba a la escena un tinte de película y acentuaba aún más el simbolismo de su acto.

    Había vuelto a aquel lugar del que con tanta ansiedad soñó con salir desde su más tierna infancia, y que representaba todo lo rechazaba en lo profundo de sus entrañas. Esa aldea minúscula, casi deshabitada. Únicamente poblada por seres extraños y perturbados de recónditas y oscuras tierras. El desamparo y el abandono. La decrepitud con que recordaba esas casas y a las personas que en ellas moraban. Se había jurado que jamás volvería a pisar ese suelo. Pero había vuelto para, por fin, de una vez por todas, desentenderse de la parte de sí misma que odiaba más aún. Y que, durante años, le había perseguido. Pegados al resto de sí misma, recordándole de algún modo su vergonzosa, inmunda y asqueante procedencia.

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  12. Primera parte II

    Sacó de su carísimo bolso de Louis Vuitton el frasco y lo sostuvo unos segundos en sus manos mientras observaba el contenido. Ambos flotan en el denso líquido, en una especie de baile antigravitatorio, lento, casi acompasado. En una índole de asimetría armónica, que la dejó absorta en su contemplación durante varios segundos.

    No por que les ostentase el más mínimo aprecio. Repugnancia y aborrecimiento eran los adjetivos que mejor describían los sentimientos que le generaban tan estériles e inservibles miembros.

    - Aaagggg. Le subió una náusea hasta la garganta de recordar el mero hecho de que hubieran formado parte de ella.

    Había guardado durante años el secreto de su abominación, pues era sabedora de la extrañeza de tal antipatía. Ya desde que tenía recuerdo de sí misma, el mero contacto del zapato en ellos le causaba escalofríos. Y qué decir de cuando su madre, una mujer osca, robusta, y con olor a una mezcla de ajo y cebolla, los cogía y los apretaba entre sus manos dándoles besitos, haciéndoles cosquillas y comentando lo pequeños y rechonchetes que eran. A día de hoy todavía necesitaba borrar esa imagen de su cabeza por la perturbación que le suponía.

    Los consideraba feos, inservibles y totalmente indeseables. Contrastaban con el resto de su flamante figura. Sus piernas largas y estilizadas, su vientre de avispa y sus protuberantes pechos, su delicada piel y su rostro de muñeca, diferían a todas luces, según su parecer, con esas horribles protuberancias.

    El desencuentro definitivo entre ella y esos “dos trozos de carne inservibles”, como acostumbraba a referirse a ellos, se produjo cuando se cruzaron en sus planes de vida. Esos dos residuos informes y monumentales, para lo único que servían era para producirle un dolor insoportable dentro de los tacones de infarto que acostumbraba a lucir y que su descubridor y amante le regalaba después de cada desfile. Atesoraba zapatos de todas las marcas, modelos, tejidos y colores, hasta haberse convertido en una verdadera obsesión. Era, sin duda, su más fascinante fetiche. Había luchado, incansable, hasta pisar las principales pasarelas y se había consagrado en matrimonio con unos de los más afamados diseñadores del momento. Y, en ese camino, solo había dos cosas que le estorbaban, hasta el punto de haber caído en diversas ocasiones en la ensoñación de arrancárselos ella misma. De cuajo, con sus propias manos, sintiendo el desgarro de la piel y los tejidos hasta quedar libre de tal condena.

    Varios cirujanos se negaron en rotundo a llevar a cabo el cometido. Se vio expulsada de tantas clínicas que casi perdió la cuenta. Pero siempre había quien estaba dispuesto a llegar hasta el final si la suma era adecuada Y ella lo sabía. No le importó tener que renunciar a los viajes y otros lujos, y tener que convivir con aquel hombre repulsivo, pero forradísimo, con el que se acostaba cada noche. Todo con tal de liberarse de su agonía.

    Un “traspiés” en las rocas donde se había colocado, al borde del precipicio la sacudió de sus pensamientos, saliendo del enajenamiento de forma abrupta para recuperar el equilibrio. Al fin y al cabo, no era sencillo mantenerse erguida por completo sin ellos. Pero, sin duda, era un efecto colateral, que estaba totalmente dispuesta a asumir.

    Sin más demora, giro la tapa del bote y, en una exhalación que redimía años y años de una sensación de indignidad y podredumbre, dejó escapar su contenido.

    Los dos meñiques salieron volando acompañados del formol que los albergaba, mientras ella los contemplaba, rechonchitos y morados, elevarse y por unos segundos, para después surcar el cielo, triunfantes, y descender en picado hasta fundirse y desaparecer con el bravo oleaje.

    Nunca se había sentido tan viva.

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  13. Segunda parte

    A varios metros de distancia, en una playa de las Rías Baixas, se encuentran Braulio y Adela recogiendo mejillones para vender en la lonja cuando Adela grita excitada. Los coge sin titubeos y con nerviosa agitación le espeta a Braulio mientras se los muestra.

    - (Con acento gallego) ¡Y mira lo que encontré Brauliño! ¡Que son dos dedos!¡Creo que son meñiques, pero no estoy segura!Bueno, da igual. ¡Que de esta nos hacemos famosos! ¡Que salimos en la tele! ¿No te das cuenta? ¡Que esto es un asesinato de esos que están tan de moda! ¡De los que el asesino descuartiza el cuerpo y se deshace de él en alta mar! ¡Que lo he visto en Espejo Público, Braulio!

    Braulio la mira atónito sin poder articular palabra.

    - ¡Que sí Brauliño, hazme caso, que nos hacemos ricos! Sale corriendo en dirección a la casa gritando que va a tener que hacerse un vestido para la ocasión y que lo mejor será meter los dedos en el congelador, no vaya a ser que se pongan malos.

    Braulio ni se mueve, perplejo.

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