lunes, 6 de marzo de 2023

XLVI EDICIÓN DE RELATOS FUNDAMENTALES. “ME DA A MÍ EN LA NARIZ”



Tema: el olfato, la olfacción y/o los olores, desde su perspectiva anatómica, poética, evocadora, humorística, filosófica …o ninguna de las anteriores.

Método de envío: cada relato será un comentario anónimo en la entrada del blog.

Extensión: LIBRE

Fecha límite: sábado 22 de abril,  hasta el último inhalado antes de empezar a leer. 

Lugar:  en el laboratorio de Jean-Baptiste Grenouille. Se buscará una alternativa en caso de que el primero no se hallara disponible, 

Lectura de los relatos: la identidad de los autores será una incógnita hasta que deje de serlo. Los relatos serán repartidos aleatoriamente para su lectura entre los participantes (presentes o virtuales), salvo que algún autor prefiera leer el suyo por cualquier motivo. Se recomienda tomar aire y hacer una lectura previa del relato para conseguir la correcta cadencia y entonación del aroma.

Organización de la siguiente edición: se decidirá mediante un sistema de votaciones democrático-dictatorial.




14 comentarios:

  1. Au debut
    Apenas ve. Intuye formas. Se siente desvalido. Llora. Nota una presión extraña en su abdomen. Hace calor. Ya no flota. De repente, algo conocido llega a su nariz. Es un olor dulce, a veces un poco agrio. Inclina su cabecita y bracea intentando agarrarlo. No controla sus piernas, pero ese olor lo atraviesa. No se detiene. Consigue alcanzarlo. Instintivamente abre la boca. Ese olor y ese sabor saturan todos sus sentidos. Ha dejado de llorar, no está en casa, pero huele igual. Ha alcanzado a su mamá.
    ……
    Á la fin
    Apenas ve. Intuye formas. Se siente desvalido. Llora. Nota una presión en el costado. Ya no puede caminar. De repente algo conocido llega a su nariz. Es el perfume de su mujer. Inclina su cabeza para intentar alcanzarla. Una mano caliente sostiene la suya rugosa. El perfume invade sus fosas nasales, no puede recordar nada, pero le invade una sensación de calma. Está en casa. Ya puede descansar.

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  2. Son de mar
    Recorro con mi nariz cada uno de sus recodos. La hendidura entre sus dos clavículas, sus muñecas, sus axilas, el hueco entre sus caderas y sus costillas, su pubis, su sexo, sus muslos. Cada centímetro tiene su propio aroma: a perfume, a mar, a ocre. No quiero estar en ningún otro lugar del mundo. Con cada inhalación descubro un matiz, una nueva esencia. Intento alargar el tiempo, condensar cada estímulo en mi amígdala. Puedo sentir la nostalgia que me invadirá y me aferro a este olor a mar.
    Puedo sentir mi propio olor mezclándose con el suyo, el sexo fluye y todo huele, es animal, salvaje, sensual. Mi pituitaria estalla de placer. Las olas lo recordarán.

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  3. Flashbacks
    Lunes: Se levanta, se ducha, se viste como todos los lunes, desayuno estándar café y tostada. Sale de casa, trabaja, vuelve a casa, cena, duerme.
    Martes: Se levanta, se ducha, se viste como todos los martes, desayuno estándar café y tostada. Sale de casa, trabaja, vuelve a casa, cena, duerme.
    Miércoles:Se levanta, se ducha,se viste como todos los miércoles, desayuno estándar café y tostada. Sale de casa, trabaja, vuelve a casa, cena, duerme.
    Jueves:Se levanta, se ducha, se viste como todos los jueves, desayuno estándar café y tostada. Sale de casa, ....ese olor. Un hombre camina delante...ese olor...se detiene no puede caminar de nuevo la parálisis, el horror, las imágenes se suceden, el portal, sus súplicas, el frió del suelo de mármol, sus lágrimas recorriendo sus mejillas, ese olor...

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  4. Mi abuela tenía muchas manías. Una de ella es que cocía los alimentos hasta que los dejaba blandengues y casi deshechos. Lo hacía en general, en todas las comidas del día. Recuerdo el filete con patatas fritas, que en realidad estaban cocidas en aceite, que me ponía cuando me quedaba a cenar. Solía adelantarse y hacerme la cena desde por la tarde, y la dejaba ya hecha (y tan hecha) en un planto hondo, y tapada con otro plato hondo para cuando yo subiese de jugar de la calle. Llegar hambrienta, abrir esa especie de cofrecito y encontrarme con ese olor recondensado a ajo y filete, húmedo y calentito, es uno de los recuerdos más vividos que tengo. Esto ocurría igual con los macarrones, casi ninguno ya en su forma original, cuando llegaban al plato.
    El cola cao del desayuno nos lo hacía tomar a las 9 de la mañana en la cama, otra de sus manías, aunque luego siguiéramos durmiendo. Nos incorporábamos resignados y somnolientos, pero la leche estaba hirviendo (a veces con restos de nata flotando) y no había manera de tomarse aquello rápido, y volver a las sabanas calentitas para el ultimo sueño de la mañana. No recuerdo si protestábamos o intentábamos razonar con ella, el porqué de esa obstinación. Supongo que si lo hicimos no surtió ningún efecto, y los niños detectan en seguida las vías muertas en una negociación. Por calentar, calentaba hasta el yogur que te ofrecía de postre, aunque he de reconocer que solo lo metía unos segundos al microondas y estaba tibiecito nada más, agradable diría yo.
    Es posible que esos casi destilados que hacía de los guisos, que día a día impregnaban las paredes y armarios, contribuyeran a ese olor peculiar de la cocina de mi abuela. Aunque lo que sin duda determinaba ese olor eran las bayetas y trapos viejos y gastados, que usaba para limpiar después de comer, y que aventuro ahora que se resistía a cambiar. Generaban un tufillo que he podido reconocer después, en las cocinas de algunos bares y restaurantes con solera.
    Otra costumbre eran sus caramelos de menta, uno en la boca, y otros tres o cuatro en el bolsillo de la bata, en el que me dejaba meter la mano y coger alguno para mi. Para la tos decía, pero yo ahora creo que, como los bebés, obtenía algún tipo de efecto ansiolítico al chuparlos, porque los tomaba sobre todo cuando se sentaba en el sofá a ver la tele, mientras dormitaba. En realidad, solo recuerdo que tosiera después de un ataque de risa, que de vez en cuando le daban, motivados por mínimos comentarios de mi abuelo, que no hablaba mucho. No es que fueran muy ingeniosos, pero yo creo que debían desencadenar en la mente de mi abuela escenas divertidísimas, que no acertaba a explicarnos, poseída como estaba por esas carcajadas galopantes. Mientras, mi abuelo y yo la mirábamos medio expectantes y medio contagiados, esperando a que se recuperase de esa explosión de risas, lágrimas, y remate final de tos.
    Me doy cuenta de que un chorro de recuerdos de la casa de mi abuela ha irrumpido al abrir el cofrecito de filete con patatas; el sonido del segundero del reloj de pared por las tardes, los geranios al sol del balcón, el trocito de mar en la ventana de la cocina, el pícaro olor a vino en la gaseosa, rosa y burbujeante, que nos servía mi abuelo, sus aspavientos para no quemarse la boca con las sopas de pan y leche hirviendo…me tienta quedarme a navegar por estas aguas un rato más, pero la realidad se impone y caigo en que tengo que desayunar, que si no luego no tendré hambre para comer, tal y como vaticinaba mi abuela.

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  5. No hicieron falta ni tres segundos para que la atronadora alarma del móvil le levantara de la cama como un resorte. Emma tenía ese don, no importaba el cansancio o lo profundamente dormida que estuviera, ella no se permitía remolonear ni un segundo entre las sábanas. Por eso su familia le había encargado una de las tareas más ingratas durante la semana de vacaciones; despertarse antes del amanecer y colonizar, sombrilla mediante, unos estratégicos tres metros cuadrados de arena en la abarrotada playa de Gandía.

    Tardó otros tantos segundos en darse cuenta de que no estaba en Madrid. El empalagoso olor del suavizante en esas ásperas sábanas y la humedad que se filtraba por todos los poros de las paredes de pladur, le ubicaron rápidamente en la segunda residencia de sus abuelos. Se levantó y se dispuso a preparar café en la vieja cafetera italiana. Se había acostumbrado a las cápsulas pero estos vapores estaban a otro nivel. Inspiró profundamente y se puso en marcha.

    Mientras preparaba los bártulos y se anudaba el bikini, pensaba en lo raro que había sido ese mes escaso en que perdió por completo el olfato. Primero se lo había tomado a broma, pero a medida que pasaban los días empezó a preocuparse. Puede que el olfato no estuviera en la cima de la pirámide de los sentidos, pero la idea de un mundo en el que no pudiera oler unas gotas de Acqua di Giò en el cuello de su novio, le parecía simplemente triste.

    Cuando hubo cumplido su misión y pudo por fin sentarse en la toalla con los pies acariciando la fina arena, la vista puesta en la inmensidad del mar, y los oídos en el vaivén de las olas que a esta hora todavía se escuchaban con nitidez, siguió dándole vueltas al tema.

    Seguramente era una pregunta estúpida, pero nunca se había planteado si los peces tenían olfato. Probablemente sí, les serviría para cazar y para huir de sus depredadores, especialmente a los que vivían en las oscuras profundidades marinas y no podían servirse de la vista.

    Pero ahora Emma estaba pensando en los pececillos que, por capricho del destino, habían terminado merodeando en las orillas de aquella playa masificada de Levante en pleno mes de agosto.

    ¿Conseguirán olernos a nosotros una vez diluída la espesa capa de protector solar con la que aliñamos su hábitat? Y esa Nivea protección 50 que para nosotros es la pura evocación de las vacaciones y el relax, ¿será para ellos el aroma de la invasión? Se supone que los peces no tienen memoria a largo plazo, ¿pero les pasará lo mismo con la memoria olfativa? Que no se me olvide buscar eso... Seguro que ya hay estudios sobre el tema.

    ¿Serán capaces de reconocer nuestra esencia y "arrugarán el morro" por la peste a humanidad? Puede que tengan el olfato hiper desarrollado y piensen "Buff! Por ahí va pataleando patéticamente otro agrio viejo decrépito", o "Ni diez toneladas de sargazo le harían sombra a esa fétida bomba de hormonas llamada adolescente!".

    Seguro que cada vez que un turista se sumerge para dejar una meada furtiva se sienten como si estuvieran haciendo cola en los Poly Klyn de cualquier festival de turno. Pobres!

    Y entre ellos, ¿habrá discriminación? Ya estoy viendo a una pescadilla diciéndole a otra "Yo no soy racista, pero hay que reconocer que los pulpos huelen fuerte", o "Tío, te repiten las sardinas de esta mañana", o "A ver si te frotas un poco debajo de esas aletas, que cada vez que te acercas me viene un Eau de cebolla que no hay dios que lo aguante."

    En fin, voy a echarme un poquito e intentar dormir antes de que que vengan los del altavoz con los últimos éxitos reguetoneros...

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  6. "No fue culpa tuya, ni tampoco mía...", Roberto se sacudió la cabeza en la ducha, como si con ello sacudiese el champú, la monotonía y la culpa.

    Se frotó con el jabón. Como si frotase la traición hacia Andrea. El torso, los muslos, los genitales. Especialmente la entrepierna. En sus escarceos usaba siempre preservativo, que con Andrea 20 años de relación justificaban haber optado por el DIU diciendo adiós a aquellos incómodos condones.

    La confianza lo justificaba. La confianza que él truncaba.

    salió de la ducha, aspiró el aroma de suavizante de la toalla de Adrián. Aaah, ese olor... Ese olor agridulce, a deseo y culpabilidad por el hecho consumado. La culpa, el peaje del placer. Pero cómo renunciar a ese peaje?

    Había conocido a Adrián durante un viaje de trabajo de Andrea, meses atrás. Mirándolo en retrospectiva, se olía lo que iba a pasar... Habían subido a su apartamento. Olía al perfume de Andrea, que hacía presente su ausencia... y a partir de ese día ese perfume quedaría ligado a Adrián....

    Saliendo de su ensoñación, continuó secándose con la toalla, frotando cualquier rastro, olor de infidelidad. Se excitó al rememorar las primeras veces con Adrián, amenazando la incipiente erección con no dejarle ponerse los gayumbos... Adrián le había abierto mundos inexplorados, 'inhusmeables', con la recatada Andrea...

    Salió del cuarto de baño. Adrián dormía profundamente en el dormitorio. Roberto se inclinó, le beso, aspiró su aroma, estuvo por llevarse consigo una camiseta usada para poder atesorar su olor durante sus horas de ausencia.

    De vuelta al apartamento. Fragancia de Adrián, digo, de Andrea. Toy le recibe ladrando y husmeando sus zapatos, mierda, debió echar desodorante.

    -Toy, buen chico, busca, busca a Andrea -intentó distraerle... Toy de repente se puso a olfatear otro rastro- Andrea, cariño, ya estoy en casa!
    -Hola, amor!-contestó la voz de Andrea desde el estudio, cerrando atropelladamente el cajón de dónde procedía el rastro que había seguido Toy. El cajón del columpio sexual y los preservativos.

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  7. -Tu estás obligada a decir la verdad, él puede decir lo que quiera- soltó exhalando el humo de su cigarrillo.

    Con esa bocanada de apestoso humo, se desinflaban más el ánimo y la esperanza de Ainhoa.

    Y volvía el olor y el terror, la rigidez en su cuerpo. Él olía a tabaco. Sólo un poco, insistía, mientras ella forcejeaba.

    Fueron meses de olor a tabaco, miedo, comentarios desafortunados que siempre olerían a tabaco, aunque abogados, psicólogos, trabajadores sociales, médicos, no fumaran. Muchas veces sobrevenía una náusea después de ese olor. Al menos había conseguido dejar de fumar para quedarse embarazada, aunque muy pocas veces Julián podía penetrarla. Se le llenaban los ojos de lágrimas pero de repente en esos momentos, su marido, ella misma, y todo, se esfumaban y aparecía él y volvía a esa noche.

    El olor a tabaco y el rasgado de su ropa, que aportó como prueba en el juicio, rasgaron su vida en un antes y un después.

    Una pequeña puntada en esa rasgadura, esa llamada. Una voz. Había acabado todo. Le dio igual el resultado, como esa fatídica noche, sólo quería que acabara. Y ahí desapareció el olor a tabaco, la angustia, los sobresaltos, las pesadillas. No así la nausea. Aunque 9 meses después, entendió que la náusea persistió un tiempo más por otra feliz razón.

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  8. 11 de agosto de 2022 el día en que se plantó en mi cara, en mis narices si lo queremos decir así. Se plantó en mi cara como una constatación de que ahí estaba, de que, como luego he pensado, siempre había estado. ¡Puag! ¡qué asco! Esta sensación de principio de arcada, el inicio de mi garganta y el techo de mi estómago elevándose de manera involuntaria y sincronizada, esa sensación que ha acabado siendo tan cotidiana en mí como el bruxismo de una psicóloga o la afonía de un profesor.

    Volvía a casa. Imposible ignorar. Un olor como del líquido de la basura en verano. Con la excepción de que no había ningún contenedor cerca, ni un charquito apestoso. Andaba, pasaba manzanas, bulevares, corría y ahí estaba. Llegue a casa, me desnude, la ropa a la lavadora a 40 grados, me duché. En el furor de eliminar el olor al llegar a casa por un momento sentí que había desaparecido, pero al sentarme en el water recién duchado, relajado, volvió

    Desde entonces no me ha abandonado. La limpieza a fondo, la lejía, el jabón neutro, el tender la ropa al aire libre, el ventilar, el purificador del aire. Nada sirvió, ya lo sabía de todas maneras. El que olía era yo. El olor me seguía, daba lugar lo aireado que fuese el lugar, que fuese recién empezado el día y duchado o después horas fuera de casa. Es más, si no fuera porque es una locura os confesaría que llegue a mantener la convicción de que se presentaba específicamente en los momentos de intimidad, cuando estaba solo conmigo mismo o cuando algo de lo que vivía me hacía acceder intensamente a mi. Sí me hacían un comentario hiriente, si me sentía fuera de lugar, si me veía incapaz de afrontar una tarea, ahí estaba, saludando, agobiando. Como si quisiera llevarme de la mano a esa primera vez en que apareció, a esa imagen estridente en mi cabeza de su cara azorada excusándose con incomodidad.

    Si os digo la verdad, nunca me he atrevido a preguntar a nadie si lo olían, si me olían, pero la repugnancia era tan grande que era imposible que no les llegara, y aunque no hubiera sido así, yo no quería estar rodeado de gente con el olor. Empecé rechazando los pocos planes sociales que tenía, sobretodo las reuniones familiares, la verdad casi fue un alivio, después me vi incapaz de ir a trabajar, ya no podía tolerar bajar al supermercado a primera hora aunque sólo estuviesen las cajeras y llegó un día en que no abrí la puerta al repartidor.

    11 de agosto de 2023 era imposible ignorar ese olor. No podía concentrarme en el teletrabajo, no podía cocinar, me duchaba y ahí seguía. Me horrorizaba constatar lo que el techo de mi estómago y el inicio de mi garganta me decían de manera sincronizada. En una especie de trance hediondo me debí mover de manera autómata, cuando me quise dar cuenta ya había marcado: “112 Emergencias Madrid ¿en qué puedo ayudarle?”, “Creo que mi vecino ha fallecido”.

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  9. Orson Parte I

    Un pequeño y rollizo cerdo vietnamita acostado sobre la encimera de un pequeño piso del centro de Barcelona podría parecer una imagen onírica, pero es el del día a día de Alberto, ese chico que está sentado frente a Orson, el susodicho porcino, y que no para de pensar en el tiempo que lleva dedicado a aquel espécimen desde que su ex se lo dejase como regalo de despedida.

    Todo Newton tiene su manzana, y la manzana de Alberto fue Ignasi, un lejano primo autista de su misma edad que era incapaz de comunicarse con su entorno, como los quesos que se meten dentro de una de esas urnas de cristal para impedir que todo huela a pies. Al menos así se lo había explicado su abuela cuando era niño, exhibiendo una total falta de tacto. Ignasi vivía en un centro especial de las afueras, y Alberto, único allegado del chico, le iba a ver más por compromiso que por otra cosa. Bueno, hay que destacar que Alberto podría haber sido un diletante, pero como venía de familia pobre, lo que era es más bien un vago sin porvenir, con muchas horas de internet y varias carreras a medio empezar.

    Orson lo acompañaba a las visitas en su pequeña jaulita ya que Alberto no podía dejarlo solo, pues el mini porcino tenía la bella costumbre de ponerse nervioso y aflojar su micro esfínter, dispersando una vengativa redolencia en el apartamento. La clínica especializada de eterna peste a lejía, tenía pocos recursos y muchos internos. Fátima, la especialista en estimulación sensorial, agradecía la presencia del cerdo de Alberto, bueno, de Alberto y su cerdo, y es que Ignasi estaba especialmente receptivo ante la presencia de aquel animal, cuyo aspecto era una mezcla entre un bebé hipernutrido, el muñeco de Michelin y un borracho a cuatro patas a punto de vomitar. Fátima y Alberto no eran capaces de verlo, pero desde su alejada y presidiaria posición, Orson torcía el morro, arrugaba el hocico, elevaba las orejas o movía su gracioso rabito mientras observaba a Ignasi con sus ojos excesívamente juntos.

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  10. Orson Parte II

    Y entonces, ¡zas!, la manzana. Alberto atendía una llamada de su casero, un paciente chico indú que flotaba en esencias de curry, cuando se dio cuenta de que los movimientos sutiles de Orson se adelantaban unas fracciones de segundo a los momentos en que Ignasi se reía, chillaba o se lamentaba, como si aquel pequeño cerdo estuviera sintonizando con él.

    Se obsesionó con el tema, empezó a escarbar en la red hasta que se encontró de frente con un artículo que determinaba que ciertas especies de animales eran capaces de detectar el olor de procesos metabólicos internos en seres humanos relacionados con la síntesis de hormonas y un sin fin de productos bioquímicos. Durante meses, Alberto recogió en un cuaderno las reacciones de Orson, a veces le parecía evidente, otras, no sabía si estaba poniendo más bien sus ganas de encontrar algo innovador y rompedor que le permitiese pagar sus facturas. Orson, el cerdo capaz de oler tus pensamientos. Podría tirar de la línea genética del porcino, quizás viniese de una familia de pródigos olfateadores, buscadores de trufas o vete tú a saber. Llegó a desarrollar unos pictogramas (que incluso había pensado en llamar pig-togramas, viva el marketing), donde aparecía la reacción de Orson y la emoción asociada.

    Orson empezó a mostrar los primeros síntomas algo más tarde. Los veterinarios no sabían muy bien la causa pero lo cierto es que aquel pobre cerdito llegaba prematuramente a su fin. Alberto maldecía su suerte, buscó en internet, angustiado, para poder aparearlo con algunas hembras compatibles. Encontró voluntarias, pero Orson no mostraba más interés por ellas que por masticar hojas de cactus.

    Tres llamadas perdidas de Fátima, había quedado para tomar un café con ella en un bar de su familia. Promesa de olores a clavo y cúrcuma, pues era originaria de un país oriental de esos que acaban en istán,

    La enfermedad de Orson le hacía despedir un olor dulzón similar al de la compota de manzanas, pero algo pasada. Mirándose casi por última vez en aquella encimera, Alberto sonrió al animal, que empezó a estirar la oreja derecha a la vez que erizaba el rabito. “Pena” según el pigtograma, estaba claro que no se podía engañar a aquel condenado cerdo.

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  11. Quizá, cuando Arturo Ferrer logre recuperarse de las quemaduras de tercer grado sufridas en el incendio que arrasó ayer el buffete de abogados Ferrer y Segura, pueda explicar a la inspectora López que nadie le retuvo bajo algún tipo de chantaje en su despacho mientras el edificio ardía. Simplemente sucedió que Don Arturo Ferrer padece anosmia congénita, y cierto pudor o vanidad le impiden compartir con su entorno un rasgo que pueda confundirse con algún tipo de vulnerabilidad. No olió el humo y no escapó a tiempo, punto.

    Conocer este dato hubiese ahorrado a López horas construyendo teorías inconsistentes con la sensación de dar palos de ciego y el malhumor subsiguiente.

    A la espera de los informes de la científica que descarten definitivamente el accidente, sigue sin explicarse por qué el abogado no salió al ser alertado por la secretaria. Por suerte, el resto de empleados se encontraban almorzando en aquel momento.

    La vía de investigación sobre el socio parece haber llegado a un punto muerto. Tampoco han identificado amenazas provenientes de algún cliente o demandado descontento. No hay trapos sucios a la vista. Por último, los videos de seguridad no muestran sospechosos.


    A López sentirse confusa le irrita y también le da hambre. Repasa en su mente los testimonios recogidos mientras engulle un shandwich club con patatas.

    Piensa una vez más en la secretaria, con su melena lisa y brillante y sus gafas de pasta de marca. Se expresó con tanta convicción y coherencia que la inspectora desechó la discordancia detectada por su olfato policial, en el sentido más literal. La discordancia entre esa apariencia de pija con bolso Louis Vuitton y el penetrante y ligeramente fétido olor que desprendía la testigo.

    Si el olfato de López no estuviese agudizado por su actual embarazo quizá no hubiera interrumpido tan prematuramente la entrevista. Es posible que en tal caso y con las preguntas adecuadas, hubiera podido escuchar en boca de la propia secretaría que el jefe, confabulado con su ex novio, estaba espiándola y reuniendo documentación para difamarla y destruir su reputación. Siendo más presionada habria llegado, posiblemente, a defender la necesidad de protegerse por cualquier medio de esa terrible persecución y destruir las infames pruebas construidas en su contra.

    Si tras devorar la carrot cake que tiene entre manos, la inspectora se deja guiar por su reciente intuición, acudirá a los archivos y quizá (solo quizá) pueda relacionar este caso con la denuncia del incendio de un chalet a las afueras de Barcelona en noviembre de 2021. El fichero incluye los informes forenses que determinan que la denunciada padece un trastorno delirante crónico, estando su juicio de realidad alterado en el momento de prender fuego al chalet de su novio en aquel momento. El juicio no pudo celebrarse al desaparecer la acusada sin dejar rastro. Un rastro oloroso que quizá -y esto sí es bastante probable- se haya vuelto a perder.

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  12. Soy daltónico de los olores.
    Bueno, no exactamente. Un defecto en la percepción de los colores de los rayos de luz, lo que les pasa a los daltónicos, tiene su equivalente en un defecto en las células del epitelio olfativo de la nariz. Lo que me sucede a mí no es eso… Me pasa con todos los olores y con ninguno. De vez en cuando, mi cerebro interpreta las señales olfativas de forma confusa y asigna sensaciones olorosas aprendidas a cosas que no tienen nada que ver… Es decir, conozco los olores de las cosas, como pequeñas gotas de perfume bien catalogadas, pero con inoportuna y fastidiosa frecuencia, se agitan en mi interior las percepciones y las gotas caen a una enorme piscina en mi mente, donde se integran confundiéndose, mimetizándose y perdiéndose. La agitación devuelve al exterior salpicaduras, pero las gotas que salen son absolutamente aleatorias.
    Una floristería puede convertirse en un comedor escolar, un gimnasio, una sala de fumadores o una pescadería… o todo a la vez…
    Sin embargo, las peores situaciones pueden darse cuando el cambio en la percepción del olor es a un olor muy parecido… Por eso tengo que usar post its con fechas en la comida que guardo en la nevera. Las últimas lentejas podridas tenían un delicioso olor a legumbres recién hechas con un toque de pimentón que no recordaba haber usado. Lo gracioso fue que la diarrea posterior olía igual.
    Mientras que para el resto de la gente un aroma a café por las mañanas de los sábados, es un indicativo de un agradable despertar, de un comienzo de día disfrutando del desayuno, etc. Yo he tenido que acostumbrarme a que el asfalto recién echado o el cargadísimo perfume de doña Eloisa, la profesora de lengua de 3º, pueden ser indicativos de lo mismo.
    Tiene sus peligros, porque si se quema algo en la cocina puede ser una explosión primaveral o como entrar en una antigua biblioteca, sin embargo he aprendido a alarmarme igualmente por el hecho de que aparezca un olor nuevo e intenso cuando no debería.
    Quizá lo más incómodo sea ducharse con jabón de aroma a morcilla o tender la ropa entre hálitos de estiércol, pero también tiene sus ventajas: En una ocasión pude disfrutar de uno de los aromas más elegantes y deliciosos, con toques a hierbas aromáticas, aire de los Alpes, flores silvestres y brisa marina. El resto del pasaje en aquel autobús jamás olvidará lo que había comido ese niño que vomitó en la fila ocho.

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  13. La búsqueda

    Era una ciudad desconocida en un lugar indeterminado. Quién robo el perfume fue siempre una incógnita, pero el caso es que nadie se había percatado de su existencia hasta su desaparición. Su olor era tan intenso, que su fragancia impregnaba el aire aún después de que no estuviera. La gente lo llevaba consigo como quien carga con sus pensamientos, sin darle ninguna importancia. Sin embargo, el perfume siempre había sido el oculto objeto de deseo de todos y cada uno de ellos.

    La policía no tenía pistas sobre el ladrón, y la investigación no llevó a ninguna parte, así que la gente comenzó a olvidar el robo. Todos, excepto una persona: el dueño de la tienda de aromas.

    El hombre, obsesionado con el aroma, decidió investigar por su cuenta. Cada día, olía sutilmente a cada persona que entraba en su tienda, buscando la esencia robada. No pensaba en otra cosa, y era el único que parecía ver cómo la ciudad se resquebrajaba ante la mirada indiferente de sus habitantes. Con el tiempo, su obsesión lo llevó a perder sus amistades, su tienda y hasta su casa, cercado por las deudas. Pronto se convirtió en un extraño en su propia ciudad.

    La gente comenzó a hablar de él y de su obsesión, y algunos incluso llegaron a temerle a causa de su huraño comportamiento. Él nunca se rindió, y siguió persiguiendo el aroma de su preciado perfume, hundiéndose inexorablemente en la desesperación más profunda.

    Hasta el día de hoy, nadie sabe quién robó el perfume. Algunos dicen que el dueño de la tienda de perfumes todavía está por ahí, olfateando cada persona que encuentra en busca de un rastro del perfume robado, en una ciudad desconocida en un lugar indeterminada, de la que ya nadie logra acordarse.

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  14. Podía cerrar los ojos para no ver,
    Taparse las orejas hasta ensordecer,
    Pero por mucho que cubriera su nariz,
    El intenso perfume seguía ahí.

    Persiguiendo a sus células olfativas.
    Saturando, hasta la extenuación,
    Su capacidad cognitiva.

    Olía, olía...
    Y respirar por la boca
    tampoco servía.

    Un pedo escapó sonoro
    Revelando con osadía
    Que algo más contundente venía
    Mejor prepararse un poco.

    El cambiador fue
    Ring de combate:
    Patadas voladoras
    Entre manos y pañales.

    Volaban no solo patadas,
    También gritos y toallitas.
    Montessori desaparecida
    Entre suspiros y prisas.

    Por fin pañal cambiado
    Culito limpio y sonrisas
    Pero ¡ay! El tufo...
    Indeleble ahí seguía.

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