jueves, 7 de junio de 2018

XL Edición de Relatos Fundamentales

RELATOS DE ASCENSOR



Tema:  ¿Cuántas situaciones, historias, reflexiones, ficciones y recuerdos seremos capaces de comprimir en el estrecho espacio de un ascensor? 
Esta edición nos invita a acotar nuestros relatos al reducido espacio de este escenario, lo que a partir de ahí creemos solo dependerá de los límites de la imaginación. 

Método de envío: cada relato será un comentario anónimo en la entrada del blog.

Extensión: Libre. Que tu imaginación vuele desde la primera palabra hasta la... que tú quieras.

Fecha límite: el viernes 22 de junio  hasta as 22hs.

Lectura de los relatos: La identidad de los autores será una incógnita en todo momento hasta que deje de serlo. Los relatos serán repartidos entre los participantes aleatoriamente para su lectura, salvo que algún autor prefiera leer el suyo por alguna causa justificada. Se recomienda al lector leer previamente el relato, para tratar de ser fiel a la intención del creador del escrito.



Organización de la siguiente edición: puesto que aquella urna que albergaba nuestros nombres en espera de un nuevo anfitrión para los relateros está en paradero desconocido, se admiten voluntarios para la noble causa de acoger y alimentar a los fundamentales en la próxima edición.

16 comentarios:

  1. “Bea Áurea X NiCo FerMin” parte 1

    “Bea Áurea X NiCo FerMin”
    Febrero 13

    Los rayajos, hechos a todas luces con una llave en la puerta del ascensor, despertaron de golpe a Gertrudis de su habitual sopor matutino.

    “Bea Áurea X NiCo FerMin”
    “Esta niña qué descentrada está”, suspiró para sí… Debía de ser otra de las excentricidades de su hija Beatriz Áurea . No le sonaba ningún Nico ni ningún Fermín en su clase, pero a saber, que desde que Beatriz cumplió los 15, estaba huraña, malhumorada, y apenas se podía hablar con ella en casa, donde paraba más bien poco, saliendo siempre que podía a las discotecas light.
    Pues nada, lo que me faltaba ahora… Le daba una pereza horrible ponerse a explicarle los rollos ésos de los métodos anticonceptivos. Y no sólo eso, sino que no había otra Bea Áurea en el edificio, qué vergüenza, qué van a pensar los vecinos”. Gertrudis tenía un problema en las piernas, así que no tenía otro remedio que subir y bajar en el ascensor, viviendo como vivían ella con su única hija, en el 7º piso.
    Se paró el ascensor desde el mismo piso 6º. “Mira que es casualidad”, pensó para sí, los rayajos se veían a pesar de la tenue luz del ascensor.
    Entró Filomena, la señora estiradísima del 6º. Lo mejor era ignorarla, pero claro, no quería que se fijara mucho en la pintada.
    Tiró de un gran clásico.
    “Vaya tiempo, eh?”. A ver, que estamos a mediados de febrero, así que malo tiene que hacer, pero no para de nevar”
    La señora Filomena ni se dignó a mirarla. Pero Gertrudis apenas tuvo tiempo de sentirse ofendida por ello. El ascensor paró en el 5º. Entró Rodolfo, otro de los adolescentes del edificio. El pobre más parado… Gertrudis se alegró de que no se llamara ni Fermín ni Nico. Aunque con lo parado que era el chaval, a lo mejor se libraba de la charla sobre anticonceptivos… De lo que no se libraba era del olor a hormonas adolescentes. ¿Por qué sudan tanto los adolescentes?

    En estas cavilaciones se hallaba Gertrudis cuando el ascensor se volvió a detener en el 4º. Era su viaje más largo en ese dichoso ascensor. Para esas alturas seguro que Filomena ya lo había leído. Entró Carmen con su niño, qué monada de crío.
    Entre el carrito, el niño, Rodolfo, Filomena y Gertrudis ya ni cabían en el ascensor. Aún así paró otro par de veces, era hora punta, dejando a la gente en tierra en el 3º y el 2º. (¿por qué la gente sana no puede bajar andando 2 o 3 pisos, vaya sociedad en la que vivimos’). Con tanta interrupción continuaban aumentando las posibilidades de que repararan en los rayajos, a más tiempo, más posibilidad.
    Gertrudis estaba dando vueltas sobre el 13 de febrero. Estaban a 20. Ya no daba tiempo de tomar la anticoncepción de emergencia, si no usó métodos. ¿Por qué no habría tenido antes esa conversación con Beatriz Áurea?
    Justo cuando estaban ya llegando a la planta B, el niño, dijo a la madre, señalando los rayajos…
    “Mamá, ¿qué pone aquí?”
    Con razón la DGT dice que los accidentes se comenten en el último tramo del camino.

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  2. “Bea Áurea X NiCo FerMin” parte 2
    El lapso de tiempo que medió entre la pregunta del pequeño y la respuesta de su madre se le antojó eterno a Gertrudis. “¿Vuelvo a sacar el tema del cambio climático?”, se preguntó.
    “Hijo, es la puerta, se desgasta con el uso”, contestó Carmen.
    Gertrudis suspiró. Salieron todos del ascensor, encaminados a sus quehaceres diarios.
    La mañana se hizo más eterna aún si cabe que el viaje en el ascensor.
    Por fin, estando de vuelta ya en casa, apareció Beatriz. Estaba radiante y más comunicativa que de costumbre.
    -Mamá, mira, he sacado un sobresaliente en Química. Muchas gracias por apuntarme a ese grupo de repaso. Nos enseñan maneras de acordarnos de las cosas y como estamos con la tabla periódica, me he aprendido algunas valencias (2, 1,3…) con algunas frases. Por ejemplo, Bea Áurea X Fermín y Nico, jajajaja, A que es súper ingenioso? Es que nunca me enrollaría con nadie que se llamara de esas dos maneras. Esos nombres son los mejores métodos anticonceptivos. Y menos me enrollaría con ellos en la víspera de San Valentín. Es que en el grupo de repaso nos han dicho que cuando nos venga una idea, la apuntemos “donde sea”. Y no había manera de acordarme de esas valencias!
    “Esta hija, qué literal es con lo de apuntar en cualquier sitio”.
    No obstante, estaba tan contenta con el sobresaliente que se le olvidó regañarle por los rayajos.

    Bueno, ya no era necesaria la charla sobre métodos de prevención de las enfermedades de transmisión sexual y embarazos no planificados, suspiró con su mirada fija en un viejo recuerdo. Un tatuaje que se hizo en el tobillo, haciendo alusión al padre de Beatriz. GxJ.

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  3. ANODINO PARTE 1
    Era un día normal. Anodino. Peter se adentró en el majestuoso edificio de Hacienda. Tenía que ir a arreglar unos papeleos. Una vez más. Sin embargo, a decir verdad, no se le hacía excesivamente cuesta arriba el 'Vuelva usted mañana".

    Había cuatro personas esperando el ascensor. Mediana edad. Dos hombres y dos mujeres. Paridad. Grises. Solemnes. Todo seguía siendo muy anodino. Peter había llegado el último, pero muy amablemente, todos insistieron en que fuera el quinto ocupante de ese ascensor, en el que ponía claramente que cabían 4 personas. Pero bueno, por una vez... Iba a la décima planta y ya estaba chorreando de sudor por los calores veraniegos, así que accedió, |como para subir andando!

    Una vez se cerraron las puertas del ascensor, quizás precipitado por la proximidad de sus apretujados ocupantes una persona más de la debida, se sucedieron inevitablemente los normales tópicos:

    'Pues parece que va a caer tormenta'

    'Ya toca, que el ambiente está muy cargado'

    (Que no hablen de lluvia ni de agua, que me estoy meando, pensó Peter). Quería participar de la conversación pero no podía, estaba concentrado en no hacérselo encima.

    'Jesús, cuando puedas pásame el informe de esta mañana'

    'A ver si lo acabo, que quiero revisarlo antes de que lo mandes a dirección

    El ascensor ascendía, valga la redundancia, a duras penas. De repente, Peter notó que el ambiente cambió de un modo súbito. Para empezar, reparó en las enormes barrigas que lucían todos ellos, incluido el mismo. Calculó que pesarian no como cinco, sino como unas seis personas de las 4 personas de 75 KGS estipuladas en la pegatina del ascensor... Y tuvo la certeza de que algo iba a pasar.

    El ascensor se paró.

    Cagüen to!
    La mujer que se había mostrado entendida del tiempo, de repente comenzó con muecas y exabruptos.

    -Tranquilos, es el síndrome de Tourette. No es peligrosa.

    -Ejem, ejem ejem... Mierda!

    -Llamamos a la campana para ver si vienen a buscarnos?

    -Oh Dios!!! Vamos a morir!!!! Tengo claustrofobia!!!!

    -Pues me va fatal a mi esto de quedarnos encerrados, con la de cosas que tengo que hacer

    -Bueno, como si los demás no tuviéramos lío...encima yo no puedo salir tarde que tengo que recoger a los niños a la salida del colegio

    -Pues que los recoja tu marido. Que tenemos que presentar números al departamento de contabilidad. Igualdad. Los hombres se tienen que implicar en la crianza.

    -Hijo de perra!!!

    -Nos estamos quedando sin oxígeno!!!! Vamos a morir!!!

    -Jope, y no he acabado el informe.

    -Jesus tío, no te ralles que eres un neuras de la vida. Eres tan perfeccionista que siempre tardas en acabar mucho tiempo las cosas.

    -Pues normal que el día que te mueras te vayas con tareas pendientes.

    -Fulana!!!

    Peter no daba crédito a lo que estaba presenciando.

    -por qué no llamamos para que nos saquen?- musitó con un hilillo de voz. Los chorretones de sudor ya eran ríos corriendo a raudales por su frente y mejillas. Hacia muchísimo calor. Pero había tan poco hueco en ese ascensor que no podía ni llevarse las manos a la cara para secarlo. Por si fuera poco, cada minuto que pasaba, le era más difícil abstraerse de la sensación de que su vejiga iba a reventar. Solía tomar la precaución de ir al baño antes de un viaje en bus, pero quién iba a decirle que eso era necesario antes de un viaje en ascensor?

    El claustrofóbico se revolvía intentando encontrar una bolsa para respirar dentro.

    La de Tourette con sus muecas.

    Y Jesús se enzarzó en una discusión con la otra mujer acerca de la igualdad de género y el perfeccionismo, que derivó en una discusión política.

    Pues menos mal que parecían normales.

    En una de éstas, a duras penas, Peter consiguió moverse y llamar a la campanita

    Lo cual tuvo un efecto instantáneo.

    Se hizo el silencio en el ascensor. Todos los ocupantes miraron a Peter que había permanecido callado.
    'Me voy a acabar meando encima', pensó Peter, intimidado por esos ojos inquisidores

    -y q tí qué te pasa?

    -Este qué rarito, no ha dicho ni mu en todo el viaje...

    -

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  4. ANODINO PARTE 2

    -Algo esconderá

    De repente, se empezaron a oír unos ruidos fuera. Estaban maniobrando en la puerta.

    -Tranquilos, ya vamos a abriros!- se oyó fuera.

    La vejiga de Peter seguía amenazando con reventar

    -yo voy a salir primero que estoy con esto de la claustrofobia fatal

    - las mujeres primero

    -pero en qué quedamos??? No queréis igualdad???

    -Cerdo!!!

    - En realidad, la coprolalia representa sólo el 10% de los tics verbales en el Tourette.

    - Jesús, déjate de datos absurdos y porcentajes de los tuyos!!!

    "Me lo hago encima", pensó Peter


    Finalmente, tras un fuerte forcejeo, y un golpe, se abrió la puerta. Salieron agolpándose los cuatro ocupantes. Peter se quedó el último.

    Con lo normales que parecían. Pensó, mientras se encaminaba (por fin) al baño. 'Vaya gente más loca y egoísta con la que he dado'

    Abrió por fin la puerta del baño. Girando la muñeca en la que había una pulsera identificatoria del psiquiátrico donde estaba ingresado.

    Estaba mal escaparse del centro, pensó. Pero poner denuncias y reclamaciones le daba mucha vidilla.










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  5. La tarde en que Matías se tragó un ascensor todo cambió para él. Jamás volvió a hacer bien la digestión. El ascensor subía y bajaba a cada rato. Casi nunca paraba. Reflujo gastroesofágico lo llamaban. Influjo urbanotrágico lo llamaría él.

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  6. PISO NUMERO13

    Esperaba impaciente. Apretaba el botón con la ilusión de que la insistencia diera velocidad al aparato. Estaba en una situación de urgencia urinaria, ¡tenía que llegar a casa!. Palpaba el bolso reasegurandose de que estaba todo,móvil,llaves... para distraerse más bien, mientras bailaba sola en el rellano, tratando de facilitar el trabajo a los esfínteres. Y volvía a apretar el botón, hasta que escuchó el maravilloso "cling". El alivio duró poco, cuando justo al poner el pie escucha abrirse la puerta de la calle anunciando la llegada de otros vecinos. "¡Ay no!" pensó. "Si suben tendrá que hacer paradas..." Y ella todavía tenía que llegar al piso 13. Abrió la puerta con una fuerza inusitada. Se introdujo veloz y volvió a repetir el tic de apretar repetidamente el botón de turno. Una mano extraña abrió la puerta cuando estaba caaaasi cerrada. "Mierda" pensó apretando los dientes. Entró un chico, con su caniche. "Pensaba que no llegaba" dijo él con una sonrisa. Ella le devolvió una sonrisa impostada mientras notaba que una gotita de sudor perlaba su frente. En lo que a ella le pareció una eternidad, él apretaba el botón del 5º. Y justo de nuevo, ¡zas!, la anciana del 9º irrumpe en el habitáculo con una bolsa de supermercado. Todo pasaba a cámara lenta ante la sensación de urgencia que trataba de contener. "Uff, ¡qué calor!" dijo la anciana. "Bien, vivan las obviedades" pensó en voz alta nuestra protagonista. Qué le vamos a hacer, ¡no podía contenerlo todo a la vez! Por suerte la anciana estaba sorda, pero el del 5º soltó una risita. Poco a poco aquello subía. El del 5º estaba con ganas de conversación. "Parece que le has caido bien a chispita". El maldito caniche se le enredaba entre las piernas. Ella solo quería llegar al piso 13. El resto era una especie de purgatorio que se quería saltar. Optó por acariciar brevemente al caniche y asentir. Temía alargar la conversación. Y todavía iban por el segundo. "¿Llevas mucho tiempo en el edificio?" La pregunta se interrumpió por un sonido... ¿cómo decirlo finamente? que recordaba a una breve trompeta. El olor no dejaba lugar a dudas. Alguien se había tirado un pedo. De purgatorio nada. Esto debía ser una versión del infierno. El chico miró a la anciana ojiplático. La anciana estaba tan pancha. Nuestra protagonista no pudo evitar llevarse la mano a la nariz, y a la vez reiniciar un pequeño baile mientras centraba todas sus energías en mantener su musculatura pélvica bien firme. De repente todo le pareció bastante tragicómico y le entraron ganas de reir. OhNo. "No te rías" Se decía a sí misma con una voz muy seria. Se centró en mirar el boton número 13, con la esperanza de que si se concentraba llegaría antes. Bien, ya llegaban al 5º, el chico y su perrillo salieron disparados de tal cámara de gas. La anciana comenzó a mirarla de arriba a abajo. "Tú eres la hija de la Conchi ¿no?" Pero, ¡cómo osaba sacarla de su estado es concentración! ¿¡No había sido suficiente la descarga de metano!? En su mente visualizó los titulares: "Asesinato vecinal en el ascensor del edificio Atenea". Iba a responder algo desafortunado cuando llegaron al 9º. Venga, ya queda menos. Venga venga venga vengaaaaa. Joder, la proxima vez se mudaria a un primero sin ascensor. Apretaba las llaves en la mano. Apretaba su nariz para no intoxicarse. Apretaba los ojos, su mente, sus músculos, que rodeaban el deseo urgente de llegar a casa. Y por fin el último "cling" por un instante temió que la sensación de alivio hubiera traido consigo algún escape. Y como si el ascensor fuera un pasillo de varios metros echó a correr, corrió hasta llegar a la puerta de su casa. A pesar de llevar las llaves en la mano apretó compulsivamente el timbre, mientras de fondo se escuchaba el portazo del ascensor, en un quejido metálico de lo que acababa de vivir en sus entrañas. Mientras ella esperaba impaciente apretando el botón.

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  7. Él salía de casa a las 6:58 todos los días para coger el metro de las 7:15.
    Si no se entretenía en el camino, a las 7:12 pasaba su tarjeta por los tornos, bajaba las escaleras mecánicas y accedía al último vagón donde el 86,3% de las veces encontraba sitio.
    A las 8:02 llegaba a su parada, salía de la estación, caminaba 5 minutos con 54 segundos y llegaba la puerta de la oficina para plantarse frente al ascensor a las 8:27.
    A esa hora tenía la certeza de que el 91% de las veces el ascensor tardaba en abrir sus puertas menos de 45 segundos.
    Una vez dentro del ascensor pulsaba el botón del 5 * piso para llegar a su lugar de trabajo.

    Ese día el ascensor tardó 43 segundos en abrir sus puertas. Elliot entró, pulsó el botón que le llevaría al 5* piso y salió de él.
    Ante él no había nada. Miro al frente, al lado izquierdo, al lado derecho y acabo girando sobre si mismo para volver a llamar al ascensor. Quizá alguien había dejado pulsado el botón de otro piso y él se había bajado por error en otra planta que no era la suya.
    Tardó 7 minutos y 38 segundos en darse cuenta de que el ascensor no estaba circulando con normalidad.
    Se giró de nuevo sobre si mismo, dio unos pasos y comprobó que estaba solo. Paredes blancas, una mesa de pino, un sobre sobre la mesa y una lámpara roja eran los únicos componentes de aquella habitación.
    Volvió sobre sus pasos, pulsó los botones para llamar de nuevo al ascensor y pegó su oreja a las puertas cerradas, pero ningún sonido emergía de dentro.
    Entró de nuevo a la estancia, camino en círculos y se sentó en la mesa de pino.
    “Elliot” leyó en el dorso del sobre. Abrió la carta que parecía dirigirse a él y sacó una tarjeta; en ella unas letras: “El día 28 del 6 no cojas el ascensor de las 8:27”.

    Un sonido le hizo mirar hacia atrás, el sudor caía por su frente, estaba oscuro y él estaba tumbado. El despertador anunciaba el inicio de un nuevo día.
    Ese día salió de casa a las 6:58 para coger el metro de las 7:15.
    Un repartidor de periódicos tendió su mano hacia él justo antes de entrar y él lo cogió, lo miró y leyó “jueves, 28 de junio”. Repitió esa fecha mentalmente hasta plantarse en la puerta del ascensor, el cual tardaba el 91% de las veces en abrir sus puertas menos de 45 segundos.
    Se abrieron las puertas del ascensor y ante él nada.

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  8. La primera vez que encontré una bolsa en mi ascensor me sentí extrañada ¿habría algún vecino olvidado la compra? Pronto la urgencia del tráfico matutino me hizo apartar de la mente esto que apenas consideré una anécdota. Ignoraba entonces el bucle de sinrazón porvenir.
    La bolsa permaneció un par de días en una esquina del ascensor. El hecho de que nadie la hubiese movido de allí creaba una extraña sensación de prohibición, y sin haber una explicación lógica no me parecía apropiado llevármela o siquiera desanudarla y mirar su interior. Al coincidir con algún vecino, nadie miraba o nombraba la bolsa, como una convención más a la que uno se ajusta y que a fuerza de repetirse se convierte en ley o tabú.
    Poco después eran dos las bolsas que viajaban arriba y abajo en mi ascensor. Bolsas idénticas, del mismo supermercado. No sin esa sensación de excitación que produce el trasgredir una norma me decidí a fisgar en su interior. Encontré latas de conserva, latas y latas de una misma marca de mejillones en escabeche… Evidentemente, tal hallazgo me resultó enigmático. Empecé a darle vueltas al tema, vueltas más o menos disparatadas sobre el posible origen de las bolsas, bolsas que la mañana siguiente eran tres. Sin rastro de dueño, anudadas, en un rincón. • El incómodo silencio de los viajes en ascensor con los vecinos comenzó a pesar. ¿Sería una broma? ¿Una estrategia publicitaria? ¿Una cámara oculta? ¿Algún vecino coleccionaría los puntos para el sorteo o el premio de la marca de mejillones? ¿Sería un caso de síndrome de Diógenes? La vieja del tercero siempre me pareció desequilibrada… o quizá los joyeros del primero. ¿Sería mi ascensor un portal a otra dimensión? ¿Qué pintaban allí los mejillones? Claramente el asunto empezaba a trastornarme.
    Gradualmente y sin una pauta que matemática o lógicamente pudiera yo desentrañar -a pesar del esfuerzo puesto en ello-, el ascensor de mi edificio fue siendo conquistado por más y más bolsas de la compra llenas de latas de conserva arrinconando a quien se atreviera a entrar en tan perturbador cubículo. Reconozco que llegó a obsesionarme el tema, me asomaba a la mirilla cada vez más a menudo, usaba el ascensor y las escaleras tanto como podía buscando desentrañar el misterio. Tal esfuerzo físico y mental me hacía caer rendida por las noches, alternando un profundísimo descanso con sueños repletos de bolsas y mejillones.
    Sé que lo lógico hubiese sido hablar con los vecinos, pero esta siempre ha sido una comunidad peculiar, y su reacción de las últimas semanas era claramente extraña… Sus corrillos en la escalera, llenos de miradas y murmullos, cada vez me resultaban más sospechosos. Sentí que no me podía fiar y repentinamente mi preocupación no fue ya averiguar cómo llegaban las bolsas al ascensor sino impedir que me hiciesen algo a mi o a las bolsas.
    No sin dificultad he logrado hacerme un hueco suficientemente holgado en el ascensor. Lo siguiente han sido los gritos de los vecinos. Me pedían que saliera, amenazaban con llamar a la policía o a una ambulancia, así lo han hecho. He sido más lista y he parado el ascensor entre dos pisos. Que griten cuanto quieran, llevo ya 4 horas y media aquí, y tengo la energía y el alimento suficiente para resistir.
    ***
    Antes de agotar la batería de mi móvil he tenido tiempo a mirar las noticias… ¡la de cosas que han pasado en el mundo estas últimas semanas! También he revisado mis cuentas en la aplicación del banco. He descubierto una serie de gastos nocturnos en el supermercado de al lado. Por cierto, los mejillones están deliciosos. Aun no tengo muy claro como ha sucedido, ¿quizá ese viejo problema de sonambulismo? Sea como sea, parece que me he convertido en La Señora de las Bolsas.

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  9. BAJO:
    Entro en el ascensor con una chica. Voy pensando en lo mío y casi ni la miro. ¿A qué piso vas? 8º. Ah, yo también. Me sonríe. Sigo mirando mi móvil.
    PRIMERO:
    De pronto, con efecto retardado, siento una oleada de vértigo en el estómago… Un momento… ¿qué sonrisa ha sido esa? Espera un momento… ¿me ha encantado? Levanto mi mirada y nuestros ojos se cruzan rápido, un instante. No necesito más.
    SEGUNDO:
    Nos sonreímos. Aunque yo intento fingir indiferencia al tiempo que seguridad en mí mismo. ¿Qué está pasando aquí? Sea como sea piensa rápido porque el ascensor sube rápido.
    TERCERO:
    “Qué calor hace no?” …pfff… No. Me niego, por mi dignidad, a hablar del tiempo… Busca otra cosa…“Dónde vas?” No, no, esa no…Qué mierda de pregunta es esa? A mí qué me importa me va a decir. “Vives aquí?”… Joder, más de lo mismo… qué difícil es edificar una relación en 20 segundos… ¿cómo conseguir información? aunque sea sólo para tener una prórroga en el descansillo… El tiempo pasa y no le digo absolutamente nada…
    CUARTO:
    Nos volvemos a mirar y esta vez ambos mantenemos la mirada. Nuestros ojos vivos, expresivos, inofensivos y a la vez intensos. Hay comprensión mutua, hay un reconocimiento del otro… Dios mío… oh Dios mío, es el mejor momento de toda la historia de la humanidad para que haya una avería y nos quedemos atrapados. ¡¡Necesito más tiempo!!
    QUINTO:
    Mirada al suelo. Sonrisa. Los ojos fingen pasear por las paredes para encontrarse furtivamente de nuevo. Nos humedecemos los labios. Primero yo. Luego ella. Balbuceo como un absoluto idiota “ Al octavo no?” (Se puede ser más subnormal? Qué vergüenza me doy…) Sí, me sonríe ampliamente ella. “Tú también vas no?” me responde… Nos reímos abiertamente. Vaya par de gilipollas idiotizados…
    SEXTO:
    En la ronda de idioteces hago un gesto que pretende ser gracioso y digo “igualdad” jajajaja. Nos reímos. Creo que en mi vida había sentido un flechazo así. “Sí, jeje” dice ella “igualdad: ni machismo ni feminismo”…
    Qué?...
    …Algo se destruye dentro de mí. Me quedo en blanco.
    SÉPTIMO:
    ¿He escuchado bien? Por Dios, dime que estaba bromeando, parodiando, ironizando… “no estás harto de tanto feminismo?” me lanza a la cara. Las ruinas que quedan de mí apenas me permiten decir un escueto “no”, con los ojos dolidos de incomprensión de Mel Gibson en Braveheart, cuando descubre la traición del rey Robert. Pero ¿por qué? Pienso, ¿por qué? Íbamos a follar como animales, íbamos a tener desayunos en domingos soleados, íbamos a sonreírnos en conciertos de jazz, íbamos a viajar por el mundo y a tener aventuras, íbamos a tener hijos y a visitar a los abuelos… íbamos a darnos el teléfono en el descansillo del 8º maldita sea!!
    OCTAVO:
    Silencio. Ambos miramos el móvil. El sonido electrónico y suave de aviso del ascensor se anticipa por un instante a la sensación de inercia de frenada. Las puertas se abren. Hasta luego. Adiós.

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  10. Un hombre que vive en un sexto piso toma el ascensor siempre hasta la tercera planta y después sube otros tres pisos por las escaleras. Hace esto todos los días excepto cuando llueve, que va en ascensor hasta el sexto. ¿Por qué?
    Este acertijo acude irremediablemente a la mente de Ricardo cada vez que se acerca a un elevador. Maldice la hora en que a alguien se le ocurrió este ejercicio de pensamiento lateral. Por supuesto, la solución es que no se trata de un hombre “normal”, sino de un enano. Es evidente que un enano no es lo suficientemente inteligente para llevar siempre consigo un paraguas o algo similar que le evite caminar el fastidioso tramo de escaleras, piensa con enfado e ironía a partes iguales.

    Ricardo mide apenas un metro veinte y está ya muy harto de los chistes y adivinanzas relacionadas con el enanismo. Vive en un segundo y, a no ser que esté muy cansado, prefiere tomar las escaleras. Esta alternativa no le libra de las miradas de la gente, divertidos al advertir el esfuerzo de sus pequeñas piernas al estirarse y flexionarse ante unos escalones que siempre se le hacen altos.
    En cualquier caso, Ricardo se ve obligado a usar el ascensor a diario para llegar al despacho de abogados en el que trabaja. Este acto intrascendente y automático para la mayoría le suele poner de mal humor. No son pocas las ocasiones en que un ascensor ha desencadenado situaciones bochornosas para él.

    Una de las circunstancias que tiene que enfrentar a menudo son las multitudes agolpadas en ese espacio tan limitado. La sensación de claustrofobia no es nada comparada con la incomodidad de tener una bragueta, un trasero o los pechos de una desconocida, o peor, de una compañera de trabajo, a la altura de los ojos. Ahí solo queda mirar al techo o al suelo y esperar a que el mecanismo de esa caja infernal acelere.

    Otro de los momentos que detesta es encontrarse a niños descarados que le miran de cerca, escrutando su rareza y tirando del brazo de sus padres para que compartan su asombro. Aunque, sin duda, eso es mejor que ser confundido con uno de aquellos mocosos. También le ha pasado. Estar a punto de entrar en un ascensor y que algún adulto le agarre del hombro y le diga de la manera más maternal posible que los niños no pueden subir solos es igualmente humillante para todos. La persona al darse cuenta de su error se sonroja, se disculpa y se marcha rápidamente dejándole agraviado y resentido durante el resto del día.

    Ricardo entra como de costumbre malhumorado al ascensor, con todos estos pensamientos rondándole la cabeza; no sabe que ese día va a suceder algo importante que le hará cambiar de opinión sobre esas máquinas. En el trayecto le acompañan dos personas: uno de los socios del bufete, un cincuentón engreído con sobrepeso que se quita la chaqueta de su apretado traje y deja a la vista dos grandes cercos de sudor empapando su camisa en la zona de las axilas. A su lado, la trabajadora de la empresa de limpieza, una joven ecuatoriana que parece apurada. Después sabrá que lleva tres años en España y que acaba de empezar un curso de marketing porque aspira a terminar esta larga fase de trabajos precarios.

    Las puertas se cierran y se escucha un sonoro pedo, seguido de un olor pestilente. El rubor llega rápidamente a las mejillas del jefazo. Ricardo y la chica se miran y de sus rostros irradia una gran sonrisa cómplice. Una vez fuera del ascensor y lejos del protagonista de la escena, los dos comentan la jugada en la que será la primera de muchas conversaciones.

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  11. ¡Y ahora, también, se apaga la luz! ¡Lo que faltaba!, piensa ella para sí.
    Siente el calor del estrecho cubículo y se desabrocha, secretamente, dos botones de su camisa de satén. Suelta el moño apretado en un intento de zafarse en la sensación de claustrofobia incipiente. Su larga melena cae sobre los hombros y alcanza la apretada falda de tuvo que llega hasta su cintura.
    Sólo hace unos segundos que, tras la interrupción del movimiento del elevador, seguido de una turbulencia, se descuelga varios metros el aparato, para quedar colgando a una altura que no quiere ni pensar.
    Apenas se ha fijado en el acompañante del “microviaje” a la undécima planta del interminable edificio de oficinas. Recuerda su porte de ejecutivo agresivo y unos rizos despeinados que contrastaban con la pulcritud de unos zapatos recién lustrados. Su perfume dulzón y masculino invade el limitado ambiente, intensificado con el creciente bochorno.
    Ella, agitada, a pesar de su intento de mantenerse entera, tantea con sus manos en busca de un sostén en la oscuridad. Nota su latido ensordecedor bombeando la sangre, y su respiración acelerada y superficial. Invadida por una sensación de pánico creciente.
    En ese instante, su palma topa con el torso desnudo, sudoroso y firme, inquietando su tacto. Y aunque su reacción inicial le orienta a retirarse, de pronto, la seguridad del fornido tronco consigue aliviar sus impulsos.
    Pero, tras unos segundos de alivio y anticipar un posible sosiego dentro de la angustiosa tesitura, toda su alteración se transforma en una excitación irrefrenable. El miedo da paso a un ardor y fogosidad imbatibles.
    La ceguera no le impide darse cuenta de la reciprocidad del viril individuo y, sin darse cuenta, se ve arrastrada hacia él con una fuera descomunal. Agarrada por el trasero con una de las trémulas manos y apretado uno de sus senos ya fuera del sujetador con la otra.
    Se estrellan las lenguas húmedas y se mezcla el sudor de sus cuerpos en besos agitados y palpitantes. No pasan más de unos segundos cuando él le da la vuelta en un ágil movimiento y desgarrando la falta la penetra con fuerza su miembro erecto.
    Le reconoce al instante a través del férreo órgano. No puede ser otro.
    - ¿Armad?
    - ¿Violeta?

    Se funden en uno.

    Tras varias horas los bomberos consiguen abrir, no sin esfuerzo, el portón, descubriendo los cuerpos desnudos y entrelazados. Durmiendo plácidamente, ajenos al revuelto que provoca la visión de la escena.

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  12. No habrá quien no haya sentido
    La curiosa sensación
    De ese gas sobrevenido
    Al subirse al ascensor.

    Aprieto, suelto, ¿qué hago?
    Total, solo somos dos.
    No hay tercero al que, por tanto,
    Endiñarle “este marrón”.

    Si es que me lo tengo dicho
    Me va mal la coliflor,
    Que en lo que dura un suspiro
    Ya he manchado el pantalón.

    Joder, que el deseo apremia
    ¿Será sonoro, el cabrón?
    Parece que esto no arrecia
    Cae por mi frente el sudor.

    ¿Por qué viviré en el quinto?
    Se sale, no hay solución.
    Me abandono a mis instintos
    Flátula satisfacción.

    Silencioso, a la par cálido
    A un ritmo desolador
    Va invadiendo el escenario
    Del recto el denso fetor.

    Menos mal, ¡menudo tino!
    Pues coincide la ocasión
    Con la llegada al destino.
    Sale el fulano en cuestión.

    Inhalo al fin aliviado
    Embriagado del olor
    Pues no es sorpresa el agrado
    Cuando es propio el dicho edor.

    Pero en el último instante
    Aterriza en el vagón
    Mi vecina colindante
    Que es un tremendo pibón.

    Su cara se pone blanca
    A la primera exhalación
    Sus ojos desorbitados
    Me atraviesan cual aguijón

    Me abandono derrotado
    A la ventosa abdicación
    Suelto mi esfínter cansado
    Y me erijo como autor.

    Queda pues hoy constatado
    Esta ventosa lección:
    “No hay quien no sea delatado
    De sus pedos de ascensor”.






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  13. parte 1

    Adolfo Sánchez llegaba con 12 minutos de retraso a su cita con Abdulá Hammani en la recepción del “Mohamed IV Tower”, el rascacielos de Abu Dabi que alberga la sede de las principales empresas Emiratíes del sector inmobiliario.
    Salió rápido del taxi con su elegancia que tanto le caracterizaba, una vez en la acera el calor le resultaba insoportable, viviendo su traje negro como una condena. Adolfo o “A-Golfo” como le conocían sus amigos, era un auténtico tiburón del ladrillo venido a menos en los últimos años, endeudado hasta las patillas, llevaba años de litigios sin pagar a sus proveedores. Cerca de la quiebra absoluta, buscaba fuera de sus fronteras acordar un negocio con la empresa que presidía Abdulá, aprovechando que en este lugar en medio del desierto no conocían su largo historial de mentiras y fraude. Cerrar este negocio era su única posibilidad de salvación.
    Reconfortado por la brisa fresca del aire acondicionado, entraba Adolfo en el edificio a través de unas grandes puertas giratorias, sentado en un sillón del hall le esperaba Abdulá que parecía impaciente, era un hombre de acción y estaba poco acostumbrado a esperar. Tras un saludo aparentemente afectuoso, se dirigieron al ascensor sin apenas mediar palabra, se dirigían al piso 42, donde le esperaba el resto de la junta directiva en la sala de reuniones. Adolfo pulsó el botón para que se cerrasen las puertas cuando vio que un joven se apresuraba a entrar, no quería perder tiempo.
    Una vez dentro del ascensor, empezó a darse cuenta de lo inquieto que estaba, se sentía tenso y cohibido, sin la locuacidad y seguridad que le habían llevado a ser un hombre de éxito en los negocios, se veía a sí mismo al borde de un precipicio del que solo podría salvarle este hombre de rasgos árabes que le miraba con tanta frialdad.
    Al mismo tiempo que se daba cuenta de esto sintió un retortijón que le hizo encorvarse levemente. Abdulá le miró extrañado y Adolfo le sonrió, tratando de ocultar su creciente malestar. Empezó a notar una terrible presión en el estómago, que solo podría aliviar tirándose un pedo, no podía pensar en nada diferente, toda su atención puesta en el estómago y en el esfuerzo de contener una gran cantidad de gases. El silencio cada vez se hacía más incómodo para Adolfo, que no sabía cómo disimular su estado, sin saber si su actitud estaba siendo a no del agrado de Abdulá, que se mantenía mirando al frente con indiferencia.
    Iban por el piso 18 cuando la masa de gases que habitaba el interior de Adolfo imploraba su salida inminente vía anal, ya no aguantaba más, el tiempo se le hacía eterno y por más que mirase en la pantallita que señalaba el paso de un piso a otro, este no iba más rápido.

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  14. parte 2

    No tenía salida, solo iban los dos en el ascensor, así que no podría culpar a un tercero de la pestilencia que emanaría de su pedo (sus amigos le llamaban “el peste equina” por el infumable hedor de sus flatulencias). Ahora se acordaba del joven que corría hacia el ascensor y que por su culpa no estaba allí con ellos, ¡le podría haber ayudado tanto en diluir la sospecha!
    Iban por el piso 27 y no veía alternativa, estaba desesperado, el silencio persistía cuando se cruzaron sus miradas, sintió como Abdulá podría ver a través de sus ojos el infierno que estaba viviendo, se sentía transparente ante él, y con la sospecha de que le miraba con autentico desprecio. En ese momento Adolfo recordó la historia que le contó un amigo acerca del significado de los pedos en algunos países de Oriente Próximo, donde simbolizaba uno de los actos de mayor repulsión, llegando a verse castigado con 10 latigazos en el caso de hacerlos en público, “¿Será este uno de esos países?” se preguntaba angustiado, notando como una gota de sudor frío se arrastraba por su frente.
    No podía esperar más, expulsar sus gases era la única forma de aliviar el malestar que ya invadía todo su cuerpo, la gran masa gaseosa era como un ejército de diez mil hombres tratando de entrar por la puerta de una ciudad amurallada, puerta que se resistía pero no por mucho tiempo.
    Planta 39, 40, 41, 42… se abren las puertas y Adolfo se queda en el ascensor mientras Abdulá sale andando rápido, aprovechando esta distancia y haciendo peripecias con su ano para no hacer ruido, va expulsando toda la masa de gases que no le estaba dejando vivir. Abdulá después de dar unos pasos se da la vuelta y ve como Adolfo aún en el ascensor le mira con una expresión de creciente alivio, aprovechando el inminente cierre de puertas para salir del ascensor con aire victorioso, dejando atrás y encerrada, donde nadie la pueda oler, su parte más ruin y despreciable, como llevaba haciendo toda su vida.

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  15. Parte 1

    Para ser una entomóloga, se mostró muy comprensiva al teléfono, pienso mientras se abren las puertas metálicas del ascensor. Si no, no estaría aquí. Respiro con alivio al comprobar que el ascensor está vacío, menos mal, suficientemente incómoda es la situación como para estar preocupado con miradas que pretenden ser discretas, en un espacio tan reducido. Y eso que para tratarse de un ascensor es muy espacioso, seguramente ayude el efecto creado por los espejos colocados en las tres paredes del ascensor. Se trata de hecho de un lugar casi acogedor: una moqueta verde mullida, unos acabados en madera muy cuidados. Me quedo en esa sensación confortable unos segundos, el tiempo que tardo en recordar porqué estoy aquí. Miro mi imagen, multiplicada innumerables veces. ¿Cuántos yos habrá en el ascensor? En realidad solo uno. Bueno, también están ellos. No lo pienses, no lo pienses. Le prometiste estar calmado y venir hasta aquí. Luego ya veríamos.

    Pulso el botón con el número 15. Son muchos pisos, todavía alguien podría subir, aunque a estas hora de la noche no parece muy probable. El ascensor en lugar de subir baja. Sonido de campanitas. Alguien me ha bajado al garaje. Trato de convencerme de que las miradas indiscretas dan igual, suficientes problemas tengo ya. Entonces veo el error, debería haber subido por las escaleras. Hasta ahora no había pensado que uno de ellos podría saltar hacia otra persona. Intentaré no rascarme con fuerza, es poco tiempo hasta salir del ascensor, ellos solos no pueden salir de debajo de la piel, ¿no? Ojalá la entomóloga me hubiera escuchado más. Me podría haber dado mucha información, pero le prometí que primero vendría aquí.

    Se abren las puertas y se escucha una música amortiguada. Parece Reggaeton, pero la verdad es que no tengo ni idea de la música actual. Me rasco ligeramente el cuello mientras entra un chico joven, de unos 18 años, con los cascos puestos. No debería haberlo hecho, pienso enseguida. Lo intento saludar con una sonrisa que nunca sale. Él apenas hace un gesto con la cabeza y se pone en la otra esquina del ascensor. A salvo de ellos, yo nunca les he visto saltar. Pulsa el número 15, qué casualidad. El ascensor vuelve a subir, pero solo hasta la planta baja. Sonido de campanitas. Entra una pareja de jubilados, con sonrisas afables, y se colocan justo a mi lado. Van también al piso número 15. No puede ser.

    Me empieza a picar por todo el cuerpo, pero sé que no me puedo rascar. Pienso en la entomóloga. Pienso en la bañera llena de insecticida. Son lo único que me queda. ¿Por qué no me escucharía un poco más de tiempo? Fue amable y comprensiva. Me dijo que me creía. ¿O acaso dijo que creía en mí? Estoy siendo devorado vivo por insectos, eso le dije en cuanto respondió al teléfono. Quizá fui demasiado directo, pero cómo demonios no voy a serlo en mi situación. Aún así me dijo que me creía y que fuera a verla, pero que hay protocolos. Primero tendría que ver a un psiquiatra, que igual me recetaba una medicación. Luego ya veríamos.

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  16. Parte 2

    El sonido desagradable de las campanillas me trae de vuelta. El ascensor se para en el sexto y entran tres personas. No. También van piso número 15. No puede ser, no puede ser, simplemente no tiene ningún sentido. El espacio antes tan ancho se empieza a volver angosto con tanta gente dentro. Los picores son cada vez más fuertes, sobre todo el del cuello. Me vuelvo a rascar flojito al principio. Sé que no debo, sé que no debo, pero pronto hago más fuerza y noto como mis uñas penetran mi piel. Yo no puedo aguantar más. Entonces ocurre. Observo muy quieto en el reflejo del espejo como de las marcas rojas del cuello empiezan a salir unas patitas negras muy finas. Primero solo las puntas, que pronto se abren paso y hacen palanca clavándose en la piel de al lado. Yo lo miro todo muy quieto, con los ojos muy abiertos y sin pestañear, como el que ve una película de terror y sabe que no puede hacer nada. Conozco esta película, por eso igual me regodeo en cierto modo en el horror que me paraliza, en lo inverosímil. Pronto la escolopendra saca su cabeza y sus antenas, y recorre mi cuello con su cuerpo zigzagueante. Solo es la primera. Tras ella sale otra. Y otra. Y otra.

    El ascensor sigue subiendo sin más interrupciones un piso tras otro a ritmo constante, igual que el de las escolopendras que bajan por mi pecho, mi vientre y mis piernas. Al llegar al suelo sin embargo aceleran. Trepan rápido por los pies de mis acompañantes en el ascensor. Querrán poner los huevos cuanto antes, así se aseguran la supervivencia de su especie. Me gustaría avisarles, pero no soy capaz de salir de la parálisis. Por otro lado no serviría de nada. Para mi sorpresa, ninguna de las personas da muestras de ser conscientes de la situación. No comprendo como pueden no notar nada. ¿Acaso yo lo noté la primera vez?

    Al llegar a la planta 15 el sonido de las campanillas suena distinto, como ominoso. Es entonces que comprendo la trampa. Empujo con todas mis fuerzas a las personas que me rodean mientras se abren las puertas. Quizá con suerte pueda escapar. Al otro lado se encuentra la gran escolopendra, erguida hasta el techo. No hay psiquiatra, la entomóloga siempre lo supo. Sé que es inútil toda huida, pero yo solo quiero salir del ascensor.

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